Raíces y alas
España no es suya
Durante toda su historia, quienes más han defendido a España y han dado la vida por ella han sido los de abajo, la mayoría, los humildes
Clara Ramas 11/02/2019
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El domingo 10 de febrero, PP, C’s y Vox hacían una convocatoria por “la unidad de España”. Se sumaban España 2000, Falange y Hogar Social. Se planteaba como un gesto de presión a Sánchez pero, sobre todo, como toma de pulso del vigor y el poder de convocatoria del bloque reaccionario. Si no consiguieron lo primero, fracasaron estrepitosamente en lo segundo. Una asistencia muy por debajo de lo esperado por los convocantes: 45.000 personas según Delegación de Gobierno. Ni siquiera se acerca a los 166.000-240.000 (también según Delegación) que alcanzaron las convocatorias más exitosas de la derecha desde el año 2005, contra el matrimonio gay o las negociaciones con ETA. Lejísimos, por supuesto, de las 170.000 del 8 de Marzo. Lo que sí quedó claro, desde luego, fue la intención de Rivera de posicionarse sin ambages con el bloque reaccionario, foto fraternal con Abascal incluida.
Dijo Pablo Casado que salir a la calle para defender a España no es de derechas. Lo que sí es de derechas, desde luego, es reducir España a una parte muy estrecha donde no caben ni catalanes, ni pensionistas, ni mujeres, ni LGTBs, ni ecologistas, ni trabajadores. Pero Casado tiene mucha razón en una cosa: manifestarse por España no es de derechas. Basta ya de robarnos el país a todos. España no es suya. De hecho, durante toda su historia, quienes más han defendido a España y han dado la vida por ella han sido los de abajo, la mayoría, los humildes.
“Que vuelva común al pueblo lo que del pueblo saliera”
Hay una tradición popular en España que es democrática, plurinacional, anti-absolutista, municipalista. Marx, en sus estudios sobre nuestro país, la retrotrae a los levantamientos de los comuneros contra Carlos I, y recuerda que las Cortes obligaron al monarca a presentarse y jurar los fueros del país, advirtiéndole: “Habréis de saber, señor, que el rey no es más que un servidor retribuido de la nación”. Es decir, del bien común. Todo ello, señala Marx, para preservar “las antiguas libertades de España”. La Constitución de 1812, sostiene, no hizo sino preservar esas libertades españolas: desde hacía siglos, los tres brazos de las Cortes castellanas en la práctica se reunían y votaban en común; las Asambleas vascas eran totalmente democráticas y no aceptaban ni al clero.
Fue esa misma España la que se levantó en 1808 contra José Bonaparte. España siempre fue mucho más que la foto estrecha del país oficial que algunos quisieron y aún intentan vender. El despotismo preparó al camino a la protesta: “Al no ver nada vivo en la monarquía española, José Bonaparte pensó que tenía a España confiscada”, relata Marx. Gran error. Pocos días después empezaba el levantamiento en Madrid, que se extendería por todo el país. Napoleón se llevó una sorpresa fatal: si el Estado español estaba muerto, “la sociedad española estaba llena de vida y rebosaba, en todas sus partes, de fuerza de resistencia”. Y fueron los de abajo quienes se levantaron: “Debe subrayarse que este primer levantamiento surgió del pueblo, mientras que las clases ‘bien’ se habían sometido mansamente al yugo extranjero”. Las élites perdieron toda influencia sobre las clases medias y el pueblo, por haber desertado: “A un lado estaban los afrancesados, al otro la nación”. ¿Fue acaso algo distinto el 15M? Los señoritos, hoy como ayer, vendían el país -ayer al Emperador francés, hoy a los que no pagan impuestos y cultivan fortunas en paraísos fiscales-; los de abajo se construían a la vez como nación y como pueblo.
“No soy de un pueblo de bueyes”
¿Y por qué como pueblo? No es una metáfora. Escribe Marx: “No había reforma social conducente a transferir la propiedad y la influencia de la Iglesia y la aristocracia a la clase media y los campesinos que no pudiese llevarse a cabo alegando la defensa de la patria común”. La emancipación social pasaba por la defensa de la patria común. El Tercer Estado, había dicho Sieyès, es la nación entera: una parte que llega a ser el todo. Y solo apelando a la patria, a la nación, puede completarse su emancipación social y económica. Se trataba en esta revolución, dice Marx, de “unir las realidades y exigencias de la defensa nacional con la transformación de la sociedad española y la emancipación del espíritu nacional, sin lo cual toda constitución tiene que desvanecerse como un fantasma al menor contacto con la vida real”. Sin un afecto compartido, un espíritu sustancial común, algo trascendente que nos una a todos, la constitución política no es nada. Fue el espíritu que se manifestó en las guerrillas de Mina o el Empecinado, esa “juventud ambiciosa, entusiasta y patriótica”, escribe. Y ese afecto, ese espíritu canaliza dos cosas: la nación y la transformación de la sociedad. Lo nefasto es separar ambas, y si la Junta Central fracasó en la defensa de su país es porque fracasó en su “misión revolucionaria” y social.
