Miguel Ángel Hurtado / Psiquiatra infantil y víctima de abusos
“Los obispos han animado a los padres a traicionar a sus hijos”
Agnese Marra 27/02/2019
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Miguel Angel Hurtado no suelta el móvil. Lo tiene en la mano derecha cuando le vemos. Se sienta y lo pasa a la izquierda. Enfrente tiene su portátil. Se pone a responder mails. Y de reojo, siempre, una miradita al teléfono que ha dejado otra vez a su derecha.
– Perdón, es que hay una tele que viene después y estoy confirmando.
Tiene varios frentes abiertos. Una semana en la que aparecer en los medios. Que su voz se escuche bien alto. Que oigan su mensaje y el de centenas –miles, quizás no hay número claros– de víctimas. Tiene una batalla que pelea desde hace tres años. Bueno, ésa es apenas una. La guerra, en su caso, comenzó cuando cumplió dieciséis. Pero sigamos con la batalla antes de entrar en la Gran Guerra.
Miguel Ángel Hurtado tiene 36 años. Alto, delgado, de los que camina un poco encorvado sin controlar mucho su cuerpo.
Miguel Ángel Hurtado es psiquiatra infantil y activista por los derechos de la Infancia. Pero antes de todo eso fue víctima de abusos durante su adolescencia. Una víctima de la Iglesia. La Abadía de Montserrat (Barcelona) como escenario de guerra.
Cuando a lo largo de la conversación le preguntamos si habla como víctima o como psiquiatra experto en trauma infantil, nos dice que “bueno, es algo difícil de separar”. Y curiosamente durante toda a charla, al hablar de los abusos, alternará la primera y la tercera persona arbitrariamente. Pero al empezar la entrevista, el que habla, claramente es el activista. Se acerca a la periodista con el libro del monje y agresor que abusó de él durante un año. Lo muestra.
L’ Escoltisme i Montserrat, de Andreu Soler.
– Siempre se lo muestro a los periodistas. Que vean que lo publicó después de que le denunciara. Después de que el abad de Montserrat me prometiera que le apartaría. Después de que la Abadía de Montserrat me diera dinero para ayuda psicológica reconociendo lo que había pasado. Después de todo eso permitieron que saliera ese libro. Mira, mira.
Ese manual sobre prácticas scouts escrito por un pederasta tiene tanto de ironía como de tragedia. Pero para Miguel Ángel Hurtado sobre todo es una estafa: “Obviamente que le devolví el dinero a la abadía. Una tomadura de pelo todo”.
El problema es que el abuso sexual es un abuso de poder, y tiene que ver con las estructuras de poder. Castigar a los abusadores significa darle la vuelta al sistema de poder
Habla el activista que nos recibe en las oficinas de change.org la semana en la que va a presentar en las puertas del Congreso de los Diputados las 525.000 firmas que ha conseguido la petición por “la no prescripción de los delitos sexuales a menores” que hizo en esta plataforma. Son días en los que los medios sí prestan atención. Poco después de que se estrenara el documental de Netflix, Examen de Conciencia, en el que Hurtado hace de protagonista, y en el que a través de cinco capítulos acompaña y escucha a otros abusados por la Iglesia. Le vemos la misma semana que aparecen nuevas denuncias de abusos contra los padres Claretianos, y contra Manuel Briñas, fundador de la escuela del Atlético de Madrid y exprofesor del Colegio marianista Hermanos Amorós. Le vemos una semana antes de la Cumbre contra la Pederastia que el Papa Francisco ha organizado en el Vaticano estos días. Hurtado ahora está allí. Manifestándose.
Retrocedemos. Habla con nosotros. Nos habla de esa batalla y de su gran guerra. De su primer objetivo: que los delitos de abusos a menores no queden impunes. Que las víctimas sean oídas. Que los agresores sean juzgados. Aquí lo cuenta.
– En un primer momento pedimos la imprescriptibilidad del delito como sucede en Argentina, como se va a aprobar en Chile, pero diversos juristas nos explicaron que en la legislación española no tendría cabida. En estos momentos nuestra línea roja es que el plazo de prescripición del delito comience a partir de los 50 años de la víctima. Lo que propone el gobierno es que comience a partir de los 30. Yo tengo 36 y soy la víctima más joven de Montserrat, si mi agresor estuviera vivo no podría ser condenado. No tiene ningún sentido esa reforma.
