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Néante se sienta a mirar la documentación que le han facilitado en la agencia. Su próximo objetivo son los ochenta, una época que siempre le ha resultado deliciosamente fea y excesiva, aunque en ella tuvo momentos esplendorosos. La recuerda bien, pero relee los detalles de la misión con atención. Su némesis, Nhial, un agente venido del frío, ha sido visto husmeando por una macrodiscoteca en el norte de Italia. La fecha a la que saltará Néante es agosto de 1986, y esa misma noche un incidente armado hará que los carabinieri clausuren el espacio. Se trata de evitar que las cosas lleguen a mayores. Néante sabe que a partir del 87 la música que suena en discotecas como la que irá a visitar comenzará a decaer, que las propias discotecas cambiarán y dejarán de parecerse a los lugares donde partía la pana la mitad que emigró de la familia Manero y se convertirán en clubes y en raves al abrigo de sitios tan poco glamurosos como Detroit, Manchester o el hinterland valenciano. El italo disco será sustituido primero por divas como Espagna o Sabrina, y más tarde por los beats hipnóticos de la electrónica. Una noche de finales, pues, como prefieren siempre esos malditos del Directorado Fall…
Para documentarse, Néante repasa el documental Discotex, de Domenica Melillo, una artista contemporánea napolitana que ha fotografiado las discotecas abandonadas de Italia, retomadas por la naturaleza y cerradas por las más variadas infracciones a la ley y al buen gusto. Más imágenes no hay: entonces como ahora en los lugares de ocio nocturno las cámaras sólo están permitidas cuando se trata de promocionar al famosillo de turno (otro gallo le hubiera cantado, piensa Néante, si la misión hubiera sido en la Marbella de ese mismo 1986), así que la documentación del momento es escasa. Existe también una película sobre el italo disco llamada Jocks, que puede verse en línea, pero Néante no tiene tiempo. Sabe que el hombre a interceptar estará en el club, y que de algún modo tiene que ver con la música del lugar, una música que nace gracias en buena parte a la figura monumental de Giorgio Moroder. Su “From here to eternity” es una de las piedras fundacionales del género, que empleaba sintetizadores espaciales, voces distorsionadas con vocoder y coros femeninos para crear una atmósfera exótica e inconfundiblemente sexy. Los imitadores de Moroder tomaron varios caminos distintos, algunos de los cuales incluso perduran hoy en día (el año pasado Néante tuvo que enfrentarse a una misión en un festival en el que tocaban los Daft Punk; italo disco para millenials), pero en 1985 el éxito del italodisco ha dado pie a versiones tan bastardas como populares made in Canadá, Alemania (con hitazos de Modern Talking o C.C. Catch) y España. En España, precisamente, dio pie al, ehem, Sabadell Sound, con artistas como David Lyme y sellos como Blanco y Negro y Max Music, que produjeron toda la serie de Max Mix, un verdadero fenómeno de ventas. Además – España es muy España y mucho España– floreció un verdadero negocio de cintas de covers que se vendían en gasolineras y quioscos sin pagar derechos de autor ni nada que se le pareciera. En cualquier caso, el italodisco –cuyos fanes aún existen en internet– era la música de los estíos en la costa, unos estíos a los que los turistas italianos aportaron los helados de pitufo y aquel sonido machacón en un inglés, como no podría ser de otro modo, macarrónico.
Néante ha entrado en 1986 detrás de un arbusto junto a la entrada de la discoteca. Mientras se ajusta la mini y las hombreras y, con la excusa de atusarse el cabello –voluminoso y rizado– intenta solucionar los problemas del traductor automático que lleva disimulado en uno de los aros de sus pendientes. En la entrada, ve como el portero se encara a un insolente y acnéico adolescente, con cara de pocas luces, al que no quiere dejar entrar.
“…alvini de los cojones, vete a casa y que tu madre te haga la cena, que aquí no queremos mocosos”. Néante sólo oye el final de la frase, rematada por un “tontopollas, no es más que un abusón de patio que nunca llegará a nada”, así que decide desplegar sus encantos con el portero. Una sonrisa y, sorteando al puto niño, entra en el espacio, enorme y laberíntico, con profusión de escaleras, varias pistas de baile (una de las cuales gira sobre sí misma), humo artificial, terrazas que daban al descampado del exterior, algún que otro reservado y muchos jóvenes, vestidos con ropa de Fiorucci y Armani, paninari auténticos salidos de las bocadillerías de Milán en la via Agnello, jóvenes que se curaban de los años de plomo al más típico y hedonista italian style, con hedonismo, estilo y una buena dosis de consumismo, mientras Craxi anunciaba unas buenas perspectivas económicas que desembocarían luego en la corrupción de los noventa. Los paninari no eran los únicos consumidores de italo disco, claro que no, pero siempre fueron su intelligentsia estética.
La música suena atronadora. Hit tras hit –están todos; de María Magdalena a Vamos a la playa, de I like Chopin a Comanchero– el pincha –aquí aún no hay djs millonarios– anima a la concurrencia. Suenan todos los éxitos de los últimos veranos, mientras la concurrencia pasa calor –un calor inhumano, ardiente, pegajoso y saturado de perfume y olor a ginebra barata– se mira, se besa, baila y bebe. Unas cuerdas decoradas con falsa vegetación se descuelgan de golpe del techo, y los “oh, oh, oh, oh” hacen que la pista se llene, mientras la letra encara el glorioso y alegro medio tempo, los sintetizadores puntúan la melodía que canta la voz de Baltimora, y chicas y chicos vestidos como habitantes de una selva habitada por gogós se columpian en las lianas al tiempo que se desata la locura. Uno de ellos, pelirrojo, saca una pistola, y mira fijamente a Néante. La ha visto. “Burning bright. A fire blows the signal to the sky. I sit and wonder, does the message get to you?”. La pistola dispara mientras estallan los fuegos artificiales en la terraza exterior. Néante esquiva el balazo de milagro y sale corriendo en dirección al pelirrojo, que ha huido por el descampado y ha cruzado el portal temporal por el que ha entrado ella antes.
“Donde quiera que vayas, te encontraré”, se dice a sí misma mientras cruza la puerta corriendo. “Mi verano no ha terminado todavía”.
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El siguiente capítulo de la serie se publicará el 7 de agosto.
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Autora >
Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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