Hatidze y su mundo de abejas
La directora y el cámara de ‘Honeyland’, el documental premiado en Sundance, nos acercan al proyecto y a su protagonista: una recolectora de miel en una aldea macedonia
Sara Beltrame 12/06/2019
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En una aldea desierta rodeada de montañas en Macedonia, Hatidze Muratova, una mujer de cincuenta y tantos años, vestida con una blusa color ocre, una falda ligera llena de pequeñas flores y un pañuelo esmeralda en la cabeza, anda sin prisa hasta llegar a la ladera de un río para revisar una colonia de abejas enclavada en las rocas. Canta una canción secreta, Hatidze, mientras mueve las manos sin guantes entre las abejas que danzan alrededor de su cuerpo. Al recoger la miel y la cantidad de abejas que necesita para sus colmenas, Hatidze vuelve a su casa: no hay agua corriente, no hay electricidad, no hay carreteras, no hay vecinos. Hatidze atiende a su madre postrada en la cama, da de comer a su perro y a un gato. De vez en cuando se dirige andando a la capital para comercializar el oro amarillo que desde hace generaciones su familia recoge siguiendo una sola ley: “Coge la mitad, deja la mitad”. Con el dinero que gana, compra comida blanda para ella y para su madre y algunas otras cosas: tinte para el pelo, un abanico. Hatidze ha aprendido desde pequeña a mantener el equilibrio entre sus necesidades vitales y el entorno en el que vive. Su vida podría seguir así ad libitum si no fuera porque de repente una familia itinerante se instala en la aldea. El reino pacifico de Hatidze se llena de niños chillando, de 150 vacas, de motores rugientes, de peleas entre adultos y adolescentes. Pronto Hussein, el patriarca de la familia, toma una serie de decisiones que podrían destruir la forma de vida de Hatidze para siempre. ¿Qué pasará ahora? ¿Conseguirá proteger sus abejas?
El largometraje documental Honeyland, de Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov, retrata una forma de vida en rápida desaparición, el equilibrio delicado entre el género humano y la naturaleza y la extraordinaria resiliencia de la protagonista de esta historia. La película, ganadora de tres premios al Sundance Festival, ha obtenido en España el DocsBarcelona 2019. Honeyland es una perla de rara belleza, una narración perfecta llena de imágenes poéticas, magistralmente iluminadas.
Hablamos con la directora Tamara Kotevska y el cámara Samir Ljuma para descubrir algo más sobre el proceso de creación de este proyecto.
Empezamos por el principio. ¿Cómo descubristeis la historia de Hatidze?
Tamara. Al principio Stefanov, el otro director, nos propuso trabajar en un proyecto que tenía que ver con las actividades que se hacían en el río de esa región. Una de las actividades estaba asociada a los cuidadores de abejas. Mientras estábamos investigando el territorio nos encontramos con unos agujeros tapados con piedras llanas, en las paredes rocosas que suben al lado del río. Nos dimos cuenta de que estas piedras tenían unas palabras escritas encima. Estaba claro que alguien estaba escondiendo algo allí detrás. Eran abejas y los hermanos de Hatidze estaban cuidando de ellas. Aunque ellos recojan la miel en sitios mucho más extremos y peligrosos –y quizás más interesantes a nivel estético para un documental como este– nos dimos cuenta que llevaban una vida bastante parecida a la nuestra: tenían casa con luz y agua, tenían hijos, estaban casados. La historia de Hatidze era totalmente diferente.
Samir. La conexión fue inmediata. Nos dijo que estaba esperando que alguien, algún día, le siguiera por las montañas para ver cómo hacía su trabajo con las abejas. Era su único sueño.
¿Seguís estando en contacto con ella?
Tamara (sonríe). Tenemos una relación muy estrecha con ella. Podríamos decir que somos familia. Con el dinero ganado en el Festival de Sarajevo hemos podido comprarle una casa en un pueblo, cerca de sus hermanos. Es una casa que necesita arreglos así que seguimos recogiendo dinero en nuestra página web para ella y para la familia de Hussein. Como sabes su madre murió durante el rodaje y ella se quedó sola. En este momento se está mudando en la nueva casa y vuelve a menudo a visitar sus abejas. Estamos en contacto con ella constantemente.
¿Seguirá produciendo miel a su manera?
Tamara. Dice que sí, que seguirá, aunque ahora tiene que andar cuatro horas para encontrar las abejas.
Samir. Nos ha dicho que andar es bueno para su salud, así que ha conseguido dar vuelta también a este “obstáculo” sin ningún problema. De todas maneras tiene un plan B, por si las cosas no funcionaran: quiere convertirse en cantante y hay que decir que tiene una voz maravillosa.
Las relaciones que habéis ido tejiendo durante estos años son muy estrechas. ¿Dónde se acaba vuestro trabajo de documentalistas y empieza la relación humana y cómo se manejan estas distancias emotivas?
Tamara. Es una pregunta interesante. Creo que la respuesta sea muy personal. Las cosas pueden cambiar de director a director. En este trabajo tenía la protagonista a mi lado y era una protagonista que quería “ayudarme” a contar su historia porque quería que su historia fuera contada, así que no teníamos una línea de separación entre nosotras porque ella fue la primera en apoyarnos durante todos estos años de grabación. En general puedo decir que cuando enciendo la cámara para trabajar, no veo la realidad veo la película y trabajo para la película. Si algún personaje de un documental hiciera algo a propósito y solo para el beneficio de la película que estoy grabando, entonces sería cuando apagaría la cámara. Esta sería mi línea roja.
