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En septiembre de 2018, Fast Company publicó una entrevista inusitadamente larga con el director general de Spotify, Daniel Ek, de treinta y cinco años, que casi nunca concede este tipo de actos de prensa. En la entrevista, Ek reflexiona sobre el año en que salió de gira con un grupo (“me di cuenta de que la música no era algo que quisiera hacer seis horas cada día”), sobre lo que el cuartel general de Spotify denomina su junta de “apuestas” (proyectos nuevos que reciben el 40 o 50 % de los recursos de la empresa), sobre la sensación inicial que tuvo acerca de Discover Weekly (“en un principio no me di cuenta de su atractivo” y pensó que sería un “desastre”) y, bueno, sobre muchas cosas más.
Inevitablemente, el entrevistador presionó a Ek sobre las críticas que reciben las empresas tecnológicas de consumo. En su respuesta un tanto hostil Ek buscó distanciar a Spotify de la cultura de Silicon Valley y, en particular, de Uber: “El objetivo final de Spotify es conseguir que un millón de artistas puedan vivir de su arte”, afirmó Ek, pero “el objetivo final de Uber” es tener cero conductores. “Sé mi socio hasta que ya no te necesite”, concluyó, en referencia al sueño de Uber de contar con coches autónomos. “Esa es una propuesta de negocio bastante complicada”.
Viniendo de Ek fue un comentario bastante peculiar, sobre todo si tenemos en cuenta que Spotify obliga a los músicos independientes a trabajar como conductores de Uber, al depender de los caprichos de una plataforma que no pueden controlar, y cuyas “innovaciones” han cercenado una industria que antaño se parecía a una red orgánica de asistencia. Además, al menos un empleado de Spotify ha utilizado el término uberizado de “música autónoma” para referirse a las ambiciones de la empresa, lo que denota una estrategia concreta para convertir la creación musical y el descubrimiento en algo automatizado y basado en datos y, en la medida de los posible, libre de injerencia humana.
A finales de 2018, un estudio realizado por Citigroup concluyó que en 2017 aproximadamente un reducido 12 % de los ingresos de la industria musical fue a parar a los artistas
En lo que respecta al descubrimiento, las listas de reproducción han tomado recientemente una dirección más mecanizada, ya que Spotify ha comenzado a probar cómo funcionan las sugerencias algorítmicas en una selección de listas anteriormente dirigidas por humanos: Modo animal, Éxitos de chill, Dance party y Baladas metaleras “entre otras listas de género, década o estado de ánimo”, según ha informado Billboard.
Asimismo, Spotify comunicó su plan de contratar la música directamente a los artistas independientes, lo que haría que el leviatán del streaming se pareciera, de entre todas las cosas posibles, a un gigantesco sello discográfico (aunque juran que no lo son, de forma muy parecida a como Uber niega que sea un empleador). Si contrata la música directamente, Spotify contribuirá casi con seguridad a que desaparezcan las casas discográficas realmente independientes. Al leer este tipo de posibles acuerdos, es difícil no imaginar un futuro convertido por completo en un juego: una industria repleta de “contratistas independientes” que crean música en casa a solas, la venden a Spotify, luego actualizan con diligencia su muro de “Spotify para artistas”, comprueban su pestaña de “Estadísticas” y sueñan con aparecer en las listas.
Por eso, a pesar de las quejas de Ek, Spotify se está pareciendo cada vez más a Uber, una empresa que se presenta engañosamente a sí misma como un simple servicio que conecta conductores y clientes, y que alega utilizar gente común que quiere un trabajo secundario flexible. Sin embargo, es de conocimiento público que la mayoría de los países no considera a los conductores de Uber como empleados, que no reciben ningún tipo de prestación ni protección tradicional y que son “contratistas independientes”. Con solo ofrecer precios más bajos que los taxis tradicionales, Uber no ha dejado ninguna otra opción a los conductores veteranos que unirse a su plataforma. En otras palabras, no parece haber mucha “independencia” para los trabajadores de una industria que está dominada por una plataforma gigantesca, cuyo “producto” a menudo vende a los trabajadores tanto como vende a los usuarios.
