TRIBUNA
Los tiempos perdidos del 10-N
Los resultados son un reflejo de este estado de semiquietud morboso y degenerativo. Más les convendría a los partidos ocultar esta visión otro par de años, poner un parche a esta larga crisis antes de volver a convocarnos
Emmanuel Rodríguez 11/11/2019
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Cuarta vuelta de la crisis de la democracia española. El PSOE salva los trastos con 120 diputados. No mejora, pero apenas empeora. En las condiciones provocadas, y en cierto modo previstas, de la crisis catalana, tiene cierto rango de proeza, o al menos de resiliencia –si prefieren uno de tantos neologismo importados de las ciencias–, que los socialistas hayan aguantado esta ronda.
La cuestión que hoy se plantean los analistas es qué gobierno podría emprender el PSOE. Hablarán también de toda la casuística de unas elecciones en parte (solo en parte) fallidas. Hay y habrá una abundancia de artículos de opinión que apunten a los caprichos de la personalidad de Pedro Sánchez y de su asesor, Iván Redondo. Caprichos que tienen su correspondencia en la actual forma de partido hecha verticalidad y presidencialismo, y en la voluptuosidad de las democracias de base mediática. Pero no son estos los elementos a considerar aquí. A Redondo y a Sánchez los tendrán en la picota en multitud de artículos. Para qué insistir en esa dirección.
Lo que aquí interesa es más bien una cuestión de color, o más bien de un color que para muchos es indeleble en el PSOE, y que en esta campaña ha brillado con toda su intensidad. De forma intencionada o sobrevenida, el partido de Estado con su color de Estado ha igualado, en este mes y medio, todas esas motitas rosas y rojas que los socialistas muestran cuando están en la oposición. Apenas merece aquí recordar cómo nos han vendido su idea de orden (control de la Fiscalía incluida). Y tampoco cómo toda la vieja agenda social se ha ido suprimiendo y dirigiéndose hacia el nuevo coco del Estado: el llamado secesionismo catalán.
Con estas tonalidades, el PSOE parecería inclinarse a buscar los apoyos del PP. Ocurre, sin embargo, que este partido está hoy flanqueado por Vox, y quizás se muestre poco dispuesto a la abstención. Si el PP falla, ¿puede el PSOE volver a encajar en un carril del que obviamente se ha desencajado? ¿Valen de nuevo la coalición con Podemos, la abstención de los de Esquerra? ¿Darían las cuentas para la opción intermedia con Ciudadanos y Errejón? Todas las cábalas resultan difíciles. La capacidad camaleónica del presidente resiliente parece cada vez más agotada.
Los populares han levantado otros 20 nuevos diputados de su mínimo histórico, pero todavía están lejos de poder disputar al PSOE
En las derechas, el hecho más espectacular es el intercambio de posiciones entre Ciudadanos y Vox en torno al eje reforzado del Partido Popular. Los populares han levantado otros 20 nuevos diputados de su mínimo histórico, pero todavía están lejos de poder disputar al PSOE. En la abrupta caída de Ciudadanos caben lecturas diversas. Las más obvias se referirán al personaje Rivera, su tendencia al histrionismo y su obvia autocomplacencia acerca de su capacitación política e intelectual, manifiesta en la mala lectura de sus posibilidades en una repetición electoral. Más interesante, no obstante, es valorar el tiempo perdido de la derecha española a la hora de abrir un espacio político electoral propiamente liberal, en el sentido europeo de esta tradición: derechos civiles, propiedad y ciudadanía social, democracia liberal, un poder del Estado controlado y reducido. La fuga de cerebros del partido de Rivera (dicho en sentido estricto), la vibrátil brújula de su discurso y la falta de seriedad en todo lo que hace (adoquines, camisetas, perritos lechosos) reflejan la ausencia de fundamentos de una propuesta que nació con el marchamo del centrismo y del liberalismo.
Concurren en esta pérdida elementos diversos. Algunos son propios de la tradición liberal española que ha tendido a la permanente confusión entre política y Estado, y a beber de fuentes jacobinas, centralistas y estatistas, antes que propiamente liberales. Efectivamente, en todos los asuntos clave, Ciudadanos ha sido incapaz de ir más allá del sentido común de Estado que rige al PP. Con esos mimbres, el hueco del liberalismo en España queda una vez más vacío.
