ANÁLISIS
La FAO y el nuevo liderazgo chino
El nuevo director de esta institución, Qu Dongyu, parece dispuesto a continuar la apuesta de su predecesor por la seguridad alimentaria y el desarrollo de modelos agroecológicos. La UE proponía una candidata defensora de los transgénicos
Tiziano Gomiero / Monica di Donato 18/08/2019
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El pasado 23 de junio, durante la 41ª Conferencia General de la FAO celebrada en Roma, Qu Dongyu, ex viceministro de Agricultura de la República Popular China, fue elegido nuevo director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, con mayoría absoluta, para los próximos cuatro años. Desde el 1 de agosto ha sucedido al brasileño José Graziano Da Silva, en el cargo desde 2011. Qu Dongyu, agrónomo, recibió su doctorado en agricultura y ciencias ambientales por la Universidad de Wageningen (Países Bajos). Cuenta con treinta años de experiencia en el campo de la innovación tecnológica, en la planificación de políticas para el desarrollo rural y en el de la cooperación agrícola internacional, como responsable de la cooperación agroalimentaria entre China y los países asiáticos, africanos y latinoamericanos.
Los candidatos iniciales a la dirección general de la FAO eran cinco, pero tras la retirada de los candidatos camerunés e indio, la disputa para el cargo quedó entre tres: Qu Dongyu, que obtuvo 108 votos sobre un total de 191, la candidata de la Unión Europea, la francesa Catherine Geslain-Lanéelle, que obtuvo 71 votos y Georgit Davit Kirvalidze (apoyado por los Estados Unidos), que obtuvo solo 12 votos. Un reconocimiento muy claro ya desde la primera votación y, al mismo tiempo, algo poco común en los 74 años de vida de este organismo internacional: “Obtuvo un apoyo apabullante”, señaló Mónica Fonseca, representante de Colombia ante la FAO, y uno de los doce países que votó por el georgiano Kirvalidze.
Catherine Geslain-Lanéelle (dada come favorita por los medios de comunicación franceses) contaba con el respaldo abierto, y nada sorprendente, de España1, preocupada por salvaguardar su posición en los mercados agrarios internacionales, y que seguía, en ese sentido, la disciplina de la Unión Europea, en general, y de Francia, en concreto.
Antes de profundizar sobre la peculiaridad que tiene esta elección y los escenarios que abre, entre incertidumbres y esperanzas, es importante recordar que la FAO es la institución de las Naciones Unidas, con sede en Roma, que se ocupa de la agricultura, la alimentación y la seguridad alimentaria, con especial atención a la problemática del hambre en el mundo. En ese sentido, la FAO desempeña un papel importante en el apoyo a las políticas agroalimentarias en los países en desarrollo. Pero no sólo. También es una institución de referencia en temas de seguridad alimentaria y política agrícola para todos los países, dado que puede solicitarse su opinión en el contexto de políticas de salud o comerciales.
Qué hace especial este nombramiento
La investidura como director general de la FAO es un nombramiento prestigioso por la importancia y el peso de la institución en sí, pero, además, en este caso, la cita tenía un valor especial por dos razones más.
La primera tiene que ver con el ascenso de China como país líder en el panorama internacional. China ya está liderando otras importantes instituciones internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (UNIDO por sus siglas en inglés), dirigida por Li Yong, ex viceministro de Finanzas de China, quien ocupó cargos importantes también en el Banco Central de China, la Unión Internacional de Telecomunicaciones, la Organización de Aviación Civil Internacional, etc.
Asimismo, el dragón asiático lidera el poderoso banco asiático de inversiones en infraestructuras, que financia con una importante inyección de dólares (unos 500 mil millones, según fuentes oficiales), y que es un competidor de primera línea del Banco Mundial en la región asiática. Un estudio reciente estima que los préstamos de China en el extranjero han aumentado de casi nada en el 2000 a más de 700 mil millones de dólares en la actualidad.
