Quedamos así.
Quedamos así, en eso.
Quedamos así, en eso, así.

Quedamos así,
Quedamos así, en eso.
Quedamos así, en eso, así.

La reiteración es uno de los rasgos más representativos del dúo barcelonés compuesto por Manolo Martínez y Genís Segarra. En esta melodía emblemática, bulliciosa y alegre, la reiteración aparece como manifestación del léxico cotidiano:

Me llamáis
cuando sepáis a dónde vais,
me llamáis.

Si no estoy,
llevo el móvil encima,
lo llevo encima, el móvil.

Minúsculas variaciones, permutaciones de un lenguaje trivial que fijan, por un instante, la fugacidad de nuestros hábitos diarios. La canción recoge (y en tal medida protege) ese coloquialismo insignificante y mundano que es a su vez el que empleamos en la mayor parte de nuestros intercambios comunicativos. Parece una celebración de la intrascendencia pero, a medida que el tema se aproxima a su desenlace, se descubre otro pastel. La intrascendencia en Astrud es a menudo una maniobra de distracción. En este caso, una disposición crónica hacia el deseo de los otros que esconde un desolador vacío comunicativo. La estrategia reiterativa, que en un primer momento había hecho perdurar lo menospreciable, también lo ha descompuesto hasta el absurdo.

 En un tema como ‘La última’ la repetición se lleva más y más lejos, hasta esconder una duda metafísica que deviene angustia existencial. 

Para cada cosa hay una vez
que es la última, la última,
la última, última,
la última, la última,
la última, última. 

El temor potencial ante la clausura definitiva que reside en cada uno de nuestros actos se contagia a la canción, que se resiste a terminar. 

 Así que desde que he tenido esta intuición
ya nada me sucede suficientes veces.
Y cada vez que me repito,
me pregunto: ¿es ésta la última vez que me repito?

El final de la canción es el potencial final de la vida, lo que produce el efecto de prolongarse en bucles continuados en el cerebro de cada oyente. La reiteración, aquí, es supervivencia. Como no podía ser de otro modo, la canción termina con una interrogación. 

Y cada vez que me pregunto, 
me pregunto: ¿es ésta la última vez que me pregunto?

Para alguien con un “cerebro reverberante” como yo (en acertada definición de mi madre) la canción es letal. Disfrutarla es condenarse a circunvoluciones exhaustivas y agotadoras pero satisfactorias.

Por lo general la reiteración aparece con un matiz irónico aunque en esta canción “de amor” adquiere (como en casi todo Astrud) un aspecto pasivo-agresivo de significativo sadismo. 

Sé que cuantas más, sé que cuantas más 
veces te lo diga peor será.
Sé que cuantas más, sé que cuantas más
veces te lo diga peor será.
Ya lo sé, sabes que lo sé,
allá voy otra vez.
Te quiero, la culpa es mía,
la culpa es mía.
Te quiero, la culpa es mía,
la culpa es mía.
Échamela a mí,
la culpa.

Astrud parece advertirnos, a pesar de sus sintonías desenfadadas, de los peligros que se esconden tras la voz amante que nos pide disculpas. Detrás del perdón hay un narcisismo patológico suplicante atrapado en dinámicas destructivas. 

 No intentes cambiarme, échame la culpa.

 La reiteración en “La culpa” no es otra cosa que acoso y derribo y hasta maltrato potencial, como bien se desvela al final de esta otra joya, “Me afecta”.

 No me respondes cuando te hablo,
y me afecta, me afecta.
Cuando me paro y tu sigues andando,
me afecta, me afecta.

Si te me quedas mirando de aquella manera,
me afecta.
Si al final no hemos hablado de nada,
me afecta, me afecta.

Nunca me llamas sólo por llamarme,
y me afecta, me afecta.
Cuando al final queda claro que no te interesa,
me afecta.

Una vez más el acto del habla, desprovisto de contenido, produce un desasosiego, desasosiego cada vez más inquietante en la voz que nos habla, voz protagonista encarnada en el cantante del grupo, Manolo Martínez, en la que en buena medida nos sentimos obligados a confiar.

Me afecta aunque no te lo digo,
a veces me encierro en mi cuarto,
eso sí que lo has visto.

Espero hasta que se me pasa,
me digo que no ha sido nada,
te partiría la cara,
eso sí que lo has visto.

La juguetona melodía pop ha enmascarado el verdadero carácter de la voz cantante para finalmente descubrir un desestabilizador y escalofriante final. Las últimas estrofas de la canción murmuran:

O cuidas de mí o cuídate de mí.

Muchas de las canciones románticas de Astrud terminan con la aniquilación de una de las dos partes implicadas. No encontramos aquí cantos de amor que idealizan ni lamentos de desamor que, por descontado, también refuerzan el romanticismo, aunque sea en negativo. Tan solo dependencia, compasión y violencia que culminan en una obra mayor como “Masaje”.

Me quieres hacer un masaje,

me parece bien.
Me pides que cierre los ojos
y que me esté tranquilo, ya sé para qué.

Me coges el tono del cuello
y empiezas a hablar
de lo que yo siempre hablo
para que no me fije en que ahora aprietas más.

El placer y el deseo experimentan sistemáticamente retardo y demora. El amor como “dejarse llevar”, como “ausencia de sí”, esconde un abandono totalmente mortífero. El deseo, siempre fóbico en Astrud, acaba en la eliminación personal. 

Acaba ya, acaba de una vez conmigo.