Para su desgracia, Ciudadanos ha sido demasiado régimen, demasiado convencional, demasiado poco liberal. Sin referentes propiamente ideológicos más allá de la figura de Rivera y sus ocurrencias, se ha ido diluyendo en los vaivenes retóricos del candidato, seguido de la corte del casting, los guapos y guapas que son sus vocales. No es un contrasentido que este partido de centrose haya desangrado tanto en favor del PP, como de la derecha pura de Vox. Al fin y al cabo, su matriz de Estado (con un nacionalismo no disimulado) es la misma que la de Abascal.
Por su parte, Vox con sus 52 diputados, 15% de los votos y 3,6 millones de “españoles de bien” (casi un millón más que en abril) es el gran ganador de la jornada. De este éxito conviene reconocer su oportunidad única en uno de los episodios casi únicos de la crisis catalana. Sin sentencia, disturbios, nuevas derivas de Torra and co., Vox iba camino de la inanidad, absorbido de nuevo por el PP (al menos así lo reflejaban todas las encuestas hasta finales de septiembre). Con el flamante reto de la secesión, los buenos españoles se han reunido ante el partido que señala a los menas, al Islam, a las feministas y a la caída de la natalidad como los grandes problemas de España y Occidente.
Es pues el choque de nacionalismos, el choque fantasmal de banderas en una de las tres penínsulas meridionales de Europa, lo que ayer levantó a la ultraderecha española
Es pues el choque de nacionalismos, el choque fantasmal de banderas en una de las tres penínsulas meridionales de Europa, lo que ayer levantó a la ultraderecha española. El añadido de las guerras culturales quizás no daba para más de un 7-8%, los mismos 10 diputados de Rivera. En los futuros de Vox, sin embargo, más preguntas que respuestas: ¿marca la barrera de los 50 diputados el verdadero nacimiento del partido, ya plenamente independiente de un Partido Popular que los ha mirado con el desprecio y la complacencia con la que se considera a un vasallo o a un satélite? ¿Será el Partido Popular capaz de engullir en sucesivos meses-años a su viejo retoño, Abascal? ¿Cabe para la derecha otra estrategia que la que diseñara Fraga con la unidad de ultras, franquistas reformistas, franquistas reconvertidos, semifranquistas democristianos, semifranquistas liberales y otros postfranquistas? Y sobre todo, ¿está al alcance de Vox, y de lo que con mala baba Losantos llama sus “aristogatos” (en referencia a la pareja Espinosa de los Monteros) una lepenización eficaz de su estrategia?
Convengamos que lepenizar supone “proletarizar”, darle al partido un barniz popular de falangismo original, con un discurso social real, implantación territorial y la eficacia probada de un keynesianismo soberanista y racista. Hasta ahora su naturaleza obviamente pija, oligárquica, neoliberal y ligada a los aparatos de Estado cuando menos dificulta este camino. La confrontación de nacionalismos tiene quizás un recorrido limitado a ese 15%. No obstante, hay señales en esa dirección: desde el “giro Ledesma Ramos” de Abascal, “los pobres no pueden permitirse no tener patria”, hasta la implantación de su voto en la Murcia de los Kikos y la Universidad Católica; y si miran algún mapa electoral, en los márgenes extremos de la metrópoli madrileña (la parte más pobre, la más periférica de la región).
Cuarta vuelta por tanto de la democracia española, ligeras variaciones y una sospecha: otra vuelta de tuerca quizás apenas cambie el sentido del electorado. La podredumbre se está convirtiendo en el rasgo característico de las democracias representativas modernas. A ratos aparecen amagos a izquierda y a derecha, populismos de grandes promesas, pero que la astucia del régimen poco a poco descafeina e integra en sus viejas inercias. Esta política fermenta con tiempo lentos, sin grandes resultados, ni giros en una u otra dirección, como corresponde a sociedades envejecidas y temerosas. El 10-N ha sido un reflejo de este estado de semiquietud morboso y degenerativo. Más les convendría a los partidos ocultar esta visión otro par de años, poner un parche a esta larga crisis antes de volver a convocarnos.
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Emmanuel Rodríguez
Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y miembro de la Fundación de los Comunes. Su último libro es '¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978'. Es firmante del primer manifiesto de La Bancada.
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