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¿Aduaneros de la tradición cultural?

¿Cuándo el uso de un referente cultural pasa de ser un homenaje o el eslabón más reciente de una tradición y se convierte en un flagrante robo?

Héctor Fouce 22/08/2018

<p>Fotograma del videoclip Pienso en tu mirá (Rosalía). </p>

Fotograma del videoclip Pienso en tu mirá (Rosalía). 

Rosalía

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Podría haber sido Rosalía o cualquier otra. La controversia en torno al apropiacionismo estaba agazapada esperando a estallar, igual que lo ha hecho antes en los países anglófonos. Simplemente se necesitaba buscar una manera de ajustar las categorías identitarias usadas en otras culturas (latino, negro, pakistaní, indígena) y alguien halló, de forma brillante, que los gitanos son sin duda nuestra minoría cultural más reprimida, la trinchera desde la que construir un discurso identitario basado en la pureza y la clausura.

Más allá del caso Rosalía, estamos ante un debate profundo que conecta la cultura popular con las cuestiones de gestión de la esfera pública, de ese espacio común que una sociedad construye y desde donde se genera el sentido común.

La cultura es un bien público; tanto que hasta algunos bienes culturales han sido aupados, tras un ímprobo trabajo de instituciones y agentes culturales, a la categoría de patrimonio inmaterial de la humanidad. Pero esta afirmación puede ser banal si no se especifica qué quiere decir ser de todos. En el caso del flamenco, ¿estamos todos autorizados a aprender los palos e incorporarlos a nuestra creación musical? ¿Tiene más derecho un gitano de Cádiz que uno de Lugo? ¿Más derecho uno de Jaén que uno de Leganés? ¿Y más uno de Burgos que un japonés? ¿Cuándo el uso de un referente cultural pasa de ser un homenaje o el eslabón más reciente de una tradición y se convierte en un flagrante robo? 

¿Cómo mantener las fronteras de los fenómenos culturales? ¿Quién se va a erigir en el aduanero que regula quién puede y quién no usar este palo, este género, este instrumento o esta imagen?

La tradición es una invención, como explicó Hobsbawm, y la pureza cultural una excepción a la regla, como explicó Margareth Kartomi en el caso de las culturas musicales. Toda cultura es el resultado de un proceso de cambio generado a través del contacto con otras culturas. Evidentemente, esos cambios no son accidentales, sino que vienen moldeados por las diferentes posiciones de poder de cada cultura y de los grupos sociales que las vehiculan. Pero eso parece más una cuestión de análisis cultural que de práctica creativa. En un contexto de aldea global digital como el que vivimos, ¿cómo mantener las fronteras de los fenómenos culturales? ¿Quién se va a erigir en el aduanero que regula quién puede y quién no usar este palo, este género, este instrumento o esta imagen? ¿De dónde van a salir las regulaciones, apelando a que legitimidad?

Cuando un gitano de Jerez decide fusionar su música con los sonidos urbanos de Nueva York y le sale un rap aflamanecado, o mezclar lo suyo con el reguetón, ¿está también en pleno proceso de apropiacionismo? ¿Es apropiación cuando los flamencos incorporan el cajón llegado desde Perú? ¿O en este caso usamos un término más elegante como “fusión” y deberíamos reverenciar el genio creativo de Paco de Lucía por percibir la apertura sonora que este instrumento daba a su flamenco, un arte mestizo por naturaleza?

Esos debates ya han eclosionado en otros países y no parecen haber mejorado la salud cultural en ninguno. La escritora Lionel Shriver reivindicó el derecho de los creadores a escribir desde el punto de vista de otros diferentes y abrió un interesante debate. Para Shriver, la ficción consiste precisamente en imaginar desde posiciones que no son necesariamente las de la autora, y por eso es especialmente necesaria, porque nos permite ponernos en la piel de otro. Pero si solos los negros pueden escribir desde ese punto de vista, o las mujeres, o los indígenas, ¿en que difiere eso de la censura? Este es mi territorio, estas son mis reglas, sólo yo puedo penetrar en él, sólo yo puedo darle forma expresiva.

¿Qué debería hacer Rosalía cuando una idea ronde en su cabeza? ¿Olvidarse de ella a la espera de que las condiciones cambien y el gitano de Jerez pueda lanzar su disco en condiciones que igualen a las suyas?

Es cierto que las clases educadas (masculinas, blancas y occidentales) han recorrido el globo en el último siglo incorporando a sus creaciones elementos de culturas que previamente habían demonizado y dominado. Los blancos de EE.UU. se enamoraron del blues y lo pervirtieron en rock and roll. Fue Elvis Presley quien se hizo rico y famoso con Hound Dog y no su intérprete original Big Mama Thorton. Más recientemente, es Moby quien alcanza la fama después de samplear viejos discos de olvidados bluesmen que han resultado no ser ni tan viejos ni tan olvidados. Sin duda estaba en mejor condición que muchos otros para producir esos discos, del mismo modo que se acusa a Rosalía de estar mejor situada para crear ese sonido aflamencado desde su posición de clase media en la cosmopolita Barcelona que lo estaría un gitano de Jerez. ¿Qué debería hacer Rosalía cuando una idea ronde en su cabeza? ¿Olvidarse de ella a la espera de que, antes o después, las condiciones cambien y el gitano de Jerez pueda lanzar su disco en condiciones que igualen a las suyas?

