TRIBUNA
Metamorfosis en tiempos de emergencia
Somos la generación que habita el borde de la cornisa. El 20 y 27 de septiembre saldremos de nuevo a las calles en la próxima huelga mundial por el clima
Gemma Barricarte 18/09/2019
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“Con cada paso se ha ido iluminando el camino, su origen, todo aquello que lo rodea, su posible destino;
y poco a poco he visto que no ando sola, que son multitud las que quieren dedicar su vida a cambiar el rumbo.”
Miembro anónima de Fridays For Future
Lanzo una mirada hacia atrás. Recuerdo todos los momentos en los que no me atreví a levantar la mano en clase para preguntar o aquellos instantes en los que los nervios me engullían al tener que dirigirme a personas nuevas. Todo era un mar de tiernas inseguridades, yo me ahogaba en el cruce de palabras. A partir del 15M todo fueron conatos de participación en organizaciones y acciones colectivas que jamás germinaron y en las que nunca me sentí segura y cómoda.
La tensión por cambiar una realidad con la que me sentía profundamente insatisfecha siempre estuvo ahí, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo, ni de qué aportar desde la inexperiencia: esa es la principal resistencia. No hay manuales para eso. Faltaba canalizar toda esa energía en algo que, como principiante, me hiciera sentir útil. Nunca supe hacerlo y no encontré una causa con la que sentirme realmente comprometida.
La caja de Pandora: los males de la crisis civilizatoria
Una noche de verano, sin saberlo, un conocido me dio mi caja de Pandora: Colapso, de Carlos Taibo. Se abrieron las puertas de un mundo que tan siquiera podía llegar a imaginar. Los males, de pronto, se globalizaron: crisis energética, pico del petróleo, crisis climática, pérdida de biodiversidad, extralimitación, ecofascismo, punto de no-retorno climático, crisis de reproducción social; en definitiva, colapso. La crisis de la civilización industrial había permanecido silenciada en todos los discursos sociales con los que estaba familiarizada. Durante ese verano, la realidad se transmutó en una promesa de futuro poco menos que apocalíptica. Una crisálida me envolvió de repente.
El cambio climático me había resultado, antes, algo tan remotamente lejano que no suponía una amenaza. Leyendo, me di cuenta de que no existe mayor desafío a la seguridad de todo lo que sustenta la vida y los cuerpos, no solo de nuestra especie. Se inició un período de descubrimiento: charlas, libros, artículos y conferencias sobre decrecimiento, cambio climático, ecofeminismo, transición ecosocial, etc. Así conocí el legado silencioso de las anteriores generaciones de activistas altermundistas y antinucleares, y la construcción de las bases de la ecología social de nuestras antecesoras en el territorio español.
Ahora o nunca: crisálidas aceleradas
Con el cronómetro en la mano y un punto de no-retorno a la vuelta de la esquina, cada vez más, irrumpía la necesidad de tomar acción. ¿Qué sentido tenía seguir estudiando una carrera que presuponía la disponibilidad perpetua de los recursos, la estabilidad climática y la continuidad de las dinámicas socioeconómicas actuales? ¿Qué sentido tenía no hacer nada al respecto sin intentar ganar tiempo vital? Todo seguía funcionando como si nada ocurriera y yo tenía la obligación, o la necesidad, de permanecer en esa dinámica, haciendo el necio. Lo cotidiano se tragaba todo. Vivía en una especie de vida paralela. Parecía que algo fuera a estallar en cualquier momento.
En el Norte global, vivimos absolutamente aisladas de los ecosistemas y de los focos de conflicto: aquí, solo las olas de calor y los incendios parecen ser la única prueba sensible de que hay un cambio global
Las proyecciones, todos los datos, todas las advertencias, tienden a construir un escenario de supuestas situaciones apocalípticas que, aún hoy, no logran encontrar a nuestros ojos una materialización muy clara. Se ha convertido en un espectáculo del que aún parecemos no formar parte. Un mal sueño. En el Norte global, vivimos absolutamente aisladas de los ecosistemas y de los focos de conflicto: aquí, solo las olas de calor y los incendios parecen ser la única prueba sensible de que hay un cambio global y crítico en marcha. Lo cierto es que estamos al borde del abismo.
