En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El gran economista inglés Alfred Marshall decía que la economía trata sobre todo lo relacionado con “los requisitos materiales de nuestro bienestar”. Así es como la solemos percibir, como algo de lo que somos parte queramos o no, algo que envuelve nuestra vida cotidiana. No en vano la palabra “economía” viene del griego “oikos” y significa ‘administración del hogar’. A diario consumimos bienes y servicios que otros han producido y trabajamos para producir bienes y servicios que otros consumirán. Ahorramos e invertimos (si podemos). Empleamos nuestro tiempo en cocinar para nuestras familias, hacer favores a nuestras amistades. Pensamos maneras de estirar nuestro presupuesto o si sería mejor pedir un préstamo, si casarnos, si tener hijos, si salir a tomar algo o quedarnos en casa estudiando, si aceptar un empleo aburrido pero seguro o buscar uno más interesante pero incierto.
Si miramos por la ventana o en la pantalla de nuestro dispositivo vemos países que prosperan mientras otros se empobrecen. Equipos de científicos anuncian avances que más tarde empresas punteras incorporan en sus productos. Vemos cómo se extraen recursos naturales y cómo son luego transportados a todos los rincones del mundo para generar energía o ser transformados en objetos. Vemos la contaminación y la degradación medioambiental que esos procesos generan. Y sí, también vemos a los mercados financieros subir y bajar, a los bancos prestando dinero para mil usos distintos y a las empresas buscando cómo aumentar sus beneficios, reorganizándose, contratando y despidiendo empleados.
Por eso, no es ninguna locura afirmar que el cine trata siempre sobre la economía. De una u otra manera. Aunque la película que estemos viendo se ambiente en la prehistoria o en una galaxia muy muy lejana. La economía aparece en las decisiones de los personajes, como contexto que delimita sus posibilidades de acción y las relaciones entre ellos, aunque solo sea como trasfondo del argumento. Y así ha sido desde buen principio. La que se considera la primera película de la historia del cine, La salida de la fábrica Lumière en Lyon(1895), mostraba a un grupo de trabajadores saliendo de la factoría Lumière al terminar su jornada laboral.
Pese a su inevitable asociación, el cine ha representado a la economía de forma bastante parcial. La razón es sencilla. El cine ha vehiculado la visión y las ansiedades que el público de cada época tenía sobre la economía. Y, en un juego de retroalimentación, el cine ha moldeado a su vez la visión del público sobre ella. Es por eso que vamos a dedicar las próximas páginas a aclarar qué es la economía para poder describir después cómo la ha abordado el séptimo arte.
La economía y la economía
Antes de continuar, un aviso: La palabra “economía” tendrá un significado dual a lo largo de este libro (de ahí su subtítulo: “50 películas esenciales sobre (la) economía”). La usaremos para designar tanto a la economía como realidad social –las relaciones de intercambio y producción entre personas, empresas o países-– como disciplina académica. La distinción es fácil en inglés, que cuenta con las palabras economy y economicspara separar ambos conceptos. Alguien podría replicar que no resulta una distinción muy útil porque la economía como disciplina seguramente se dedica a estudiar la economía como realidad social. Pero no es tan sencillo.
El uso del término economía para referirnos a la prosperidad de un país (lo que a veces llamamos la macroeconomía o, si eres pedante, “la coyuntura macroeconómica”) es bastante reciente. Su origen data de la Gran Depresión durante los años 30 del siglo pasado. Por entonces la gente estaba lógicamente preocupada sobre cómo iban las cosas; si la situación mejoraría o si seguiría hecha unos zorros. La conversación sobre “la economía” entendida de esta forma se hizo frecuente. No tardó en resumirse en un número que hoy día empleamos de forma aún más habitual: el Producto Interior Bruto (PIB). Cuando el valor de los bienes y servicios producidos en un determinado periodo -es decir, el PIB- sube, decimos que la economía va bien. Si baja, decimos que va mal. A los economistas nos interesa el PIB porque nos parece (de momento) que es la mejor manera de medir si las personas encuentran más o menos fácil satisfacer esos requisitos materiales de los que hablaba Alfred Marshall.
Como las conversaciones y los telediarios sobre la economía serían muy aburridos si hablaran de un solo número, se suelen comentar otras cifras como la inflación –la subida del nivel general de precios–, el tipo de interés con el que los bancos ofrecen préstamos, el nivel de paro o el índice IBEX 35. Que no se me entienda mal. Todas estas magnitudes son muy importantes (bueno, la última no tanto), pero su prevalencia en los medios ha hecho que el campo semántico de la economía entre el público sea muy reducido.