Préstamos de China en el mundo (fuente: The Economist)
En ese sentido, la designación de Qu Dongyu al frente de este organismo, se percibe como otra prueba del interés y capacidad de Pekín en escalar posiciones a nivel internacional, mediante su nuevo megaplan enfocado al comercio que engloba al 30% de la economía mundial (la Nueva Ruta de la Seda), mientras invierte en sectores estratégicos de países terceros (por ejemplo, en el Ártico2) y se encuentra en plena disputa comercial con Estados Unidos.
La política expansiva de China también ha atraído críticas. Algunos consideran que su papel en África y América del Sur es una nueva expresión de colonialismo. El fenómeno del acaparamiento de tierras (para agricultura) que China está llevando a cabo en África podría ser un ejemplo al respecto. O también, las grandes inversiones en infraestructuras que financia en muchos países, que luego se encuentran atrapados en una espiral de deuda (una técnica frecuentemente utilizada también por los países occidentales). Un propósito que China obviamente niega. En un reportaje sobre la elección de Qu Dongyu, Le Monde insinuó que el candidato de Camerún se retiró de la contienda después de que China decidiese condonar los 62 millones de euros que el país africano le debía.
El rol de China en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU fue también criticado por la ONG Human Rights Watch. En ese sentido, en un informe elaborado por esta misma organización, se acusa a Pekín de utilizar su posición de poder para interferir en las actividades del organismo y evitar que se hable de derechos humanos en el país. Hace unos días, de hecho, el mismo Consejo amonestó a China por la violación de los derechos humanos de la población musulmana en la región de Xinjiang.
En su discurso de investidura, Qu Dongyu dijo que estaba orgulloso de la tarea encomendada, y agradeció a China su candidatura y su apoyo para el cargo: “…Voy a trabajar por el bien de los agricultores (...) y doy las gracias a mi patria después de estos 40 años de reforma exitosa y política abierta”. En ese sentido, consciente de las críticas que hubiesen podido llegar por su estrecha relación con la República Popular China, reiteró que su función será servir a la FAO y honrar el puesto, respetando los principios de justicia, apertura y transparencia, y permaneciendo imparcial y neutral. Es muy probable que, dadas las críticas dirigidas contra China por su papel en África y América Latina, Qu Dongyu tendrá muchos ojos dirigidos hacia él, listos para aprovechar la oportunidad para lanzar acusaciones contra China por el uso interesado de su prestigiosa posición en la FAO.
La segunda razón de la relevancia en la investidura del representante chino, tiene que ver con las diferentes posiciones sobre las estrategias de gestión de la institución por parte de los dos candidatos principales, Qu Dongyu y la francesa Catherine Geslain-Lanéelle.
Geslain-Lanéelle basó su candidatura en la promesa de promover en la FAO una política agrícola centrada en la promoción de las biotecnologías y el cultivo de organismos genéticamente modificados (OGM), con el consiguiente aumento del peso del complejo industrial agroquímico-biotecnológico en el control del sistema agroalimentario global. Un sector dirigido actualmente por unas pocas multinacionales, con tres grupos que controlan el 60-70% de las semillas y la agroquímica (prácticamente en régimen de monopolio), y una docena de grupos que controlan el 70% del sector alimentario del planeta.
Desde una postura muy alejada de la de la candidata francesa, Qu Dongyu, al presentar su programa, hizo hincapié en la importancia de involucrar a la sociedad civil en las decisiones relacionadas con el uso de nuevas tecnologías en el sector agroalimentario, en particular en lo que respecta a los OGM y la agroquímica. En este sentido, Qu Dongyu aseguró que bajo su liderazgo, temas como la bioseguridad y el impacto ambiental de la agroquímica se considerarían de fundamental importancia. También destacó su interés en centrarse en la erradicación del hambre en las regiones pobres, modernizar la agricultura en las zonas tropicales y secas, y promover la digitalización del sector primario, temas que le han proporcionado el apoyo de muchos países de América Latina, entre ellos Brasil, Venezuela, Nicaragua, Uruguay, Argentina y Perú. En línea con la política de bioseguridad del nuevo director de la FAO parecería estar también México (aunque no se conoce su voto), uno de los pocos países en el mundo que ha logrado detener el avance del negocio de los cultivos transgénicos gracias a un potente tejido de actores sociales y organizaciones campesinas.
