Cuando el fuego ya no está
El cierre de “la revista de Sartre”
Daniel Gatti 12/06/2019
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No paraba de perder lectores, se resistía a la era digital y su cierre se hacía inevitable. A comienzos de mayo, Gallimard, su último editor, decidió suspender la publicación de Les Temps Modernes, 73 años y varios cientos de números después de su creación por Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Claude Lanzmann, Maurice Merleau Ponty y una pléyade de intelectuales, de lo más granado de la izquierda francesa de posguerra. La muerte, en julio pasado, de Lanzmann, que en 1986 había sucedido a su examante y ex pareja de Sartre, Simone de Beauvoir, como director de la revista, había precipitado el cierre, anunciado en diciembre por Gallimard.
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Les Temps Modernes había nacido, efectivamente, moderna. Revolucionaria. En fondo y forma. Varias décadas antes de que se hablara de “nuevo periodismo”, o de periodismo narrativo, esta revista ya lo practicaba. Su primer número, aparecido muy poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial, incluía un largo artículo en el que el escritor negro Richard Wright denunciaba en un lenguaje crudo y violento los linchamientos y la segregación racial en el sur de Estados Unidos. Notas de este tipo, en la frontera entre periodismo y literatura, se multiplicarían a lo largo de los años.
Había una voluntad expresa en sus editores de dar cabida a los marginales, a las mujeres, a las minorías, a los extranjeros, a los locos, y que la publicación “respirara” a partir de la crónica, del testimonio directo de los implicados. También del ensayo (filosófico, político, sociológico), de la investigación y la apertura a disciplinas emergentes o a nuevos modos de concebirlas. Jean Genet, Boris Vian, Samuel Beckett encontraron espacio en sus páginas. Y Nathalie Sarraute, Violette Leduc, Maurice Blanchot, Michel Leiris, Carlo Levi. Genet, con su pasado de abandono y marginalidad y los largos años pasados en prisión, decía que esta revista “rara”, de un “nivel loco”, le había salvado “literalmente” la vida. Cuando al comité editor de la revista un trabajo laaaargo le gustaba, lo publicaba en folletos o en varias entregas. El segundo sexo, el opus feminista de De Beauvoir, fue adelantado en Les Temps Modernes antes de que apareciera en formato libro. Y Sartre difundió allí ensayos como Retrato de un antisemita o El fantasma de Stalin, tras la invasión soviética a Hungría.
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“Jugada”, la revista no debía, en ningún caso, “olvidar la literatura”, y sus hacedores no debían, “en ningún caso, olvidar que viven en el mundo”, decía Sartre. En la presentación del mensuario lo precisaba: “Puesto que el escritor no tiene medio alguno de evadirse, queremos que abrace estrechamente su época; es la única oportunidad; está hecha para él y él está hecho para ella (…). No queremos escapar de nada de nuestro tiempo; quizá los haya más bellos, pero este es el nuestro; no tenemos más que esta vida para vivir, en medio de esta guerra, quizá de esta revolución. Nuestra intención es contribuir a la producción de ciertos cambios en la sociedad que nos rodea”. Y daba forma a su idea del “compromiso”: “Todos los escritores de origen burgués han conocido la tentación de la irresponsabilidad. Yo, por mi parte, hago a Flaubert personalmente responsable de la represión que siguió a la Comuna porque no escribió una sola línea para tratar de detenerla. No era asunto suyo, dirá quizá la gente. ¿El juicio de Calas era asunto de Voltaire? ¿La condena de Dreyfus era asunto de Zola? (…) Nuestra intención es influir en la sociedad en la que vivimos. Les Temps Modernes tomará partido”.