Es comprensible que esta manera de entender la economía (the economy) se haya convertido en la más popular. Al fin y al cabo, es la manera más sencilla y directa de hablar sobre ella, mucho más que describirla como la parte del comportamiento humano que atañe a “la relación entre unos fines dados y medios escasos que tienen usos alternativos” como la definió otro distinguido economista británico, Lionel Robbins. El problema es que esa visión parcial ha hecho también que la economía como disciplina se entienda casi exclusivamente como una ciencia predictiva, dedicada a vaticinar si tal o cual variable macroeconómica subirá o bajará. Por extensión, los economistas son vistos como poco más que unos astrólogos de pacotilla que han cambiado la bola de cristal por una pantalla llena de cifras. De ahí el chiste: “Los economistas han predicho nueve de las últimas cinco recesiones” (chistes sobre economistas hay pocos, pero todos son muy reveladores). Filmes como Pi, fe en el caos (1998), The bank (2001) o Sin límites (2010), mezclaban esta idea de la economía con cierta fascinación por los mercados financieros entendidos como un universo arcano cuyas reglas pueden ser decodificadas solo por genios.
La parte predictiva de la economía representa una mínima parte de la disciplina y sus intereses, pero es socialmente percibida como muy importante. Esto nos lleva a hablar del concepto que el cine asocia casi indefectiblemente con la economía y todo lo que tiene que ver con ella.
Money makes the world go around
La primera palabra que acude a la mente de la gente cuando piensa en la economía suele ser “dinero”. Por supuesto, esa palabra conlleva una serie de connotaciones que describen muy bien el grueso del cine con un contenido económico explícito. Una connotación sería “aburrido” (seguro que más de uno lo habrá pensado al encontrarse con este libro). Otra es “atractivo”, y es por ello que muchas películas sobre economía han manifestado una evidente fascinación por la opulencia y el lujo asociados con el mundo de las finanzas. Un tercer concepto que se suele asociar con el dinero es la falta de ética –la avaricia, el egoísmo– y ese es otro de los temas más habituales en el cine sobre economía. Volveremos a él.
Puede resultar sorprendente, pero la economía y los economistas nos ocupamos muy poco del dinero. Por supuesto que sabemos lo que es: un medio de pago suficientemente extendido como para permitir el intercambio de bienes y servicios con facilidad. Cualquier objeto, especialmente uno con valor intrínseco, puede actuar como dinero. Por ejemplo, en economías sencillas se utilizaba el oro, la sal (de la que procede la palabra “salario”) o incluso los cigarrillos, como aparece en Cadena perpetua (1994) y tantísimas otras películas carcelarias. Cuando la economía se hizo más compleja se comenzó a emitir billetes respaldados por una obligación de convertibilidad en un metal valioso. Ese fue el sistema monetario que rigió la economía mundial durante gran parte del siglo XX, el patrón oro; precisamente el que el supervillano de James Bond contra Goldfinger (1964) trata de manipular para lucrarse.
Pero ni siquiera se necesita que el dinero sea convertible en un objeto con valor intrínseco. Lo importante, recalcamos, es que sea aceptable. Por ejemplo, en el Canadá francés del siglo XVIII la moneda de curso legal escaseaba y se consensuó de forma descentralizada que los naipes eran un medio de pago. Aquel era un dinero ya puramente fiduciario (del latín fides, fe), como el que emiten actualmente los estados o el Banco Central Europeo, respaldados solamente por el valor de su economía. Nosotros aceptamos esos billetes porque el resto de las personas los acepta también. Eso es lo que hace que el uso de moneda falsa como el que centra el argumento de Los falsificadores(2007) y tantos otros filmes resulte tan atractivo: Parecería que basta ingenio y una imprenta para convertirse en multimillonario o desfalcar países.
Es cierto que el dinero fiduciario crea un problema entre el emisor y el tenedor, el banco central y nosotros, porque debemos confiar en la validez futura de ese pedazo de papel. La inestabilidad desencadenada por la crisis financiera ha erosionado esa confianza. Por eso películas como Concursante (2007) argumentan que el dinero es “falso”, que no existe, porque es “creado” por los bancos. La creciente financiarización de la economía ha hecho que el dinero aparezca en películas como La gran apuesta (2015) como una entidad fantasmagórica e inmaterial que fluye según sus propias reglas. Cunde la sensación de que la economía se ha desmaterializado, que ya no se basa como antes en producir objetos tangibles sino en el flujo de capitales desustanciados.
---------------------
Capital y trabajo 50 películas esenciales sobre (la) economía’, de Santiago Sánchez Pagés. Editorial UOC
Ya está abierto El Taller de CTXT, el local para nuestra comunidad lectora, en el barrio de Chamberí (C/ Juan de Austria, 30). Pásate y disfruta de debates, presentaciones de libros, talleres, agitación y eventos...
Autor >
Santiago Sánchez-Pagés
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí