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«Quiero que actuéis como si nuestra casa estuviera en llamas. Porque lo está».
Greta Thunberg en el Foro de Davos
Nuestra casa común está en llamas. El capitalismo industrial, que lleva doscientos años quemando combustibles fósiles para acelerar su persecución infatigable de beneficio económico, ha alterado radicalmente el clima del mundo. Y esto no es un relato científico o mediático: es ya una experiencia cotidiana de la que todo el mundo puede dar buena cuenta con ejemplos sencillos. Árboles que florecen prematuramente, refranes que ya no se cumplen, o tomarse las cañas de Navidad en manga corta, como si viviéramos en el hemisferio sur, son experiencias cada vez más normales. Apenas pequeñas olas, en nuestras todavía apacibles orillas, de la gran tormenta histórica que se está gestando mar adentro. Y que ya agita el planeta en forma de guerras exacerbadas por sequías o éxodos migratorios de proporciones bíblicas. Hoy ya vivimos en un planeta un grado más caliente que el de nuestros tatarabuelos. A finales del siglo xxI, los nietos de nuestros hijos nacerán en un mundo en el que los gases de efecto invernadero habrán podido añadir medio, uno, dos o hasta tres y cuatro grados más a nuestra fiebre planetaria. Si finalmente la temperatura del incendio sube más, puede que sencillamente no haya nietos.
¿Qué hay que hacer en caso de incendio? Encontrar un punto intermedio entre relajarse y entrar en pánico. Y después actuar. Ni minimizar el problema, ni darlo por perdido. Es indudable que la crisis ecológica, de la que el cambio climático es solo una manifestación entre otras, interpela a la humanidad con una urgencia inédita. E igual de evidente es que nuestras sociedades no han demostrado todavía estar a la altura. Las reglas del juego han cambiado, porque nunca antes fallar había significado perderlo todo. Esta es la novedad tremenda de nuestro tiempo: de las cenizas de este incendio puede no surgir ningún fénix.
Por ello conviene no creer en las palabras de aquellos que nos han conducido hasta aquí cuando hoy insisten, por todos los medios de propaganda a su alcance, en afirmar que la situación está tecnológicamente bajo control. Pero la enorme responsabilidad de la crisis ecológica tampoco puede abrumarnos y paralizarnos, hasta el punto de asumir la supervivencia entre los escombros como el único margen de maniobra posible. Porque no nos engañemos: este fuego no es un rito de paso. Destruye sin purificar. Sabemos ya lo suficiente sobre cómo es nuestra especie para afirmar que nada profundamente liberador podrá nacer del derrumbe de nuestra casa común.
Encontrado el equilibrio entre la falsa seguridad y el miedo paralizante, el siguiente paso es actuar sobre las causas del incendio. Paradójicamente, si el cambio climático ha llegado hasta este punto es porque los procesos socioeconómicos que lo generan han adquirido, en nuestra sociedad, el estatus de un fenómeno meteorológico. Ante ellos nuestros Gobiernos y Parlamentos se limitan a organizar rituales: procesiones de santos o danzas de la lluvia de nula eficacia. Llegó la hora de asumir lo que son esos procesos: dinámicas sociales sobre las que podemos intervenir —aunque no pueden ser domesticadas y controladas a voluntad— a través de la política. La que se hace en los Gobiernos y la que se hace en las calles. Hace casi diez años redescubrimos en las plazas el precioso hábito de no confundir lo real con lo que existe e incidir en ese espacio por construir. Se trata de nunca más volver a olvidarlo, a pesar de los contratiempos, de los sinsabores y de los obstáculos que aparecerán por el camino. Cuando el primer Podemos cerraba sus actos con una canción de Vetusta Morla, el último verso concentraba bien este aprendizaje: «No fue un golpe maestro, dejaron un rastro, ya pueden correr». Todo consiste en no perder ese rastro.
Carlos Fernández Liria siempre insiste en una idea esencial: el Antiguo Régimen no estaba «preñado» de capitalismo. Más bien cuando el mundo feudal fue disolviéndose, algunos elementos sociales quedaron sueltos, flotantes. Su encuentro casual fue recombinado políticamente por los planes políticos de unos intereses sociales muy concretos que supieron ganar. Así nació la estructura capital. Lo mismo sucederá con los elementos sociales que van quedando descolgados de este capitalismo autodestructivo. Nada preconiza que el cambio sistémico en marcha tenga un sucesor asegurado: ni la singularidad tecnológica con la que sueña Silicon Valley, ni el colapso ecológico como preludio de nuestra extinción, ni la solución fascista cuyas primeras manifestaciones electorales parecen ganar terreno en Occidente elección tras elección. Aunque el paso del tiempo es irreversible, y en un mundo regido por límites biofísicos no todo es posible, no hay argumento cósmico ni hacia arriba ni hacia abajo: la historia no es más que sucesión de coyunturas, de contingencias, que adquieren su forma final en las luchas sociales y políticas de cada época.
Y nuestra coyuntura en 2019 es, por primera vez en la historia de la sociedad industrial, favorable para poder hacer política de mayorías ecológicamente ambiciosa. Esa oportunidad se llama Green New Deal. Con todos sus límites y con todas sus contradicciones, el Green New Deal es un contragolpe en campo contrario en los minutos finales del partido. Sería un lujo propio del peor esnobismo intelectual y del peor narcisismo político no intentar, al menos, que nuestras sociedades marquen ese gol en el descuento. Es verdad que el Green New Deal no nos permitirá apagar el incendio. Pero sí mitigarlo, conseguir tiempo, forzar una prórroga. Mucho más de lo que ahora tenemos.
La historia no se predice, como se hace con un eclipse. Se protagoniza; lo que pasa por instalarse en esa delgada franja de habitabilidad política entre ni darla ni por ganada ni darla por perdida; y por afrontarla desde estrategias que ni se queden cortas ni se pasen de largo respecto a la época que a uno le ha tocado vivir. En definitiva, si la ventana de oportunidad se había convertido en la gran metáfora del ciclo político que empezó con el 15M, llegó la hora de transformarla en la ventana de socorro. Esa que hay que romper para escapar.
No es necesariamente una mala noticia. Hasta el presente la impugnación de los indignados ha tenido mucho más de reacción defensiva ante lo intolerable que de propuesta ofensiva hacia algo mejor. En tanto que no podremos extinguir el incendio sin una transformación profunda de todo nuestro sistema social, la crisis ecológica nos permite también explorar formas para reinventar una vida colectiva mejor. Porque una de las claves para ganar es conectar ecología y deseo: la sobreabundancia material producida como lo hace el capitalismo, que obliga a reducir a tan poco la mayoría de las vidas, destruye al mismo tiempo nuestros ecosistemas y nuestra antropología. Podemos aspirar a una felicidad mejor que la del empacho permanente, insomne e hiperactivo al que nos obliga un mercado en perpetua expansión. Desgraciadamente, un planeta que arde no necesariamente ilumina. Actuar contra el cambio climático y la crisis ecológica es tremendamente urgente, es tremendamente importante y repetir esto una y otra vez es tremendamente irrelevante a nivel político. Decía Stuart Hall que la política no refleja las mayorías, sino que las construye. Por eso, el gran reto al que nos enfrentamos en las próximas décadas es articular una nueva mayoría social capaz de transformar lo ecológicamente necesario en políticamente posible. Un reto así será claramente un proceso mestizo, polifónico y desordenado, que necesitará que muchos empujemos en una dirección parecida, aunque de forma contradictoria, sin agotar en ello nuestras diferencias. Este libro quiere ser parte de ese camino. Hemos querido hacer un libro que, dentro del rigor, fuese ágil y por eso hemos evitado notas al pie y bibliográficas, incluyendo simplemente una bibliografía comentada al final para quien quiera profundizar en los temas que se tocan. Como todo libro es parcial e incompleto, repite algunas cosas muchas veces y otras no las trata con la profundidad que debería. Al fin y al cabo, es hijo de las trayectorias militantes de sus autores y de su posición particular en la sociedad. Harán falta otras voces, muchas, que critiquen, completen y corrijan lo aquí escrito. Las esperamos ansiosos.
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Autor >
Héctor Tejero /
Autor >
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