Aquel primer Tour femenino
Entre septiembre y octubre de 1955, 41 mujeres disputaron la carrera en cinco etapas, 373 kilómetros. Se impuso la británica Millie Robinson, que se ganaba la vida conduciendo una furgoneta de reparto de leche
Marcos Pereda 14/08/2019
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“Hablan demasiado entre ellas y luego no tienen fuerzas para hacer ataques. Y después, cuando termina la etapa, se pasan horas caminando por las tiendas, buscando trapitos, probándose ropa. Ese no es el descanso adecuado para un ciclista…”.
Del primer Tour de Francia femenino (casi) nadie se acuerda hoy. Claro que si tenemos en cuenta las palabras reproducidas más arriba…pues oigan, poca extrañeza. No se piensen que las dijo un columnista en su medio de alt-right preferido, no… Fue cosa, directamente, del organizador del invento, un pilluelo especializado en supervivencia que respondía al nombre de Jean Leulliot. Tirando de topicazos machistas. Y es que así es imposible.
Ocurrió hace más de medio siglo. Entre el 18 de septiembre y el 2 de octubre de 1955, concretamente. En el norte de Francia. Allí 41 mujeres (de las 48 inscritas al principio) hicieron frente al desafío. Nada menos que un Tour de Francia para ellas. Venían del Hexágono, de Luxemburgo, de Holanda, Suiza o Gran Bretaña. Cinco etapas, la última en dos sectores, un total de 373 kilómetros. Hoy nos puede sonar casi a salida dominical, pero en la época no fueron pocos los que pusieron el grito en el cielo. No podrán terminar, corremos el peligro de que esas débiles damiselas sufran un colapso, incluso que mueran. Y los niños…¿es que nadie va a pensar en los niños? Se hacen ustedes cargo de la parafernalia. Nada de eso, con todo, iba a parar al padre de la prueba, que había salido de apuros mucho peores…
Jean Leulliot era…bueno, era un poco de todo. Periodista. Showman. Hombre de negocios. Organizador de carreras ciclistas. Un tipo de esos cuyo objetivo vital es vivir lo más cojonudamente posible, sin importar a qué dios, amo o patrón le rinda servicios. Fruslerías morales, esas, de las que no te dejan descansar bien por las noches. Y Jean anhelaba un sueño limpio y reparador. El caso es que este antiguo reportero de L´Equipe pilló un puesto como jefe de la sección de deportes en un diario llamado La France Socialiste. Solo que todo esto ocurrió durante la ocupación nazi, y el periódico en cuestión era pelín colaboracionista, no sé si nos explicamos. Ya les digo que Leulliot siempre supo adaptarse y utilizar todo el poder que tuviera en sus manos. ¿Qué Émile Idée, el campeón francés, no quiere participar en una de sus carreras? Pues nada, hablamos con esos simpáticos tipos de acento germánico y que ellos manden un comando de la Gestapo para convencerlo. Todo por el bien de los galos, claro, para elevar su moral en estos tiempos difíciles. Liberté, égalité, etcétera. Las cosas que ha de hacer uno…
Pese a esta más que evidente connivencia Leulliot salió bien parado en la primera posguerra, absuelto en un juicio donde se le acusaba de alta traición y en el cual declaró en su contra, por ejemplo, Jacques Goddet. “Merece su destino”, dijo quien era ahora, muerto Desgrange, el alma del Tour. Pero nada. Jean no solo no dio con sus huesos en la cárcel (o algo peor), sino que su estrella empieza a crecer a finales de los cuarenta. En ese tiempo nuestro protagonista pone en marcha pruebas como París-Niza, París-Londres, Monde Six, Étoile des Spoirs o el Tour de Europa. Además de la que hoy nos interesa, claro.
