TRIBUNA
Una reflexión acerca de dos dictadores, Tito y Franco
Si cuantificamos lo que queda de los dos desde el punto de vista político, la balanza se inclina a favor del español
Branko Milanović 3/04/2019
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Tito y Franco no podían ser, en muchos sentidos, más diferentes: eran las antípodas. Uno luchó con los nazis, el otro en contra de ellos; uno era un estricto reaccionario a favor de la religión, el otro un comunista ateo; uno fue excluido de las estructuras globales de gobierno posteriores a la Segunda Guerra Mundial, casi un paria, el otro se integró completamente en ellas; uno lideró una guerra colonial, el otro fue idolatrado por los líderes anticoloniales; uno protegía la propiedad privada, el otro la abolía. Probablemente podría seguir.
Como ocurre con todas las antípodas, también hay similitudes. Ambos nacieron el mismo año (1892) y murieron con menos de cinco años de diferencia; los dos gobernaron durante más de tres décadas sin oposición; ambos lograron o se adjudicaron títulos militares: uno era generalísimo, el otro mariscal; ambos le pusieron su nombre a calles y plazas (Tito incluso a ciudades); ambos llegaron al poder a través de sangrientas guerras civiles; ambos procedieron a la ejecución masiva de sus oponentes (aunque el grado de culpabilidad y participación en las atrocidades y el genocidio de los adversarios de Tito fue de una magnitud completamente diferente al de los de Franco); ambos iniciaron reformas económicas en la década de 1960; ambos eran católicos de nacimiento; y ambos fueron enterrados en conjuntos monumentales conmemorativos (aunque el de Franco es mucho más grandioso).
Lo que también tienen en común es que queda muy poco de lo que hicieron o construyeron. Y esto es precisamente lo que me gustaría subrayar: lo poco que ha quedado de lo que intentaron crear los tiranos europeos de la primera mitad del siglo XX. La historia no ha sido amable con ellos (como no lo fueron ellos con sus contemporáneos). La estructura erigida por Lenin y Stalin ha desaparecido del todo: el sistema social ha vuelto al capitalismo y el país se ha derrumbado y ha sido dividido. Lo mismo sucede con Tito. Erdogan desmantela diariamente los cimientos que levantó Kemal Ataturk. De la Italia de Mussolini solo quedan edificios y puentes de aspecto imperial: no hay corporativismo, no hay gloria imperial ni monarquía. Y obviamente, la Alemania de Hitler acabó en ruinas, tanto literal como figuradamente. La República Federal (así como la RDA) se construyó en clara contradicción con todo lo que defendían los nazis. Deberíamos alegrarnos de que la historia haya sido tan cruel con los dictadores europeos del siglo XX.
Sin embargo, al analizar a Tito y Franco también tenía curiosidad por saber qué queda del “trabajo” de ambos. Y me parece que el veredicto es a favor de Franco (aunque explicaré más adelante las posibles razones). Al leer, por una parte, los periódicos españoles, y por otra los serbios (y menos frecuentemente los croatas), observo que la frecuencia con la que se menciona a Franco es mucho mayor comparada con la de Tito. Y esto no se debe únicamente a las actuales iniciativas para exhumar sus restos y enterrarlos en otro lugar. Lo mencionan los que critican la Constitución postfranquista y los que advierten de que la actual monarquía la “bendijo” o la instaló él.
En el caso de Tito la situación es diferente. Aparte de que la estructura que erigió desapareció y quedó hecha añicos (aunque sobre las fronteras que diseñó o al menos la aprobó), y el sistema político y económico que favoreció se disolvió, no hay nadie en los Estados que surgieron de la antigua Yugoslavia que se considere su “heredero” o que haya sido colocado en una posición de poder por él, ni siquiera de forma indirecta.
Si bien la herencia política de Franco es más evidente, puede no serlo respecto al grado de los recuerdos o percepciones populares. La “logística” franquista, los nombres de las calles, etc. están, en mi opinión, completamente eliminados en España; sin embargo, Tito permanece en algunas zonas de Yugoslavia (en algunos lugares de Eslovenia, Croacia y Macedonia; únicamente en Serbia ha quedado completamente “borrado” de la historia aunque su tumba está allí). No obstante, en la memoria de la gente, la época de Tito, para la mayoría de los que vivieron entonces o los que lo aprendieron de sus padres, sigue vinculada a la prosperidad económica, la paz étnica y la convivencia, así como a un papel internacional importante. Si bien la prosperidad económica es significativamente mayor ahora en algunas antiguas repúblicas, en otras no es así; la paz étnica ha sido reemplazada por conflictos permanentes o al menos por tensiones: casi ninguna frontera de las antiguas repúblicas carece de controversias; y el papel internacional significativo ha sido reemplazado por todo lo contrario: la insignificancia. Sin embargo, en el caso de Franco, no ocurre lo mismo porque la España de hoy es mucho más rica, libre e influyente internacionalmente que la España que él dejó.
De este modo, si bien la “memoria de la gente” parece más amable con Tito que con Franco, el hecho de que, desde un punto de vista político, todo lo que se asociaba con Tito haya desaparecido significa que si cuantificamos lo que queda de los dos desde el punto de vista político, la balanza se inclina a favor de Franco. Sin embargo, esto no significa necesariamente que Franco fuera mejor estadista. Creo que la principal diferencia procede del “material” con el que construyeron sus estados. Franco construyó sobre los cimientos de una nación que, aunque era diversa desde el punto de vista regional y étnico, había existido más o menos dentro de las mismas fronteras durante unos siete siglos antes de que llegara al poder. Además de tratarse de una nación que fue una gran potencia mundial. El “material” de Tito era gente que, durante la mayor parte de los cinco siglos anteriores, estuvo bajo dominio o tutela extranjera. Los cimientos sobre los que construyó Tito existían, pero durante un par de décadas antes de que llegara al poder, y además explotó en mil pedazos y asesinatos genocidas en la Segunda Guerra Mundial. De modo que uno construyó con piedras y el otro con arena.
La tarea de Tito, al igual que la tarea de cualquier líder de la Europa Central o del Este que intentó gobernar un país multiétnico, era edificar una estructura estatal empleando un “material” desmoronado o, parafraseando a Bolívar, intentar arar en el mar (“J’ai labouré la mer”). Esta es la razón por la que no queda nada de la época de Tito desde el punto de vista político o social. Y por la que nunca volverá a darse una situación así.
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Este artículo se publicó en el blog del autor.
Traducción de Paloma Farré
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