EDITORIAL
No en nuestro nombre, señor Sánchez
5/02/2019
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La situación en Venezuela es endiabladamente compleja. El país se encuentra al límite de sus fuerzas. La inepta gestión económica de Maduro, junto a la bajada del precio del petróleo, el monocultivo productivo venezolano, ha echado por la borda algunos de los principales logros de la “revolución” chavista, y el país se encuentra en una situación de emergencia humanitaria, con el PIB reducido a la mitad (algo que sólo se observa en conflictos bélicos), hiperinflación, un importante porcentaje de la población emigrando a otros países, unos niveles galopantes de corrupción, una tasa de criminalidad muy elevada y un clima de polarización política inviable.
Se ha creado una situación de poder dual, con dos asambleas legislativas, una corte suprema en el exilio y ahora un político que se declara legítimo presidente frente a Maduro. El país parece a punto de explotar, que es probablemente lo que desea la Administración Trump. Juan Guaidó no habría dado el paso de no haber sido inducido por Estados Unidos. Y en esas llegó Pedro Sánchez para ponerse al frente de la manifestación global convocada por Donald Trump contra el presidente Nicolás Maduro. Sánchez se ha alineado con Trump igual que han hecho muchos otros partidos socialdemócratas europeos, incluyendo el Partido Socialista de António Costa en Portugal. El verso suelto continúa siendo Jeremy Corbyn.
La decisión de Sánchez, tomada a toda prisa tras intensas presiones de Trump y su servicio diplomático, reproduce, salvando algunas distancias (ya veremos cuántas), el apoyo de José María Aznar a George W. Bush antes de la nefasta invasión de Irak. No es casualidad que la ofensiva se desencadene menos de un año después de la elección de John Bolton como asesor de Seguridad Nacional del presidente de Estados Unidos. El mismo Bolton que fue determinante para propiciar la invasión de Irak contraviniendo la legalidad internacional. Porque esto es lo que está detrás de lo que está pasando en Venezuela: el flagrante incumplimiento de la ley internacional. Dentro de un objetivo más amplio, que es el intento de rediseñar un mundo a imagen y semejanza de EE.UU.. Abandonar los espacios multilaterales porque, para ese grupo de irresponsables que hoy ocupan el Gobierno de EE.UU., son un corsé que impide el Make America Great Again.
El reconocimiento del opositor Juan Guaidó es una imprudencia de consecuencias imprevisibles. Las intervenciones unilaterales en nombre de la democracia han fracasado rotundamente. España debería hablar en esta crisis el lenguaje del derecho (internacional), de los derechos civiles (soberanía nacional y democracia en Venezuela) y humanos (los de una población sujeta a una eventual injerencia militar), y no desde una lógica de partes o bloques enfrentados.
Por eso le decimos: “No en nuestro nombre, señor Sánchez”. Su Gobierno, su país, no deberían ser el portavoz de Trump en Europa. Usted no debería liderar un golpe blando, ni otorgar legitimidad a un títere de Estados Unidos en un proceso que nadie sabe si acabará en golpe militar, en guerra civil o en invasión tipo Panamá o Libia.
Quizá debería haber escuchado usted más a J.L. Rodríguez Zapatero que a Felipe González. Más a Pepe Mujica y a AMLO que a Bolsonaro. Venezuela no puede seguir así, pero tampoco puede ser tratada como el patio trasero de la comunidad internacional. Es necesaria una mediación internacional para desbloquear la situación y encontrar una salida negociada que evite a toda costa una guerra civil.
Es ahí, en esa tercera vía dialogante, pacifista, progresista y respetuosa del derecho internacional y de la soberanía de los pueblos, donde debería colocarse el gobierno del señor Sánchez. Lejos del rebufo autoritario de Trump y de la retórica bélica y extremista de Rivera, Casado y Abascal, siempre dispuestos a añadir gasolina a los incendios. Porque las consecuencias en clave nacional no son menos inquietantes. Al mostrarse sumiso con ese relato, Sánchez ha roto de facto con el bloque progresista que le apoya en España y ha puesto en grave peligro las escasas posibilidades de una victoria electoral. Si hace el juego a los radicales de derechas (con Venezuela, alquileres, presupuestos o Cataluña), dinamita la base social, política y cultural del bloque progresista (con sus apoyos periféricos). Esta base no se sostiene solo en la moción de censura (cuyos efectos ya están agotados) ni en la sola aprobación de los presupuestos (necesaria pero no suficiente), sino en prefigurar otra idea de España, otras formas de hacer política, otras identidades plurinacionales o federales, otra práctica de la democracia... Y, en el caso de Venezuela, Sánchez ha decidido seguir rompiendo la base cultural y política del bloque progresista al alinearse y reforzar así la identidad política del bloque reaccionario (nacional e internacional). Así Sánchez no podrá, y con él no podremos el resto.
La situación en Venezuela es endiabladamente compleja. El país se encuentra al límite de sus fuerzas. La inepta gestión económica de Maduro, junto a la bajada del precio del petróleo, el monocultivo productivo venezolano, ha echado por la borda algunos de los principales logros de la “revolución” chavista, y el...
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