La cosa se llevó a cabo en la Normandía francesa. En Rambouillet, concretamente, comenzaba la primera etapa. Era la más larga de todas, 82 kilómetros. Había también una crono, en la histórica Guisors, ese sitio donde hay un castillo, tesoros templarios, secretos ocultos que definirían el futuro de la Humanidad y todas esas cosas que tanto salen por la tele. Allí ganó Millie Robinson, una británica que terminó conquistando también la general (honor distinguido con un maillot blanco, porque Leulliot no quería problemas con el Tour de Francia masculino y optó por no pasear el amarillo en su pelotón de mujeres). Segunda fue su compatriota June Thackerey, con otras dos british (Silvye Whybrow y Beryl French) entre las diez mejores. Ya ven, todo un precedente del Sky. De hecho las competidoras de más allá del Canal llevaban todo el verano corriendo, y arrasando, por las Galias. Lo hicieron, por ejemplo en el Circuit-Lyonnais-Auvergne, una carrera de tres días celebrada en julio. En aquel entonces sus premios fueron donados “espontáneamente” a una organización internacional que buscaba potenciar el ciclismo femenino. Pobres y apaleadas, diría mi abuela. Bueno, ella usaría otras palabras, pero se entiende la idea…
Porque no podemos pensar en profesionales, ¿eh? Ni siquiera en deportistas al uso. No, esto es otra cosa. Millie Robinson, por ejemplo, se ganaba la vida conduciendo una furgoneta de reparto de leche en la Isla de Man. Más complicada aun era la situación de Elsie Jacobs, luxemburguesa que corría con licencia de Francia porque el simpático Gran Ducado tenía prohibidas las carreras femeninas. Locura de tiempos modernos, pecados sobre dos ruedas. Y así todo. ¿Quieren darle una última vuelta de tuerca? Algunas de las participantes, como Marie-Jeanne Donabedian, pedaleaban no bajo el auspicio de la Federación Francesa, sino defendiendo a la Federación Deportiva y Gimnástica del Trabajo (FSGT), una entidad de raíces comunistas, nacida durante el Frente Popular y dedicada a la promoción de la actividad física entre los trabajadores y las trabajadoras del Hexágono, así como al estrechamiento de los lazos con los atletas del Bloque Soviético.
Al final del Tour de Francia femenino la sensación era unánime: la prueba había sido un éxito de público y prensa, con bastante seguimiento en los periódicos y un desarrollo deportivo de nivel. Un evento, en definitiva, que llega para quedarse. Y, sin embargo, la siguiente edición no se celebra hasta 1984. ¿Qué ha podido pasar?
Digamos que varios factores jugaban en contra. Como nos gusta hacernos los interesantes hablaremos de exógenos y endógenos. Entre los primeros… bueno, hay que aclarar que la popularidad de la carrera fue cierta, pero igual su origen no era el estrictamente deportivo. Dicho de otra forma, cuando Donabedian, Jacobs, Robinson y sus compañeras llegaban a un pueblo había multitudes esperando…pero más que aplausos recibían silbidos, piropos y procacidades gritadas a pie de carretera. Aquellas mujeres de piernas sudorosas y vestidas con prendas ajustadas suponían un escándalo en la Normandía rural de los años cincuenta, provocando reacciones dignas de una peli de Paco Martínez Soria (igual hasta se inspiró aquí, vaya usted a saber). ¿Los periodistas? Pues poco más o menos igual. L´Equipe, cosa seria, publicaba un editorial en la que defendía que las mujeres “debían conformarse con el cicloturismo, más acorde a sus posibilidades musculares”, y que negarles la posibilidad de competir era muestra de que “el sentido común ha triunfado”. Los fotógrafos, por su parte, estaban más interesados en buscar imágenes cuquis y modernas que en plasmar el esfuerzo de aquellas deportistas. Y si en primera página se podía sacar alguna sonrisa, algún gesto pícaro o cierta expresión que pudiera dar lugar a equívoco…pues mejor.
Así las cosas al Tour de Francia solo podía defenderlo su creador… el problema es que Leulliot resultaba más machista que ningún otro, y sus declaraciones parecían encaminadas a enterrar la prueba. Que si las mujeres no saben ir en pelotón, que no saben acoplarse en la bicicleta, que su cuerpo no está preparado para los cambios de ritmo. Que hablan entre ellas y luego van de compras. Ya ven, la galería completa de clichés. Así no hay manera. La prueba esperó en el cajón donde se guardan los recuerdos durante tres décadas.
Hoy el ciclismo femenino goza de una vitalidad envidiable, con multitud de carreras y un seguimiento cada vez mayor. Y sin necesidad de ningún Leulliot que venga a salvarlo. Larga vida…
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Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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