Qu Dongyu recibió además el apoyo del director saliente Da Silva, quien elogió a China por los grandes pasos en la reducción del hambre y la pobreza en el país3. Este mérito es reconocido también por otras instituciones internacionales como el Programa Mundial de Alimentos, y su director David Beasley, que en los últimos años a menudo ha elogiado a China por sus esfuerzos para proporcionar asistencia alimentaria a países en grave crisis, como la República del Congo, Lesotho, Somalia o Sudán del Sur.
China es miembro fundador de la FAO, con la que siempre ha trabajado estrechamente en el campo de la seguridad de los alimentos, el manejo de plagas, la capacidad de responder a los efectos del cambio climático y los desastres naturales, así como en la promoción del desarrollo sostenible basado en la agroecología. Esto, por lo menos, es el compromiso en el papel. Sin embargo, hay que subrayar que, aunque Qu Dongyu no mencionó expresamente los cultivos transgénicos como parte de su programa, sí hizo referencia a la búsqueda de colaboraciones con grandes grupos privados como Alibabà y el gigante de la agroquímica Bayer4.Por lo tanto, será interesante ver cómo el nuevo representante de la FAO pretende utilizar la experiencia de estas empresas sin entrar en conflicto con su declaración de intenciones.
Los peligros de una huida hacia adelante en ese sentido existen: en un reciente documento de 2019, redactado conjuntamente por la OCDE y la FAO (con enfoque en América Latina), se señala el uso de cultivos genéticamente modificados y la manipulación genética (CRIPS), por ejemplo, para aumentar la producción de biomasa de los cultivos, como la dirección a emprender por la agricultura del futuro.
Es importante comentar también que en China, la “dimensión social” de los cultivos transgénicos es un asunto con el que el gobierno ha tenido que lidiar, y del que probablemente ha extraído muchas lecciones. En China, tanto en el pasado como en la actualidad, se hace experimentación con cultivos transgénicos, con el consentimiento del partido comunista chino (PCCh) y del presidente Xi Jinping pero, aparte de la experimentación, el cultivo de organismos transgénicos está prohibido, excepto el del algodón. Los cultivos transgénicos importados, como la soja y el maíz, se utilizan para la alimentación animal. Aunque el gobierno ha tratado de promover la aceptación de cultivos transgénicos en la población, ésta siempre ha mostrado una fuerte oposición, que ha ido en aumento con los años. Esto ha llevado al gobierno a evitar la imposición del consumo de alimentos transgénicos, por temor a desencadenar protestas, que hubiesen podido trascender también a un terreno más político. Una investigación publicada en 2018, en la que se entrevistó a 2.000 personas y que intentaba representar a todas las provincias chinas, edad, niveles educativos, ingresos, etc., mostró que el 47% estaba en contra de los cultivos transgénicos, y sólo el 12% a favor (el 41% no sabe). Cabe señalar que la oposición a los cultivos transgénicos sigue siendo muy alta, incluso entre individuos con formación científica, con un 42% en contra y un 14% a favor.
Dejando de lado los datos, los temas relacionados con la seguridad alimentaria son de una importancia fundamental para los chinos, para quienes las hambrunas han sido parte integrante de la historia del país. La gran hambruna que azotó algunas regiones entre 1959 y 1961, en la que se estima que murieron unos treinta millones de personas, todavía es un recuerdo relativamente reciente. Además, los escándalos que han afectado al sector agroalimentario en los últimos años han hecho que los chinos sean cada vez más suspicaces y cautelosos sobre los alimentos y su manipulación.
La desafortunada (e ilógica) apuesta de la Unión Europea: el caso Geslain-Lanéelle
La elección de Catherine Geslain-Lanéelle como candidata por la UE a la dirección de FAO merece un análisis aparte.
