El día en que los curas se amotinaron contra el franquismo
Más de cien religiosos, la mayoría procedentes del País Vasco, pasaron por la cárcel concordataria de Zamora durante la dictadura. En 1973, seis de ellos se amotinaron
Lola López Muñoz 6/02/2019
Sacerdotes vascos en la cárcel concordataria de Zamora, en 1967. Foto del libro Zamorako Apaiz-Kartzela.
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Es el 6 de noviembre de 1973. Seis de los siete presos en un pabellón de la cárcel de Zamora deciden iniciar un motín y, en pocos minutos, se lanzan a destruir todo lo que está a su alcance en la prisión. Destrozan los cristales, lanzan el televisor al patio exterior, rompen las sillas que tienen a mano, patean las puertas y despedazan los colchones de las celdas. Después de esto, deciden ir a la capilla y prenderle fuego al altar como forma de protesta.
La imagen no parecería muy inusual en el momento. No era el único motín entre presos que se había producido en España durante aquellos años, ya que las nefastas condiciones en las que se encontraban los reclusos habían encendido una mecha en las prisiones que tardaría años en apagarse. Sólo dos meses antes, en septiembre, se habían producido motines en las cárceles de Burgos, Sevilla y Teruel.
aunque el clero no se posicionó mayoritariamente en contra del régimen, sí que hubo sacerdotes que lo hicieron en contra de la represión, las torturas y los asesinatos
Sin embargo, este motín en el que se prende fuego a un altar proporciona una fotografía estrambótica de los últimos años del franquismo, ya que los protagonistas de este acto son sacerdotes. Estos clérigos, juzgados por oponerse al régimen, no se encontraban en una penitenciaría común, ni siquiera en un ala destinada a los presos políticos que abundaban en los penales de la época. El lugar en el que se desarrolla este motín es la cárcel concordataria de Zamora, un pabellón de la cárcel provincial destinada precisamente a albergar a los miembros del clero que hacían oposición al franquismo. Y la principal demanda de estos prisioneros era la de cumplir condena en una cárcel común, con el resto de aquellos que habían sido represaliados por motivos políticos en plena dictadura.
Paradójicamente, a pesar de que Franco había dado mucho poder a la Iglesia, el dictador acabó sus días persiguiendo curas. De esta forma, tal y como explica Francisco Fernández Hoyos en un trabajo titulado La cárcel concordataria de Zamora: una prisión para curas en la España franquista, el cuerpo de sacerdotes había contribuido a la represión, pero muchos de ellos también habían actuado como motor de solidaridad con los represaliados y habían sido ellos mismos víctimas de la represión. “Preguntarse qué fue la cárcel concordataria requiere hacerse una pregunta más general sobre las relaciones entre la Iglesia católica y el sistema penitenciario franquista”, afirma Fernández Hoyos. Una relación muy estrecha durante los cuarenta años de dictadura.
La represión a los curas rojo-separatistas
La Iglesia católica no sólo apoyó a Franco en plena Guerra Civil, sino que también colaboró activamente en la represión que posteriormente se llevaría a cabo sobre cualquier persona sospechosa de ser afín a los rojos. Según cuenta Paul Preston en El holocausto español, en muchos casos los propios sacerdotes fueron los primeros en unirse a las columnas de los rebeldes, instando a sus congregaciones a hacer lo mismo. El historiador inglés recoge en su obra las declaraciones elogiosas que un voluntario británico que combatió con los Requetés dedicó a un cura navarro, el padre Vicente: “Creo que le costaba mucho contenerse para no arrebatarme el rifle y disparar él… Cada vez que un miliciano atrincherado corría despavorido en busca de otro refugio, yo oía la voz del buen padre invadida por la emoción: ‘¡Que no se escape! […] Un poco más a la izquierda. ¡Sí! ¡Ya le ha dado!’, exclamaba mientras el pobre hombre caía inerte”.
A partir de 1943, además, la Iglesia estaba presente en las cárceles a través de los capellanes de prisiones, que se ocupaban de dar misas los domingos y dar clases de catecismo, sirviendo como vehículo de propaganda de la dictadura. Los sacerdotes no se ocupaban de salvar a los condenados a muerte, pero sí que se aseguraban de que se confesaran y rechazasen sus creencias antes de morir. En muchos casos, la confesión era obligatoria para que los reos pudiesen despedirse de sus seres queridos.