Hurtado junto a Juan Cuatrecasas –padre de la víctima de abusos del colegio del Opus Dei Gaztelueta– se sentaron esa semana con varios partidos políticos. Explicaron su línea roja, mostraron sus argumentos y todos respondieron con buenas palabras. Pero Hurtado que tres años antes había hecho lo mismo cuando la misma petición había alcanzado las 300.000 firmas, sabe lo que es que una reforma se quede encajonada:
–Los temas de violencia contra la infancia son transversales pero de baja intensidad. Todo el mundo está de acuerdo pero nunca hay tiempo para ellos. Los políticos lo ven todo muy razonable, pero están antes los presupuestos, el procés, sacar a Franco del Valle de los Caídos…
Se habla mucho de las víctimas, de los agresores, pero poco de los encubridores. ¿Tenemos una sociedad que no quiere mirar a este problema?
Durante toda la vida te enseñan lo que son las buenas acciones, y esa misma gente que te enseñaba un código ético es la que más lo vulnera
En la película Spotlight dicen: “Se necesita una aldea para abusar de un niño”. Y es precisamente lo que sucede. La película muestra cómo lo sabían políticos, abogados, periodistas, y nadie hacía nada. En España sucede lo mismo. El problema es que el abuso sexual es un abuso de poder, y tiene que ver con las estructuras de poder. Castigar a los abusadores significa darle la vuelta al sistema de poder. En mi caso significa que una institución como Montserrat, patrona de Cataluña, se ponga en cuestión, y su prestigio se desmorone. Enfrentar los abusos significaría reorganizar buena parte de la estructura social. Significaría que los adultos perderían poder para que los niños ganaran derechos, y si hay un colectivo que gana derechos, hay otro que pierde privilegios. Pero además hay otro punto esencial, y es que los abusadores de la iglesia controlan a la víctima, se llevan bien con su familia, están dentro de su escuela, en la parroquia donde se pasa el tiempo libre. Si la mayor parte de los abusos los cometieran desconocidos no habría ningún problema para frenarlos. La sociedad sabe muy bien por qué mira hacia otro lado, el esfuerzo que es afrontar los abusos y la reorganización social que supone.
Bueno no sé si un alumno o un profesor que encubre hace todo ese razonamiento.
No, claro. Lo que te acabo de decir es toda una reflexión que no sé si se tiene en el día a día. Lo primero que piensa la gente que lo encubre es que es un marrón. Así de simple. Un marrón porque es enfrentarse a una estructura de poder y no quieren problemas.
Llama la atención en el documental Examen de Conciencia cómo algunos de los abusados cuentan que los otros niños se reían de ellos, sabían lo que ocurría y se burlaban.
Eso es muy habitual porque culpabilizar a la víctima es una medida protectora. Si a un compañero le sucede eso, será porque algo habrá hecho, porque es un flojo, porque es débil. De esa manera creen que a ellos no les va a pasar, y les da una sensación de falsa seguridad.
En una entrevista usted habla de cómo el monje aprovechó un mal momento personal suyo para ganarse su confianza. ¿Hay un modus operandi en el abuso?
Pues en mi caso fue claro. Identificó una víctima vulnerable que estaba pasando por un mal momento en casa. Hubo una aproximación progresiva para ganar la confianza, y cuando había una relación afectiva en la que esa persona se convierte en alguien importante, empieza a abusar de él. Así me pasó a mí y es bastante habitual, pero otras víctimas de Montserrat me contaron que a ellos les abusó directamente en el mismo día que entraron a la abadía. Al final lo que se iguala mi caso con el de ellos, es que el abusador sabe que está en la abadía de Montserrat, que es un monje respetado en una de las instituciones más importantes de Cataluña. Toda esa escenografía cuenta a la hora de sentirse con la seguridad de que los chavales no se van a atrever a denunciar.
¿Estudiar psiquiatría infantil ha sido su terapia?
Hice terapia un par de veces. Primero en grupo cuando tenía 22 años y después individual a los 26 años. Y decidí estudiar psiquiatría infantil para entender lo que me había pasado. Cuando eres abusado tienes una sensación de confusión, no entiendes por qué. Te han inculcado una historia y luego es la contraria. Te han contado que la iglesia es un lugar seguro que los sacerdotes son gente buena, que el peligro está fuera de casa, con los desconocidos. Y encima cuando intentas hablar al que defienden es al malo. Es el mundo al revés. Durante toda la vida te enseñan lo que son las buenas acciones, y esa misma gente que te enseñaba un código ético es la que más lo vulnera. Todo eso te genera mucha confusión, y la carrera que estudié me ha ayudado a entenderme mejor. Al fin y al cabo el conocimiento es poder.
Dice “cuando intentas hablar apoyan al malo”. ¿Su familia le apoyó?