Catherine Geslain-Lanéelle fue seleccionada expresamente por Francia (que en Europa es el país con más peso en el sector agroalimentario) o, más bien, por Emmanuel Macron, el presidente de la República Francesa, como candidata para la dirección general de la Agencia de Naciones Unidas. Geslain-Lanéelle es la jefa del departamento de política agrícola y alimentaria del Ministerio de Agricultura francés. De formación, ingeniera agrícola, desde 2006 hasta julio de 2013, ocupó el cargo de directora ejecutiva en la EFSA, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria.
La apuesta de Catherine Geslain-Lanéelle por parte de la Unión Europea ha sido muy discutida, tanto por sus relaciones pasadas con el sector agroindustrial y las críticas recibidas durante su gestión de la EFSA, como por su promoción abierta de los cultivos transgénicos. La imposición de un candidato europeo claramente pro-OMG para representar a la FAO parecía traicionar la voluntad y la posición de los ciudadanos de la UE y mostrar una vez más cómo la política de Bruselas se presenta más sensible a los intereses de algunos actores particulares que a los de sus ciudadanos.
Bajo la dirección Geslain-Lanéelle, entre 2006 y 2013, la EFSA ha recibido en repetidas ocasiones fuertes críticas, acusada de incluir sistemáticamente entre sus dirigentes a personas con fuertes vínculos con el International Life Sciences Institute (ILSI por sus siglas en inglés). Este instituto es una estructura privada, concebida y financiada por la industria agroquímica (incluido Monsanto, el principal productor del famoso herbicida glifosato) y la agroindustria, a menudo en el centro de escándalos, debido a su agresiva acción de lobby para influir en la legislación de los países en materia agroalimentaria a favor de la industria.
En 2010, José Bové, el famoso agricultor francés miembro del partido ecologista europeo, en una reunión del Parlamento Europeo, acusó a EFSA de no haber aclarado la posición de algunos de sus líderes, miembros de ILSI. La agencia comunitaria, a su vez, se defendió afirmando que la falta de referencia a las colaboraciones con ILSI se debía a descuidos en la preparación de los currículos publicados en la página web de EFSA. El caso llevó al Parlamento Europeo a suspender la financiación a EFSA durante seis meses y a las figuras que mantenían este conflicto de intereses.
En 2012, PAN-Europe, una red que trabaja para eliminar el uso de los pesticidas, reveló que, en 2008, un grupo de trabajo de la ESFA responsable de revisar los límites de toxicidad de los alimentos fue organizado y gestionado por miembros asociados a ILSI. Diez de los doce miembros tenían relaciones sólidas con la industria agroquímica y agroindustrial5. En su informe, EFSA sugería optar por una evaluación de riesgo al estilo estadounidense (por lo tanto, con límites menos estrictos), basado en el “principio del riesgo aceptable” (es decir, un riesgo que generalmente se conoce y se tolera debido a que los costos o dificultades para implementar una contramedida efectiva serían excesivos en comparación con la expectativa de pérdida) frente al vigente principio de precaución.
En 2013, algunas asociaciones ambientalistas formularon críticas contra EFSA por el nombramiento de Juliane Kleiner, propuesta para desempeñar un papel importante en puestos clave en la evaluación y regulación de riesgos. Las críticas señalaban que Kleiner trabajó para ILSI, de 1996 a 2002, defendió los intereses de algunas de las industrias afiliadas y asumió, a menudo, sus posiciones.
Poco antes de las elecciones de la FAO, Catherine Geslain-Lanéelle declaró a una delegación estadounidense que no compartía las cautelosas posiciones de Europa en materia de OGM y que su política en el organismo estaría dirigida a abrir el mercado comunitario a los cultivos GM y a las nuevas técnicas de edición genética.