Sin embargo, aunque el clero no se posicionó mayoritariamente en contra del régimen, sí que hubo sacerdotes que lo hicieron en contra de la represión, las torturas y los asesinatos. Tal es el caso de monseñor Olaechea, quien, en una homilía titulada Ni una gota más de sangre de venganza, pidió el perdón para el enemigo: “No más sangre que la que quiere Dios que se vierta, intercesora, en los campos de batalla para salvar a nuestra Patria”. En otros casos, especialmente en el País Vasco, muchos curas se posicionaron directamente en contra del fascismo, apoyando a los republicanos y socialistas.
Estos clérigos también fueron objeto de la represión que se inició con la Guerra Civil y continuó durante los cuarenta años de dictadura franquista. Este es el caso del padre Eladio Celaya, un sacerdote de 72 años originario de Peralta, en Navarra. Preocupado por los miembros de su parroquia hasta el punto de defender la campaña para el retorno de las tierras comunales, un 8 de agosto de 1936 se presentó en Pamplona para protestar por los asesinatos a manos de los fascistas. A pesar de que la única respuesta que obtuvo fue que nada se podía hacer, continuó con su protesta hasta que el 14 de agosto fue asesinado y decapitado.
a pesar de su condición de religiosos, los clérigos fueron sometidos a multas, detenciones e incluso torturas
Tras el fin de la guerra y a medida que pasaban los años, jóvenes sacerdotes evolucionaron hacia posturas democráticas y de izquierdas, convirtiéndose en elementos imprescindibles para la lucha contra el franquismo, ya sea participando en ella o cediendo sus parroquias para las reuniones clandestinas. Fernández Hoyo cita en su trabajo sobre la cárcel de Zamora una encuesta sobre el clero publicada en 1969, donde se afirmaba que casi la mitad de los curas españoles se identificaba con posturas políticas de izquierda. Entre los más jóvenes, un 47% era partidario del socialismo, y sólo un 10% apoyaba la dictadura.
Así, a pesar de su condición de religiosos, los clérigos fueron sometidos a multas, detenciones e incluso torturas. Entre 1973 y 1975, 120 sacerdotes, de los que 96 pertenecían al País Vasco, fueron objeto de apertura de diligencias judiciales o directamente encarcelados, según los datos publicados por Guy Hermet en su libro Los católicos en la España franquista. El ensayista francés añade que en ese mismo periodo las multas a 108 curas ascendían a más de once millones de pesetas.
El origen de la cárcel concordataria de Zamora
El concordato firmado entre España y el Vaticano en 1953 acordaba que un sacerdote no podía ser juzgado por un tribunal civil sin el permiso de la autoridad eclesiástica. De la misma manera, tampoco podían cumplir condena con el resto de la población, sino que serían recluidos en una casa eclesiástica o, al menos, en localizaciones distintas en las que se encontrasen los laicos. Así, los sacerdotes siempre estarían separados del resto de presos, fuesen estos políticos o sociales.
A pesar de que existía la mencionada posibilidad de ser recluidos en una casa eclesiástica, no era fácil que esto se produjese realmente. “Si ésta era tradicional, no estaba demasiado dispuesta a acoger a reclusos antifranquistas; si no lo era, sus miembros podían confraternizar con el preso”, explica Fernández Hoyos. Es por esto por lo que decide crearse una prisión exclusivamente destinada a sacerdotes, la cárcel concordataria de Zamora.
En total, por esta prisión pasaron cerca de cien curas, la mayoría de ellos procedentes del País Vasco. Alberto Gabikagogeaskoa fue el primer sacerdote recluido, en julio de 1968, en este pabellón de la cárcel provincial. ¿Su delito? Pronunciar una homilía subversiva por la que fue juzgado por propaganda ilegal; en ese sermón Gabikagogeaskoa denunciaba que en las cárceles del País Vasco se torturaba a los presos. Así, el Tribunal de Orden Público lo condenó a seis meses de cárcel y una multa de 10.000 pesetas.
No fue el único que acabó en prisión tras la imposición de una multa. Los sacerdotes Felipe Izaguirre y Juan Mari Zulaika habían sido multados con 25.000 pesetas por asistir al Aberri-Eguna, e Imanuel Oruemázaga se encontró con la misma sanción por retirar la bandera española del altar de la Iglesia. Todos ellos se negaron a pagar. “Nos detuvieron en Eibar, en una manifestación. Nos llevaron al cuartel y nos pegaron sin parar con la pistola, por todas partes. Después, nos trasladaron a la cárcel de Martutene y allí nos desnudaron y nos hicieron inclinar, para humillarnos. Y de ahí nos mandaron a Zamora. Aquello me pareció un garaje con barrotes”, recuerda Zulaika en un reportaje publicado por El País.
