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En uno de sus espectáculos, Ultrashow, el cómico Miguel Noguera explicaba la idea del paparazzi. Un paparazzi, cámara en mano, seguía como tantos otros días a Kiko Rivera –antes conocido como Paquirrín– en busca de una foto, un gesto, una exclusiva. De repente, Kiko Rivera entraba en un callejón y allí se encontraba con Julián Muñoz –antes conocido como alcalde de Marbella o marido de Isabel Pantoja. Al juntarse, Kiko Rivera y Julián Muñoz comenzaban a besarse y el paparazzi, escondido, no daba crédito a lo que tenía ante sus ojos mientras disparaba su cámara. Un momento después, los besos entre ambos hiperfamosos se convirtieron en una sesión de sexo en plena calle. Llamar exclusiva a esto es quedarse muy corto, se le pasaba su vida por delante al paparazzi mientras seguía disparando, cada vez más nervioso. Con ambos famosérrimos entregados a la pasión, el paparazzi se iba acercando poco a poco hasta su posición, llegando a tenerlos a centímetros, muy cerca, los podía oler, explicaba Noguera, mientras tomaba primeros planos brutales, totalmente explícitos de la actividad sexual entre Paquirrín y Julián Muñoz. ¿Cómo se gestiona una exclusiva de estas dimensiones?, preguntaba Miguel Noguera al público. ¿Qué consideración periodística se le da a algo de tal magnitud? Premio Nobel del paparazzi se quedaría corto. Esto que tiene el fotógrafo ante sí es lo máximo posible, algo hiperbólico, una condensación de fama y exclusiva rosa tan gigantesca que quizá lo acabe sobrepasando, colapsando, se volvería loco, reflexionaba Noguera.
Como el paparazzi de Noguera, en esta campaña electoral Pedro Sánchez está en un callejón lleno de hipérboles, rodeado por una gigantesca condensación de mitos mal curados de la política española de los que pretende salir no sólo ileso, sino triunfante. A la izquierda del callejón, Franco, el mayor fantasma de la historia contemporánea de este país, a punto de ser desenterrado. A la derecha, Cataluña y la mayor tensión territorial vivida por varias generaciones. Y en medio de todo esto, el hombre que fue desalojado de su propio partido, el hombre al que, hasta convertirse en presidente tras la moción de censura, nunca nadie le intuyó talla política. Disfrazado para la tormenta perfecta, la estrategia de Sánchez es alimentar ambos mitos al mismo tiempo, Franco y Cataluña, que no dejarán espacio para nada más. Ya nadie culpa a nadie de la repetición electoral porque ya nadie se acuerda de aquello. ¿Cómo acordarse con Paquirrín y Julián Muñoz follando en prime time? Salir indemne con la exclusiva bajo el brazo de haberse convertido en el nuevo Macron europeo es la meta final. Ser capaz de combinar, mediante el marketing político, paquetes de medidas de calado que firmaría el mismísimo PP y gestos simbólicos que firmaría la mismísima Izquierda Unida. Ser el presidente absoluto que tiene prisa por convertirse en figura de Estado por la vía de urgencia. Este es su mes para lograrlo.
El cálculo –todo es cálculo cuando hablamos de Pedro Sánchez y su entorno– le dice que la gran implosión que se producirá a derecha –Cataluña– e izquierda –Franco– lo dejará a él en pleno centro de la acción, impoluto, superviviente de la mayor batalla y ganando votos a uno y otro lado del caladero, como les gusta a los políticos llamar a la gente y sus vidas. Ganará votos a la izquierda por su determinación a la hora de exhumar a Franco y a la derecha por ser el nuevo sheriff implacable contra Cataluña. ¿Qué importa que el problema democrático de España no sean los huesos de Franco sino el franquismo sociológico e institucional? ¿Qué importa que esté demostrado que la falta de diálogo con Cataluña sólo lleva a más desastre? ¿Qué importa nada de esto si todo esto funciona? Es la tesis Redondo-Sánchez. La realidad, según las encuestas, es otra. Todas ellas coinciden en una bajada en intención de voto hacia el PSOE. También en una subida del PP y el chiringuito de la ultraderecha. De momento parece que no suficiente, pero ya veremos.
Cuando un partido que se dice dialogante pretende conseguir votos de un conflicto territorial usando la misma estrategia que usaría en su lugar la derecha –negación del diálogo y criminalización de representantes institucionales–, es probable que esos votos acaben migrando al lugar adecuado según el clima político: la derecha, ya sea ultra o light. Tampoco parece que el peroné de Franco le dé al PSOE para hacer puchero a la izquierda. El votante progresista no se movilizará por la exhumación de unos huesos mientras debates como las pensiones, el salario mínimo o la regulación de los alquileres se quedan en segundo plano. Sánchez tuvo, tras las elecciones de abril, la posibilidad de tomar dos caminos. El primero le llevaba a liderar un nuevo modelo, una nueva lógica de gestión pública con la que intentar un cambio de hegemonía cultural: Cataluña se soluciona con diálogo y el motor de un gobierno progresista es una hoja de ruta social. Con la derecha malherida tras la debacle electoral, tuvo la oportunidad de hacerlo. Pero Pedro Sánchez decidió elegir el camino seguro, el seguro para él y sus planes de estadista aceptado por las élites. Esperemos que la jugada no acabe en un Ultrashow de Noguera: el político que quería serlo todo al mismo tiempo.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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