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Sayak Valencia / Filósofa autora de 'Capitalismo gore'

“Los sicarios obedecen las lógicas del neoliberalismo y el mandato del machismo”

Lola Fernández 21/11/2018

<p>Sayak Valencia. </p>

Sayak Valencia. 

Foto cedida por la entrevistada.

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Sayak Valencia (Tijuana, 1980) es filósofa, poeta, ensayista, impulsora del primer manifiesto transfeminista elaborado en España y profesora e investigadora titular en el Departamento de Estudios Culturales de El Colegio de la Frontera Norte en Tijuana. En Capitalismo gore (Melusina), Premio Estado Crítico 2010 al mejor ensayo, expuso cómo la producción de violencia se ha convertido en el eje vertebrador del sistema político, económico y cultural mexicano, un país que hoy atraviesa la época más sangrienta de su historia: al menos 85 personas han muerto asesinadas cada día en el último año. Su quehacer sigue centrado hoy en cómo la “necropolítica” trabaja para el proyecto neoliberal global en una escalada distópica, que requiere cada vez más efectividad y rapidez a la hora de elaborar herramientas conceptuales que nos permitan nombrarla, pensarla e intentar desactivarla. Su visita al Instituto Crítico de Desaprendizaje de La Vorágine (Santander) dejó un mensaje inquietante: las lógicas que se han ensayado en el laboratorio político de la frontera mexicana viajan ya al mundo rico. Nos advirtió: “Vengo del pasado para decirles lo que les va a suceder”.

¿Qué papel juega Tijuana en su producción filosófica, política y artística?

Es el centro neurálgico de mi pensamiento, aunque sin esencializarlo. Es cierto que Tijuana, como lugar fronterizo, produce lazos fronterizos en el pensamiento. Pero no es simplemente un lugar de abstracción. No es solo que lea a las pensadoras chicanas, sobre todo a Chela Sandoval pero también a Gloria Andalzúa, Cherry Moraga y otras. Ni que la descripción de las condiciones de contradicción entre el primer y el tercer mundo (uso esta nomenclatura incómoda porque sí creo que hay un desfase importante de la distribución material entre ambos) permita ver que hay un mundo por medio que no existe y, entonces, tenga una intención de crear puentes discursivos, políticos y de otro tipo. Tijuana, como frontera compleja y cruda, impide cualquier romantización o glamurización.

Estoy en una relación afectiva con el espacio fronterizo, en una relación de afectación compleja y contradictoria. No celebro las fronteras solo porque lo son, porque existe una hibridación de cuestiones o pasan cosas distintas a las que ocurren en lugares más hegemónicos. Simplemente nos tocó esta precisa convergencia, esta distopía desde la que puedo ver muchos lugares y comprender ciertas convergencias. El lugar es messtizo [un juego de palabras con mestizo y mess, caos, desorden, en inglés] y eso ayuda a pensar cosas que, en principio, son imposibles de pensar, pero que aquí cristalizan en la realidad: aquí ocurre lo que no puede ocurrir donde la certidumbre y el régimen de verdad aún promete cosas. Esta frontera es un laboratorio neocolonial que está constantemente reinventándose debido a los asedios neoliberales: lo hizo para satisfacer las necesidades de alcohol en la ley seca; luego las de juego y mujeres del turismo estadounidense y más tarde acogió la irrupción de las maquilas. Tijuana es una ciudad ultraneoliberal pero también una ciudad de emigrantes, cosa que ha enriquecido mucho las gramáticas de interpretación, hasta el punto de que no podemos afirmar ningún nacionalismo. En todo caso, cierto chovinismo en cuanto al propio Tijuana. Pero, ya te digo, sin ningún regocijo. Aceptas que, además de los lugares cosméticamente neoliberales, también existen distopías como Tijuana, el garaje de San Diego. Y también que, para interpretar la extrañeza en la que vives completamente imbuida, tienes que hablar lenguas extrañas. Esta habla está escribiendo cosas que ustedes aún no están viviendo o que están ya viviendo pero aún no nombran. Entonces, Tijuana es un lugar de enunciación de cosas que son imposibles de nombrar en otros contextos.

¿Cómo funciona hoy el “capitalismo gore”?