En el documental Hatidze vive sola en un pueblo sin agua corriente y sin electricidad. Tiene una madre enferma y ciega que ama y respeta con locura. Cuando llega la familia de Hussein, la protagonista hace la única cosa que es capaz de hacer: conectar, comunicar, incluir, dialogar, cantar, reír, ofrecer su sabiduría, abrir la puerta de su casa a los niños. Consigue transformar los rumores en canciones, los llantos en juegos y se convierte en un ser mítico, en una diosa poderosa, sonriente y resiliente. Me pregunto si sabéis cuál es el secreto de Hatidze que delante de los retos de la vida mantiene inalterada su sonrisa.
Hatidze sabe que no podrá tener una familia propia, no podrá casarse, no podrá tener hijos y aprende rápidamente a encontrar la felicidad en otros momentos que la vida le ofrece, sin pedir más, sin juzgarse ni juzgar
Tamara. Personalmente pienso que esa sonrisa y esa actitud hacía la vida le venga del haber aceptado muy pronto, cuando quizás era muy pequeña, su destino. Hatidze pertenece a una comunidad de proveniencia turca –los Qizilbash– en la que la ultima mujer de la familia tiene que quedarse con los padres para cuidarles. Se trata de una ley dura, no escrita pero presente en estas comunidades. Hatidze sabe que no podrá tener una familia propia, no podrá casarse, no podrá tener hijos y aprende rápidamente a encontrar la felicidad en otros momentos que la vida le ofrece, sin pedir más, sin juzgarse ni juzgar. La relación que tiene con las abejas es quizás la más profunda de todas y la que le proporciona serenidad y felicidad. Realmente es como si fueran sus hijas. Vive al lado de su madre y canta canciones a sus abejas. No pide nada más de lo que tiene, ni lo busca.
La familia de Hussein llegó por casualidad al pueblo de Hatidze, mientras estabais garbando. De esta manera habéis podido dar al documental una estructura que normalmente se utiliza en las historias de ficción en las que hay un protagonista que vive tranquilamente hasta la llegada de un antagonista. La vida equilibrada del protagonista se rompe y, después de haber superado diferentes momentos de tensión con el antagonista, el protagonista consigue reconstruir un nuevo equilibrio. Es raro ver un documental con esta estructura. ¿Cuándo empezasteis a entender que la llegada de Hussein podía ser un ingrediente muy potente para vuestro documental?
Samir. Fue una suerte asistir a ese momento y grabarlo pero no veíamos tan claro al principio cómo utilizar ese evento. Lo único que pienso ahora es que si hubiésemos dejado de grabar antes de la llegada de Hussein, hubiéramos construido un documental totalmente diferente.
Tamara. Cuando llegó Hussein grabamos su llegada y luego empezamos a pensar en una estructura diferente. Buscábamos en el día a día situaciones que necesitábamos para llenar esa nueva estructura narrativa. Teníamos limitaciones porque está claro que en un documental no puedes forzar la realidad. Lo que puedes hacer es sugerir sutilmente alguna cosa para ver lo que pasa. Por ejemplo: podíamos sugerir a Hatidze de tener un dialogo con su madre. Cuando digo “sugerir sutilmente” lo digo en un sentido literal ya que Hatidze habla un idioma –el turco– que nosotros ni siquiera entendemos así que la comunicación estaba realmente reducida al mínimo entre nosotras. A menudo descubríamos el contenido de los diálogos en fase de montaje y nos sorprendimos que todo pudiera encajar tan bien en la estructura narrativa que teníamos pensada.
Aparentemente la familia de Hussein representa los “malos” aunque en realidad son víctimas de un sistema de explotación del entorno natural del que todos somos cómplices.
Samir. Hussein hace lo que le han enseñado a hacer para ganar dinero y comprar comida para sus 7 hijos y hijas. Hatidze también hace lo mismo pero la diferencia entre una forma de vida aprendida y la otra resulta clarísima. La familia de Hussein –y en general el ser humano– si quisiera podría aprender otras maneras más respetuosas de trabajar en un territorio. Es necesario educar a los más jóvenes para que esto se convierta en realidad.
Corristeis muchos riesgos. El primero es el más evidente: trabajar con abejas. El segundo es trabajar durante tres años sin saber exactamente si teníais una historia o no para –finalmente– encontrarla casualmente. Me pregunto si por lo menos a nivel económico teníais el apoyo de alguien antes de empezar o no.
Tamara. No teníamos dinero para un documental tan largo así que nos arriesgamos. Los productores entraron poco a poco. Fue duro pero también fue lleno de belleza porque nadie podía ni siquiera imaginarse las cosas que iban a pasar: nadie esperaba encontrar una historia como la de Hatidze, nadie esperaba que iban a llegar Hussein y su familia y nadie, a nivel productivo, esperaba el dinero para seguir rodando tanto tiempo. Empezamos de manera muy modesta y acabamos ganando tres premios al Sundance Festival. Todas las personas que ven el documental nos comentan la misma cosa: “Esta historia se quedará conmigo durante mucho tiempo”. Es el mejor premio que puedes recibir siendo documentalista. No podemos pedir más.
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