Apuntes de un viaje por los Balcanes
II. Eslovenia, nubes en el horizonte
Felipe Nieto 17/06/2015
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La estrecha carretera discurre entre colinas de bosques frondosos, densos en tal grado que apenas si dejan ver ocasionalmente, en alguna ladera escarpada, la roca madre caliza, el sustrato del paisaje cárstico (o del Carso, o del carst, en las dos lenguas de la región) predominante en buena parte del territorio esloveno, de manera más propia al sur de nuestra ruta de hoy camino de la capital.
Atravesamos pequeñas poblaciones de nombres difíciles eslovenos, a veces doblados al italiano, probablemente su original remoto, donde el autobús se detiene inexorablemente, lo que nos permite admirar sus casas con muros de gamas amarillas variadas, rejuvenecidos recientemente para mejor facilitar el recuerdo de su pasado austríaco. No se ve mucha labor en los campos. Caballos y vacas, en escaso número, pastan a sus anchas. El verano, a pesar del húmedo calor ambiente, no parece haber llegado.
Estos bosques, esta campiña me van a acompañar a lo largo de mi viaje por la pequeña república, una suerte de Suiza balcánica que más de uno de sus habitantes hubiera querido ver consolidada como una réplica de la República Helvética, neutral económica y políticamente y abierta generosamente a empresas e instituciones financieras internacionales. Al norte, en las estribaciones alpinas, los Alpes Julianos precisamente, en añoranza de los tiempos en que Julio César recorrió las llanuras aledañas, el paisaje adquiere proporciones grandiosas, dignas de las alpinas suizas o austríacas. En el parque nacional de Triglav, al noroeste del país, se encuentran algunas de las mejores muestras cuando se pasea en torno a los lagos y se visita alguna de sus islas un tanto misteriosas, cuando se atraviesa los numerosos puentes sobre ríos de aguas torrenciales color esmeralda o cuando se asciende por los hayedos en busca de cataratas y se persigue a los ríos subsiguientes por los desfiladeros. En tales entornos la naturaleza eslovena no da tregua. Y para remate una torre apuntada de una Iglesia católica o la muralla de una fortaleza en lo más alto recordarán al viandante, desde los pequeños museos locales que albergan, que estas tierras tan agraciadas que parecen recién creadas vienen siendo habitadas desde muy antiguo por pueblos diversos.
He llegado a la capital, Ljubljana. Todo lo que uno ve y admira desde el principio en el centro de la ciudad recuerda a Austria, tal vez en una escala más reducida, más humana también, como corresponde a un pequeño sector, a una provincia, del vasto Imperio de los Habsburgo. El buen tiempo primaveral ha sacado a la gente de sus casas. El centro de la ciudad, a derecha e izquierda de su arteria central, el río Ljubljanica, es un continuo de terrazas tomadas por multitudes de todas las edades y gremios festejando la vida y el calor repentino.
Según el profesor Vodopivec, Europa ha supuesto una decepción para muchos ciudadanos
Pero no todo es tan idílico como podría pensarse a primera vista. Basta con asomarse a las calles, casas y barrios a pocos metros de centro histórico o divisarlos, si no se quiere caminar, desde el primer rascacielos de la ciudad, desde la terraza en el decimotercer piso, para ver otra realidad, precaria, infradotada, resto degradado del pasado socialista que no se ha integrado en la nueva corriente de los tiempos. La Suiza eslava, en cualquier caso, queda lejos, y la más desarrollada de las repúblicas que formaron Yugoslavia, independiente desde 1991, atraviesa hoy por momentos críticos, pero, a diferencia del resto de Europa en situación semejante, no parece querer aceptar la idea de la crisis como componente propio de los sistemas democráticos y de economía de libre mercado.
