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Su novia del instituto lo dejó, de un día para otro, por el guapo de la clase. Nada que no nos haya podido pasar a cualquiera. Cuando, recién destrozado, mi amigo nos contaba la inexplicable sucesión de acontecimientos que la llevó de estar sentada junto a él, viendo pelis en el sofá, a andar por ahí subida en la moto del guapo, el resto nos estremecimos por solidaridad. Eso que te ha hecho debería ser considerado delito, le decíamos porque los amigos están ahí para mentir cuando el herido lo necesita. En vez de quedarse cruzado de brazos, mi amigo sacó eso que los emprendedores llaman asertividad y trazó un plan para ajustar cuentas con toda aquella injusticia: cada vez que pasaba por delante de la casa del guaperas, escupía al suelo, a unos centímetros de su portal. Religiosamente. Bien hecho, que se joda ese gilipollas, le volvíamos a mentir dándole valor a esos escupitajos despechados, sin decirle ni pío de que, en un invierno tan lluvioso como aquel, la efectividad de sus atentados era más que dudosa. Qué más daba si a él le servía.
El Valle de los Caídos ha amanecido hoy con un vecino menos, el más ilustre habitante del edificio de los horrores, el que más muertes, atraso social y pobreza mental carga a sus espaldas ya no está allí. Después de 44 años, un pequeño ajuste de cuentas, un escupitajo mal tirado, nos tiene celebrando que ya somos, oficialmente un país mejor, más justo, más democrático, más blablablá. Y puede ser. Quizá así sea. Está demostrado que la homeopatía histórica funciona si eres capaz de aplicar el placebo de la forma adecuada.
Veinticuatro horas después, allí no se comenta otra cosa. Los jabalís, liebres, corzos y ardillas, únicas especies vivas en el Valle de la muerte, han desayunado intentando ordenar y darle un sentido a cada escena, a cada detalle del extraño acontecimiento vivido ayer. A primera hora de la mañana, la llegada de pancartas. “Franco vive”, decía una que provocó un repelús por la espalda del forense a su paso en coche por el control policial. Por suerte la pancarta se equivocaba y Franco estaba seco como la mojama. Cuando levantó la cabeza, cosa que muchos llevaban años pidiendo en subjuntivo, fue con la ayuda de un operario. Los que sí estaban vivos eran los Franco de segunda, tercera y cuarta (de)generación. Llegaron al bolo en un par de minibuses y una furgona. La aparición de los Franco vivos propició seguramente la única noticia verdaderamente reseñable del día: cuarenta años después de perder el poder, esta familia sigue teniendo ropa cara y buen aspecto. El típico aspecto que da no tener que salir de la cama antes de las doce de la mañana gracias al título nobiliario. Ponerles la exhumación a las 10:30 fue, de hecho, una provocación mayor que desahuciar al abuelo. Dientes, que es lo que les jode, fue la consigna dentro de los autobuses antes de salir ante las cámaras. Alguno, sentado al fondo del autobús y despistado aún por el madrugón, cantaba “A por ellos, oé” y el resto imaginaron que se refería a los huesos. A su llegada los esperaba Santiago Cantera, el prior del Valle, ese personaje secundario que hay en toda familia como la de los Franco. Un escudero eclesiástico fiel, dispuesto a que le den por culo al cristianismo y al perroflauta de Jesucristo a cambio de convertirse en la mascota oficial con sotana de una familia bien. Ahí está tito Santiago –las familias nobles le dan título de tito a sus mascotas– dijeron mirando por la ventanilla cuando el autobús llegó a la tétrica explanada.
Dentro del templo perdimos la señal. El Gobierno, que supo conjugar con maestría una retransmisión digna de la Superbowl con vender el relato de la no electoralidad del acto y el respeto a la intimidad de la familia –PSOE style– nos privó del momento más tenso y morboso de la jornada, que para eso estábamos. Una nieta de Franco, de estas que cargan cuatro apellidos compuestos a sus espaldas, le afeó a una ministra que tan solo se apellida Delgado García lo que allí estaba sucediendo. “Esto es una profanación”, le repitió bajo la carpa de exhumación el argumento mañanero que había dado Jiménez Losantos en la radio del autobús. Para ser locutor de primera, acelera, acelera. La ministra, dicen fuentes oficiales, no se inmutó. Teniendo en cuenta que la ministra era la única fuente oficial bajo esa carpa, la información debió de partir de una persona muy cercana a la ministra.