Esta muda personal me trae a la mente que la misma naturaleza alberga procesos extraordinarios de génesis y evolución de la vida. En el mundo de los insectos, la crisálida es el capullo en el que se envuelven tras su fase larvaria para transformarse. La crisálida los repliega sobre sí mismos, en la intimidad de sus pequeños cuerpos, llevándolos a un estado de reposo donde ocurren multitud de complejos cambios. Los trastoca. Su capacidad de alcance y modos de habitar se transmutan. No se me ocurre metáfora mejor.
En tiempos de emergencia se activa la imperativa social generalizada de un proceso de crisálida acelerada. Muchas jóvenes nos hemos visto envueltas en ella. En este proceso trastocador hemos comprendido nuestra condición existencial contemporánea: no nos queda otra que tratar de forzar el cambio radical de las reglas del juego. Metamorfosear con prisas, con sentido de la justicia, equidad y de protección de la vida, es la única salida realista en esta ventana de oportunidad que se ha abierto.
Todas por la vida: construyendo una tropa de mariposas
Algunas descubrieron la situación a través de internet y las redes sociales, otros en su entorno más cercano, las hay que lo conocieron a través de los medios y otros, simplemente de casualidad. Todos esos caminos desembocaron en una conclusión común: es ahora o nunca. A principios de 2019, un puñado de estudiantes decidimos hacer algo al respecto cuando apareció en algunos medios la primera convocatoria de huelga internacional por el clima del 15 de marzo. Rápidamente nos pusimos en contacto con el resto de nodos de diferentes territorios. Comenzó el reto de construir un movimiento a distancia, un discurso común, de erigir espacios de confianza, de autonomía, seguridad, de autoformación, de gestión de conflictos internos, de auto-organización. Ninguna nos esperábamos el alcance que iba a tener.
Si el proceso de cambio en muchas ha sido rápido, la construcción de un movimiento de esta magnitud y con esta atención mediática ha sido desbordante. No han sido pocas las grandes empresas que han querido aprovechar nuestro tirón. Es tal la inercia de las sociedades modernas occidentales y el analfabetismo ecológico, que existe una altísima ofensiva de apropiación de las soluciones por parte del capitalismo global. Hay muchos riesgos y frentes que asumir: sería catastrófico no abordarlos. De momento, estamos en amplia desventaja. Ni el Acuerdo de París ni las indicaciones del IPCC son sospechosos de ningún ecologismo extremo y, sin embargo, su cumplimiento aún le resulta radical a muchos gobiernos.
Ni el Acuerdo de París ni las indicaciones del IPCC son sospechosos de ningún ecologismo extremo y, sin embargo, su cumplimiento aún le resulta radical a muchos gobiernos
A día de hoy, queda mucha gente a la que llegar. Especialmente a las más vulnerables y afectadas, esto pasa por seguir incidiendo en nuestras calles y en los grandes frentes mediáticos: son importantes espacios de pedagogía y disputa de valores. Es fundamental visibilizar la alarmante velocidad de cambio que necesitamos para evitar las peores consecuencias. Al mismo tiempo, la gran meta es trasladar al sentido común que no se pueden comprar las soluciones, que jamás se podrán abordar de forma individual y que, si las abordamos colectivamente y desde las soberanías, hay salidas justas y seguras para todas. En definitiva, metamorfosear las subjetividades y hacer de lo lógico algo deseable y atractivo, de forma generalizada.
Breve epílogo
La idea de futuro nos ha cambiado. Esta es nuestra crisálida. Somos la generación que habita el borde de la cornisa. Nuestra construcción como movimiento, a veces sin saberlo, nos trae los ecos de las luchas que sucedemos. Sin ellas, el punto de partida habría sido muy diferente, resuenan en cada una de nuestras acciones. Yo ya nunca seré más solo yo. En realidad nunca lo fui. Ahora soy Lío, Abel, Sergio, Joel, Guillermo, Inés, Virginia, María, Xavi, Drew, Rocío, David, Gonzalo, Joana, Amaranta y muchas más.
Esto es una oda a mis mariposas. Ninguna de nosotras, surgidas de esa crisálida, seremos ya solo nosotras. “Sin salir de mí misma, en mi sentir vibran otros sentires. Mi corazón canta siempre en coro” y grita a viva voz: ¡justicia climática!
Nos encontraremos gritándolo de nuevo en la próxima huelga mundial por el clima que tendrá lugar también en todo el territorio en los próximos 20 y 27 de septiembre. En mi caso, Barcelona, aparte de la manifestación, se desplegará toda una semana climática y de lucha por la vida.
Nos vemos en las calles.
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Gemma Barricarte es miembro de Fridays For Future Barcelona y Ecologistes en Acció.
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