En ese sentido, la candidatura de Geslain-Lanéelle había suscitado fuertes preocupaciones por parte de las asociaciones ambientalista y los pequeños agricultores. La Vía Campesina, por ejemplo, planteó la duda de si la FAO, bajo una posible dirección Geslain-Lanéelle, centrada en los cultivos transgénicos como modelo agrícola, realmente hubiera podido trabajar para erradicar el hambre en el mundo, o si se hubiese convertido en una institución destinada a estimular la producción de materias primas (commodities) para vender en el mercado global.
Parece curioso, y no muy claro, cómo y por qué la Unión Europea ha apostado por una persona abiertamente en contra de sus mismas políticas y las elecciones de la mayoría de sus ciudadanos, y ya en el centro de las críticas por la posible connivencia con el sector agroindustrial.
¿Biotecnología para el desarrollo rural? La necesidad de evitar una carrera hacia soluciones simplistas y peligrosas.
La FAO estima que alrededor de 820 millones de personas en todo el mundo padecen desnutrición crónica, en términos de calorías disponibles per cápita (el 40% de estas en India y China, el resto principalmente en África). Se calcula que al menos dos mil millones de personas sufren la falta de ciertos nutrientes en su dieta, tales como vitaminas (cada año entre 250.000 y 500.000 niños sufren daños en los ojos –por ejemplo, cegueras– debido a la falta de una ingesta suficiente de vitamina A) y minerales (una mujer de cada tres se ve afectada por la anemia causada por la falta de ingesta de hierro). Estas condiciones, además de ser debilitantes y dolorosas para quienes viven allí, y las sufren directamente, representan una enorme pérdida económica para los países, limitando su desarrollo y contribuyendo a fomentar conflictos internos.
Tratar de resolver estos problemas es un compromiso que la FAO, y muchas otras organizaciones internacionales, ha asumido. Pensar que estos problemas complejos pueden reducirse y contemplarse sólo desde el campo de la genética, o la biotecnología, significa simplificar excesivamente la complejidad del mundo real.
Es evidente que una persona tan experimentada como Catherine Geslain-Lanéelle no ignora esta complejidad. Sin embargo, un mensaje que ponga demasiada confianza y esperanza en el desarrollo de cultivos transgénicos como simple solución a los problemas de producción agroalimentaria y del hambre, lanzado por el cargo más alto de una institución como la FAO, puede tener efectos muy impactantes en las políticas agroalimentarias mundiales y conllevar muchos riesgos.
Ahora bien, si es cierto que no podemos y no debemos desmentir que, como todas las tecnologías, también las biotecnologías pueden ofrecer oportunidades para resolver algunos problemas (las técnicas nunca son malas de por sí), estas manipulaciones genéticas deben analizarse primero caso por caso, y sobre todo, en el complejo contexto de los posibles impactos ambientales y socioeconómicos, tanto a corto como a largo plazo.
A continuación, ofrecemos tres ejemplos de casos concretos útiles para comprender la dimensión y características de los problemas en los que corremos el riesgo de caer.
El caso del algodón GM de Burkina Faso
Burkina Faso es un país de África occidental, con una población de 17 millones de habitantes, donde el cultivo del algodón, apreciado en todo el mundo por su calidad (con fibras más largas, en comparación con el promedio, que sirve para la fabricación de tejidos, vestidos, camisas, etc.), representa una de las actividades económicas más importantes. Burkina Faso es uno de los mayores productores africanos de algodón. En 2003, Monsanto propuso al gobierno mejorar los rendimientos del algodón local gracias a la biotecnología, es decir, mediante el cultivo del algodón GM, diseñado para producir toxina Bt, y así prevenir el ataque de plagas de insectos. Así, en 2008 se empezó a cultivar en el país el nuevo algodón GM de Monsanto. A pesar del mayor costo de las semillas GM, los agricultores inicialmente vieron aumentar sus ganancias por la reducción del uso de pesticidas. Sin embargo, este escenario no duró mucho. Los compradores pronto se dieron cuenta de que la calidad del algodón ya no era la misma, y el valor del algodón cayó, dejando a los productores con las cuentas en rojo.