La idea de que los artistas que firman con Spotify podrán ser igualmente “independientes” da la impresión de ser dudosamente similar. En realidad, es exactamente lo contrario: vinculará más si cabe a estos artistas con el nuevo centro de poder de la industria. A medida que los artistas dependan más de los servicios de reproducción (para la distribución, el marketing y los ingresos), más se beneficiarán estos últimos de la “disrupción” integral del modelo de distribución musical. Puede que esto sea particularmente cierto en el caso de los artistas y sellos independientes, que en su mayoría sufren como consecuencia de los cambios en la industria. Los contratos directos con Spotify agudizarán casi con seguridad este sufrimiento y acelerarán la desaparición generalizada de la música independiente tal y como la entendemos.
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Los inversores potenciales de Spotify seguramente estén muy contentos. A finales de 2018, un estudio realizado por Citigroup concluyó que en 2017 aproximadamente un reducido 12 % de los ingresos de la industria musical fue a parar a los artistas, lo que evidencia la precariedad financiera a la que se enfrentan muchos músicos. Sin embargo, el mismo estudio ofrecía una solución perversa: que la integración “orgánica” y vertical que ofrecen empresas como Spotify se transforme en sellos discográficos. En pocas palabras, el estudio diagnosticaba una enfermedad y recomendaba la muerte como cura.
Huelga decir que firmar directamente con Spotify no es una solución que prefieran muchos artistas independientes. Es más probable que la avalancha de contratos sirva para mejorar los resultados económicos de Spotify, y le dé el impulso necesario que necesita para reducir los costes que les genera conseguir los derechos de la música. A menudo, las estrategias de la economía de plataforma siguen este patrón: invierten en su marca para generar un sentimiento de “confianza” entre los agentes de la industria; contratan individuos entusiastas aunque indefensos para que trabajen de manera independiente y asuman riesgos personales cada vez mayores; y luego utilizan esta recién adquirida ubicuidad y este control salarial para reducir costes de forma despiadada.
Tendríamos que haberlo visto venir: el objetivo de Spotify de encaminarse hacia una música “autónoma” y establecer contratos independientes es coherente con los otros planes recientes de la empresa. A comienzos de este año, Spotify publicó una serie de vídeos titulados “El plan de juego”, cuyo objetivo era enseñar a los artistas independientes a navegar por la plataforma. Uno de estos vídeos, “Cómo leer tus datos”, mostraba a un dúo artístico que anteriormente se consideraba un grupo de indie-pop, pero que gracias a la magia de los datos de Spotify había terminado por darse cuenta de que se les etiquetaba más a menudo como un grupo electrónico, ya que entraban dentro de categorías como “Chill pop” o “Chill vibes”. “Quizá nuestro futuro pase por pinchar como DJ de forma paralela en lugar de tocar con un grupo de músicos en directo”, se pregunta en el vídeo uno de los miembros del dúo. He ahí un adelanto de lo que podría pasar en el futuro: Spotify dictando cuál es el proceso creativo de un artista y enturbiando cada vez más la línea que separa la “independencia” del hecho de trabajar para una plataforma.
En el mundo de Spotify, “vivir de” exige que un artista (que a menudo utiliza solo sus recursos personales) se someta a lo que vende bien, a lo que nutre los algoritmos
Cuando Spotify afirma que la misión de su empresa es “conseguir que más de un millón de artistas vivan de su arte”, lo que quiere decir con “vivir de” es que esos artistas tienen que doblegarse a la voluntad de Spotify. En el mundo de Spotify, “vivir de” exige que un artista (que a menudo utiliza solo sus recursos personales) se someta a lo que vende bien, a lo que nutre los algoritmos y, como consecuencia, supedite su creatividad a los gustos de las listas de reproducción (como por ejemplo música chill-out, “artistas virales”, canciones pop pegadizas, música pensada para actividades, estados de ánimo, etc.).