La lógica es distinta a la de hace ocho o diez años porque la frontera es un lugar muy veloz y cuando una quiere aprehender un fenómeno que está sucediendo, este ya se está desintegrando. Mi teoría sostiene que el capitalismo es gore: se alimenta de sangre. Si Marx decía que todo lo sólido se desvanece en el aire, hoy podríamos afirmar más bien que todo lo sólido se edifica sobre sangre. Capitalismo gore describe una lógica muy predatoria donde la muerte y el asesinato se vuelven formas de trabajo, de supervivencia y de restitución simbólica para ciertas poblaciones sujetas a una precarización laboral constante y estimuladas por una lógica de hiperconsumo que no pueden satisfacer: jamás podrán comprar las cosas que les publicitan. Paralelamente, existen unas empresas o necroempresas que, en su momento, prometían grandes beneficios a quien se incorporara a sus filas. Surge el proletariado gore y, luego, el precariado gore, porque también se ha flexibilizado el trabajo de muerte y cada vez pagan menos. En principio aseguraba ingresos importantes, pero ahora hay que matar a destajo para ganar. Además, ya no es una economía que se circunscribe al crimen organizado o las drogas, sino que se ha diversificado y se ofrece a otros sectores, como el de seguridad o el de la venta de recursos minerales.

Sin embargo, los sicarios no solo buscan un salario, sino que obedecen de manera vicaria las lógicas del neoliberalismo (ser exitosos y cumplir con toda la fantasía de consumo) y el mandato nacional de machismo, donde el macho es aquel que desprecia la vida de los demás, tiene fuerza, desafía el peligro y se juega la vida porque esta no vale nada, como dice la canción más emblemática de México que, además, se llama “El Rey”. Esta lógica de machismo estructurado y estructurante de la masculinidad en México, donde la muerte es una herramienta de honor y prestigio, aunado a esta economía de la muerte y a las demandas neoliberales que cristalizan en el crimen organizado crea una bomba molotov. El capitalismo gore no es simplemente una economía criminal, sino que refuerza ciertas lógicas y coreografías sociales en torno al género y al machismo. La aportación del capitalismo gore no es simplemente describir la predación del neoliberalismo, sino cómo se conjunta con lógicas coloniales de subhumanización de ciertas poblaciones y cristaliza en un sujeto masculino que tiene que engarzarse en esas lógicas para volverse moderno, civilizado, proveedor. Le digo a eso narcomodernidad, pues también existe cierta exorcización de la raza: el dinero blanquea. Otro aspecto del capitalismo gore es su uso predatorio de los cuerpos, con una violencia especialmente espectacular sobre el cuerpo de las mujeres, donde el tráfico humano se convierte en nicho de mercado de la economía subsumida que mantiene a la economía formal. Esa violencia está, además, cosmetizada y estetizada, pues no solo es un lugar de trabajo, sino un espacio de socialización, de consumo y de construcción de un imaginario cultural vinculado a la normalización de la muerte.

La creciente precarización en las industrias gore, ¿compensa el escaso salario con un mayor peso de lo simbólico?

Existe una especie de necromarketing. Ahora estoy trabajando en cómo el capitalismo gore no se limita a la producción material de la muerte, sino que también produce imaginarios simbólicos en torno a la normalización de la violencia, como pactos visuales que se hacen por su normalización y que se distribuyen no solo entre los sectores aspiracionales del crimen organizado, sino entre las clases medias y altas. En series como Narcos o Sense 8 se ponen en juego iconografías del crimen organizado y la muerte que normalizan la masculinidad para la violencia. Se trata de una vuelta a estas masculinidades guerreras del hombre que se hace a sí mismo, como vemos por ejemplo en Breaking Bad, una serie de culto, o Fariña. Para estos hombres, una forma de exorcizar la precariedad y la desvinculación emocional tiene que ver con el despliegue de fuerza, de violencia, con convertirse en una máquina de guerra.

Es interesante volver a esa conexión entre masculinidad y el estado-nación: desafía la percepción contemporánea de la igualdad formal sostenida por las democracias neoliberales occidentales.

Estoy trabajando en la masculinidad como proyecto necropolítico no solo en México, sino desde la perspectiva de que el estado mismo es masculino. Dependiendo de los contextos históricos y sociales, podríamos vincular la producción de masculinidad directamente con el Estado. Si observamos la justicia patriarcal de la que están siendo objeto las mujeres en este país, sí creo que podríamos pensar el Estado como patriarcal en el sentido de que la justicia solo se reparte hacia la masculinidad. También podríamos hablar de la producción del ciudadano como un minisoberano que es parte importante del encumbramiento del los estados-nación y de la idea de las democracias y las repúblicas, pero que como piedra angular tiene la racionalidad sexopolítica de la masculinidad y su capacidad para otorgar muerte o gestionar otras poblaciones a través de la violencia. Textos muy importantes como El contrato sexual (1988), de Carol Pateman, ya habla de la producción de las fratrías en el siglo XVIII, de cómo el estado es masculinista y de que la figura del ciudadano no es sinónimo de humanidad sino una declaración formal sobre quién tiene la potestad sobre el gobierno y la legislación de los cuerpos. Eso no significa que el Estado no incluya a mujeres: estas pueden ser parte de un Estado fundamentalmente necropatriarcal o patriarcal. Tendríamos que trabajar mucho en las especificidades, pero creo que podríamos hablar de un régimen de género transnacional global, quizá con hegemonías regionales distintivas, pero en las que la figura del empresario, el gerente y el hombre empoderado económicamente sí es una transversal en las economías sexuales de la masculinidad. Al menos sí en Latinoamérica y España, porque compartimos historia colonial y nos hemos influido mutuamente, aunque esa influencia no sea visible.

