
Un niño recibe una vacuna del ébola en una instalación de la OMS en Kivu del Norte (República Democrática del Congo) el 7 de agosto de 2019.
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A principios de julio, Daniel Kubuya Mastaki, un pastor evangélico de 46 años, viajó a lo que se ha calificado como el epicentro del último brote de ébola en África Central. Mastaki fue a Butembo, una ciudad congolesa de un millón de habitantes, en la que rezó con al menos siete congregaciones religiosas diferentes, y tomó parte en la habitual imposición de manos sobre los enfermos. Butembo se encuentra en Kivu del Norte, una provincia en la frontera este de la República Democrática del Congo, a unas cuatro horas en coche de la frontera con Uganda, y es el lugar donde se ha producido el segundo peor brote de ébola de la historia, que comenzó en agosto de 2018.
La periodista Nina Mitch de Talk Africa reportó que Mastaki “predicó la palabra de Dios con gran carisma en diferentes iglesias” y “conquistó numerosas almas para Cristo”. Después, Mastaki se subió a una miniván y se desplazó unos 290 kilómetros al sur hasta Goma para “continuar su tarea apostólica”. En el viaje de 18 horas, el minibús pasó por tres puestos de control médico. Mastaki utilizó un nombre diferente en cada uno de ellos, quizá para evitar que pudieran rastrearlo en una región asolada por los conflictos; no mostraba síntomas de la enfermedad perceptibles para las autoridades de los puestos de control.
Cuando el bus de 18 plazas llegó, sin embargo, a Goma, se sentía enfermo y presentaba fiebre. Quizá pensó que había contraído la malaria, una hepatitis o cualquier otra enfermedad que manifiesta unos síntomas similares a los del ébola: fiebre, dolor de cabeza agudo, dolor muscular, vómitos y diarrea. Mastaki acudió a un hospital cercano. Cuando se confirmó que tenía el virus del ébola, fue trasladado de regreso a Butembo, donde hay instalaciones especiales para tratarlo. Cuando llegó estaba muerto.
Goma es una ciudad de más de dos millones de habitantes que se encuentra en la orilla norte del lago Kivu y muy cerca de las fronteras con Ruanda y Uganda. Cuando se descubrió el brote en Kivu del Norte, los trabajadores sanitarios miraron a Goma con preocupación; si el virus del ébola llegaba a Goma, una ciudad con un aeropuerto internacional, que además es un dinámico intercambiador hacia numerosos países, decidirían que ya no se podría confiar en la RDC para que controlara el brote por sí sola. Después de que muriera Mastaki, el ministro de Salud de la RDC declaró que “gracias a que el paciente ha sido identificado con rapidez, así como todos los pasajeros del bus de Butembo, el riesgo de que la enfermedad se extienda a la ciudad de Goma es muy bajo”. Pero a finales de julio se confirmaron dos nuevos casos en Goma y Ruanda cerró brevemente sus fronteras.
Contener la epidemia es sumamente complicado como consecuencia de la historia de la región, la desconfianza hacia los trabajadores humanitarios y el conflicto armado en curso. Se han producido diez brotes del virus desde que se descubrió en la RDC en 1976, pero han aparecido principalmente en la zona oeste del país, lejos de la volátil región oriental y de los intermitentes conflictos mortales que hay allí. Poco después del viaje de Mastaki, asesinaron a dos trabajadores sanitarios en sus casas de Mukulia, un pueblo a las afueras de Beni, al norte de Butembo. Los dos trabajadores llevaban recibiendo amenazas desde hacía meses, y uno ya había sido objeto de ataques previamente.
Contener la epidemia es sumamente complicado como consecuencia de la historia de la región, la desconfianza hacia los trabajadores humanitarios y el conflicto armado en curso
El ébola se transmitió por primera vez a los humanos mediante lo que se denomina un “efecto spillover (zoonosis)”, es decir, cuando un animal, por lo general un murciélago o un mono, araña o muerde a un humano y el virus salta de una especia a otra. La persona infectada, que no manifiesta síntomas inmediatamente, no es infecciosa hasta que los desarrolla. La transmisión del virus entre seres humanos se produce por contacto con fluidos corporales: orina saliva, sudor, heces, vómitos, leche materna y semen, son los que incluye la lista del Centro de Control de Enfermedades (CCE). También se puede contraer si se come “carne de monte”, que es la carne cruda o no procesada de animales. No obstante, esta lista no incluye el medio de transmisión de aquellos que contraen la infección por el amor y el cuidado de los miembros de su familia; no se debe correr el riesgo de entrar en contacto físico una vez que el sujeto tiene la enfermedad, o incluso después de la muerte. Igual que sucede con todas las demás víctimas del ébola, lo más probable es que a Mastaki lo enterraran unos desconocidos con equipos de protección amarillos y blancos, gafas, capuchas que tapan la cara y guantes de goma hasta los codos. Su familia nunca más le estirará el cuello de la camisa, nunca más le secará la frente y nunca más estrechará su reconfortante mano.