La manipulación genética había inducido en las plantas una modificación inesperada que había comprometido la calidad de la fibra. Algunos informes científicos informaron de un aumento en los rendimientos en el campo, sin embargo, la cantidad de algodón que realmente podía extraerse de la flor para la venta, en realidad, disminuyó. El daño económico fue tal que Burkina Faso demandó a Monsanto pidiendo una compensación por los daños. En 2016, el país volvió a cultivar algodón tradicional, registrando un aumento del 20% de algodón vendible con respecto al algodón GM. Otro ejemplo al respecto es el caso de Brasil.
El caso del arroz dorado
Se estima que más de 100 millones de personas, en su mayoría niños y mujeres, se ven afectadas por la deficiencia de vitamina A. Esto genera una gran cantidad de problemas, desde la reducción de las defensas inmunitarias hasta problemas en el aprendizaje. La vitamina A es esencial para el correcto desarrollo de la visión. De hecho, la carencia prolongada de esta vitamina puede conducir a la ceguera, y hasta la muerte, si la deficiencia perdura mucho. Esta vitamina se encuentra en productos animales y es producida por el metabolismo humano a partir del betacaroteno (y con menos eficiencia a partir de otros carotenoides provitamínicos), que a su vez se encuentra en vegetales de colores y verduras de hoja larga.
En el arroz, el betacaroteno se encuentra en las glumas que cubren los granos, aunque el arroz blanco está completamente exento del mismo. En algunas regiones pobres, donde las dietas se caracterizan por una fuerte dependencia del arroz, existen graves problemas nutricionales, no sólo deficiencias de vitamina A, sino también de otras vitaminas, hierro y otros minerales. En 2000, y luego en una nueva versión en 2005, se lanzó una variedad de arroz transgénico que produce beta-caroteno en el grano de arroz. Ya en el año 2000, con una variedad de arroz dorado que producía una cantidad casi insignificante de betacaroteno (y sin haber realizado ninguna prueba de tipo toxicológico-nutricional o agroecológico en los campos del cultivo), los promotores de los OGM comenzaron una gran batalla mediática para que este arroz transgénico se distribuyera a los agricultores pobres de todo el mundo para su cultivo.
En su momento, aquellos que expresaron dudas sobre la efectividad de esta iniciativa fueron sistemáticamente atacados e insultados por el mundo biotecnológico, e incluso acusados de crímenes contra la humanidad, culpables de querer negar a cientos de millones de personas desnutridas la solución a sus problemas. En 2014 (y luego sucesivamente se ampliaron los ensayos), los resultados de las pruebas de campo (que finalmente se realizaron quince años después de la aparición de la primera variedad de arroz dorado en el laboratorio) indicaron que el arroz dorado tenía dos problemas bastante importantes: su contenido en betacaroteno era aún bajo y, sobre todo, su productividad era menor que la de las variedades cultivadas tradicionalmente. Esto no permite que el arroz dorado sea comercializable, como declaró el mismo International Rice Research Institute. Si el arroz dorado se hubiera comercializado en 2005, como exigían muchas voces dentro del mundo biotecnológico, la producción de arroz habría sufrido una reducción drástica, pudiendo provocar una hambruna a escala mundial, que habría puesto en peligro la vida de cientos de millones de personas y enormes problemas de inestabilidad social, más allá de dejar sin resolver los problemas nutricionales de determinadas poblaciones que supuestamente pretendían solucionarse con esta tecnología6.
¿Qué pasa con los cultivos GM en Argentina?
El mundo de la biotecnología afirma que los cultivos transgénicos son la respuesta necesaria a los problemas del hambre y la pobreza. Si esto fuera cierto, los argentinos deberían estar entre las personas mejor alimentadas, más ricas y más felices del mundo. En Argentina (43 millones de personas) se cultivan 22,5 millones de hectáreas de cultivos transgénicos (alrededor del 50% de las tierras cultivables), entre soja, maíz y algodón. El país produce una cantidad de alimentos que podría potencialmente alimentar a 400 millones de personas7,8. La soja GM y el maíz GM representan casi el 20% del valor exportado. Sin embargo, sorprendentemente, la visión milagrosa alrededor de los GM narrada en el mundo de la biotecnología no parece haberse hecho realidad.