Otra relación que no aflora y que termina espectralizada es la operación interrelacionada entre capitalismo, género y racismo en la modernidad/colonialidad. Tu nuevo trabajo incorpora a este marco el fascismo.

Sí, hablo del fascinante fascismo y la fascinante violencia: la violencia como una herramienta que se ha ido aplicando discrecional o espectacularmente, dependiendo del contexto. En los espacios coloniales será espectacular, expresamente aleccionadora y ejemplificante, pero que acá la sofisticación de la técnica civilizatoria y del proyecto de muerte cristaliza en el fascismo, no solo alemán, que esconde sus horrores a través de los hornos y el ocultamiento de los cuerpos. En realidad, se trata de un perfeccionamiento de las técnicas de muerte que ya se habían practicado durante 500 años en otros espacios. Ustedes no conectan el fascismo con la colonia porque no les ha tocado vivir la lógica colonial. Por eso es tan significativo el espacio desde el que piensas, porque te permite conectar cuestiones. Desde Tijuana, veo venir cosas aquí que ya teníamos antes allí, por eso digo que vengo del pasado a decirles lo que pasó para que sepan lo que les va a suceder en el futuro. Otra razón por la que ustedes no lo conectan fascismo y colonia es porque, normalmente, la forma de pensar la violencia tiene que ver con el otro, y el otro casi siempre es deshumanizado y racializado, otrorizado, para poder verlo. La gente europea no se concibe como racializada, sino blanca y casi siempre sin cuerpo, gente pertinente que no se tiene que hacer la pregunta ontológica por su ser: simplemente está ahí y da todo por sentado. El fascismo no es el colonialismo, pero sí técnicas perfeccionadas de este aplicadas a poblaciones europeas. Hay una conjunción entre la estética del fascismo, las lógicas necropolíticas y el neoliberalismo que es en sí un triunfo del fascismo, solo que se vuelve cosmético. De hecho, a lo largo de los 80 y 90 va eliminando la figura incómoda de los grandes dictadores latinoamericanos. Existe una continuidad clara de las lógicas, pero la progresiva sofisticación de sus formas y su rediseño constante hace que no sean perceptibles. El neoliberalismo se tragó el fascismo porque su proyecto es mayor que el de este, un gran proyecto de expansión económica como también lo fue el colonialismo. 

¿Qué síntomas del capitalismo gore percibe en la realidad española?

Para empezar, el fallo contra la mujer que fue violada en Pamplona: la excarcelación de la Manada me parece un pistoletazo de salida para la impunidad, para que surjan cuadrillas de violadores que pretendan aleccionar a las mujeres, sobre todo ahora que se visibiliza un movimiento feminista muy organizado, con una convocatoria tremenda y cada vez más transversal, aunque falte por integrar la visión de lo racializado. El hecho de legitimar estas cuadrillas puede suponer un dispositivo de desarme y fragmentación para que el movimiento se calme, pues puede llegar a ser peligroso no solo por su potencia y su influencia sino porque se está poniendo de moda y funciona a muchos niveles.

Si una cultura de la violación se institucionaliza de manera no declarada, se pueden llegar a crear nichos de mercado muy distópicos que ejerzan un efecto llamada y venga gente de fiesta a violar. Pasó en México, cuando comenzaron los crímenes contra las mujeres en Ciudad Juárez. Eran de una saña infinita y se llegó a hablar de películas snuff: que por unos cuantos miles de dólares podías acudir allí a matar a una mujer. Es terrible, pero sucede. Hay gente que tiene la fantasía de cazar y violar, porque la imaginación sexual está muy vinculada al porno y al despliegue de violencia, y que lo puede pagar. También veo cómo la precarización laboral y la creciente iconificación de los narcos puede también aquí llevar a la gente desempleada, la que no tiene proyecto de vida y ha agotado las opciones de asegurarse la supervivencia, a adscribirse a las lógicas criminales. En México, la aparición de bandas que venden seguridad o que desalojan espacios que hoy empezamos a ver aquí ha terminado creando ejércitos privados en empresas que llaman seguridad a lo que es violencia intimidatoria. Ciertas cuestiones que desde la percepción española puedan resultar escasas y desconectadas, ya ocurrieron en México. No sé si llegarán a crear un estado necropolítico como el de allá, pero sí que producirán una necropolítica pública, una administración de la muerte desde los estados que generan impunidad para deshacerse de las mujeres, las minorías, los pobres y los disidentes en una guerra no declarada. Creo que estos fenómenos, más allá de quién esté en el poder, pertenecen a las lógicas del neoliberalismo y a su manera específica de ejercer su gerencia en cada uno de los estados.

