IMPERIOS COMBATIENTES
Macron en su torre de marfil
A falta de respuestas contra la protesta social, el presidente francés lanza una nueva campaña electoral que bautiza como “gran debate”, con la represión como incierta solución última
Rafael Poch 23/01/2019
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Desde hace diez semanas, el movimiento nacional republicano de protesta en pro de una mayor equidad, contra la injusticia y la degradación de la vida –eso es lo que son los gilets jaunes– pide un cambio de política. El presidente responde al clamor “Macron dimisión” reivindicando a fin de año los “logros” de su mandato entre los que incluye, sin la menor vergüenza, la “acción para erradicar la gran pobreza”, la “reforma del subsidio de paro y del sistema de pensiones” y la “mejora de nuestros hospitales”. Confirma que no habrá cambio (“No vamos a deshacer lo que se ha realizado en dieciocho meses”) y tiene la desvergüenza de advertir a los ciudadanos que no olviden que “no se construye nada sobre las mentiras”. Cada vez que abre la boca, aumenta el agravio.
Después de especular sobre el desinflamiento del movimiento, el corrupto complejo mediático recrudece su virulenta campaña. En su editorial del 24 de diciembre Le Monde denunciaba “las violencias y actos antisemitas” de los gilets jaunes y apelaba a “movilizar a partidos y sindicatos” contra ellos. Desde France-Infose ha llamado a prohibir las manifestaciones. Desde Radio Classique, el exministro Luc Ferry anima a usar “el cuarto ejército del mundo” contra el movimiento y a los policías agredidos a hacer uso de sus armas contra los manifestantes. Le Parisien encuentra las “convergencias” de la izquierda con el Frente Nacional en el movimiento y comentaristas estrella como Christophe Barbier llaman simplemente a la “detención de sus líderes”… No es de extrañar que los medios sean objeto de una creciente inquina popular que, simplemente, reconoce a sus enemigos entre los perros guardianes del (regresivo) orden establecido.
Manifestarse en Francia se ha convertido en algo verdaderamente peligroso y arriesgado. La actuación de la policía, de una violencia inusitada y que deja un balance de decenas de heridos y mutilados, no es objeto de informe ni mucho menos denuncia en los medios. Quien no participa directamente, no sabe de qué se trata. Pese a ello, el nivel de movilización, sin ser masivo, se mantiene. No presenta signos de agotamiento. Parece haber llegado para quedarse. Que la ola se convierta en inundación puede depender de circunstancias fortuitas, de chispas de indignación imprevisibles a las que la situación está enteramente abierta.
En este contexto Macron ha lanzado una frenética campaña de imagen. Lo que llama “gran debate” es una especie de campaña electoral y de imagen, con grandes reuniones con alcaldes, estrictamente organizadas desde arriba por el ministerio del Interior y los prefectos, con varias sesiones maratonianas y televisadas en diversos puntos de Francia, diseñadas para lucir al personaje, complicar toda crítica, y siempre rodeadas de impresionantes despliegues policiales para impedir todo contacto, protesta o acceso de los gilets jaunes. El alcalde René Revol define este show como una campaña electoral a cuenta del contribuyente. Con ella Macron espera concentrar el voto de la derecha de cara a las elecciones europeas.
En política exterior, otro show: la firma, el martes, de un fantasmagórico acuerdo con Merkel que incluye el compromiso francés de “admitir a Alemania como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU” y hacer de ello una “prioridad” de su diplomacia, sin que nada de todo ello haya sido debatido siquiera por la Asamblea Nacional… Pero todo eso no cambia lo esencial: meras tácticas para ir tirando que evidencian la ausencia de estrategia.
A falta de cualquier veleidad de cambio político, a Macron solo le queda ese tacticismo y una deriva autoritaria que tiene un gran campo por delante, vía la rendición del Napoleón le petit de Victor Hugo.
Según el diagnóstico del sociólogo Laurent Mucchielli, la irritación y el enfado de los gilets jaunes tiene que ver con “una evolución a la vez económica (el retroceso o estancamiento de la capacidad adquisitiva), social (el aumento de las desigualdades, las dificultades de vivienda, de acceso a la universidad y la desaparición de los servicios públicos de proximidad), territorial (el desclasamiento real o así percibido de los habitantes de las periferias urbanas y de los rurales) y político”. El macronismo no tiene respuestas a eso, ni voluntad alguna de cambio. Por eso, si el movimiento se mantiene –y nada hace pensar en lo contrario– lo único que le queda es una represión de resultado más que incierto.
Desde hace diez semanas, el movimiento nacional republicano de protesta en pro de una mayor equidad, contra la injusticia y la degradación de la vida –eso es lo que son los gilets jaunes– pide un cambio de política. El presidente responde al clamor “Macron dimisión” reivindicando a fin de año los...
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Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
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