A pesar de los cultivos transgénicos y la enorme productividad de la agricultura argentina, la realidad es que el 52% de los menores (seis millones de niños y adolescentes) vive en la pobreza (el 40% no tiene libros en casa, por ejemplo, o un 40% no puede permitirse ir al dentista). El 13% de los menores argentinos vive en estado de subnutrición. Desde el año 2010, cuando se creó el Barómetro de la deuda social de la infancia, que mide la pobreza y los problemas sociales de los niños, la pobreza infantil nunca ha estado por debajo del 40%. Por decirlo en términos más llamativos, pero al mismo tiempo dramáticamente reales, ¡Argentina, considerada uno de los graneros del mundo, no logra alimentar a sus niños!
Pero no sólo no los alimenta. En Argentina, se usan actualmente más de 300 millones de litros de agroquímicos al año (eran 35 millones en los años noventa antes de la introducción masiva de los cultivos Gm9), con una tendencia de aumento del 10% por año.
El aumento del uso se corresponde con la necesidad de aumentar la cantidad por hectárea debido a la aparición de resistencia a los herbicidas (glifosato) en las ‘malezas’. Así que los productores utilizan cada vez más cantidad de glifosato y además lo mezclan con otros productos. El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria de Argentina, señala que, en la década de los noventa, se utilizaban unos dos litros por hectárea de cultivo, mientras en la campaña agrícola 2011/2012 llegaron a utilizarse nueve litros por hectárea10,11.
En el gráfico siguiente puede verse la evolución en el uso de agroquímicos (pesticidas y herbicidas) en millones de kg/L, de áreas cultivadas en hectáreas y rendimientos medios nacionales para cultivos en t/ha.
Uso de agroquímicos en Argentina entre 1991 y 2010 (Fuente: Reduas).
Tal y como señala la Red Universitaria de Ambiente y Salud (Reduas) y los médicos de pueblos fumigados, se estima una dosis promedio a nivel nacional de unos ocho litros por persona, que puede alcanzar los 30 litros por persona o más en las regiones donde se cultiva la soja GM (unos 12 millones de personas que conviven con las tierras de cultivos agroindustriales).
El gobierno argentino siempre ha considerado que el glifosato es inocuo para la salud humana, por lo que no considera necesario establecer límites para su uso. El enorme uso de herbicidas, debido a los cultivos transgénicos, ha contaminado el suelo y el agua, y está exponiendo a la población rural a diferentes tipos de enfermedades.
En 2010, con su grupo de trabajo, el toxicólogo argentino Andrés E. Carrasco publicó un importante trabajo científico en el que mostraba cómo el glifosato interfería en el mecanismo de desarrollo del embrión en vertebrados. El trabajo concluye que los herbicidas a base de glifosato tienen efectos teratogénicos (es decir, inducen malformaciones en el embrión) en los vertebrados, y que esto podría explicar los casos de malformación que se encuentran en los recién nacidos, en áreas rurales donde se utilizan ampliamente tales herbicidas. Después de la publicación del trabajo, el profesor Carrasco recibió amenazas personales, y su trabajo fue ridiculizado por el propio ministro de investigación científica argentino. En 2010 se formó la citada Reduas con el objetivo precisamente de hacer un seguimiento de la salud humana y la degradación ambiental producida como consecuencia de la actividad productiva, en general, y agropecuaria, en particular.
El monocultivo intensivo de organismos resistentes a herbicidas está también degradando y matando los suelos, y se está expandiendo gracias a la deforestación de lo que queda del patrimonio natural del país. Philip Lymbery, un crítico de la ganadería industrial, en su La carne que comemos: el verdadero coste de la ganadería industrial (2017), hace un buen resumen de la situación en Argentina.
¿Quién se está beneficiando con los OGM en Argentina? Pocos grandes terratenientes y los grupos de presión asociados a los OGM y a los agroquímicos.