“El ébola es un asesino despiadado”, escribió Jina Moore en BuzzFeed News durante el brote de 2014 en Liberia en el que fallecieron más de 11.000 personas. “Exige lo que la mayoría de personas considera una respuesta cruel al sufrimiento: la distancia. Su arma secreta no es el misterio científico de sus siete proteínas, sino el amor, la necesidad humana de mostrar compasión y cariño”. El Congo no es ajeno a los asesinos despiadados o a una compasión contenida. La historia de la República Democrática del Congo (y de las intromisiones del resto del mundo allí en beneficio propio) ha preparado el camino para la despiadada desolación que provoca el ébola.
El corazón en tinieblas
En su libro de 2001, Siguiendo los pasos del Señor Kurtz: vivir al borde del desastre en el Congo de Mobutu, Michela Wrong escribió: “En las redacciones de todo el mundo, sacudiendo las cabezas por una inexplicable crisis africana más, los productores y redactores desempolvaron sus recuerdos de las clases de literatura del instituto y tiraron de clichés”.
Wrong escribía sobre el conflicto que había desembocado en el derrocamiento en 1997 del “papá” Mobutu Sese Seko Kuku Ngbendu Wa Za Banga, el ostentoso dictador del Zaire que lucía telas estampadas de leopardo, en lo que actualmente es la República Democrática del Congo. Pero las palabras de Wrong se pueden aplicar a cualquiera de una larga letanía de acontecimientos posteriores que tuvieron lugar en ese corazón tenebroso del continente africano, unos acontecimientos que se atrevieron a alterar mínimamente la superficie de la atención internacional: los millones de personas que fueron asesinadas o que murieron de enfermedad y hambre durante la “segunda guerra del Congo”, que sucedió al derrocamiento de Mobutu, y en la que participaron las fuerzas oficiales y no oficiales de al menos seis países vecinos; el asesinato del sucesor de Mobutu, el líder rebelde Laurent Kabila, presuntamente cometido en 2001 por uno de sus propios guardaespaldas; la desolación de Goma como consecuencia de la erupción en 2002 del monte Nyiragongo; y el brote de ébola en la RDC en septiembre de 2007. Y hace no mucho, el asesinato de manifestantes en las protestas de 2015 y 2016, y los 1,7 millones de congoleses desplazados por el conflicto en 2017.
El ébola se ha vuelto otra “inexplicable crisis africana”, una más de una insensible lista de horrores lejanos que poco o nada tiene que ver con “nosotros”
Las palabras de Wrong también se pueden aplicar a lo mucho que tardó la Organización Mundial de la Salud en declarar, el 17 de julio, el brote de ébola en la RDC como una emergencia de salud pública de importancia internacional (ESPII), una alerta que activa unos recursos y una respuesta coordinada internacionales. Esta es solo la quinta vez que se activa una alerta de ese tipo. Después de un año y 1.650 muertes (lo que lo convierten en el segundo peor brote de ébola desde la crisis de 2014 en Liberia) acudieron equipos de “occidentalizados”, un término teñido de prejuicios que hace pensar en desarrollado, limpio, con enfoque científico, profesional, afectuoso, ordenado, cívico, pero también en civilizado. El ébola se ha vuelto otra “inexplicable crisis africana”, una más de una insensible lista de horrores lejanos que poco o nada tiene que ver con “nosotros”.
