Análisis
Mitos sobre Israel a 70 años de la Nakba palestina
La ‘Catástrofe’ llevó a la expulsión de más de un millón de refugiados, cuyos hijos y nietas son parte de la diáspora palestina, hoy integrada por más de cinco millones de personas en el mundo
Josefina L. Martínez 16/05/2018
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El Estado de Israel celebra cada 14 de mayo un nuevo aniversario de su fundación. Para el pueblo palestino, el 15 de mayo se cumplen 70 años de la Nakba (Catástrofe), el éxodo masivo de un pueblo impuesto por una invasión colonial. Este nuevo aniversario comienza con otra masacre del pueblo palestino: más de 50 asesinados en un solo día por el Ejército de Israel.
El historiador palestino Waled Khalidi sostiene que la Nakba comenzó en 1948 y continúa hasta la actualidad, dado que el Estado de Israel mantiene su despliegue militar para controlar los territorios palestinos ocupados. Khalidi cuestiona uno de los mitos fundacionales del Estado de Israel, que intenta mostrarse como producto de la autodeterminación del pueblo judío, pero es en cambio un estado colonizador.
Los antecedentes de la Nakba se encuentran en la decisión británica de abandonar Palestina (donde mantenían un Mandato colonial desde 1918), traspasando a la ONU la responsabilidad de definir su futuro. En 1917, Lord Balfour –apodado 'Balfour el sangriento' por la dureza de su represión en Irlanda– había hecho una declaración prometiendo al movimiento sionista la creación de un “hogar nacional para los judíos en Palestina”. A partir de esa fecha, con el apoyo de los británicos, fue aumentando la penetración de colonos israelíes en territorio palestino. En 1937 por primera vez los británicos sostuvieron la idea de la “partición” Palestina en dos Estados, uno para los habitantes palestinos y otro para los colonos israelíes. Finalmente, en noviembre de 1947, las Naciones Unidas aprobaron la resolución 181 para la división de Palestina, presentándola ante el mundo como una medida “equitativa” y “moralmente justa”.
Ilan Pappé, historiador y profesor de Ciencia Política en la Universidad de Haifa, asegura que este es otro de los mitos de Israel. Pappé pertenece a una corriente de historiadores israelíes que revisó la versión oficial sobre los acontecimientos de 1948. En sus libros propone un nuevo paradigma, introduciendo el concepto de limpieza étnica, un punto de vista que permite restituir la verdad histórica sobre el expolio que padeció el pueblo palestino.
En diciembre de 1947, los palestinos eran más dos tercios del total de la población, mientras que los judíos eran una minoría. Del total de la tierra cultivada, la mayor parte pertenecía a la población nativa y sólo un 5,8% estaba en manos de colonos judíos. La mayoría de los judíos estaban concentrados en tres ciudades (Haifa, Tel Aviv y Jerusalén) pero su presencia en el resto de las regiones era ínfima. Aún así, la resolución de la ONU le otorgó al nuevo Estado judío el 56% del territorio. Como señala Waled Khalidi, esto fue una llamada para ocupar el resto de las tierras, para lo cual había que expulsar a la población local. En el relato de los colonizadores, la resistencia palestina a la invasión se transformó en una agresión. Las operaciones militares de los ocupantes se narraron como una “legítima autodefensa”.
Pappé afirma que la Nakba fue un plan sistemático de limpieza étnica mediante la ocupación, destrucción de aldeas y expulsión de la población con el objetivo de “desarabizar” los territorios. Entre fines de 1947 y 1948, 531 aldeas y decenas de barrios urbanos fueron arrasados. Las operaciones no fueron improvisadas. La Consultoría, un organismo creado en las sombras por Ben Gurión, intelectuales y jefes militares, había trazado un plan “D”.
“Estas operaciones pueden llevarse a cabo de la siguiente manera: ya sea destruyendo las aldeas (prendiéndoles fuego, volándolas y poniendo minas entre los escombros) y en especial aquellos asentamientos que resulta difícil controlar de forma constante; o bien organizando operaciones de peinado y control según estas directrices: se rodean las aldeas, se realiza una búsqueda dentro de ellas. En caso de resistencia, las fuerzas armadas deben ser liquidadas y la población expulsada fuera de las fronteras del Estado.” (Plan Dalet, 10 de marzo de 1948, citado por Ilan Pappé).
La ocupación de la ciudad de Haifa comenzó el 21 de abril, buscando la erradicación total de su población árabe. Desde los altavoces, las autoridades judías instaban a las mujeres y los niños a abandonar la villa ante un ataque inminente. Mordechai Maklev, oficial sionista a cargo de la operación, dio una orden clara: “Matad a cualquier árabe que os encontréis”. A la mañana siguiente, miles de personas se amontonaban en el puerto para intentar escapar por mar. Lo peor estaba por llegar: cuando los palestinos se agruparon en el mercado del puerto, los oficiales israelíes comenzaron a bombardear con obuses, provocando una masacre.
El pueblo de Acre resistió el asedio durante casi un mes, a pesar de estar superpoblado por la llegada de refugiados. Pero los agresores descubrieron un punto débil y envenenaron con gérmenes de tifus el acueducto que suministraba agua a la localidad. La epidemia terminó con la resistencia. El 13 de mayo, dos días antes de la expiración del Mandato británico, la ciudad de Jaffa fue atacada por cinco mil efectivos del ejército de Israel. Después de tres semanas de resistencia, la aldea cayó y sus cincuenta mil habitantes fueron expulsados.
En Saffuriyya, las fuerzas israelíes bombardearon desde el aire para preparar un ataque por tierra, persiguiendo a las mujeres y los niños hasta las cuevas cercanas donde se habían refugiado. En la mayoría de los sitios el ejército tuvo que doblegar la resistencia de la población, una circunstancia que rompe el mito de que los sionistas ocuparon una “tierra sin pueblo”.
En su libro La limpieza étnica palestina, Pappé apunta también contra la responsabilidad británica en aquellos hechos, sin tomar ninguna acción para frenar la ofensiva y recomendando a la población que abandonara sus casas. También hace referencia a la falta de compromiso de los países árabes con la defensa del pueblo palestino, especialmente en el caso de Jordania, cuyo rey llegó a un pacto con los líderes sionistas para no intervenir.
La Nakba llevó a la expulsión de más de un millón de refugiados, cuyos hijos y nietas son parte de la diáspora palestina, hoy integrada por más de cinco millones de personas en el mundo. La obra de historiadores como Pappé y Khalidi es fundamental para la recuperación de la memoria histórica de un pueblo que después de ser desposeído y perseguido, sigue resistiendo.
La provocación de Donald Trump de trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén no puede verse más que como una ofrenda de guerra para sus aliados estratégicos en la región, apoyando su redoblada ofensiva represiva sobre el pueblo palestino.
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Josefina L. Martínez
Periodista. Autora de 'No somos esclavas' (2021)
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