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La justicia negada a Giulio Regeni

La familia del joven asesinado hace dos años en El Cairo está convencida de la participación del Estado en el suceso y de que el propio presidente Al Sisi estaba al corriente

Ismael Monzón 26/12/2018

<p>Acto en recuerdo de Giulio Regeni.</p>

Acto en recuerdo de Giulio Regeni.

Alisdare Hickson

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Tres años después, Paola Deffendi y Claudio Regeni eligen sus apariciones públicas de forma selectiva. Pocas entrevistas, escasa exposición mediática y un alto grado de concentración en todo lo que contribuya a la persecución de justicia para su hijo protagonizan su vida. En todo este tiempo han esquivado el morbo. Por eso, cuando llegan a la sede de la federación de periodistas italianos son tan respetados. El acto debe durar dos horas: una hora y media para la conferencia y otros treinta minutos para los reconocimientos mutuos. Paola no deja de agradecer el esfuerzo a abogados, fiscales y a la prensa. “Nos hemos convertido en un equipo”, asegura. Sin ellos, piensa, la memoria de su hijo, Giulio Regeni, se habría perdido entre las efímeras páginas de la crónica negra. Desde principios de 2016 la familia lleva luchando para que el asesinato del joven, secuestrado y torturado en Egipto, tenga unos culpables. Cientos de plazas de toda Italia lucen carteles en los que se lee “Verdad por Giulio Regeni”. El recuerdo sigue intacto. En las últimas semanas, la Fiscalía de Roma ha inscrito a cinco agentes de la Policía y de los servicios secretos egipcios en la lista de investigados por su muerte. Pero el expediente judicial que debe descansar en algún cajón de El Cairo, el único lugar en el que los asesinos pueden cumplir realmente una condena, también permanece inmutable ante la inacción de sus autoridades. “Vemos que el escenario se va definiendo y aunque nos veáis bastante normal, realmente sigue siendo igual de difícil”, reconoce el padre del chico. El caso avanza lentamente, se van destapando certezas siempre camufladas, pero las posibilidades de que haya justicia no han dejado de ser remotas. 

Giulio Regeni era un estudiante italiano de 28 años, nacido en Trieste y criado en la provincia de Udine, que había llegado en 2015 a El Cairo con la intención de estudiar el movimiento sindical egipcio para su doctorado en Cambridge. Alumno brillante, ganó varios premios a nivel europeo, antes de que la universidad británica le otorgara una beca de 10.000 libras para que completara sus estudios, en colaboración con la Universidad Americana de El Cairo, la más prestigiosa de este país. El joven se manejaba en árabe, por lo que mantenía de forma autónoma una red de contactos con distintos representantes de los vendedores ambulantes, el sector en el que había centrado su investigación. Las agrupaciones de trabajadores jugaron un papel importante durante las revueltas que acabaron en 2011 con la dictadura de Hosni Mubarak, de modo que Regeni quería comprobar cómo se habían transformado tras la vuelta al régimen militar de manos de Abdelfatah Al Sisi. Tradicionalmente estos sindicatos eran una suerte de movimientos verticales, controlados por figuras del aparato gubernamental. Y precisamente, el líder de uno de estos colectivos fue quien le traicionó. En un vídeo grabado por este hombre –que fue estudiado por el fiscal general egipcio– se ve cómo Giulio se niega a entregarle un dinero que éste le pide. Fueron las últimas imágenes que se han podido ver del estudiante con vida. Después, el representante de los vendedores ambulantes reconoció haberlo denunciado a la Policía como un servicio a la patria. 