Sin transformación social no hay construcción de patria: el único camino progresista es anudar la nación y el pueblo. Sería el hilo que se retomaría en las Cortes de Cádiz, donde se reunían los hombres más progresistas de España: los que venían de Galicia y Cataluña. O con la CNT que en 1938 reclamaba, frente al invasor fascista, “nuestra patria”.
“…leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha,…”
Ahora bien, los movimientos populares responden siempre a las peculiaridades de cada pueblo. El caso de España tiene una naturaleza peculiar: su plurinacionalidad. Alberga distintas identidades lingüísticas, culturales e históricas que se reflejan en tradiciones e instituciones centenarias. Ninguna construcción de pueblo que no tenga en cuenta esta plurinacionalidad y no trate de articularla políticamente tendrá futuro. España es: asturianos, vascos, valencianos, castellanos, andaluces, extremeños, gallegos, catalanes, aragoneses, murcianos, leoneses, navarros. Así lo dicen los versos de Miguel Hernández en Viento del pueblo.
La primera manifestación de esta identidad plural española la encuentra Marx en la fuerza del municipalismo. Es peculiar, ciertamente, que ni siquiera dos dinastías de monarcas, “cualquiera de las dos harto suficientes para aplastar un pueblo”, unidas a la centralización romana y católica, lograran acabar con las libertades municipales de España: jamás consiguió arraigar la centralización. El gobierno municipal quedó respetado en la Constitución de Cádiz. El “Ayuntamiento” como “caja de socorros mutuos” inaugura desde antiguo la tradición juntista, el gobierno popular de abajo arriba en España. No es sorprendente que ahora, en pleno siglo XXI, haya sido precisamente en los Ayuntamientos donde haya comenzado el triunfo de las fuerzas progresistas.
En el resto de Europa, dice Marx, la monarquía absoluta funcionó como catalizadora de la nueva unidad social. La monarquía era el “laboratorio” donde se mezclaban los “distintos elementos” para configurar la nueva sociedad. En España eso no cuajó: “España siguió siendo una aglomeración de repúblicas mal administradas con un soberano nominal a su cabeza”: provincias y territorios con distintas leyes, costumbres, monedas, banderas y sistemas fiscales. Esta descentralización se consumó con la invasión francesa: se crearon distintas Juntas Provinciales, herederas de las juntas medievales, y fueron ellas, no “España”, quienes declararon la guerra a Bonaparte; ¡las de Oviedo y Sevilla llegaron incluso, a firmar por su cuenta un armisticio con Inglaterra! España, decían en 1808, es “un edifico gótico compuesto con trozos heterogéneos”. Las Juntas volvieron en 1868. La tradición más propia de España es, pues, tan popular como plurinacional y federal.
“Las mujeres dan valor… Y son fieras”
Esto son tan solo unas pinceladas. Hay una tradición riquísima por descubrir. Es la España de 1808 que dibujó Goya en sus grabados, donde mujeres encendían un cañón, o agarraban al niño con una mano y con la otra empuñaban una humilde lanza contra soldados armados con bayoneta. “Qué valor!”, “Las mujeres dan valor… Y son fieras”, titulaba el pintor estas estampas de mujeres anónimas, desconocidas, valientes, de abajo. Esa España colorida y popular que pinta Goya no cabe en la manifestación fallida de Rivera, Casado y Abascal: porque ellos no defienden a España, defienden una foto pequeñísima, caduca, excluyente, triste, en blanco y negro. Pero ya se ha acabado. Se nos ha tenido en silencio demasiado tiempo. La España amplia, popular y diversa empieza a hablar. La España transversal del feminismo, del municipalismo, del ecologismo, del 15M.
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
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Clara Ramas
es doctora Europea en Filosofía (UCM). Investigadora post-doc en UCM y UCV. Tratando de pensar lo político hoy desde un verso de Juan Ramón Jiménez: “Raíces y alas. Pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen”.
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