Dadme una previsión y moveré el mundo
El fervor por los pronósticos se explica por el constante deseo de nuestra especie de conseguir un imposible: conocer el futuro. Quien se lo cree olvida una cosa, es el hombre con su acción el que lo determina
Emilio de la Peña 30/01/2019
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Se atribuye a Arquímedes, el más grande físico de la Antigüedad, la frase “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Lo dijo al descubrir la capacidad de la palanca, que con un pequeño esfuerzo de quien la utilizaba era capaz de mover masas imposibles de manejar con la propia fuerza personal. Bastaba disponer de un punto de apoyo adecuado para accionar la palanca. Que sea o no cierta esta cita de Arquímedes es accesorio. La utilizo para compararla con otro instrumento que pretende un efecto semejante. La palanca se aplica a la física. El instrumento al que me voy a referir se utiliza en las ciencias sociales: la economía o la ciencia política. Me refiero a las previsiones, o quizá más exactamente a las predicciones.
Si quisiéramos trasladar hoy al mundo de la economía o de la política el aserto de Arquímedes, podríamos proclamar “Dadme una predicción y moveré la economía” o “Dadme una predicción y ganaré unas elecciones”. Naturalmente ni una cosa ni la otra tienen por qué cumplirse. En primer lugar, porque son afirmaciones muy tajantes y en segundo, porque las predicciones, previsiones o pronósticos no tienen por qué ser acertados. Más bien no suelen ser acertados, en el caso de las ciencias sociales.
Vamos con la economía. Continuamente los organismos oficiales de cada país y los multilaterales, como el FMI, elaboran y publican datos sobre cómo va a ir la economía, en el futuro próximo. También el Gobierno. En este caso está más que justificado que se fije objetivos de crecimiento del Producto Interior Bruto, PIB, es decir, estimar cuánta riqueza va a generar el país el año próximo, o de la evolución de los precios. Sólo así podrá elaborar los presupuestos, sabiendo de cuánto dinero va a disponer. Pero de ahí a hacer un vaticinio hay un trecho, que se traduce en equivocarse cada año.
las predicciones, previsiones o pronósticos no tienen por qué ser acertados. Más bien no suelen ser acertados, en el caso de las ciencias sociales
No sólo los organismos públicos pronostican. Lo hacen, con más ahínco si cabe, una multitud de servicios privados de análisis económico. Tanto es así que en España (también en los otros países) sus previsiones se reúnen en un panel, con el que se obtiene una previsión, llamada de consenso, para asegurar un mayor acierto en el pronóstico. Dicho consenso se obtiene con la media del conjunto de las previsiones seleccionadas. Es decir, en el caso de que hubiera dos pronosticadores y uno señalara que la economía iba a crecer un 3% mientras el otro sostuviera que iba a aumentar solamente el 1,5%, la previsión consenso sería de 2,25%. Una curiosa manera de vaticinar el futuro, un “ni pa ti, ni pa mí”. Supongamos que dos amigos hacen una quiniela conjunta y, ante un partido, el primero sostiene que ganará el equipo de casa y el segundo está convencido de que ganará el visitante. La solución es poner que van a empatar. Creen que esa es la mejor manera de acertar.
En fin, he hecho un repaso de ese consenso de los institutos privados de análisis en los últimos 10 años, entre 2009 y 2018, referido al comportamiento del Producto Interior Bruto, el dato síntesis sobre la economía de un país, en este caso España, y lo he comparado con lo que resultó de verdad un año después. El nivel de acierto es prácticamente cero.
Como puede verse, la diferencia entre lo que previeron los analistas y lo que realmente ocurrió es importante. Lo es menos en los años de menor incertidumbre económica, pero ni estos se libran del desacierto. Sólo una vez, en 2018, dieron en la diana, pero aún así, el acierto es más casual que otra cosa: todos los organismos e institutos revisan varias veces en el año sus pronósticos y los rectifican según “venga el aire”, lo que indica la credibilidad de los vaticinios. Ni aún así aciertan. Es como si alguien apuesta a que el Barcelona va a ganar al Atlético de Madrid. Comienza el partido y a los 15 minutos, Griezmann mete un gol. El apostante cambia su pronóstico y dice que ganará el Atlético. Nada más comenzar la segunda parte es Messi quien golea. Nuevo cambio de apuesta: acabarán empate. Poco después, Piqué remata un córner y el Barcelona se pone por delante. Nuevo cambio de pronóstico a favor del Barcelona. Quedan sólo 3 minutos para los 90. En el tiempo añadido el Atlético marca el gol que empata definitivamente el encuentro. Falló el vaticinio. Así hacen los expertos en previsión. En 2018, por ejemplo, el consenso acertó un año antes. Pero, a mitad del ejercicio, predijo que el crecimiento sería de 2,8 por ciento. Si yo tomase este dato, no hubiese acertado, pese a que quedaban sólo seis meses.
