Tribuna
Aprendizajes de un mes electoral
El escenario político actual está determinado por la diversidad de ‘gustos’ (fragmentación) en la demanda (electorado), que incentiva la creciente diversidad de oferta (partidos)
Francisco Jurado 27/05/2019
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Los resultados de las elecciones generales del 26 de abril nos dieron un respiro pero tenían trampa. La extraordinaria movilización que logró frenar el temido gobierno trifachito fue eso mismo: una reacción de autodefensa impulsada por el miedo, no por la ilusión que pudiera transmitir la alternativa.
Cuando se actúa por miedo se hace desde un impulso primario, de supervivencia, donde se deja a un lado la razón. Esto, trasladado al voto, implica aparcar la crítica, la exigencia y hasta los principios. Si desde el bloque de la izquierda –sobre todo desde Podemos– se interpretó el resultado como un espaldarazo sin fisura a su labor durante los últimos años, es que no atendieron a algunas señales.
Los días previos a las generales, hubo una campaña en redes espontánea, ciudadana, muy viral, parecida en imaginación y creatividad a la que aupó a Carmena en 2015, que no pedía el voto para ningún partido, sino que sólo pedía votar. “Vota, por favor”, “vota, coño”, porque en España sabemos que, cuando la participación es alta, gana la izquierda. Y el efecto arrastre funcionó como dique de contención, pero no como pilar sobre el que construir.
Cambiar la receta cambia el plato
En 2015 se consiguió algo extraordinario. Decenas de candidaturas amalgamadas, muñidas desde la remezcla, el consenso y la paciencia, se auparon a las alcaldías de las ciudades más importantes del Estado. Todas compartían ciertos rasgos: primarias bastante decentes, listas heterogéneas en su procedencia y sensibilidad, una pluralidad que, si bien empujada por un Podemos–-entonces– al alza, consiguió aunar las gentes diferentes necesarias para lograr la gesta.
De esa receta hoy queda bien poco. Las primarias ahora las condicionan las listas, los dedazos y los sistemas de recuento hechos a medida. La pluralidad y lo heterogéneo no se ha sabido gestionar. Se ha confundido unidad con uniformidad. Donde las candidaturas ciudadanas se han mantenido independientes de Podemos, han salido mal paradas, lo que no ha significado, tampoco, un buen resultado para el partido morado. Donde ha sido Podemos la candidatura ciudadana, más de lo mismo, salvando el caso de Cádiz, una ciudad con un alcalde que parece hecho a medida, un hecho aparte, un caso singular.
El futuro del municipalismo
Para quien conoce de cerca la experiencia de las candidaturas municipalistas, los resultados de ayer son especialmente dolorosos. Se heredaron ayuntamientos con deudas desorbitadas, con proyectos de supervivencia que no iban más allá de pedir préstamos para pagar, a duras penas, las nóminas del funcionariado del mes siguiente, sin transparencia y sin vías reales de participación.
En estos cuatro años, todos los municipios que optaron por estas candidaturas han visto mejorar sus cuentas. Incluso, han podido ver las cuentas y participar de ellas. Se han generado mecanismos de participación que han ensanchado la exigua concepción de democracia que teníamos desde el 78, que se limitaba a la papeleta en la urna. Se ha puesto el foco en la crisis de la vivienda, en la habitabilidad de las ciudades, en el peligro de la turistificación, en la contaminación… ¿Se podía haber hecho mejor? Seguro, pero es innegable el avance de estas candidaturas.
El problema del municipalismo (o uno de ellos) es que, “hacia afuera”, más allá de la red que se ha conformado “hacia adentro”, no ha tenido una referencia a nivel estatal, siendo éste una escala de referencia fundamental para el relato, para los medios y para buena parte de la sociedad. Desde esta perspectiva, el municipalismo ha podido parecer un fenómeno atomizado y sin interconexión o, casi peor, un conjunto de experiencias atadas a la suerte de Podemos, como referente estatal más cercano.
El futuro del municipalismo pasa por recopilar la experiencia de estos años, tanto del funcionamiento de la institución como de las fórmulas que permitieron ganar las elecciones y gobernarla, para tejer desde lo local, una alternativa con vocación de extensión hacia otras escalas superiores: feminismo, habitabilidad, ecologismo, participación o transparencia, sus ejes fundamentales, lo pueden ser también como modelo de país.
Sobre la unidad
Se suele demonizar la fragmentación en los partidos (en la oferta) sin atender a que esa fragmentación es una realidad en el electorado (la demanda). Y lo expreso en estos términos porque el comportamiento electoral, los procesos electorales en sí, están fuertemente influidos por la cultura generada durante décadas de economía de mercado. La manera de votar y las campañas de los partidos no se escapan sus códigos. Con el voto también buscamos el “producto” que se adapte mejor a nuestros gustos. Cuanto más definido, cuanto más detallado, cuanto más exclusivo, mejor. A la hora de “consumir” (también productos electorales) queremos reflejar lo que somos.
Pero esta fragmentación afecta a los resultados en función de lo mucho a poco proporcional que sea el sistema de asignación de escaños, de si existen barreras a la entrada (como el 5% de los sufragios en los municipios) o de la mala imagen que puedan dar partidos semejantes intentando robarse votos entre sí. Y esta afectación no resta por defecto. De hecho, muchos municipios y comunidades autónomas van a ser gobernados por la derecha más fragmentada de la historia reciente.
El problema, más que la fragmentación, que podemos llamar sin complejos diversidad, es que no saber encauzarla, ya sea internamente en los partidos o en el funcionamiento de los órganos parlamentarios. A la interna de los partidos, no sabiendo gestionar el agonismo, desde la sana discrepancia y la cohabitación de sensibilidades heterogéneas. El hiperliderazgo, la falta de democracia interna, la exacerbación de las corrientes, las purgas, las luchas de poder, etc. son muestras de falta de cultura política y de visión estratégica. Cuando las decisiones se toman por consenso, deliberando y mezclando entre todas las opciones, son mejores. Y esto es aplicable al seno de los partidos, pero también a los propios parlamentos. Por desgracia, este cambio de cultura (deliberativa y colaborativa) choca con otro rasgo de la economía de mercado: la competición.
En resumen, el escenario político actual está determinado por la diversidad de “gustos” (fragmentación) en la demanda (electorado), que incentiva la creciente diversidad de oferta (partidos), compitiendo a brazo partido por segmentos de mercado (electoral), y esto afectará inexorablemente al funcionamiento de los parlamentos.
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Francisco Jurado es jurista, Doctor en Políticas Públicas. Investigador en la Universidad PAblo de Olavide y consultor independiente.
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Francisco Jurado
Es jurista y secretario de la Vicepresidencia III del Parlamento de Andalucía.
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