‘The Virtues’: la dignidad obrera de perdonarse
La miniserie del director Shane Meadows destila un humanismo atroz
Antonio Bret 4/09/2019
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El director Shane Meadows tuvo una infancia dura, muy dura. Algunos de sus recuerdos quedaron escondidos en su memoria, devorándole las entrañas en silencio, como un ruido molesto al que te acabas acostumbrando. Meadows necesitaba soltar lastre. Contarle al mundo lo ocurrido. Y así nace The Virtues, miniserie de cuatro episodios que puede verse como una película de poco más de tres horas.
Su protagonista Joseph es un currante, un pintor con un sueldo precario y una vida a punto de estallar por los aires. Está separado y tiene un hijo pero pronto tendrá que decirle adiós. Algo pasa con Joseph, algo de su pasado lo atenaza, lo inmoviliza. En los ojos del actor Stephen Graham –él y su personaje son uno– puede verse la desesperanza, la impotencia. ¿Qué puede hacer él, con menos de 1.000 libras (unos 1.100 euros) en su cuenta corriente, en una sociedad en la que los vínculos sociales, en su mayoría, se realizan a través de transacciones económicas? Solo lo que sabe: beber. En una larga secuencia, Joseph aterriza en un pub taciturno, agarra su cerveza negra como el ladrón que vuelve a robar tras pasar un tiempo en la cárcel. Una pareja de chicas lo mira con sospecha. Más allá, un grupo se ríe, habla, socializa. Le da un trago a la cerveza. Qué demonios, hemos venido a jugar. Unas horas después el pub es su nuevo hogar, todos le jalean cada vez que llega con una bandeja de chupitos. Se ha pulido la paga del día y, tras idas y venidas en el baño para meterse unas rayas de coca y un kebab mal ingerido, acaba en su casa, tirado en el suelo, lleno de vómito. Esa mañana no acudirá al trabajo. Irá a su casa, desde Liverpool a Irlanda, para ajustar cuentas con su pasado.
Lo que sigue es una de las experiencias más devastadoras, intensas, poderosas y emotivas que veremos, sin duda, en este 2019. The Virtues destila un humanismo atroz derivado de una puesta en escena calculada, precisa, que arrebata el aire a los personajes cuando la emoción se incrementa. La trama los sigue en sus paseos interminables en busca del perdón, del amor, de la venganza. Joseph encuentra en los límites de su infancia la familia que una vez perdió y, por el camino, persigue a quien abrazar, a quién contarle lo que sufrió de pequeño, en ese hospicio de mala muerte, porque sus padres murieron y nadie podía hacerse cargo de él. The Virtues duele porque consigue traspasar lo que entendemos como historia para hacerse carne, sangre y lágrimas. Porque al final lo que nos quiere contar The Virtues es que nos necesitamos. Para abrazarnos, para hablarnos, para vernos y compartir la vida.
La miniserie de Shane Meadows destila más verdad que muchos documentales porque aquí la verdad parte del sentimiento. Es un drama tan íntimo que es incómodo. Es una historia paralela de redención con la familia en el punto de mira. No es didáctica, no es moralista. Es un viaje con un destino muy fijado: poder vivir en paz y perdonar. Reconocer y asumir, por ejemplo, que nuestro trabajo precario nos impide tener una vida feliz, que no nos deja ni atender la llamada de un familiar que nos necesita. Que no podemos seguir cargando con el lastre del pasado. Y que el perdón más fuerte que podemos otorgar es el perdón que nos damos a nosotros mismos. No se llama conformismo: se llama dignidad.
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