Pero tras los clichés de clase de secundaria, la historia del ébola en el continente (una historia de especulación farmacéutica, apropiación poscolonial de recursos e injerencia gubernamental despiadada) trastoca la promesa de salvación negra a manos de samaritanos blancos que conlleva la declaración de la ESPII. Las últimas palabras de Kurtz, “el horror, el horror”, nos recuerda Wrong, no iban dirigidas, después de todo, hacia el Congo, su gente, sus costumbres o sus lugares, sino más bien hacia la “crueldad sin precedentes” del colonialismo blanco.
El Congo fue ‘descubierto’ por Henry Morton Stanley, un periodista británico que se hizo famoso a causa de la pregunta que realizó en 1871, cerca del lago Tanganica, a otro explorador famoso: “¿El doctor Livingston, supongo?” . Europa se encontraba en los inicios de un atracón colonial de expolio y apropiación en el continente africano. Stanley consideró que la avaricia y crueldad del rey de Bélgica, Leopoldo II, estaban a la altura de la tarea de extraer la enorme riqueza disponible en el Congo. Wrong llama a Leopoldo “el único monarca europeo que llegó a poseer personalmente una colonia africana”. Llamó a su posesión Estado Libre del Congo, con gran tristeza e ironía. El brutal sistema que instauró sirvió para incentivar y sistematizar abusos que se consideraban extremos incluso en el continente en esa época, y que imponían los agentes belgas blancos y la Force Publique, un ejército mercenario de africanos occidentales y congoleses. “Se pidió a los soldados del Congo que controlaran cada cartucho disparado, así que amputaban y ahumaban las manos, pies y partes íntimas de sus víctimas. Estas se presentaban ante los comandantes en cestas para demostrar que los soldados habían hecho bien su trabajo”, escribe Wrong.
Lo peor de estas atrocidades terminó en 1908, cuando Leopoldo le cedió el Congo a Bélgica, aunque se mantuvo un implacable sistema de explotación y trabajos forzados que duró hasta la independencia, momento en el que Mobutu, respaldado por Occidente, instauró sus propias y exclusivas formas de explotación brutal de los incomparables recursos naturales del país (diamantes, cobre y caucho) en beneficio propio, de manera muy parecida al estilo de Leopoldo II. La aparición de forasteros siempre ha presagiado muerte y destrucción para los congoleses, desde la época de los traficantes árabes de esclavos anteriores a Stanley. Sospecha, recelo, evasión y ataque son los métodos de autopreservación para una población que es víctima desde hace tiempo de la avaricia del resto del mundo.
Paladas de dinero
El Organismo de Salud Pública de Canadá creó en 2003 lo que se conoce como la vacuna Merck del ébola, rVSV-ZEBOV-GP. Estados Unidos y Canadá llevaron a cabo diversos test en animales antes de concederle la licencia a una pequeña empresa farmacéutica, NewLink, que continuó desarrollándola. Merck, la empresa farmacéutica con sede en Nueva Jersey y valorada en 215.000 millones de dólares, aprobó la vacuna en 2014, justo cuando el brote en África occidental estaba asolando Guinea, Sierra Leona y Liberia. Las fases II y III de los estudios clínicos de la vacuna se realizaron sobre el terreno durante el brote (aunque no sin recibir críticas de fuentes externas). “Luchar contra un importante proyecto científico de Estados Unidos es solo uno de los diversos problemas a los que se enfrentan los ensayos clínicos de la OMS”, escribió Miriam Shuchman en The Lancet en mayo de 2015.
Entre las críticas a las pruebas se encontraban el hecho de que los servicios de atención primaria no cumplían con los estándares necesarios para realizar un ensayo clínico, que los ensayos se aceleraron para completarlos antes de que disminuyera el número de personas infectadas (sujetos de ensayo) y que los mecanismos para informar de las reacciones adversas a la vacuna eran deficientes. Principalmente en Guinea, cuando se pidió a los miembros de la comunidad que informaran al jefe del poblado si ellos o un familiar habían experimentado síntomas o reacciones adversas, la desconfianza impidió que muchos lo hicieran. (El artículo de Shuchman incluye el ejemplo del jefe de una aldea que robó comida donada a la población local y la vendió para ganarse un dinero).