Para terminar
Volviendo al tema central de este artículo, ciertamente se puede afirmar que la experiencia y la formación del nuevo director de la FAO Qu Dongyu, junto con las intenciones declaradas en su discurso de investidura, aportan una contribución sólida y llena de esperanza a la FAO. Esperamos además, como insinuó, que el nuevo director quiera seguir y profundizar en la línea trazada por su predecesor, Da Silva, quien se había comprometido fuertemente con la seguridad alimentaria de cientos de millones de pequeños agricultores mediante el desarrollo de modelos agroecológicos, capaces de garantizar la producción, y al mismo tiempo preservar la calidad de los recursos naturales, el suelo en primer lugar (ver, por ejemplo, la publicación solicitada por Da Silva en 2015, como parte del año del suelo).
Los retos que nos esperan son, sin duda, enormes y abarcan cuestiones agroecológicas, sociales y políticas, y ecológicas.
El primer nivel tendría que enfrentar cuestiones sobre: 1) alimentar a una población que se estima alcanzará los 10 mil millones de personas en 2050 (con un crecimiento que se producirá principalmente en África y Asia, continentes ya afectados por crisis alimentarias, por los efectos del cambio climático y, en el caso de África, por una serie de dramáticos conflictos que parecen no tener fin); 2) gestionar unos recursos hídricos cada vez más escasos y proteger la fertilidad del suelo (sin los cuales no puede haber producción de alimentos); 3) reducir el uso de recursos y el desperdicio en la cadena agroalimentaria; 4) invertir en agroecosistemas resilientes en función de los efectos del cambio climático.
El segundo nivel abarcaría cuestiones desde un punto de vista socio-político como: 1) implementar una distribución más equitativa del valor de los productos alimenticios en la cadena alimentaria, y un reconocimiento del valor de estos; 2) acabar con el despilfarro de alimentos causados por la producción de biocarburantes (un vector energético ineficiente que sólo se sostiene gracias a los subsidios públicos); 3) reducir los conflictos, una de las causas más importantes de hambre y sufrimiento de los pueblos.
En el tercer ámbito encontraríamos cuestiones de naturaleza ecológica como: 1) proteger lo que queda de los ecosistemas naturales; 2) preservar la biodiversidad; 3) reducir el uso de pesticidas, que en algunas regiones están comprometiendo la salud de los ciudadanos y de los sistemas agrícolas.
La gestión de problemas tan complejos debe servir como advertencia contra la búsqueda de soluciones demasiado simplistas, que podrían resultar peligrosas, como hemos tratado de mostrar en los ejemplos anteriores.
Un desafío que esperamos que el nuevo gerente Qu Dongyu quiera aceptar, como ha anunciado, con un compromiso con las personas, con justicia, apertura, transparencia e imparcialidad.
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Tiziano Gomiero es investigador independiente y consultor, en temas de agroecología y medio ambiente.
Monica Di Donato es economista ecologica e investigadora en FUHEM Ecosocial: @MonDiDonato
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1. El voto en el procedimiento de investidura es secreto, pero ha habido muchos países que han hecho públicas sus preferencias por un candidato en concreto. Sólo Italia ha mantenido una reserva absoluta en la elección, como país invitado de la FAO.
2. Marzio G. Mian, Barents, epítome ártica. PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global, número 146, 2019.
3. Los datos del último informe de la FAO sobre “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2018” no parecen respaldar tanto optimismo.
4. En 2018 Bayer compró Monsanto y su paquete de patentes para cultivos Gm.
5. Informe detallado sobre el tema producido por PAN-Europa.
6. Más información sobre el problema del arroz dorado en esta entrevista.
7. https://www.trtworld.com/americas/battle-against-hunger-in-argentina-26181
9. Philip Lymbery, 2017. “La carne que comemos: el verdadero coste de la ganadería industrial”. Libros Singulares (Ls).
11. http://sobrelatierra.agro.uba.ar/aparece-una-resistencia-increible-al-glifosato/
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