La independencia, si bien cerró una relación más que conflictiva con el resto de repúblicas que formaban Yugoslavia, no ha traído, al menos visto desde hoy y en la percepción de un amplio sector de la población, una situación de cambio sustancial y de mejora en los estándares de bienestar para acercarse a los de los países más avanzados de Europa. En consecuencia, la crisis, la corrupción y una incorporación a Europa desde 2004 que exige sacrificios no acostumbrados a cambio de ayudas no tan generosas están haciendo mella rápidamente en una población poco preparada para afrontarlo. No predominará el euroescepticismo en las encuestas, pero es seguro que el entusiasmo hacia Europa, pasados los primeros momentos de euforia, ha decaído sensiblemente.
Y no es una razón menor el hecho de que muchos no perciban que el logro de un estado democrático, con los derechos y libertades que le son propios, sea un valor en sí mismo, un valor superior por cuyo fortalecimiento valga la pena luchar a diario. Tampoco los partidos, los gobernantes y los líderes influyentes, a juicio de muchos ciudadanos, han dado muestras de ejemplaridad y eficacia. Privatizaciones discutibles, el consiguiente desmantelamiento del tejido industrial, la corrupción -el primer ministro Janez Jansa acabó en la cárcel- son puntos negros de la situación actual deteriorada por la crisis económica desde 2008.
En estas condiciones, el ingreso en Europa sigue cosechando decepciones. La reciente entrada en el euro ha puesto más en evidencia la fragilidad eslovena y ha aumentado las dificultades económicas de la gente corriente. Y si Europa no ayuda a aminorar los efectos de la crisis, si la población percibe que las dificultades aumentan, ¿para qué van a querer a Europa?
- Sí, -confirma mi interlocutor, un pequeño empresario hostelero que se expresa en un alemán de fuerte acento austríaco-, antes la situación era mejor. Todos tenemos "Yugonastalgie". Nostalgia de la Yugoslavia de Tito que murió, como se sabe, en 1980.
Este hombre de menos de 50 años no va a ser el único que me hable elogiosamente del mariscal que gobernó férreamente Yugoslavia durante 35 años. En opinión de los que así piensan, Tito no era un dictador, todo lo contrario, según mi interlocutor hostelero Tito era un "künstler", un artista o un artesano que supo manejar y hacer encajar magistralmente las piezas, los pueblos y clases que formaban la República Federativa de Yugoslavia.
- ¿Es esto así?, ¿en qué grado?, -pregunto a Peter Vodopivec, profesor emérito de Historia Contemporánea en la Universidad de Ljubljana.
- Puede ser así porque el pasado se ha idealizado, más en los últimos tiempos, debido a la crisis. No olvide -me dice en su vacilante español: “me cuesta hablarlo pero leo mucho, sobre todo literatura”-, que lo que preocupa a la mayoría es su situación económica y los derechos sociales (vivienda, sanidad, trabajo seguro) que disfrutaban durante el gobierno comunista y que ahora han disminuido o desaparecido.
Según el profesor Vodopivec, Europa ha supuesto una decepción para muchos ciudadanos. Constatan que, además de no vivir mejor que antes y de padecer una mayor desigualdad, en Europa no se tiene en cuenta la diversidad de cada pueblo y su pasado económico y social. La uniformidad que impone el capital ha matado las ilusiones de futuro en la sociedad eslovena.
Las reflexiones a media voz de este amable profesor, que lamenta no poder dedicarme más tiempo, apuntan a algunos de los problemas centrales por los que atraviesan los pueblos balcánicos salidos del sistema comunista, entre ellos la integración en Europa, necesaria y mayoritariamente aprobada, efectuada sin embargo de modo discutible y con resultados que hasta la fecha apuntan a la decepción.
La continuación del viaje permitirá contrastar estas impresiones e indagar si son compartidas por el resto de las repúblicas balcánicas.
La estrecha carretera discurre entre colinas de bosques frondosos, densos en tal grado que apenas si dejan ver ocasionalmente, en alguna ladera escarpada, la roca madre caliza, el sustrato del paisaje cárstico (o del Carso, o del carst, en las dos lenguas de la región) predominante en buena parte del territorio...
Autor >
Felipe Nieto
Es doctor en historia, autor de La aventura comunista de Jorge Semprún: exilio, clandestinidad y ruptura, (XXVI premio Comillas), Barcelona, Tusquets, 2014.
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