Señales de humo
En la vida todo es sexo
Ana Sharife 1/05/2019
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La historia está llena de romances que pusieron a temblar los cimientos de todo un imperio. El príncipe Paris se enamora de Helena, la esposa de un monarca, desencadenando la Guerra de Troya. La reina de Saba logra de Salomón un largo tratado de no agresión y comercio entre estos dos reinos, y Diógenes de Sínope le echa en cara a Alejandro Magno “estás dominado por los muslos de Hefestión”, su oficial de caballería.
La gente piensa que el hombre y la mujer de hoy tienen poco que ver con los hombres y las mujeres de hace siglos. Sin embargo, en el cuerpo a cuerpo, en el amor y el deseo seguimos relacionándonos del mismo modo. Te domino entregándome a ti, dándote placer.
En la vida todo es sexo y su mercantilización está presente igual que lo estuvo siempre. El hombre sigue tratando de usar el poder como recurso para obtenerlo, y las mujeres siguen tratando de usar el sexo para alcanzar poder. Fue Beauvoir quien advirtió que “el hombre se deja encasillar en una caracterización artificial que la mujer perpetua con su silencio”. Mujeres empoderadas que se resisten a modificar las reglas del juego porque saben que sus armas de seducción son poderosas. Mujeres que cabalgan entre dos mundos porque intuyen que “bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados”.
La cuarta ola feminista recorre el mundo, pero se encuentra con algo que no esperaba: el ascenso de la ultraderecha, “la envejecida clase media masculina”. Un eco lejano que nos sobrecoge de los pies a la cabeza. Un sonido que se aproxima con furia hasta nosotras y me recuerda a los cantos religiosos precristianos, de cuando las civilizaciones aún no habían nacido y el mundo vivía sobrecogido en la oscuridad. Es el grito los guerreros antes de enfrentarse a muerte en el campo de batalla con mujeres desarmadas. “Un feminismo con potencial transformador” que genera “espacios colectivos y de ayuda mutua”, que acoge a los excluidos, que trata de “reconstruir el lazo social cuya destrucción impulsa a los fantasmas del fascismo”.
Hemos construido una sociedad que se resiste a modificar la masculinización de su sexualidad. No es sexo. Es el miedo del hombre a perder el poder, el que tuvimos en el Paleolítico, cuando pensaban que las mujeres eran mágicas porque podían engendrar. Derechos emanados del alumbramiento que nos denegaron en la antigua Roma, multiplicando tres fenómenos execrables: el miedo a la infidelidad femenina, el infanticidio de niñas para garantizar un sucesor, y la prostitución, que no es la profesión más antigua del mundo, sino una actividad que esclaviza a unas mujeres para alejar a los hombres de las suyas.
En las guerras la violación no es sexo. Es poder, un signo de supremacía donde el cuerpo de la mujer es utilizado como campo de batalla. Una forma de castigar a los hombres, además de un mensaje de advertencia a las demás mujeres de la comunidad. Mujeres que sufren en sus propios cuerpos una venganza que supera lo imaginable. Nada de esto está lejos del imaginario masculino que, en muchos grupos de chat, al amparo del colegueo, el hombre perpetua. Hablan de las mujeres como si sólo sirvieran para ser folladas, poseídas, usadas e intercambiadas, mientras en la pornografía, en la privacidad del consumo sexual y en el anonimato de las redes persiste la misoginia, la cosificación, la violencia contra ellas.
El sexo puede gobernar los sentimientos y las decisiones aun de las personas más estables emocionalmente, porque el instinto sexual concentra la más intensa manifestación emocional de un individuo, y es por ello que puede escapar al control racional. Una realidad imposible de desmontar. Para lograrlo tendríamos que extinguirnos como especie y luego esperar a que naciera otra nueva que, posiblemente, no sería muy distinta a esta.
Es así de sencillo. Por algo la mente está diseñada para ‘apagarse’ inmediatamente después del orgasmo, y sólo bajamos la guardia tras el sexo, en los brazos del amante, como el imbatible Sansón se abandona a sus instintos y olvida su misión divina, vencido por un enemigo carente de fuerza física, Dalila.
De camino a la cama, la mujer tiene el poder; después de la cama, el hombre luchará para hacerse con él, porque en la vida todo es sexo, menos el sexo que no es sexo sino poder.
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Ana Sharife
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