El 25 de enero de 2016 se perdió la pista de Regeni. Ese día se conmemoraba el quinto aniversario del inicio de las protestas que acabaron con Mubarak, una fecha simbólica en la que el régimen ha aumentado siempre el celo para evitar siquiera que los egipcios recuperen la memoria. El joven tenía previsto asistir a una fiesta de cumpleaños cerca de la emblemática Plaza Tahrir, el corazón de la revolución, pero nunca llegó a su destino. Nueve días más tarde, su cadáver fue encontrado en la cuneta de una carretera que une El Cairo con Alejandría, con evidentes signos de tortura. Tenía contusiones por todo el cuerpo, varias costillas rotas, decenas de huesos fracturados y quemaduras producidas por cigarrillos. Su madre confesó más tarde que había reconocido a su hijo “sólo por la punta de la nariz”. Sin embargo, la primera versión del Gobierno egipcio fue que se había tratado de un accidente de tráfico. Mantuvieron incluso la teoría hasta los imprescindibles análisis forenses. Y después, obligados por las evidencias, se abonaron a todo tipo de conspiraciones, como que el joven actuaba en realidad como espía, que traficaba con drogas, que había sido víctima de un crimen entre homosexuales o que cayó en manos de una milicia de los Hermanos Musulmanes. Un par de meses más tarde, dieron el caso por cerrado. Los servicios secretos egipcios comandaron una operación que acabó con la muerte a tiros de cuatro supuestos miembros de una banda criminal que habría asesinado al joven. En su piso encontraron perfectamente ordenada una bolsa de deporte con la bandera italiana, junto con el pasaporte, tarjetas de crédito y carnés de la universidad de Regeni. La versión fue desmontada, naturalmente, por los fiscales italianos. Aunque para la abogada de la familia, Alessandra Ballerini, “el hecho de que colocaran allí toda su documentación es un indicio bastante fuerte para pensar que el aparato de inteligencia estaba implicado en el crimen”. 

Italia retiró en aquel momento a su embajador de El Cairo y abrió una investigación en paralelo, al comprobar que la colaboración por parte de sus colegas egipcios sería inexistente. Las grabaciones de las cámaras de seguridad del metro, por donde Giulio había pasado poco antes de ser secuestrado, se habían borrado. Incluso varios expertos jurídicos especializados en derechos humanos, que investigaban el caso desde el país árabe, fueron arrestados posteriormente. Tras la llegada al poder del mariscal Al Sisi, las ONG han reiterado que decenas de miles de egipcios han desaparecido, muchos de ellos internos en cárceles militares que oficialmente ‘no existen’. La represión también ha provocado miles de muertos. Pero el régimen militar habría traspasado la línea roja de acabar con la vida de un occidental, que simplemente quería conocer cómo funcionaban las entrañas del Estado.  

Durante algunos meses el Gobierno de Roma mantuvo la presión, pero a medida que fue pasando el tiempo la política fue ganando terreno a las demandas de justicia. Andrea Dessi, experto en el Mediterráneo y Oriente Próximo del Instituto de Relaciones Internacionales italiano, reconoce que “al principio la opinión pública reclamaba que el Ejecutivo ofreciera una reacción fuerte”. “Sin embargo, los intereses estratégicos y económicos se han ido imponiendo. Italia no puede perder el apoyo de Al Sisi en el control de las fronteras con Libia, donde además tiene una relación fundamental con el jefe militar Jalifa Hafter. Y además, la empresa pública ENI tiene inversiones a las que no está dispuesta a renunciar en los yacimientos de gas al norte del país”, añade el analista. Un año después de la retirada del embajador, Roma terminó enviando un sustituto.

El pasado noviembre, Abdelfatah el Sisi fue uno de los pocos jefes de Estado que aceptó la invitación a la cumbre sobre Libia que organizó Italia en la ciudad de Palermo. Su presencia era una condición imprescindible para poder reunir en una misma mesa al jefe del Gobierno de Trípoli, Fayez al Sarraj, y al mariscal Hafter, que controla militarmente la región de Cirenaica, al este del territorio. Aunque el encuentro terminó siendo un fiasco tras la espantada prematura del militar y la retirada de Turquía. Italia siempre ha intentado sostener a Al Sarraj –reconocido por la comunidad internacional– marginando a Hafter, pero desde que se propuso controlar los flujos migratorios que pasan por Libia comprendió que la estabilidad del país sólo puede pasar por la integración de los distintos protagonistas, nunca dejando fuera a uno de los pocos hombres fuertes. En este proceso juega además un papel fundamental Francia, uno de los actores fundamentales en la caída de Gadafi, que ya ha movido ficha para intentar despojar a Italia de su histórica influencia en el país norteafricano. “Si Italia rompiera con el régimen de Al Sisi no sólo abandonaría el papel de primer socio comercial de Egipto en Europa, sino que estaría dejando un espacio en Libia que podría ser ocupado por otros”, insiste Andrea Dessi. Egipto cuenta con el apoyo financiero de Arabia Saudí y político de Rusia. Además, la Administración de Donald Trump ha acabado con todos los remilgos de Barack Obama a un presidente como Al Sisi, llegado al poder a través de un golpe de Estado. Y mientras, Francia y Reino Unido esperan su oportunidad en Libia. 

