TRIBUNA
Las naranjas sudafricanas toman España
Un pacto comercial firmado entre la UE y el país africano en 2016 flexibilizó aún más la exportación del cítrico
Sergio Molina García 3/04/2019
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Un paseo por los campos valencianos permite comprobar que todavía quedan muchas naranjas por recolectar. Lo primero que se podría pensar es que la cosecha se ha retrasado. Sin embargo, los verdaderos motivos están lejos de las cuestiones climatológicas. Como viene siendo habitual en los últimos tiempos, Europa está en el centro de la cuestión.
La UE firmó un pacto comercial con Sudáfrica en 2016 que, entre otras cosas, concedió una mejora de las condiciones en la exportación de las naranjas. Se programó una reducción progresiva de los aranceles comunitarios con el objetivo de que estos se extinguieran en el 2025. Además, se amplió el periodo en el que no existen medidas restrictivas, por lo que entre el 1 de julio y el 15 de octubre Sudáfrica goza de libre comercio con el mercado común. Todo ello ha provocado un choque de intereses entre los productores de naranjas españoles y sudafricanos, pues no solo cultivan el mismo producto, sino que el periodo de maduración, y por tanto el de comercialización, es similar.
Esta situación motivó una caída de los precios. Si en diciembre de 2017 el valor de la naranja Navelina se encontraba entre 0,18-0,22€/kg, un año después se había reducido a 0,13-0,15€/kg. De esta manera, los cultivos de cítricos han dejado de ser económicamente viables en el levante español, mientras que para la agricultura sudafricana se han convertido en una oportunidad, pues sus costes de producción son menores, lo que les permite tener un margen de beneficio mayor.
Si en diciembre de 2017 el valor de la naranja Navelina se encontraba entre 0,18-0,22€/kg, un año después se había reducido a 0,13-0,15€/kg
Si se analiza la historia de la UE (antes CEE), con facilidad se pueden encontrar situaciones similares, aunque con diferentes protagonistas. En la década de los setenta, los agricultores mediterráneos de Francia presentaron quejas similares ante la posibilidad de que España entrase en el mercado común. La potencialidad del agro español hacía peligrar la estabilidad de los cultivos del sur francés. Sin embargo, existen dos diferencias fundamentales. En primer lugar, España se perfilaba como país candidato a ser un miembro de la CEE. Y, en segundo lugar, Francia acabó protegiendo su agricultura a través de diferentes reformas de la PAC, de tal manera que ambos sectores primarios, el español y el francés, se han podido mantener hasta la actualidad.
Retomando el conflicto actual de la naranja, la significativa caída de los precios ha provocado que los agricultores hayan salido a la calle. Equipados con chalecos naranjas para visibilizar su problemática, tratan de mostrar que no se trata de un hecho puntual, sino de una situación que puede desembocar en una gran crisis del sector levantino. La visualización del problema ha obligado a la Generalitat y al Gobierno central a tomar medidas. Han reforzado el lobby de los cítricos en Bruselas para que tenga más presencia en el panorama comunitario y, además, han comprado un stock de 50.000 tm de naranjas para entregarlos a las ONGs.
todo este conflicto está demostrando que la Europa de los mercados, o de los mercaderes, no es la solución ni a este conflicto ni a la crisis existencial de la UE
Esas medidas puede que ayuden de manera temporal a calmar la situación, pero este conflicto está suscitando interrogantes que van más allá del acuerdo comercial entre la UE y Sudáfrica. Es el momento para plantearse algunas cuestiones sobre la UE y la función de ciertos sectores en el marco comunitario. Para empezar, se puede hacer un balance sobre cuál ha sido el papel de los eurodiputados españoles en dicho conflicto y, sobre todo, buscar cuales han sido las argumentaciones que dieron tras aprobar el tratado comercial a sabiendas de que podría tener efectos negativos para el sector español. Pero también es preciso reflexionar sobre el papel del asociacionismo agrario, tanto entre los agricultores españoles como en las instituciones comunitarias. En 1983, un estudio afirmaba que el 66% de los encuestados no consideraba útiles esos organismos (OPAS) en España. Quizás sea el momento de replantearse su papel, pues su vertebración puede ser esencial. En este caso, habría que preguntarse por qué en 2016 no presionaron para que no se firmase tal acuerdo. Todo ello conduce a un replanteamiento de la relación ciudadanía-instituciones, ¿alguien les dijo a los agricultores que dicho acuerdo podría plantearles problemas?
Por último, solo quedaría volver a repensar qué tipo de alternativas se pueden tomar. La solución no tiene por qué basarse en una protección del producto levantino, pero lo que sí debe hacerse es buscar una solución a largo plazo. La compra de stock por parte del Estado, como se pudo comprobar con la PAC de los años setenta y ochenta, es una solución para un momento puntual, pero no una medida que pueda acabar con el problema. Si Europa quiere apostar por ser dependiente de los productos agrarios extracomunitarios, al menos, debe ofrecer una alternativa a las regiones que tradicionalmente se han dedicado al sector primario.
En realidad, todo este conflicto está demostrando que la Europa de los mercados, o de los mercaderes, no es la solución ni a este conflicto ni a la crisis existencial de la UE. Es una prueba más de que se debe apostar por una Europa social en la que la ciudadanía tenga más participación en la vida política de la unión y que igualmente tenga una mayor información sobre las cuestiones comunitarias que le afectan de primera mano. Pero para ello, las instituciones nacionales deben igualmente considerar que el plano europeo es esencial para el futuro del país. Las asociaciones agrícolas tienen que concienciarse de que el futuro de sus sectores no está en Madrid, sino en Bruselas. Y no buscar una protección solo en el gobierno nacional, sino alianzas con el resto de los productores de cítricos europeos (mayoritariamente italianos) para mostrar el conflicto como un problema europeo y no de un subsector español.
Cerrar en falso estos conflictos solo demuestra una cosa, y es que la naranja puede ser un motivo más para el desencanto europeo. Ahora hay que re-convencer al mundo agrario levantino de que Europa, pese a estos tratados, es su futuro.
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Sergio Molina García. Seminario de Estudios del Franquismo y la Transición/UCLM.
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