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El sábado 2 de febrero, a los 87 años, falleció en París Josette Audin, la anciana de blancos cabellos, frágil aspecto y tierna mirada que saltó a los medios de comunicación el pasado mes de septiembre, cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, reconoció la responsabilidad del Estado en la tortura y el asesinato de su marido, Maurice Audin, en la guerra de Argelia, y le pidió perdón en persona.
Josette Audin había exigido justicia a todos los presidentes de Francia desde que a su marido lo detuvieron paracaidistas franceses el 11 de junio de 1957, en la batalla de Argel, y nunca más supo de él. Maurice tenía veinticinco años; era profesor universitario, militante comunista y anticolonialista y padre de tres hijos. Según Pierre Vidal-Naquet (autor del informe L’affaire Audin, que destapó el caso en 1958), los paracaidistas, sospechando que Maurice ayudaba a la guerrilla independentista FLN, lo torturaron para sonsacarle información y lo ejecutaron.
Según la versión oficial, Maurice se escapó durante un traslado, lo que nunca creyeron sus allegados. No obstante, ni sus compañeros de profesión ni sus camaradas (en situación clandestina) pudieron movilizarse para liberarlo, y Josette tuvo que emprender sola la lucha contra el Estado, que durante seis décadas dictaminó que no había lugar para investigaciones. Ni la campaña en memoria de Maurice Audin que organizó el diario L’Humanité ni las cartas que Josette dirigió a Nicolas Sarkozy y a François Hollande en medios de comunicación obtuvieron respuesta.
Macron rompió, pues, el silencio oficial, y al anunciar la apertura de archivos de la guerra de Argelia (aunque no dio fechas) y pedir que los testigos pongan sus documentos a disposición de los historiadores, reabrió el debate sobre los desmanes del ejército francés en Argelia: durante los meses posteriores a su declaración, los medios de comunicación recordaron a quienes, como Maurice Audin, sufrieron torturas y aún están desaparecidos, así como la matanza de manifestantes musulmanes del 8 de mayo de 1945, mientras en la metrópoli se celebraba la victoria frente al nazismo.
El debate sobre lo ocurrido en Argelia está, por tanto, lejos de terminar. La apertura de archivos probablemente desvelará más atropellos del ejército francés, así como otros episodios del conflicto aún desconocidos; sin embargo, un importante capítulo permanece olvidado: la participación de pieds noirs (franceses de origen europeo nacidos en territorio argelino) en la causa independentista. El que la noticia de la muerte de Josette Audin —acaecida solo seis meses después de la declaración de Macron— apenas haya trascendido las fronteras galas es síntoma de la amnesia. Ni siquiera hay rastro cinematográfico ni literario de estos “justos” —diría Albert Camus, otro pied noir— que, arriesgando sus vidas, antepusieron sus ideales a su filiación nacional, étnica, lingüística y religiosa.
El olvido se debe fundamentalmente a tres motivos: el primero, que a la ex potencia colonial nunca le ha interesado producir ficciones sobre su derrota ni sobre sus hijos díscolos (para los franceses de Argelia, el peor traidor era un compatriota independentista); el segundo, que la historia oficial ha silenciado a los pieds noirs anticolonialistas, la mayoría ya fallecidos; y el tercero, que habiendo vivido mayoritariamente en Francia desde 1962, año de la emancipación, estos activistas mantuvieron perfil bajo por miedo a sufrir represalias de partidarios de la “Argelia francesa”, que impusieron su relato del episodio histórico.
Por otra parte, los pieds noirs anticolonialistas formaban un conjunto heterogéneo —y mal avenido—, unido solo por un fin. La mayoría, como el matrimonio Audin, eran comunistas que, ante la ambigüedad del Partido Comunista Argelino en el conflicto, ayudaron al FLN (los “portadores de maletas” repartían dinero, víveres y armas a los guerrilleros) y/o se unieron a él. El más conocido fue Henri Alleg, director de Alger Républicain (donde Albert Camus publicó artículos) y una de las últimas personas que vieron vivo —aunque moribundo— a Maurice Audin. Alleg pasaría a la historia por escribir La question, relato de las torturas que le infligieron militares franceses y que redactó sobre papel higiénico del campo de internamiento de Lodi.
