Pan y rosas
Comer para contarla
Reseña de ‘Comimos y bebimos’, de Ignacio Peyró
Mar Calpena 23/01/2019
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En pro de la más absoluta imparcialidad digamos antes que nada que la sombra de Comimos y bebimos de Ignacio Peyró me seguía cual fantasma que recorre Europa. Allá donde iba, alguna alma bienintencionada me recomendaba que me lo agenciara, y me lo pintaba como lo más grande que le ha sucedido a la literatura gastronómica en las últimas tres décadas. Pocas formas más efectivas se me ocurren de hacer que alguien le coja manía a un libro antes siquiera de abrirlo. Ahora que lo he terminado, estos temores han quedado en parte –no del todo, me temo– disipados. Comenzaré pues por todo aquello que no me ha convencido, a fin de terminar esta crítica –como ocurre en los banquetes– con el sabor dulce de los elogios, porque éstos son también bien merecidos. Tanto unos como otros derivan de la voz del propio Peyró.
Nacido en 1980 –es decir, siete años más tarde que una servidora de ustedes– diríase en cambio que pertenece a una generación muy anterior, tanto en gustos como en experiencias. No sé qué indica eso respecto a sus vivencias (o, glups y requeteglupls, respecto de las mías), pero una sospecha que el autor es secretamente un patriarca prisionero en un cuerpo joven. No en vano Peyró se autocalifica como hijo de la UCD, y, como tal, heredero de un mundo de bares desaparecidos y restaurantes decimonónicos con un banco corrido que permitía las confidencias políticas. Anglófilo y a la sazón director del Instituto Cervantes de Londres, su dietario es un paseo que deambula entre mesas de club de gentlemen británicos, romances incipientes a la vera del Alcazar de Toledo, el París de los veinte años (desde el que no han pasado aún siquiera veinte años), puros, vinos, libros y amor. Amor que resulta profundamente humano al emplear el autor una finísima ironía contra sí mismo al relatarnos sus cuitas enófilas –sus dudas ante la compra de un Oporto en una estación de servicio dejan al mismísimo Hamlet como a un hombre de acción–, y con ellas podrá empatizar cualquiera que haya sufrido en algún momento de su vida la pasión consumidora de una afición particular. Es también estupendamente vigorosa su escritura cuando no contiene su entusiasmo por la literatura, que apuntala e ilustra cada uno de sus bocados. Las vidas y los usos gastronómicos de los escritores como hagiografía moderna… Pero su tono también puede transmutarse en odi profanum vulgus cuando un matrimonio de pediatras de Cuenca, unas turistas bebedoras de caipirinha, una sexagenaria cansada de la vida o un jugador de rol irrumpen en la escena. La gastronomía de la que gusta Peyró –quizás, como la de todos los que nos dedicamos a escribir sobre el comer– es, más que un sistema alimentario, una cosmovisión, que él reconoce ya desde el prólogo que es decididamente conservadora. De su mundo, valientemente, quedan excluidas las fruslerías postmodernas, pero deja también fuera el poder iluminador de la frivolidad inocente. El Hamlet del Oporto no tiene un Yorick que beba coca-cola en las resacas. Su mirada es exquisita, con todas las connotaciones del término.
Comimos y bebimos ha sido comparado en algunas de las críticas que he leído a un banquete. Como un banquete, uno corre el riesgo de desfondarse en su lectura si intenta abordarla de un tirón (algo ni mucho menos imposible, puesto que se trata de un volumen corto y ameno). Merece mucho más la pena detenerse frente a todas las ventanas que abre, jugar a buscar sus citas y entretenerse en localizar sus lugares en el mapa. Aunque no se comparta el mundo de Peyró, o, aún mejor, cuanto menos se comparta el mundo de Peyró, más gustoso, sorprendente y lleno de luz éste resultará al lector. Así, gozaremos de la oportunidad de probar los huevos de gaviota, el desayuno inglés, los gazpachos liminales y los helados de Stendhal, porque comensal es aquél que comparte mesa, y la lectura nos convierte en comensales de otras vidas. Y así, finalmente, y tal y como afirma el propio autor, tras pasar por las exageraciones de los poetas que encuentran en la cocina un campo muy propicio, hay que volver a la prosa cruda y pensar: “¿Vale la pena?”. Pues sí, rotundamente sí.
En pro de la más absoluta imparcialidad digamos antes que nada que la sombra de Comimos y bebimos de Ignacio Peyró me seguía cual fantasma que recorre Europa. Allá donde iba, alguna alma bienintencionada me recomendaba que me lo agenciara, y me lo pintaba como lo más grande que le ha sucedido a la...
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Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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