Con la exhumación concluida con éxito, a los Franco les tocó hacer trabajo físico. Dicen que el retraso en el horario previsto a la hora de salir con el ataúd por la puerta se debió al sorteo que se realizó para ver quién se libraba de cargar peso. Ocho perdieron y los pudimos ver, con más pena que gloria, bajando la escalinata y metiendo al abuelo en un coche que le venía al pelo por su biografía: fúnebre. Tras introducirlo en el coche y con toda España observando la escena íntima, los asistentes se quedaron en pie en la explanada esperando el siguiente punto del protocolo. Ahora llega José Manuel Soto a cantarle una saeta, se especuló, pero nada. Tras la espera, los coches arrancaron camino a un helicóptero oficial del Estado porque aquello, queridos niños, a pesar de la ministra, las cámaras de TVE, el dispositivo policial y el helicóptero del Estado, no era un funeral de Estado.
Para cuando tocó cargar de nuevo el ataúd –esta vez había que subirlo hasta al helicóptero– los Franco silbaban disimulando asegurando apellidarse Rodríguez, así que les tocó a los operarios hacer los honores. Entra. No entra. Tiene que ser la muñeca hinchada de firmar penas de muerte, que no deja pasar la caja. Sí entra. No, que no entra. Finalmente entró, el helicóptero arrancó y Franco salió del Valle rindiendo homenaje a su queridísimo Carrero Blanco: volando. De allí al cementerio de Mingorrubio, donde lo que parecía un casting de 200 personas para Torrente 6, esperaba su llegada. Cánticos y saludos fascistas que se complicaron con la llegada de Franco por el aire. Si, con el generalísimo a ras de suelo, hay que levantar el brazo hasta arriba, ¿cómo se le saluda yendo en helicóptero? ¿Hay que girar sobre uno mismo? No consiguieron aclararse. Entre los asistentes, el golpista Antonio Tejero. “Tejero, Tejero, Tejero” coreaban como se corea la llegada de Justin Bieber a un concierto lleno de niñas histéricas. A llegar ante el cordón policial, Tejero dijo ser Tejero y por uno de esos motivos que nadie investigará porque España es una democracia ejemplar y de nada hay que preocuparse, la policía dejó paso al golpista que entró a tiros en el Congreso y le puso escolta para que la prensa no le molestara mientras hacía sus cosas fascistas. ¿Escoltarlo? ¿No habíamos quedado en que a los golpistas había que pegarles con la porra?, preguntó un policía novato que se sacó la plaza el año pasado. Ya le han abierto expediente por gilipollas.
Dentro de Mingorrubio, la inhumación en la intimidad. Es decir, el segundo entierro de Franco en cuarenta años. Nota mental para las generaciones venideras: cuando no tiras al contenedor de orgánico los restos de un genocida, acabas comiéndote no uno, sino dos entierros suyos por todo lo alto. Se acabó. Franco ya está fuera del Valle. Los corzos, ardillas, jabalís y liebres tienen hoy un entorno más saludable y los humanos nos convencemos de que también. A pesar de todo. A pesar del funeral en la intimidad que se acabó convirtiendo en el mayor acto de fascismo televisado de los últimos cuarenta años. A pesar de que los líderes de la derecha que aseguran ser la vanguardia de la democracia, no acaban de ver claro que sacar a un asesino impune tenga efectos beneficiosos. Unos, como Abascal, directamente ladran de rabia. Otros, como Casado, callan en lo relativo al genocida porque las encuestas le dicen que en este momento es mejor que se calle. Otros, como Rivera, sacan el argumentario Barrio Sésamo para repetir aquello de “¿no había nada más importante que sacar a Franco?”. Como si en esta vida no se pudieran hacer varias cosas al mismo tiempo. Por ejemplo, ser de derechas y respetar a los cientos de miles de españoles asesinados por el fascismo. Hoy Franco está fuera del Valle, pero el franquismo sigue en muchos lugares. En demasiados. Brindemos si queremos porque la ocasión lo merece, pero brindemos flojito.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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