REPORTAJE
“¡Si tiramos una piedra, las teles dirán que hemos tirado la cantera entera!”
Un paseo por la concentración de los taxistas de Madrid en IFEMA, en su cuarto día de huelga
Elena de Sus 25/01/2019
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Lo primero que encuentras al salir de un metro abarrotado en la estación Feria de Madrid, línea 8, es una chica tímida que reparte publicidad de Wondo, “tu nueva app de transporte en Madrid”. Lo segundo que encuentras, nada más subir las escaleras para emerger a la superficie, es un par de policías con cascos y porras.
No hace falta caminar demasiado (aunque todo es relativo en esta vida) para llegar hasta una gran concentración humana, oscura y salpicada de chalecos amarillos. No hay otros símbolos, más allá de una solitaria bandera de España. Aunque el grupo es diverso, se advierte una mayoría de hombres mayores o de mediana edad.
Es el tercer día de huelga indefinida para los taxistas de Madrid, que se han concentrado en IFEMA con motivo de la celebración de Fitur, la feria internacional del turismo. De vez en cuando cortan la M-40. Algunos de ellos han pasado los tres días enteros aquí, durmiendo en los coches. Otros pasan la noche en casa, pero vuelven cada mañana. Algunos bajaron hasta Vallecas para hacer ver sus reivindicaciones al pleno de la Asamblea de Madrid que se celebró a las diez y ahora están de vuelta.
Los taxistas están cabreados. Y tienen ganas de explicar los motivos. Su principal reclamación es que se cumpla la proporción, establecida en la ley de transporte de 2015, de una licencia VTC por cada 30 de taxi. Unos opinan que hay que centrarse en lograr este objetivo, otros creen que hay que exigir igualmente otras medidas, como un límite de tiempo para la contratación de servicios VTC como el que ha aprobado Barcelona. También exigen un mayor control de los vehículos de empresas como Uber y Cabify, que, según aseguran, como VTC solo pueden circular con una hoja de ruta y mientras no la tengan deben permanecer en su sede. Las VTC siempre han existido, me explican, “las limusinas, los minibuses de los hoteles… pero estos se están aprovechando”.
Unos taxistas comienzan a enumerar las condiciones que estuvieron obligados a cumplir por ley para poder ofrecer sus servicios. Licencia, carné de conducir B2, superar un examen municipal (“antes era solo saberte un poco las calles, pero ahora te piden más cosas, creo que te piden que sepas inglés”), no tener antecedentes penales… Aseguran, sin embargo que los requisitos se están relajando paulatinamente “para poder dejar entrar a todos estos”.
Siguen. Las condiciones del vehículo, revisiones periódicas del mismo, las tarifas, los horarios: “Por ley, nosotros trabajamos 16 horas como máximo, con dos días de libranza a la semana. Y tenemos que parar dos semanas en agosto. Los de Uber y Cabify trabajan 24 horas durante los 365 días del año” protesta una taxista.
También señala otro agravio, el hecho de que Uber haya sido patrocinador del festival Mad Cool y otros eventos, de manera que sus coches tenían acceso preferente a zonas a las que los taxis no podían entrar.
“Nosotros trabajamos todos los días un mínimo de doce horas” me dice, “para nosotros trabajar ocho horas casi no es trabajar”. “El taxi y la hostelería tienen muchas cosas en común” añade un compañero más joven, policía municipal hijo de taxista “en los dos hay que echar muchas horas”. “Aquí todos tenemos una historia, todos hemos salido rebotados de algún sitio y hemos acabado saliendo adelante con esto”.
De camino a la reunión con otro grupo, que se dispone a cortar la carretera, la comitiva de taxistas se encuentra un cordón policial. Algunos individuos se acercan para traspasarlo y los policías les golpean con las porras. Las cámaras de televisión, situadas detrás de la policía, se enfocan rápidamente sobre la pelea, suscitando los insultos del colectivo de taxistas. Vuelan un par de latas vacías. Un joven con el pelo pincho engominado camina a grandes zancadas, mientras se le hincha la vena al gritar: “¡A por piedras!”. “¡No, no, a por piedras no, que eso es lo que quieren!” tercia rápido un taxista mayor. “¡Si tiramos una piedra, las teles dirán que hemos tirado la cantera entera!” “Claro, eso es lo que quieren”. Tras la llegada de más antidisturbios, la muchedumbre se retira despacio hacia un camino alternativo.
La mayoría de los taxistas aquí reunidos parece querer evitar la violencia. La mayoría parece tener muy claro, además, que los medios de comunicación son sus enemigos. Es quizás una de las quejas más viscerales. El hecho de que se les retrate como “los malos”. “Si sale alguien hablando bien del taxi le cortan enseguida, como a Saúl en Telemadrid”, protesta un taxista. “Solo se habla de nosotros para lo malo… desde el principio dijimos que a la gente que tuviera que ir al hospital estos días le íbamos a dar el servicio sin poner el taxímetro. ¿A qué eso no lo has oído en ningún lado?” pregunta una de sus compañeras.
Algunos taxistas se dedican a hablar a los antidisturbios. Les dicen que están pegando a quienes les pagan el sueldo, que son trabajadores como ellos, que mira, que ellos también se han manifestado por la equiparación salarial y les parece bien. “¡Si seguro que alguno es hijo de taxista!” exclama alguien.
Lo primero que encuentras al salir de un metro abarrotado en la estación Feria de Madrid, línea 8, es una chica tímida que reparte publicidad de Wondo, “tu nueva app de transporte en Madrid”. Lo segundo que encuentras, nada más subir las escaleras para emerger a la superficie, es un par de policías con cascos y...
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Elena de Sus
Es periodista, de Huesca, y forma parte de la redacción de CTXT.
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