“Aquí se corre mucho”. Aquella frase de Arda Turan, más o menos gráfica, pero declaración de intenciones, al fin y al cabo, sirvió como atenuante para justificar su tocata y fuga del Atleti. Quiso irse al Barça, se fue y allí, en un equipo que tiene al mejor de todos los tiempos, Messi, corrió entre poco y nada, con el resultado que ustedes conocen de sobra. El Atleti, mientras tanto, ha seguido corriendo mucho. Y gracias a una preparación física casi paramilitar – pregunten qué novatadas hace el vestuario con las sesiones dobles del Profe Ortega– y a una motivación soberbia implantada por Simeone – el esfuerzo no se negocia–, el equipo rojiblanco ha seguido escalando la cima del Everest, hasta colocarse segundo en el ránking de clubes de la UEFA, por detrás del Madrid y por delante, entre otros, de Barça, Bayern, City o PSG. Y aunque en el Atleti se corre mucho, Thomas Lemar, tan liviano como elegante y fino con la pelota, no dudó en aceptar una misión en la guardia pretoriana de Simeone, siguiendo la estela de Griezmann, una estrella con alma de gregario.

Lemar, que llegó, según dicen –no hay cifras oficiales de la operación– por 70 millones de euros siendo el fichaje más caro de la historia del Atleti, siendo campeón del mundo, entendió desde el primer minuto a qué lugar llegaba y qué se esperaba de él. Persuadido por Antoine y Lucas, acortó doce días sus merecidas vacaciones tras el Mundial, se presentó a las órdenes del Cholo y se dedicó, en cuerpo y alma, a rebajar su estatus de estrella y ponerse al servicio del colectivo. Su gesto le abrió, de par en par, las puertas del reconocimiento atlético. Daba ejemplo al vestuario demostrando compromiso y enviaba un mensaje explícito al técnico: si hay que correr mucho, Lemar está dispuesto a hacerlo como el que más. Con balón, rezuma categoría: no pierde una pelota, la protege como si fuera un diamante y la ofrece siempre en mejores condiciones de lo que la recibe; tiene un disparo de media distancia letal, posee un regate extraordinario, tiene un manejo notable y tanto por fuera como por dentro – donde brilla aún más-, justifica su coste en el mercado. Es todo lo que se puede esperar de un jugador de 70 kilos. Juega por la derecha, por el perfil siniestro, puede ser segundo punta y también como generador de fútbol incrustado junto al doble pivote. En cuanto a calidad y polivalencia, una auténtica joya.

Ahora bien, su valor añadido, como en el caso de Griezmann, está en su predisposición al trabajo. Sin balón brega, presiona, cierra, tapa, ayuda al compañero y se sacrifica siempre por el equipo. Y si tiene que correr, se mata a correr. Intangibles que multiplican las posibilidades del equipo, que alimentan aún más la riqueza táctica del Atleti y que son música celestial para los oídos de Simeone. Jugar a sus órdenes no es fácil. Son muchas las estrellas y fichajes que han llegado al Atleti del Cholo y no han podido derribar la barrera de la alta exigencia del argentino. Lemar sí y lo ha hecho nada más llegar. A base de clase, de humildad, de trabajo y sobre todo, de personalidad. No tiene nada que ver con Arda Turan, pero tiene calidad suprema, sabe amasar la bola, tiene gambeta, vuela en todas las transiciones, genera fútbol, crea espacios y trabaja como el que más. Mitad artista mitad obrero, Lemar, el diminuto 'camarón' de Guadalupe, se antoja extraordinario. Resulta imposible saber si acabará siendo un ídolo o no en el Atleti, pero nadie podría discutirle que se ha empeñado en poner la primera piedra para conseguirlo. Sabe para quién juega, sabe a quién representa y sabe qué se espera de él: si tiene la pelota, tiene que sacar toda la clase que lleva dentro; y si no la tiene, tiene que morir para recuperarla, porque “aquí se corre mucho”.  Y en un equipo del Cholo, el trabajo siempre paga. Que dure.