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“¿Podríamos concretar el contenido y alcance de ese concepto?”. La víspera del pasado 8M, en la rueda de prensa que siempre da al término del Consejo de Gobierno, el presidente de la Xunta de Galicia y del PP de ídem, Alberto Núñez Feijóo respondió así a un periodista que le preguntó si se consideraba feminista. A Feijóo le salta el resorte de excelente tertuliano que lleva dentro del traje de presidente, y de vez en cuando tiene que reparar en que lleva puesto el cargo. Así que añadió que “obviamente, las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, sin ninguna discusión, y reformular el debate sería un disparate” y “la lucha por la igualdad no acabó, continúa, porque sigue habiendo problemas de conciliación y brecha salarial”. “¿Podría ser más concreto?”, lo intentó de nuevo el plumilla. Al presidente le saltó de nuevo el resorte: “Si usted me pone un tema para hacer una redacción y me explica exactamente cómo se concreta esa pregunta, yo le contesto”, y otra vez el doctor Jekyll institucional: “a veces siento vergüenza al ver a algún hombre que abusa de su fortaleza física, verbal, económica o de cualquier tipo en relación a una mujer [...] Es que si un hombre no respeta a una mujer no es que no sea un hombre, es que simplemente no es persona”. Como siempre al final de sus comparecencias, Feijóo miró de soslayo, fuese y no hubo nada. ¡Ah, se me olvidaba! En el Consejo habían aprobado la creación de las medallas Emilia Pardo Bazán para distinguir a las personas, entidades o instituciones por su trabajo en el ámbito de la igualdad.
El tal diálogo, además de la destreza del presidente gallego en el arte de usted pregunte lo que quiera que yo responderé lo que me plazca, revela otra habilidad: la de conseguir remangarse los pantalones para que la marea del feminismo no se los moje, y a la vez no desmarcarse de sus compañeros de ideología que han salido empapados. El mismo día 7, Pablo Casado anunciaba que el PP no iría a las manifestaciones del 8M porque las monopolizaba la extrema izquierda, echando así a los brazos de la tal extrema izquierda –sea lo que esto sea– cientos y cientos de miles de personas de todas las edades y colores que participaron en ellas. Una de las virtudes del feminismo es que ha conseguido dividir a la derecha, tan prietas las filas en otras cosas, entre algo parecido a aquello de apocalípticos e integrados: cerriles y elásticos. Y en muy poco tiempo.
La bancada cerril la componen Vox y la línea oficial del PP. En el bando elástico figura el ahora adalid de la mujer, Feijóo, que en junio pasado llegó a espetar en sede parlamentaria a la líder del BNG, Ana Pontón, “parece que está muy necesitada”, y desde luego Ciudadanos, los expertos en dondedijodiguismo. En el programa electoral de 2016 los de Rivera pedían la regresión de la violencia de género a “violencia doméstica” y el fin de la “asimetría penal” y Marta Rivera de la Cruz, una peso pesado del partido, declaraba en la tele que “es tan grave que un hijo vea cómo su padre mata a su madre que vea cómo su madre mata a su padre”. Después del 8M-2018, Rivera criticó a Rajoy por recién llegado al feminismo y se ofreció como catalizador o carburador del cambio que viniese.
Es apasionante el proceso que atraviesan las organizaciones que optan por conservar todo tal y como está –cuando no retroceder– con respecto a los avances sociales. Primero, en coherencia con sus principios, se oponen. Incluso ferozmente. A la Constitución, al divorcio, al aborto, al matrimonio homosexual, al reconocimiento de la violencia de género… Después, también en buena lógica, los disfrutan como ciudadanos. Al final los acaban reivindicando como propios (la Constitución, etc.). El proceso de asunción/apropiación se realiza mediante algo tan sencillo como la adjetivación. La lingüística cognitiva complica la explicación algo más, pero en el fondo es eso, poner adjetivos y esperar que los altavoces los difundan y que los rivales los asuman. En un principio el feminismo, así en general y sin calificar, era malo, tirando a diabólico (capaz de meter goles en propia puerta, según el obispo de San Sebastián). Como en todas partes surgían mujeres que respaldaban, puertas adentro o afuera, esos postulados, se inventaron dos adjetivos para separar el grano de la paja: feminazi (les nazis sont les autres, que diría Sartre) y feminismo radical.
El proceso de asimilación requiere tener una marca propia para oponerla a la que atribuyes al contrario. Como buenos emprendedores, Ciudadanos han creado su propio feminismo, el liberal, y una figura de referencia, Clara Campoamor, en base a una cita pillada en la wikiquote. Supongo que desecharon a Concepción Arenal por incompatibilidad con la prisión permanente revisable que propugnan. Feijóo ya se ha pedido a la Pardo Bazán y cuando se suelte, imagino que reivindicará el feminismo difuso, o el feminismo armónico, o incluso el bifeminismo responsable. Y cuando el cerrilismo tenga que bajar del monte, Casado se abonará al feminismo patriótico de Agustina de Aragón, e incluso puede que veamos a Abascal reclamando el feminismo imperial y convirtiendo a Isabel la Católica en una sufragista avant la lettre. Todo es esperar.
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Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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