Es posible que esta extraña y simbiótica relación entre la música y la economía por encargo tenga sus raíces en que la música, históricamente, siempre se ha basado en una auténtica economía de bolos aislados: un concierto por aquí, una sesión de trabajo por allá, quizá un trabajo en la gira del grupo de un amigo… Que la cultura musical haya dependido de bolos sueltos supone sin lugar a dudas que la estabilidad rara vez ha formado parte de la ecuación (nada de seguros médicos ni “tiempo libre”). Sin embargo, la parte positiva era una independencia y control reales, que es exactamente aquello que las grandes corporaciones y sobre todo la economía de plataforma adora explotar.
Los críticos y los periodistas llevan años poniendo el foco sobre este aspecto de la llamada “economía colaborativa”, solo que ahora les está tocando el turno a los músicos independientes. En una entrevista concedida en 2015, la autora y cineasta Astra Taylor lo expresó muy claramente al hablar de la precariedad de la economía digital: “Si lees la prensa de negocios, lo que dicen es ‘Vaya, ahora todo el mundo es una especie de artista. Todo el mundo es una especie de agente libre emprendedor y creativo’”.
Según Taylor, antaño la posición del artista era una excepción, pero hoy en día se incentiva como un modelo al que deberían aspirar todos los trabajadores. “Si tienes un trabajo, no se supone que tienes que trabajar ocho horas al día o cuarenta horas a la semana, se supone que tienes que trabajar día y noche porque te gusta mucho, te gusta tanto como si fueras un artista”, explicaba. “En mi opinión, corresponde a los artistas analizar y ser particularmente críticos con el paradigma actual porque se está utilizando la ética creativa para afianzar una nueva forma de capitalismo explotador”.
Siguiendo esta lógica relacionada con el artista, durante el último año, Uber se ha obsesionado cada vez más con la cultura musical. En particular, disfrutan mostrando a los músicos que conducen para poder financiar su carrera artística (un conjunto de relatos para hacerte sentir bien y que sirven para retirar el foco de atención de los taxistas veteranos cuyo sustento se ve amenazado por la plataforma). En enero, cuando Uber se convirtió en “el socio oficial de trayectos” de los premios Grammy, la empresa publicó una serie de vídeos en los que aparecían los nominados “sorprendiendo” a aspirantes a músicos, que a su vez son conductores, subiéndose a sus coches y compartiendo con ellos algunos consejos. El eslogan que utilizó Uber: “Apoyando el camino de todos los artistas”. Poco después, en primavera, Uber presentó su propio concurso de música country al estilo de Operación Triunfo, “Los conductores musicales”, que curiosamente celebraba “lo que mueve a los músicos de la comunidad Uber”.
Es una ironía retorcida: Uber se basa en la independencia y creatividad de la cultura musical para desestimar las preocupaciones sobre cómo trata a sus conductores; mientras tanto, Spotify, que se parece cada vez más al inevitable hombre del saco de la cultura musical, adopta el modelo explotador de Uber con un número cada vez mayor de “contratistas independientes”, que ya no lo son tanto.
Cuando Spotify utiliza las tácticas de Uber (convencer a los artistas independientes para que se conviertan en “agentes libres” y trabajen directamente con los servicios de streaming), deberían activarse nuestras alarmas. Eso significa que los servicios de reproducción se han apropiado y han renombrado el diabólico modelo laboral que propugna la economía de plataforma, y se lo han vendido de vuelta a los artistas-trabajadores en apuros económicos, cuya falta de poder explotan empresas como Uber, que desde un principio fueron concebidas para eso.
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Traducción de Álvaro San José.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Baffler
La editora-colaboradora Liz Pelly escribe sobre música, cultura, streaming e internet. Vive en Nueva York.
En septiembre de 2018, Fast Company publicó una entrevista inusitadamente larga con el director general de Spotify, Daniel Ek, de treinta y cinco años, que casi nunca concede este tipo de actos de prensa. En la entrevista, Ek reflexiona sobre el año en que salió de gira con un grupo (“me di cuenta de que la...
Autora >
Liz Pelly (THE BAFFLER)
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