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El anticolonialismo fue uno de los principios rectores de la publicación. Y el antimperialismo. Y fue, por supuesto, Les Temps Modernes una plataforma del existencialismo. A la propia noción de compromiso, Sartre, el alma mater de la revista, su verdadero “patrón”, la vinculaba con su idea de la libertad. No hay fatalidad. No hay inhumanidad. Uno puede ser libre aun en las situaciones más dramáticas, más espeluznantes, decía el filósofo. Un obrero cuenta en la revista su día a día en los intestinos del fordismo, un deportista narra cómo la tuberculosis le cortó la vida en dos, un argelino describe la tortura en su país ocupado por Francia, pero el obrero, el deportista, el resistente “son, existen libremente en la medida en que se rebelan y tejen mundos nuevos”, teorizaba Sartre. “Estamos aquí para dar la palabra y ponerla en acto, pero hilvanándola con otras, construyendo relatos aunque tiempo después debamos hacer otros porque todo cambia”, decía en una radio en 1972, poco antes de lanzarse en una nueva aventura, la del diario Libération, al que soñaba complementario de la revista. “Sartre es un filósofo en el sentido más moderno del término, porque para él filosofar es un acto político”, escribía Michel Foucault del autor de El ser y la nada.
La guerra de Argelia, Cuba y su revolución, las revueltas de los negros en Estados Unidos, los movimientos de liberación en el tercer mundo, el conflicto palestino, Vietnam, el feminismo, la antipsiquiatría, mayo del 68, la legalización del aborto: acontecimientos, combates, movimientos en los que Les Temps Modernes tomó partido. Mucho le costó captar las derivas y los horrores del “socialismo real”, y fueron sonoras las rupturas entre Sartre y Merleau Ponty, que fuera en los primeros tiempos el “editor político” de la publicación; entre Sartre y Malraux; entre Sartre y Raymond Aron. La disputa con Albert Camus, amigo personal íntimo, compañero de resistencia, colega, fue de las más dolorosas para Sartre. La precipitó una crítica al Hombre rebelde aparecida en la revista y firmada por Francis Jeanson, discípulo de Sartre y famoso por su papel de organizador de redes de apoyo a la resistencia argelina durante la lucha contra la colonización francesa. Jeanson le criticaba a Camus su comparación del nazismo con el estalinismo. El “socialismo autoritario” va contra lo que siempre pregonamos, decía Camus. “Muchas cosas nos acercaban, pocas nos separaban, pero esas pocas eran sin embargo demasiadas. También la amistad tiende a volverse autoritaria”, escribió Sartre dando cuenta de la ruptura con Camus en ese tono bien de época. La invasión soviética a Hungría, el aplastamiento de la Primavera de Praga hicieron tambalear un posicionamiento que, de todas maneras, no fue modificado por completo en vida de Sartre.
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En sus mejores tiempos, la experiencia de la revista le pareció a Simone de Beauvoir insuperable como ejercicio colectivo. “Eran la forma más elevada de la amistad”, dijo de las reuniones dominicales del Consejo de Redacción de Les Temps Modernes. Y Sartre pretendía que la publicación fuera, además, “un sitio físico abierto a la sociedad”. Los martes y los viernes el propio director recibía en su despacho durante un par de horas a quien pidiera cita por teléfono. Le planteaban temas, colaboraciones, críticas. Un martes, De Beauvoir debió socorrer a un hombre que había intentado suicidarse porque le habían rechazado un artículo. Una vez que la publicación se declaró en favor de la legalización del aborto, su local fue sitio de peregrinación de mujeres que pedían que por favor les dieran datos de médicos que practicaban interrupciones de embarazos. Todos se arriesgaban a ir presos: las mujeres, los médicos, quienes pasaran la información. “Hay un vértigo inevitable cuando se aspira a analizar la historia al mismo tiempo en que se la forja”, insistía Sartre.
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Si Les Temps Modernes tuvo un objetivo, afirmó su último Consejo de Redacción en una columna publicada en mayo por el diario Le Monde, fue el de “aportar una inteligencia global del mundo”. Las formas de hacerlo, para una revista que siempre se pretendió “filosófica y política, comprometida con su tiempo”, no son banales, y la publicación ya no llegaba a un público suficientemente amplio, había “perdido su magisterio”, y su lenguaje, incluso su gráfica, casi invariada a lo largo de las décadas, había envejecido y mal. Se imponía cambiar o desaparecer. Su Consejo de Redacción propuso “un relanzamiento con un proyecto editorial renovado, asociado a una plataforma digital y un programa de reuniones públicas”. El editor no aceptó. Tiene otros planes, todavía no revelados. Pero aquel fuego ya no está.
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Este artículo fue publicado originalmente en la revista Brecha.
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Daniel Gatti
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