En 1969 llegaron a la concordataria más clérigos represaliados por sus ideas políticas; fueron condenados por encerrarse durante tres días en el Obispado de Bilbao, donde iniciaron una huelga de hambre. Esta protesta iba dirigida contra las torturas que sufrían los presos políticos a raíz del Estado de Excepción que se había declarado unos meses antes en toda España. Entre estos represaliados se encontraba Alberto Gabikagogeaskoa, quien volvería al penal al ser condenado por estos hechos a doce años de cárcel.
diez sacerdotes planearon su huida de la cárcel construyendo un túnel de 16 metros, con sus manos y cucharas como únicas herramientas
Las condiciones de vida en la cárcel concordataria de Zamora eran muy duras. Los inviernos eran tan fríos que las tuberías acababan congeladas, y los veranos eran muy calurosos. Además, la comida era escasa y de mala calidad, con lo que los presos compartían los alimentos que enviaban sus familiares. Las únicas lecturas de las que disponían eran El diario de Zamora y el Marca, previamente censurados. Las visitas se hacían a gritos, a través de una doble malla y con la presencia de un vigilante que podía oír las conversaciones; la correspondencia estaba limitada a una carta por semana y no se podían tocar temas sociales o políticos. Las cartas que recibían, además, pasaban por censura previa.
Todo esto formaba parte de un sistema de vigilancia continuo que asfixiaba a los presos. Esta falta de intimidad se agravaba por el hecho de que ni siquiera las duchas o los váteres contasen con puertas.
La situación llegó al punto de que diez sacerdotes planearon su huida de la cárcel construyendo un túnel de 16 metros, con sus manos y cucharas como únicas herramientas. Después de seis meses cavando y cuando habían programado la fuga para tres días más tarde, fueron descubiertos por los vigilantes. “Un día vino corriendo al lavadero un funcionario. El que estaba cavando el túnel se quedó dentro. Solo nos dio tiempo a taparlo, pero cuando llegó el vigilante todo estaba lleno de polvo. El funcionario estaba mosca y fue a por refuerzos. En ese momento sacamos al que estaba dentro del túnel. Volvieron los funcionarios. Pensaban que teníamos una radio escondida. No daban crédito cuando vieron el túnel. Ya se veía el otro lado”, rememora en el citado reportaje de El País Josu Naberan, uno de los curas presos que participó en el intento de fuga.
Finalmente, las condiciones en las que se hallaban recluidos, el trato vejatorio, las incomodidades materiales y el aislamiento con respecto al resto de presos políticos llevaron a seis de los siete sacerdotes que en ese momento se encontraban en la prisión –el último estaba gravemente enfermo– a levantarse contra el penal. Ocurrió el 6 de noviembre de 1973. La chispa saltó por la imposibilidad de conciliar el sueño por parte de los reclusos: al recuento de las tres de la mañana al que eran sometidos se unían los paseos de los funcionarios, el resplandor de las linternas y el ruido de las puertas al abrirse y cerrarse.
Es así como se inicia el motín que abre esta historia, y que culmina con un altar en llamas en plena cárcel destinada a curas. Así, la revuelta concluyó con una condena de 120 días en una celda de castigo, una habitación desnuda donde únicamente de noche se traía un colchón. La reacción de los presos fue iniciar una huelga de hambre y lanzar un comunicado, obteniendo algo de repercusión en el exterior de la cárcel.
Tras varios años de lucha, de protestas y huelgas de hambre apoyadas tanto por los presos como por colectivos religiosos en el exterior, la cárcel concordataria desapareció en 1976. Poco después también lo hizo el privilegio del fuero, que impedía procesar a miembros del clero sin el consentimiento episcopal.
La querella argentina
Muchos de los sacerdotes encarcelados por motivos políticos colgaron la sotana después de estos hechos, entre ellos los mencionados Gabikagogeaskoa, Izaguirre, Zulaika y Naberan. Cuarenta años después de aquel motín carcelario, en 2013, 16 de los sacerdotes que sufrieron la represión y la tortura decidieron sumarse a la querella argentina por los crímenes del franquismo que instruye la jueza María Servini de Cubría.
Hasta ahora, para estos y muchos otros casos de represión durante el franquismo no ha habido justicia ni reparación. Pero muchos luchadores por la libertad durante esas oscuras décadas del franquismo continúan batallando para que esto no quede así. Cuando la memoria viva de estos acontecimientos desaparezca, solo nos quedará el recuerdo de lo que ocurrió. Es necesario que nada de esto se olvide.
¡Hola! El proceso al Procès arranca en el Supremo y CTXT tira la casa through the window. El relator Guillem Martínez se desplaza tres meses a vivir a Madrid. ¿Nos ayudas a sufragar sus largas y merecidas noches de...
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Lola López Muñoz
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