Todo esto puede resultar ridículo, incluso gracioso. Pero esa gente y las instituciones para las que trabajan, que difunden con aparente rigor previsiones con menos nivel de acierto que las que lanza un vidente, son las que dicen lo que hay o no hay que hacer para la buena marcha de la economía. Es la que advierte, por ejemplo, de los peligros de subir el salario mínimo, de aumentar el presupuesto o de subir los impuestos a los ricos. Porque hay que aclarar que todos ellos están costeados por instituciones al servicio de empresas, bancos y otros centros de poder. De hecho, los documentos de previsión suelen ir acompañados de sutiles o descaradas recomendaciones, como abaratar los salarios y facilitar el despido. Sus pronósticos abarcan todo: los precios o el déficit público con parecido resultado. Pero, acertados o no, tienen su utilidad para quien los formula. Las previsiones son la palanca para forzar políticas económicas en favor de los poderosos. Además, claro está, de animar a los especuladores en los mercados a apostar al negro o al rojo.
los documentos de previsión suelen ir acompañados de sutiles o descaradas recomendaciones, como abaratar los salarios y facilitar el despido
En política, las cosas no son muy diferentes. En este caso, las previsiones toman la forma de encuestas, especialmente electorales. La verdad es que aquí el nivel de error es menor que en el de las previsiones económicas, pero tampoco suelen acertar, al menos en el caso de España, especialmente en periodos de inestabilidad política como el actual.
He revisado las dos últimas elecciones generales, las de 2015 y 2016. He comparado los pronósticos de las encuestas, dos tres o cuatro meses antes de las elecciones. Lo que decían no se cumplió. Por ejemplo, en 2015, dos de los sondeos más prestigiosos, el del CIS de octubre, otorgaba a Podemos 49 diputados (obtuvo 69) y a Ciudadanos 66 escaños (logró 40). En el caso del PP, se acercó bastante: le dio 128, frente a los 123 que consiguió. Y con el PSOE prácticamente acertó, atribuyéndole sólo uno menos de los conseguidos. La otra encuesta es de Metroscopia, para El País. Volvía a minusvalorar las posibilidades de Podemos: le daba 46 diputados, 23 menos de los conseguidos en la jornada electoral. También le daba 23 menos al PP. En cuanto al PSOE le daba 8 más de los logrados. Y como en casi todas las encuestas, el supravalorado era Ciudadanos, le aventuraba 24 diputados más de los que logró. En 2016 también volvieron a errar, aunque en menor medida. En este caso, fue con Podemos con los que fallaron, pero en dirección contraria: le atribuyeron 21 escaños más el CIS y 22 Metroscopia.
La equivocación puede cuantificarse de forma más precisa. He tomado las primeras encuestas que contenían reparto de escaños publicadas por el CIS y seis medios de comunicación en las dos elecciones. El porcentaje de error es muy bajo en el caso del PSOE, algo mayor en el del PP, pero elevado en lo que se refiere a Podemos: en 2015 el conjunto de esas encuestas falló en un 37 por ciento y en un 10 en 2016. Pero, el caso más destacado es el de Ciudadanos. El error fue nada menos que casi del 60 por ciento en 2015 y prácticamente el 30 en 2016. En ambos se les sobrevaloraba. No son dos hechos aislados. En otras elecciones, como las autonómicas y locales de 2015, de forma casi general ocurrió lo mismo. En otros tiempos, la selección española de fútbol era “campeona del Mundo” de partidos amistosos, pero llegaban los torneos oficiales y sus resultados eran mediocres cuando no pésimos. Algo así pasa con Ciudadanos, que en las encuestas produce admiración por sus buenas expectativas y en las elecciones asombro por sus mediocres resultados.
En las elecciones locales hubo casos parecidos. Por ejemplo, tomamos la encuesta de Sigma Dos para El Mundo del uno de abril de 2015. Quedaban menos de dos meses para los comicios. A Ahora Madrid, la candidatura impulsada por Podemos, se decía entonces, le atribuía 12 o 13 concejales. Obtuvo 20. A Ciudadanos le otorgaba 9. Sacó 7. Y otro detalle. Se atribuye el triunfo de Ahora Madrid a la figura de Manuela Carmena. En esta encuesta se la señalaba con un grado de conocimiento por los electores relativamente bajo (el 63 por ciento) en comparación a sus dos grandes contrincantes, Esperanza Aguirre (97 por ciento) y Antonio Carmona (80 por ciento). Y semejante al que tenía el candidato de Podemos a la Comunidad de Madrid, José Manuel López. También con una valoración, la de Carmena, del 4 por ciento sobre 10, inferior a sus rivales del PP y del PSOE, e incluso a Begoña Villacís, de Ciudadanos.
Todo este gazpacho de números puede ser difícil de digerir. Lo incluyo para que se vea que hablo con datos y no con simples apreciaciones, como acostumbran a hacer la mayoría de los opinadores en los medios de comunicación. Esto último es más cómodo para el que los escucha o lee, pero puede ser falaz.
El fervor por las previsiones se explica por el constante deseo de nuestra especie por conseguir un imposible: conocer el futuro. Quien se lo cree olvida una cosa, que, en la vida social, es el hombre con su acción el que determina el futuro. Algunos pretenden que sea al revés, elaborando estrategias en función de pronósticos con los lógicos errores ya comentados. Los que pronostican, gurús económicos y políticos, tienen en cuenta otro objetivo, que con sus vaticinios pueden conseguir que los incautos contribuyan a que el futuro sea tal y como ellos quieren. Para terminar, recuerdo algo que escuché hace años. Una vidente del tarot respondía a los oyentes de la radio sobre su futuro. “Tengo un examen importante, ¿aprobaré?”, le preguntó una chica. La adivina, que era una embaucadora, pero no era tonta, le respondió: “Querida, las cartas dicen: estudia lo necesario y aprobarás”.
Se atribuye a Arquímedes, el más grande físico de la Antigüedad, la frase “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Lo dijo al descubrir la capacidad de la palanca, que con un pequeño esfuerzo de quien la utilizaba era capaz de mover masas imposibles de manejar con la propia fuerza personal. Bastaba disponer...
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Emilio de la Peña
Es periodista especializado en economía.
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