Un colectivo menos numeroso pero tan implicado en la independencia argelina como los comunistas fueron los anarquistas. La Fédération Communiste Libertaire (FCL) y el Mouvement Libertaire Nord-Africain (MLNA) formaron en 1954 (año en que comenzó la guerra) la primera red de portadores de maletas. Los activistas Georges Fontenis, Line Caminade, Paul Philippe, Pierre Morain, Suzanne Morain y Léandre Valéro pasaron años recluidos en Lodi y en prisiones de Francia, donde también recababan apoyos para el FLN. Paradójicamente, los libertarios que ayudaron al primer movimiento independentista argelino, el MNA, de Messali Hadj, recibieron ataques del FLN, que acusaba a los mesalistas de inmovilismo.
Capítulo aparte merecen los pieds noirs judíos anticolonialistas. Presentes en Argelia antes que los árabes, los judíos habían sufrido discriminación bajo mandatos otomano y francés, hasta que el decreto Crémieux (1870) les convirtió en franceses de pleno derecho, estatus que perdieron durante el régimen de Vichy y recuperaron tras la Segunda Guerra Mundial. La memoria de las injusticias sufridas incitó a algunos hebreos a apoyar la independencia pese al recelo existente entre musulmanes y judíos, cuenta Nathalie Funès en Mon oncle d’Algérie, cuyo protagonista, el ex resistente antifascista y militante libertario (además de tío de la autora) Fernand Doukhan, no soportaba que Francia humillara a los indigènes, algo que los nazis ya habían hecho con los franceses —judíos en especial— durante la ocupación.
Ningún colectivo de pieds noirs anticolonialistas ha permanecido sin embargo tan olvidado como el de las mujeres, cuyo afán por conseguir justicia social incluía la igualdad entre sexos. Si bien algunas activistas musulmanas —las famosas moudjahidate— tuvieron reconocimiento y popularidad (Djamila Boupacha recibió apoyo de Simone de Beauvoir y de Pablo Picasso), de las activistas HG Esmeralda, judía comunista torturada con picana eléctrica, así como de Jacqueline Guerroudj y Monique Hervo, por citar solo tres ejemplos, apenas sabemos nada, y merecerían un artículo para ellas solas.
Más atención merecería también el devenir de los pieds noirs anticolonialistas tras la independencia, a la que, según Pierre Daum, siguió una euforia que se convirtió en sensación agridulce, o incluso, en desengaño: durante la guerra, algunos militantes —por ejemplo, Fernand Doukhan— fueron deportados a Francia, país del que no sentían formar parte, con la prohibición de retornar a Argelia bajo riesgo de sufrir durísimas condenas; otros, tras haber pasado años en cárceles francesas, consideraban la Argelia libre como un país lejano, extranjero; la mayoría, cumplido el objetivo de la independencia, se instalaron en Francia, donde siguieron discretamente la vida política argelina y militaron en otras causas.
En cambio, una minoría permaneció en Argelia desdeñando “la maleta o el ataúd”, creencia según la cual los musulmanes ejecutarían a todo francés que no abandonase el país tras la independencia. Fue el caso, por ejemplo, de Josette Audin, que se convirtió en funcionaria argelina pese a que ello implicaba una notable reducción de salario. Al igual que otros camaradas, Josette tuvo que abandonar Argelia tras el golpe militar de Boumedienne, en 1966, y se instaló en Francia. Los resistentes fueron marchándose durante las décadas de 1970 y 1980 por la penuria económica, el autoritarismo de los sucesivos gobiernos —que, para ellos, traicionaba la revolución— y la islamización social, hasta que la guerra civil de los años noventa empujó al éxodo a los últimos irreductibles.
La historia de la Argelia independiente, que los pieds noirs contribuyeron a construir, quizá presenta menos luces que sombras. Las desigualdades sociales de un país rico en recursos, el déficit democrático y la falta de libertades de las mujeres, entre otros, son problemas que algunos militantes anticolonialistas ya presagiaban antes de la emancipación. No obstante, lucharon por una causa legítima y no son responsables del devenir del país después de 1962 (a menudo han criticado la evolución sociopolítica de Argelia). Por tanto, antes de que el último de ellos muera, merecerían salir del olvido y que se reconociera su esfuerzo.
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Autor >
Gonzalo Gómez Montoro
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