No obstante, Merck recibió abundantes alabanzas por el trabajo que realizó con la vacuna. En 2018, la revista Time la nombró una de sus “empresas geniales”. “No pretendemos ganar dinero con esta vacuna”, explicó en la revista Roger Perlmutter, vicepresidente ejecutivo que ganó unos siete millones de dólares el año pasado, para anotarse un gran capital promocional por su papel de bienhechor. Un artículo de Clifton Leaf que apareció en Fortune en agosto de 2018 y que se titulaba Desplegando el afán de lucro para vencer al ébola no ha envejecido bien; se trata de un artículo empalagoso y elogioso que parece un texto publicitario de Merck y que atribuye a la empresa la erradicación del ébola en la RDC, cuando el número de fallecidos era solo de 33 personas. Sin embargo, ese artículo apareció después de que el ébola resurgiera en las zonas más orientales del país y desembocara en el actual brote. La revista incluyó a Merck en su lista de empresas que “cambian el mundo”, y situó al gigante farmacéutico internacional en el segundo lugar de la clasificación. Leaf escribe en un tono excesivamente elogioso:
“El gigante farmacéutico no está haciendo esto por caridad. Al contrario, el negocio de vacunas de la empresa, que incluye inoculaciones contra la neumonía, el herpes zóster y el virus de papiloma humano causante de cáncer, supuso más de 6.000 millones de dólares el año pasado. Aunque la vacuna del ébola no produzca toneladas de dinero por sí sola, el conocimiento que se obtiene de su desarrollo sirve para respaldar la I+D de toda la empresa.
En resumen, Merck está haciendo lo que hacen muchas otras grandes empresas: intentar solucionar algo que necesita una solución y, al mismo tiempo, intentar sacar un beneficio. De hecho, hay empresas en el mundo que logran ambas cosas cada día (les va bien haciendo el bien) y lo hacen casi siempre alejados de los titulares”.
Jugando con el título del libro que Adam Hochschild publicó en 1998 sobre la absoluta devastación del Estado Libre del Congo, es “el fantasma del rey Leopoldo, efectivamente”. El medicamento de Merck, que tiene una eficacia de más del 97% sigue sin estar aprobado, y su administración en la RDC se considera en la actualidad un “uso compasivo”.
“El problema no es que haya una respuesta a la vacuna menor”, le explicó el director del Centro para la Investigación y Políticas sobre Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota, Michael Osterholm, a la periodista de STAT Helen Branswell en abril: “El desafío es poder administrársela a la gente”. Esta ecuación puede sonar muchísimo a ese lugar común anticuado y racista: el conocimiento occidental entorpecido una vez más por la incapacidad de los africanos para ponerse las pilas.
El complot occidental
En una corta noticia sobre los asesinatos de trabajadores sanitarios, Voice of America consideró pertinente añadir lo siguiente al final, sin contexto ni explicación: “Algunos congoleses también han contribuido a la propagación de la enfermedad al rechazar llevar a sus seres queridos a los centros terapéuticos y al no respetar directrices de enterramiento que se diseñaron para reducir el contagio del ébola”. Pero los motivos de que los congoleses incumplan los dictados occidentales, sobre todo los que socavan su capacidad para mostrar amor y afecto hacia sus vecinos, familiares y seres queridos, no son consecuencia de la ignorancia o la simple obstinación, sino que los congoleses saben que, siglo tras siglo, la participación occidental acarrea muerte y destrucción con tal de sacar beneficio.
Una encuesta acerca de las creencias sobre el ébola en la RDC que publicó The Lancet en marzo de este año descubrió que más de un cuarto de los encuestados no cree que el ébola exista. Cerca de un tercio de ellos cree que el ébola es un invento cuyo objetivo es sacar un beneficio económico o desestabilizar la región. Como informó el Wall Street Journal en abril, hay personas que no entienden por qué el ébola es más importante que las otras enfermedades que parecen estar matando a un mayor número de personas, como por ejemplo la diarrea o la malaria. O por qué el ébola es más importante que las condiciones de pobreza, como por ejemplo la falta de agua corriente. “Estos tipos tienen una agenda oculta”, les dijo Katsongo Bayole a las periodistas del Wall Street Journal Julia Steers y Gabriele Steinhauser. Bayole es una agricultora de 45 años de Butembo. “Cuando llegas allí [a la clínica], ya estás muerto. A eso juegan”, afirmó.
hay personas que no entienden por qué el ébola es más importante que las otras enfermedades como la malaria
En los últimos siete meses, de acuerdo con la OMS, 58 trabajadores sanitarios han resultado heridos y siete han muerto en aproximadamente 200 ataques. “Los trabajadores sanitarios vieron cómo se convertían en blancos, tanto de las milicias que llevan asolando la zona desde hace 25 años como de los habitantes locales que piensan que forman parte de un complot occidental”, escribieron Steers y Steinhauser.