Una extensa línea de trabajo del análisis cultural ha venido denunciando como las políticas de propiedad intelectual cada vez generan más dificultades para usar otros textos culturales para la creación y la educación. El dominio público parecía la salvaguarda de la cultura, el lugar donde nutrirse de cara a seguir generando cultura. Sabemos que cada creación se basa en las precedentes en distinto grado. Y resulta ahora que no solo tenemos que andar con cuidado frente a los guardianes del copyright, sino que en el dominio público aparecen unos guardianes de la tradición que nos dicen esto no se toca porque no es tuyo. ¿Dónde está la diferencia con la censura que prohíbe tocar ciertos temas por motivos religiosos o políticos?

La idea de que ciertas identidades tiene la llave de un patrimonio cultural determinado suena imposible en un mundo global y en una cultura digital. Asumir que las relaciones entre culturas son relaciones de poder en las que unos grupos tienen más capacidades que otros es una cosa. Pretender que este argumento implique un cierre de fronteras y una política de aduanas con los fenómenos culturales es otra. Rosalía se ha convertido, supongo que a su pesar, en la primera línea de una batalla que liga lo cultural con lo político: se trata de definir quiénes somos nosotros y qué tenemos en común, de decidir si somos un reino de taifas fragmentado en pequeñas identidades que reclaman la soberanía sobre diminutos terrenos culturales, o si somos capaces de imaginarnos como un nosotros diverso, cosmopolita, un sujeto democrático que, como el que cantó Walt Whitman, es amplio y contiene multitudes. En la cultura, y en la política, la decisión es sobre si cada uno quiere simplemente administrar su casa de puertas adentro o si entre todos generamos calles, avenidas, barrios, espacios en los que transitar libremente, asumiendo nuestras desigualdades, asumiendo cuando toque nuestra posición privilegiada, y convirtiéndolos no en fuente de vergüenza sino en espacio de experiencia para evitar repetir viejos errores y crear un común igualitario, abierto y diverso.

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  1. Isaac Renard

    Supongo, Alba, si me lo permite, que todo tiene que ver con el enfoque que se le de a la pregunta que planteas. Desde el punto de vista económico no habría mucha diferencia cualitativa entre esa industria textil y la musical donde operan los productores de Rosalía. La diferencia sería cualitativa, el volumen de mercado y el peso específico de ese peso en las relaciones políticas. Ahí la diferencia puede ser enorme. Desde el punto de vista psicológico o existencial o estético es otra cosa. La creatividad y finura de Rosalía o su vinculación y dependencia existencial con su propia obra (donde ella se pone en juego, como cualquier artista, a sí misma)... malamente se puede comparar con la mercadotecnia de la industria textil. Creo que hablar de "apropiacionismo cultural" (posicionándose tanto a favor como en contra) puede ocultar este tipo de diferencias. Si en EEUU crecen las pizzerías como hongos está de más un Héctor Fouce yankee que nos explique lo chachi, democrático e igualitaria que es la "american pizza", y con más razón si un ciudadano de Nápoles empezara a tener más a mano el Domino´s Pizza que la Trattoria Valentina.

    Hace 6 años 2 meses

  2. Alba H.Santana

    ¿Cómo distinguir la apropiación con fines de lucro entre por ejemplo la música de Rosalía, puesto que va a ganar dinero con su música, o con la moda de imitación indígena en las grandes empresas textiles occidentales? Lo propongo como una seria duda, porque me gustaría tener una línea firme al respecto.

    Hace 6 años 2 meses

  3. Isaac Renard

    El error epistemológico que lastra esta línea argumental de Héctor Fouce, tal vez no sea otro que el de no distinguir entre juicios éticos/estéticos por una parte y los juicios vinculantes del poder político por otra. Dicho en plata: quien considera que la Cruzcampo es un bejume repugnante que malamente cabe llamar cerveza, seguramente no está proponiendo ilegalizar dicha bebida, prohibir su consumo ni cuestionar la indudable creatividad de sus productores. Y aunque se esfuerce en desterrarla de sus encuentros, almuerzos y guateques, aunque la "censure" activamente no está poniendo ningún tipo de aduanas que limite el escorado mercado donde compite la Cruzcampo. Mucho me temo que en este ejemplo Rosalía haya quedado del lado de la Cruzcampo en lugar de, por ejemplo, una más parangonable Coronita (o Corona), ese grato refresco mejicano del que se ríen los bávaros, y que tan bien sienta con estas calores. Quien se lamenta de que el mercado está escorado a favor de Rosalía no pone freno a la creatividad de nadie y tal vez pueda disfrutar de su música en momentos adecuados. Como tampoco nadie que se suscriba a Ctxt o eldiario.es quiere que los buenos de Antonio García Ferreras o Iñaki López se queden en el paro, aunque tal vez sí desee contrarrestar algunas hegemonías. Siento de nuevo que esta vez Rosalía se me haya quedado del lado de Atresmedia. Disculpen otra basta analogía.

    Hace 6 años 2 meses

  4. Isaac Renard

    Decir "La idea de que ciertas identidades tiene la llave de un patrimonio cultural determinado suena imposible en un mundo global y en una cultura digital" es de algún modo casi como decir quiasmaticamente: "en una cultura digital y en un mundo global ciertas identidades (a saber, las no competitivas a nivel global) parecen imposibles por no tener (ya) la llave de su patrimonio cultural determinado (y determinante)".

    Hace 6 años 2 meses

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