“El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban”.

Kate Millet  

– Creo que voy a morir, tengo un grave trastorno.

– ¿Qué sientes?

– Me voy a quedar sola toda la vida, tengo un gran vacío, no puedo respirar. Ningún hombre va a quererme nunca y yo les necesito.

– Vamos a tratar de racionalizar esto. Por suerte a día de hoy no necesitamos a los hombres, somos independientes. 

– ¿Entonces a lo mejor puedo curarme?

– De amor romántico, sí. Vamos a empoderarnos juntas. 

Esta conversación ficcionada aunque realista se produce en una terapia psicológica de género. En el momento en el que te encuentras con que no es que seas un bicho raro, no es que sufras de más o seas una histérica; sino que mucho de lo que llevas encima tiene que ver con el amor romántico y el sufrimiento que conlleva, y que es algo que sucede por desgracia a casi todas de nosotras, te quitas un peso de encima. Mal de muchas, consuelo de tontas podemos decir; pues sí. 

Uno de los problemas que tenemos con la manera de relacionarnos en una pareja hetero cis –es la que conozco– es que creemos que el hombre va a sacarnos de nuestros problemas, miedos y vacíos existenciales. Además de todo ello, no sólo tenemos en muchos momentos una dependencia económica fruto del patriarcado y la brecha salarial o los cuidados; sino que la dependencia emocional puede convertirse en una cárcel de la que es difícil escapar. 

Para entender dónde nos encontramos en importante conocer las diferencias en la construcción social entre hombres y mujeres. Mientras nosotras seguimos siendo unas solteronas amargadas incompletas que no tienen aguante, “ellos siguen apareciendo como completos, universales, independientes al margen de que tengan o no detrás a alguien que abastezcan sus necesidades físicas o emocionales”, tal y como cuenta Mari Luz Esteban en Crítica del Pensamiento Amoroso. 

Sin embargo, y citando a Marcela Lagarde, “con la perspectiva feminista aparece por primera vez en la historia de la humanidad el amor como algo que no es irremediable ni funciona como una avalancha que te arrastra y te arrasa la vida”. Es momento de deconstruirnos y poder construir un amor en el que se negocie, se decida, se opte, características que tienen que ver con la libertad. Es esa búsqueda de amor a cualquier precio lo que nos hace presas de nosotras mismas, y serviles a un amor que no nos posibilita la libertad individual. 

El mito del amor romántico ha sido estudiado por numerosas teóricas del feminismo a lo largo de la historia. Los procesos de socialización son diferentes para mujeres y para hombres. Las creencias y los mitos alrededor del amor son para las mujeres un eje fundamental y un proyecto vital prioritario. Desde niñas somos bombardeadas con propaganda que nos incita a entender que nuestro fin y rol vital es encontrar el amor romántico, ser madres, cuidar y ver crecer a nuestros hijos para después cuidar de nuestros nietos. Ya lo hemos repetido muchas veces: los cuentos, los libros, las películas de Disney han contribuido a generar un imaginario colectivo en el que la única manera de vivir en felicidad absoluta tal y como muestran es encontrar una pareja, un hombre que te salve y te ame por los siglos de los siglos amén. Cuando de repente chocas con la realidad del mito del amor romántico y eso se junta con que además vivimos en plena modernidad líquida de Zygmunt Bauman, donde todo se consume rápidamente, las relaciones son efímeras o no lo suficientes, te encuentras perdida, desubicada, fracasada y vacía; se intercambian cuerpos y se crean relaciones en la red como si de mercancía se tratara en un escaparate de supermercado. No has cumplido con lo que se esperaba de ti. Y es por eso que muchas mujeres, más de las que nos gustaría, se quedan atrapadas en relaciones tóxicas que no les hacen ningún bien, y como lo personal es político, no nos hace ningún bien a ninguna de todas las demás. 

Sin embargo, no estamos aquí para culpabilizarnos, que bastante tenemos. Nos encontramos en un momento de aprendizaje profundo y colectivo, en esta cuarta ola feminista que nos hace replantearnos muchas cosas, también la manera de relacionarnos afectivamente desde el respeto y el apoyo mutuo. 

El asumir que somos medias naranjas en busca de nuestra otra media naranja sigue siendo fuente de una angustia vital profunda. El hecho de que la prisa y la presión social a partir de los 30 sean cada vez más intensas hace que en algunos casos nos veamos en momentos de dependencia y tomando decisiones que nos sabotean a nosotras mismas. Ello hace que nos quedemos a veces en un limbo, en un vacío sentimental y existencial, pero es porque a veces no hemos sido capaces –no nos han dejado- construir otro tipo de vínculos con otras personas más allá de lo sexo afectivo. 

Yo tengo la suerte de tener un grupo de apoyo en el que cuidamos y somos cuidadas, nos amamos, nos reímos, lloramos, ponemos en común, pero sobre todo tratamos de repetir lo que aprendimos en el 15M y trasladarlo a nuestra vida cotidiana. A mí la vida me enseñó a construir un tipo de relación alrededor de la cual giraría todo lo demás, y muchas veces me he perdido a mí misma, descuidando a los y las demás. No deseo que mi sufrimiento ni el de tantas otras mujeres quede en el olvido y no se transforme en una construcción del amor y las relaciones más saludables de las que hemos conocido. 

Por todo esto veo fundamental la educación en nuevas generaciones de niñas, que aprendan a amar y recibir amor de una manera sana, horizontal, sin dependencias ni necesidades, sin sufrimientos innecesarios, sin expectativas imposibles. Llevamos muchas generaciones ya de sufrimiento y ese aprendizaje debe servir de algo. Hagamos con nuestras vidas lo que podamos, pero dejemos una generación preparada para amar de otras formas posibles.