La política
El 20 de julio, el presidente de la RDC, Félix Tshisekedi, comenzó a supervisar personalmente la epidemia junto con un “comité de expertos multisectorial” formado por organizaciones internacionales. El anuncio llegó casi un año después de que apareciera el brote y solo pocos días después de que la OMS lo declarara como una emergencia de salud pública de importancia internacional. El ministro de Salud, Oly Ilunga Kalenga, estaba en ese momento en Goma supervisando las operaciones y dimitió en señal de protesta. Se había mostrado cauteloso con respecto a la presión occidental para declarar la ESPII. Como escribió Lisa Schnirring en la página web del Centro para la Investigación y Políticas sobre Enfermedades Infecciosas: “El Dr. Kalenga expresó su preocupación por los grupos externos que habían estado presionando al país y por los efectos potencialmente adversos de cerrar las fronteras y establecer restricciones para viajar que podrían perjudicar la respuesta”.
Kalenga también se opuso a quienes sugerían que, para sacar el máximo partido a las dosis existentes de la vacuna, había que utilizar un segundo medicamento que estaba desarrollando Johnson & Johnson. Kalenga consideraba que hacerlo sería un error: no solo su oficina había trabajado para aumentar la confianza pública en el medicamento de Merck, sino que el medicamento de Johnson & Johnson precisaba administrar dos dosis con 56 días de diferencia, algo casi imposible teniendo en cuenta los limitados recursos de la RDC. “La presión por considerar el brote como una crisis humanitaria parece invitar a que se instaure un sistema de gestión paralelo, que [Kalenga] afirma que nunca fortalece los sistemas de salud existentes”, escribió Schnirring. Kalenga publicó su carta de renuncia en Twitter el 22 de julio. La imagen de portada de su cuenta muestra al ministro sentado en un banco, con los codos en las rodillas, observando el curso moroso de un río.
La presión para aceptar la declaración de la ESPII fue intensa. Se han realizado ya tres intentos, el último el viernes 15 de junio. El 10 de julio, un editorial de Ronald Klain en el Washington Post, un antiguo “zar” del ébola durante el gobierno de Obama (y asesor de la campaña de Biden 2020) y Daniel Lucey, miembro del Instituto O’Neill para la Legislación Sanitaria Nacional e Internacional y profesor adjunto del Centro Médico de Georgetown, rogaron enérgicamente que se produjera una intervención internacional.
El suyo es un argumento convincente que identifica de forma sistemática los beneficios de la ESPII, entre los cuales se encuentra el aumento de la presión que se pondría sobre el gobierno de Trump para que libere financiación. (El gobierno de Estados Unidos prohibió en agosto el acceso a la zona del brote a los trabajadores de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades). Pero la ESPII servirá de poco para mejorar la imagen de las agencias en la región, ya que viene acompañada de guardias armados que garantizan su cumplimiento y protegen a los trabajadores humanitarios extranjeros y a las clínicas donde trabajan. Al final, puede que la alerta contenga el ébola en la RDC, pero es difícil saber el coste que tendrá.
Mientras tanto, la agencia estadounidense de cooperación para el desarrollo, la USAID, y otras agencias y ONGs están utilizando la etiqueta #heroísmo para resaltar el trabajo de los profesionales sanitarios. Algunas de las imágenes procedentes de la región no ayudan, sin embargo, mucho a fomentar la confianza. En una de ellas, un hombre con un chaleco color tabaco, el “Dr @WessamMankoula”, se nos informa, apunta con un objeto a la cabeza de una mujer negra ataviada con un vestido rosa sin mangas. La mujer parece nerviosa, asustada y avergonzada. El objeto es un termómetro; una temperatura elevada es un indicio temprano de infección. No obstante, en la foto parece como si el trabajador sanitario estuviera sujetando, como si de una ejecución se tratara, una pistola.
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Ann Neumann es autora de The Good Death. An Exploration of Dying in America.
Traducción de Álvaro San José.
Este artículo se publicó en The Baffler.
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Autora >
Ann Neumann (THE BAFFLER)
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