Volviendo a esa relación que describes entre colonialidad y fascismo, ¿por qué nos cuesta tanto a los europeos o a los españoles blancos enfrentar este mecanismo de la producción del otro, de la racialización, de la deshumanización?

Bueno, tendríamos que analizar mucho y la cartografía política de Europa es muy diversa, pero pienso que no hay conciencia de los actos de barbarie que se han cometido en otras poblaciones porque, no sé si el resto de Europa, pero España trabaja con la culpa todo el rato: tenéis culpa para no tener responsabilidad. Si nos saltáramos esta cuestión de la culpa y enfrentáramos la responsabilidad social, creo que aquí hay una mentalidad de lucha que haría un trabajo fuerte por tender lazos y alianzas con aquella parte del mundo. Además, se darían cuenta de lo que viene para ustedes y no lo permitirían: se politizarían de una manera no solamente partidista, en diálogo con el soberano, sino con otro tipo de conciencia que reactivaría la lucha por la republicanización de este espacio. Que ustedes se dieran cuenta haría que España explotara como dispositivo político de gobierno de poblaciones muy diversas.

¿Nos puede ayudar en ese camino la experiencia de ser otrorizados, pienso en tantos españoles que han tenido que migrar al norte de Europa para trabajar, o la precariedad?

Situarse en un lugar de vulnerabilidad hace que uno pueda ver las vulnerabilidades de otros y la experiencia de un cuerpo vivido vulnerable hace que uno pueda entender que otros hayan sido vulnerabilizados: entiendes tus privilegios y tus antiprivilegios y puedes crear una empatía radical con respecto a otras minorizaciones. Alguien a quien nunca le ha pasado nada y vive en un espacio de seguridad mental, difícilmente podrá imaginarse la distopía, aunque tenga mucha imaginación política. Pero si vives este proceso de distopización en tu propio espacio puedes ser más consciente de lo que sucedió en otro momento, de lo que está sucediendo a tu alrededor o de la vulnerabilidad que tú misma puedes estar provocando en otros de manera cómplice o indirecta, no rentando de la masacre del otro sino estando anestesiado con respecto a ella. Se pueden dar las condiciones para crear un espacio de alianza social transnacional importante entre Latinoamérica y España, para crear un puente desde otro lugar.

¿Cómo vincularnos sin generar jerarquías, sin postergar ni ser postergados?

Con ensayo y error. A veces, cuando conectas no solo a niveles discursivos sino afectivos ni te lo preguntas: simplemente funciona. Claro que existe una programación de dominación, porque así lo dicta Occidente. Afortunadamente para nosotras, las racializadas que hablamos con acento y con fallas, existe un afuera de ese Occidente –que es mucho de lo que nos constituye– que nos permite tener una concepción distinta. Pero las jerarquías están ahí como mandato civilizatorio e incluso como el mandato primero que permite articular un hablar: al posicionarte como sujeto que habla y que piensa que va a ser escuchado ya estás asumiendo una serie de cuestiones que jerarquizan. La gramática de Occidente no es una gramática de la multitud sino de la racionalidad, y la racionalidad jerarquiza, taxonomiza y reproduce relaciones de poder porque así es el aparato de percepción y socialización que incluye. Es como un circuito cerrado. ¿Cómo romperlo? Pensando a la otra persona con capacidad y autonomía y no darla por sentada. No asumir que una mujer latinoamericana será probablemente inmigrante, pobre y sin papeles ni remujerizar y colocar en un sitio determinado a una chica porque la leo como tal, porque muchas personas se salen de los marcos de inteligibilidad. Y entrar en una práctica de ensayo y error para ir enmendando taxonomías y desjerarquizando, aunque sigamos sujetos a cierta cartografía de ordenamiento. Creo que lo que más importa en este minuto es cuidar y querer a los otros como una forma de aproximación que busque más que comprender, que implique un me importas porque me afectas, sabiendo que mi afectación puede ser muy negativa o disruptiva para mí, pero queriendo estar ahí porque no entiendo porqué me causa tanto malestar o porqué me siento tan feliz en un lugar que desconozco completamente.

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Lola Fernández es periodista e investigadora doctoral en medios, mediaciones y feminismo de la Universidad de Oviedo (@genericidios)

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Lola Fernández

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