No. Pero como sucede en muchas familias, es una cuestión cultural. Especialmente en España hay esa cultura de “mejor no meterse con la Iglesia”, una actitud apaciguadora. Cuando se da una situación de abuso de este tipo las familias en vez de ir a la policía van al obispo, o al jefe de la congregación. Ellos siempre proponen que se solucione de forma privada, que no haya escándalos. Los obispos han animado a los padres a traicionar a sus hijos porque a fin de cuentas si hay un pedarasta que le ha hecho algo tu hijo, y permites que no le pasa nada, es una traición. La Iglesia ha enseñado a los padres a no defender a sus hijos, esa es la idea de familia que propagan. Eso lo llamó yo pedagogía negra.
Con todo ese contexto parece difícil que la víctima pueda hablar.
Es muy difícil. Muchas víctimas guardan lo que les pasó en un rincón de la memoria. Les hace tanto daño que algunas lo olvidan por un tiempo. Pero si el trauma no se convierte en historia se manifiesta en síntoma, y tarde o temprano va a salir. Hay víctimas que me decían que se habían olvidado pero que tenían problemas de alcoholismo, o de drogas, o que eran incapaces de tener una pareja estable, o que no conseguían mantener un trabajo fijo. Después se dieron cuenta que tenían que digerir esa experiencia, contarla es el primer paso.
¿Cuándo aconseja que se cuente?
Se cuenta cuando se puede, pero para que sea curativo creo que lo más importante es que sea en un momento de estabilidad emocional de la víctima. Si está sin alojamiento, sin trabajo, en una situación vulnerable, es mejor no hacerlo hasta que esté estable. Aconsejo que se haga poco a poco, porque es como una comida, si te das el atracón te sienta mal. Uno tiene que dosificar lo que cuenta, digerirlo con calma porque cada vez que lo cuenta se queda muy revuelto.
¿Cómo fue con usted?
Fue un proceso de muchos años, muy poco a poco. Primero lo conté a un círculo de amigos pequeño, dije que había sufrido abusos pero no dónde. Después dices dónde, cómo fue. Luego empecé a contarlo en los medios, primero hablas de forma más genérica, luego das datos más personales. Ahora mi historia es completamente pública porque me he convertido en un activista. Lo que me sucedió es un no-evento en mi círculo. Todo el mundo lo sabe y no pasa absolutamente nada. Y es importante recordarlo porque sobre todo en España hay una cultura de que el abuso sexual es secreto, es algo vergonzoso, que cuando se sepa va a pasar algo catastrófico, y es mucho más normal de lo que imaginamos. Se cuenta y no pasa nada.
¿Y le pesa mucho que su agresor no haya podido ser juzgado?
Algo pesa. Si siguiera vivo y con las leyes que tenemos, no le pasaría nada. Y eso me indigna por eso lucho por el cambio de plazo de prescripción del delito. Pero en mi caso hay una condena social que es tan reparadora o incluso más que la condena legal. Para mí el hecho de que haya un consenso en la sociedad catalana y española de que los hechos son ciertos, que este señor es un agresor y que eso sea de dominio publico, es muy sanador. Los abusos dejan de ser secreto. No te tienes que esconder, todo el mundo sabe lo que ha pasado.
Que le crean.
Justo eso, ganar la batalla del relato. El principal problema que tienen las víctimas y por eso muchas no quieren hablar es que no son creídas. A mí me empezaron a creer después de que salieran otros diez casos que denunciaban al mismo monje. Pero cuando estaba yo solo, incluso después de que la abadía me pagara parte de mi tratamiento psicológico, había gente que no me creía. Dicen que lo inventas porque odias a la Iglesia, o que buscas notoriedad, que son ganas de sacar dinero, todo tipo de barbaridades. En España si denuncia solo una víctima parece que no es suficiente, tienen que hacerlo al menos cinco para que se las empiece a tomar en serio. Y ojo, yo no digo que se tenga que creer a todas las víctimas, lo que pido es que el testimonio del abusado y del agresor tengan la misma validez, y que no se parta de que todas las denuncias son falsas.
¿Se supera el trauma?
No todo el mundo lo supera, pero muchos sí que lo consiguen.
¿Y usted?
En gran parte sí. Lo que pasa es que nadie te va devolver la infancia. Yo ahora estoy bien porque tengo 36 años, pero a mí me hubiera gustado estar bien cuando tenía 16. Esos años no me los da nadie. Te roban una parte de tu vida.
Usted venía de una familia religiosa. ¿Sigue creyendo en Dios?
No. Yo digo que cambié de religión, y ahora la que tengo son los Derechos Humanos.
¿Le cuesta entrar a una Iglesia?
No me cuesta nada. Pero con todo lo que estoy diciendo no sé si los que no me van a dejar entrar son ellos. Y por primera vez en toda la entrevista suelta una carcajada.
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