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Como un niño con zapatos nuevos. Nunca entendí esa expresión. Quizá por haber tenido la suerte de no ser uno de esos niños de la postguerra, acostumbrados a la línea sucesoria, no a lo Borbón, sino a lo Carpanta. Para aquellos niños, que conocían el nombre del zapatero por ir a pedirle un remiendo un par de veces al año, estrenar zapato era el equivalente a recibir las llaves de un flamante Ferrari aparcado en la puerta de casa. Para las generaciones siguientes, por suerte, la expresión comenzó a perder precisión. En mi caso, cada vez que me tocaba estrenar zapato, por muy bonito que luciese en el escaparate un rato antes, eso que ahora se venía andando conmigo a casa no dejaba de ser un elemento extraño. Aprieta un poco. Y, además, queda raro fuera del escaparate. Tan reluciente, tan limpio, tan de fábrica, tan poco mío. Costaba semanas que las manchas y marcas de guerra apareciesen, y el zapato nuevo, el que iba a ser parte del cuerpo un buen tiempo, al fin dejase de ser una impostura para pasar a ser algo propio. Conozco niños a los que el zapato nuevo, además de incomodidad, les causaba rechazo vital. Pero dónde voy yo con estos náuticos, le gritó consternado mi amigo Jesús a su madre como gritó Escarlata O'Hara al conocer que había tirado el ticket de compra y que ya no había marcha atrás. Otros, con espíritu de postguerra, mantenían la tradición de sus padres y del dicho, mostrándose orgullosos, ocupándose de que en las dos o tres primeras semanas posteriores a la compra, ese zapato nuevo pareciese siempre el del escaparate: cuidado que son nuevos, por favor, mantengan un perímetro de seguridad, si se acercan demasiado podrían alterar el ph de este cuero made in Elche. Sea como sea, quedando excepciones y puristas, después del franquismo, el zapato recién comprado nunca volvió a concitar ese prestigio y consenso.
A un nuevo gobierno, como a cualquier cosa a estrenar, le pasa lo mismo. A días de inaugurar un nuevo ejecutivo que nos servirá para caminar los próximos tiempos, observamos un escaparate aún tapado con una cortinilla tras la que algunos intuyen un Ferrari flamante y otros un terrible náutico. Qué. Quién. Dónde. Cuándo. Por qué. Cómo. Son las grandes preguntas que sirven tanto para escribir una crónica periodística como para un estreno, ya sea de zapato o de gobierno. En estas seis preguntas está casi todo. Qué, quién, dónde, cuándo, por qué y cómo son, precisamente, las seis preguntas que el nuevo Gobierno de coalición de izquierdas, el primero desde la vuelta de la democracia a España, deberá empezar a responder con hechos en cuanto empiece a caminar. ¿Qué es lo que nos encontraremos después de la investidura de Pedro Sánchez? La respuesta, obligada por el ecosistema español, es un Gobierno Bob Esponja, viviendo en una piña más que en una coalición. Lejos de la tradición europea, en la que en un mismo gobierno son aceptadas con normalidad las diferentes posturas entre socios en algunos temas, en España cualquier disenso entre PSOE y Unidas Podemos se entenderá como una grave crisis que hará daño el débil Ejecutivo. No será fácil el matrimonio de dos partidos que hasta horas antes del anuncio de boda flirteaban mediante el método del reproche a navaja. La clave y la única opción para lograr esta unidad –o forma de unidad– será la capacidad de ejercer la responsabilidad de Estado. Esa cosa que, como Aire de Mecano no tiene forma definida. Pero sí color en este caso. El aire de Estado que tan bien le sienta a la derecha en el poder, la defensa de la forma, debería aplicársela el futuro Gobierno si quiere evitarse más problemas de los que ya tendrá por el hecho de existir. Quién. Los nombres que conformen el futuro Gobierno serán, como la unidad en las formas, claves. Con un Gobierno vigilado con lupa desde antes de arrancar, los nombres que lideren los próximos ministerios deberán estar no sólo preparados para gobernar, sino también para defenderse de una batería de disparos propagandísticos que será la envidia del Tercer Reich. Ayer, el diario El Mundo titulaba: “Pablo Iglesias, 'sospechoso' de narcotráfico en un concurso de la televisión holandesa”. Por no hablar de las portadas de hoy. No está mal como calentamiento. Dónde. El futuro Gobierno arranca en una España que ha normalizado la pobreza, que ha normalizado solucionar las tensiones encarcelando, gobernar desde las cloacas o divertir al fascismo con Trancas y Barrancas. La tarea que viene debería ser la de una limpieza profunda, aunque el dónde España, acostumbrada a los hábitos del cortijo, no lo ponga fácil. Cuándo. Si de las declaraciones de los líderes de la derecha o de la gran prensa –perdón por la redundancia– dependiera, el nuevo Gobierno duraría cuatro días o, a ser posible, cuatro horas. Sin embargo, ni siquiera cuatro años serán suficientes para poner en marcha un país en el que se imponga una nueva lógica, diferente de la lógica de unos cuantos que nos han traído hasta aquí. El Gobierno que va a nacer deberá salir a jugar fuerte en el hoy para asegurarse el existir mañana. Su duración dependerá, en gran parte, de su determinación, de tener claro que esto no puede ser un experimento, sino un tratamiento necesario. Por qué. El nuevo Gobierno llega porque así lo han votado los ciudadanos. Será importante recordarlo entre crónica y crónica que venda al nuevo Ejecutivo como el brazo político de ETA, Maduro y Darth Vader. Mientras algunos dirigentes políticos de derecha extrema agitan desde ya la crispación –algunos incluso incitan a rebelarse contra lo votado– el nuevo Gobierno tendrá que hacer el doble ejercicio de gobernar y recordar por qué está ahí. Si hoy en España parece que tendremos un Gobierno de coalición de izquierdas es porque el gobierno de coalición de derechas no ha sido posible porque las urnas se lo negaron. Los tres partidos –PP, C’s y VOX– que apostaron por la teoría “España somos nosotros, el resto son enemigos de España” fracasaron dos veces consecutivas. Fracasaron quienes intentaron solucionar el problema en Cataluña echando gasolina y el de la desigualdad creando más pobreza. Ahora le toca a la mayoría gobernar y demostrar que el enemigo de España es quien la prefiere rota que roja. Cómo.Con valentía y sin miedo al retrovisor. De momento, el acuerdo de Gobierno presentado ayer va en esa línea. Aunque sólo sea una declaración de intenciones. Gobernar es más complicado que eso y requerirá mano izquierda que sea firme. El cómo deberá consistir en no temblar por mucho que griten quienes es sano y entendible que griten. Si ayer los grandes medios titulaban que el futuro gobierno les dará un hachazo a los españoles en forma de impuestos, el nuevo Ejecutivo deberá limitarse a confiar en la inteligencia de la gente que descubrirá, tarde o temprano, que ese “españoles” genérico oculta que la medida sólo afectará a quienes cobren más de 130.000 euros al año. Es decir: al dueño del periódico que titula de forma conscientemente incompleta. El cómo, al fin y al cabo, deberá ser demostrando que el lavado de cara social, político y económico es necesario y útil. El cómo debería ser sin jugar a la estrategia política PSOE contra Unidas Podemos. Si alguno de ellos tiene la tentación de usar el Gobierno como se ha usado tradicionalmente, para alimentar la fuerza del partido, el error será grave e irreparable. La España que arranca tiene zapatos nuevos. Cuídenlos o gástenlos, pero caminen sin miedo y con honestidad.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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