El propio Trump ha animado al primer ministro italiano, Giuseppe Conte, a ejercer su liderazgo en Libia. Y éste no puede ser empleado si no es de la mano de Egipto, que a su vez juega un papel estratégico para mantener el statu quo en la región a través de su acuerdo con Israel. Pese a que el nuevo Ejecutivo italiano –liderado por el Movimiento 5 Estrellas y la Liga– mantiene unas posiciones más proisraelíes, como demuestra la reciente visita del vicepresidente Matteo Salvini a Jerusalén, el investigador del Instituto de Relaciones Internacionales italiano no cree que el nuevo acercamiento a Egipto se deba a un cambio de caras en los palacios de Roma, sino a la tendencia que marca la realpolitik. Medio Gobierno italiano ha pasado ya en estos primeros seis meses de mandato por El Cairo sin incidir en el caso Regeni. “Yo he criticado a mi propio Gobierno por la inercia de su comportamiento”, afirma Luigi Manconi, expresidente de la Comisión de Derechos Humanos del Senado y diputado por el Partido Democrático en la anterior legislatura. El dirigente considera que ya el anterior gabinete socialdemócrata fue demasiado indulgente, pero “pasar de considerar a Al Sisi un interlocutor para definirlo como un amigo supone un salto hacia una indecorosa indignidad”. El periodista Alberto Negri, asociado al Instituto para los Estudios Políticos Internacionales italiano, escribe simplemente en el diario digital Linkiesta que si Italia ha fracasado en la defensa de un connacional es debido a su “escasa relevancia en la escena internacional” y a que “no tiene medios o prefiere no usarlos para elevar su presión al régimen egipcio”.

El presidente de la Cámara de Diputados, Roberto Fico, líder del ala más izquierdista del Movimiento 5 Estrellas, sí que ha realizado un gesto al romper oficialmente relaciones entre el Parlamento italiano y el egipcio, tras la investigación de cinco agentes del país árabe por la Fiscalía de Roma. También esta decisión tiene un carácter más simbólico que práctico, porque resulta impensable que El Cairo aceptara que miembros de sus fuerzas de seguridad fueran juzgados o cumplieran condena en Italia. De hecho, Egipto ya rechazó oficialmente en un comunicado la investigación a sus agentes. La abogada Alessandra Ballerini subraya que la lista de sospechosos que ella maneja contempla una veintena de nombres, entre los que se incluye el jefe de la seguridad nacional y altos mandos de los servicios de inteligencia y de la Policía. Sin embargo, apela casi a la buena voluntad o a la mala conciencia de los implicados para que puedan ser castigados: “Cada vez que cojan un avión, deben saber que pueden ser arrestados y no volver a sus casas”. La abogada opina que “conociendo el férreo control de Al Sisi resulta altamente improbable que no estuviera al tanto de lo que ocurrió”. Aunque la psicosis colectiva implantada en Egipto para apuntalar un Estado que ha hecho de su razón de ser la lucha contra los Hermanos Musulmanes, considerados responsables de todo mal que afecta al país, también deja la puerta abierta a que a un puñado de culpables se les fuera de las manos el castigo contra Giulio Regeni y acabaran asesinándolo. Una cadena en la que estarían desde el sindicalista soplón hasta las cloacas del Estado. La familia confía en que los tribunales italianos hagan por fin justicia, pero son muchos los elementos que juegan en contra para que los asesinos de Regeni paguen por lo ocurrido. 

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Ismael Monzón

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