Rejuvenecer el Estado de bienestar
Los cambios demográficos hacen que el peso creciente de los gastos se destine a las pensiones y a la sanidad de los mayores
Juan A. Gimeno (Economistas sin Fronteras) 23/01/2019
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Desde que nos casamos, hemos ido cambiando de casa, de decoración, de costumbres. Han llegado amigos, mascotas, hijos… Miramos alrededor y casi nada recuerda a nuestro primer hogar. Salvo el viejo sofá: mira que ya no pega con el resto del mobiliario; mira que ha sufrido el ataque de mascotas, infancia, amistades y grasas hasta presentar un aspecto desolador; mira que ocupa más espacio que el servicio que ofrece. Pero es como muy nuestro y, en eso, nos volvemos conservadores y defendemos su presencia con tozudez.
Pues con el Estado de bienestar nos pasa lo mismo que con el viejo sofá.
– No pega con el resto del mobiliario. Creció a lo largo del siglo XX, especialmente en su tercer cuarto. Y, desde entonces, ha cambiado todo: la economía globalizada y financiarizada, la producción robotizada, el papel de la mujer progresivamente reconocido, las familias transformadas, la vida cada vez más longeva, la pirámide de la población invertida… Nuestro modelo de Estado de bienestar estaba pensado para otro entorno y hoy necesita recrearse para este mundo, tan diferente al de hace medio siglo.
– Ha sufrido muy duros ataques. Durante varias décadas, la socialdemocracia europea consiguió fortalecer poco a poco unos niveles de bienestar público para el conjunto de la ciudadanía realmente admirables: educación, sanidad, pensiones, servicios sociales, incluso comenzaba con la atención a la dependencia. Los gobiernos conservadores lo aceptaban, más bien a regañadientes, y durante sus mandatos en el gobierno no lo potenciaban, pero, al menos, lo respetaban.
Han conseguido que su propaganda cale en la opinión pública; por el brutal dominio de los medios de comunicación, convertidos en potentes fábricas de adoctrinamiento
Pero, ¡ay!, a partir de los años ochenta del pasado siglo, la ofensiva neoliberal cambió de estrategia. Las presidencias simultáneas de Thatcher y Reagan, reforzadas con la caída del muro de Berlín (y la consiguiente pérdida de miedo al comunismo) fueron aprovechadas para un bombardeo ideológico en favor del individualismo y en contra del sistema público de bienestar. Se pasa a defender su desmantelamiento, acusándolo de ineficaz, desincentivador, caro e insostenible.
La última crisis del sistema especulativo mundial neoliberal ha servido de pretexto para aplicar, incluso imponer, recortes crecientes a las políticas de bienestar social: el deterioro de la sanidad, las pensiones y la educación pública es así inevitable. Y, lo que es peor, han conseguido que la mayor parte de la población lo considere inevitable. Han conseguido que su propaganda cale en la opinión pública; entre otras cosas, por el brutal dominio de los medios de comunicación, convertidos en potentes fábricas de adoctrinamiento.
– Ocupa más espacio que el servicio que ofrece. Esa propaganda neoliberal ha encontrado un terreno propicio para florecer. De alguna forma, el Estado de bienestar está muriendo de su propio éxito. La extensión de las prestaciones arriba citadas necesita, lógicamente, cada vez más recursos. La presión fiscal debe subir para pagarlo. Los impuestos son la garantía de nuestros derechos.
Pero, simultáneamente, la ofensiva neoliberal ha convencido (¿?) a los gobiernos de que los capitales financieros no deben pagar impuestos, porque si no se van a otros países o a las permitidas guaridas fiscales que dan cobijo a evasores y otras delincuencias. Y que los tipos del IRPF no deben subir para los más ricos, porque desestimulan el crecimiento (¡!). Consecuencia: los impuestos recaen casi exclusivamente en los trabajadores por cuenta ajena y en las clases medias.
A lo anterior hay que añadir un mal diseño de muchas políticas: para tener acceso a determinados beneficios, becas, subsidios…, se fija un límite de renta por encima del cual ya se pierde el derecho. Se comete un terrible “error de salto”: por ganar un euro más que el límite, se pierde todo el derecho. Y, a veces, contemplando cómo el vecino evasor (que aparece como más pobre que yo en el IRPF) tiene el derecho que yo no tengo.
Se comete un terrible “error de salto”: por ganar un euro más que el límite, se pierde todo el derecho
Ese cuadro implica que una buena parte de la población sienta que paga altos impuestos y que se ve excluida de muchos de los beneficios que con ellos se pagan. Como, además, los beneficios de muchos bienes provistos de forma gratuita no se toman en cuenta, la sensación psicológica (por equivocada que sea) es que se paga mucho y se recibe poco. Los neoliberales hacen así su agosto vendiendo que hay que desmantelar el Estado de bienestar. ¡Cuántas personas, que votaron a favor de ello, ponen después el grito en el cielo cuando ven que les recortan prestaciones educativas, sanitarias, de cuidados, de servicios sociales…!
Sí, nuestro sistema de Estado de bienestar se ha quedado viejo. Además, cuando nació apostaba por la inversión en capital humano, por educación y sanidad, por el futuro. Pero los cambios demográficos están llevando a que el peso creciente de los gastos se destine a las pensiones y a la sanidad de los mayores. Un gasto también envejecido.
Ante estos hechos, defender que no se toque el Estado de bienestar es profundamente conservador. Y peligroso para su supervivencia. Hay que luchar activamente por su rejuvenecimiento.
Cómo hacerlo exige una atención más larga, pero ahí van algunas sugerencias para el debate:
- Educación pública gratuita de un año en adelante, y permisos parentales obligatoriamente iguales durante el primer año. Fomento de la conciliación familiar.
- Ayudas para la formación permanente a lo largo de la vida.
- Recursos preferentes a la oferta pública de bienes y servicios sociales, concibiendo, en su caso, la oferta privada como subsidiaria cuando no llegue aquella.
- Estructurar los derechos sociales en tres niveles: un nivel básico reconocido como derecho constitucional, con defensa incluso ante los tribunales. Un segundo nivel de mejora, con gratuidad progresiva. Un tercer nivel excluido de la garantía pública por superfluo (salvo posibles excepciones de necesidad).
- Reducción de forma progresiva, evitando el error de salto mencionado, de los beneficios sociales (como en el segundo tramo anterior) según crezcan el nivel de renta y riqueza. Por ejemplo, puede ir reduciéndose el importe de la beca en vez de perderse de golpe.
- Revisión del sistema tributario para que se equilibre la carga entre trabajadores y el resto de los contribuyentes (y lucha decidida contra la evasión y las guaridas fiscales).
- Renta básica de ciudadanía. Junto a otras ventajas, supondría una renta de emancipación para los más jóvenes y rejuvenecer las pensiones de jubilación.
Lo malo de enunciar así las propuestas es que no da tiempo a explicarse y seguro que provocan de entrada alguna reacción en contra. Pero bienvenida sea si con ello estimulamos el debate y rejuvenecemos nuestro viejo, entrañable, imprescindible… sofá.
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Juan A. Gimeno es catedrático de Economía de la UNED.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.
Desde que nos casamos, hemos ido cambiando de casa, de decoración, de costumbres. Han llegado amigos, mascotas, hijos… Miramos alrededor y casi nada recuerda a nuestro primer hogar. Salvo el viejo sofá: mira que ya no pega con el resto del mobiliario; mira que ha sufrido el ataque de mascotas, infancia, amistades...
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