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En Venezuela estamos llegando a límites insospechados, de una inhumanidad inerte. Ya no se respetan los más mínimos derechos humanos; se vulneran las normas más elementales de la convivencia democrática; se ensucia el juego político; se manipulan las noticias; se tergiversan los hechos; se universalizan las mentiras. Nada de esto es nuevo. En Irak, se organizó una guerra, con sus muertos correspondientes (claro, que eran árabes), montada sobre una patraña, con el fin de aumentar los beneficios de la industria norteamericana de armamento, lo que sirvió también, indirectamente, para demostrar el fondo insondable de insensatez del señor. Aznar, el del carril Bush. En Cuba, se intentó derrocar el régimen de Fidel Castro, (analizado por Sartre en Huracán sobre el azúcar), que había sustituido al régimen corrupto de Batista, que había convertido la isla en el lupanar preferido de las vacaciones norteamericanas (claro, que las chicas eran negras), por las malas, con la invasión de Bahía Cochinos (un topónimo realmente sabio y profético), después de la asfixia económica y todas las baterías del descrédito en funcionamiento. Ahora, en Venezuela, se trata, ni más ni menos, que de acabar con el gobierno de Maduro, que posee la llave del petróleo que Norteamérica necesita para conservar su nivel de vida. Y se urde una amplia trama de verdades-no verdades, que las grandes agencias internacionales de noticias difunden, con su habitual impunidad denigratoria, y se prepara un plan, minuciosamente estudiado, que tiene muy en cuenta la connivencia de la complicidad universal. Nos hacen comulgar con ruedas de molino, de tamaño planetario. Primero, se yugula durante años la economía de Venezuela, con medidas financieras y restricción de importaciones de productos básicos. Después, se culpa a la total ineptitud y a la depravada rapiña del gobierno de ser las culpables del desabastecimiento del mercado, que ellos han provocado, y que encarece la vida y obliga a la gente a pasar hambre (claro, que son hispanos), a la degradación fisiológica, al sufrimiento (entre la indiferencia mundial), y a salir del país, en un chorreo dramático interminable. Más tarde, como el ejército apoya a Maduro, se difunde la información de que los militares venezolanos son una pandilla de narcotraficantes. Y, finalmente, se usa el descontento de la gente para justificar el hecho insólito, en los anales democráticos, de un hombre que se autoproclama presidente de la nación y no pasa nada, y, lo que es peor, es que, sorprendente e inmediatamente, es reconocido no solo por Estados Unidos, padre de la criatura, sino por numerosos Estados europeos y, en primer lugar, por la España socialista de Pedro Sánchez, que refuerza (como en su día Felipe González, con aquello de “la OTAN, de entrada, no”, y al día siguiente de cabeza) en una operación abracadabrante, su pertenencia, a pleno derecho, al grupo de los países satélites de los Estados Unidos. A todo esto, no sé, ni tengo posibilidades de saberlo, si Maduro es un inútil y un ladrón, pero su condición de dictador no es peor que la de los muchos dictadores hispanoamericanos de derechas que Estados Unidos ha prohijado, amparado, favorecido y defendido, a lo largo de toda su historia (Fulgencio Batista (Cuba), Rómulo Betancourt (Venezuela), Tacho Somoza (Nicaragua), Pérez Jiménez (Venezuela), Alfredo Stroessner (Paraguay), Rafael L.Trujillo (República Dominicana), Augusto Pinochet (Chile), Rojas Pinilla (Colombia), Joaquín Balaguer (República Dominicana), Jorge Ubico (Guatemala), López Arellano (Honduras), Cárdenas (Nicaragua), Getulio Vargas (Brasil), etc.. Esta es la única cuestión. Todo lo demás es alimento para los noticiarios y las tertulias de la tele, porque, según parece, las reservas de petróleo, en suelo americano, tienen ya fecha de caducidad, sus pozos, dentro de cincuenta años, se quedarán exhaustos, y se sacrifican vidas humanas (claro, que son hispanos), se atropellan consideraciones morales de la vida civilizada, para asegurarse el abastecimiento del preciado combustible con el petróleo venezolano. Clama al cielo.
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Autor >
Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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