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El actual ciclo político arrancó en 2011 con una movilización y un debate muy intenso sobre los fallos del sistema. Cundió un cierto vértigo en el establishment ante las protestas y deslegitimación de los partidos y las instituciones, que se extendieron sobre todo entre la gente joven (la más golpeada por la crisis) y que cristalizaron en el 15-M. Con no poco nerviosismo, el sistema más conocido como R’78 comenzó entonces a hablar de reformas, sobre todo institucionales, para acabar con la corrupción, con la colonización del Estado por los partidos, con el precariado, con los desahucios, con los abusos de la banca, con la baja productividad, etcétera.
Esos debates, sin embargo, se cerraron en falso, por dos motivos. El primero de ellos fue la crisis catalana, que sirvió para un roto y para un descosido hasta que a sus promotores (de acá y de allá) se les fue de las manos. Las élites y los nacionalistas españoles consideraron que había que cerrar filas ante el “desafío” o la “ofensiva” catalana. Para no mostrar debilidad alguna, se optó por dejar de hablar de todo lo que funcionaba mal en España. Es más, los medios públicos y concertados pasaron a argumentar que este era un país modélico, perfectamente homologable a las democracias más avanzadas e igualitarias del continente.
El segundo motivo fue el miedo cerval del sistema y de sus élites a Podemos, y la crisis de gobernabilidad que comenzó en 2015. Desde las elecciones de ese año hasta hace unas semanas, el país ha estado pendiente de la formación (fallida) de gobiernos. Toda la atención se ha dirigido a los resultados electorales y a los posibles pactos y coaliciones postelectorales, quedando en suspenso durante un lustro entero las políticas públicas y las reformas que el país y la ciudadanía necesitaban.
La situación sólo se ha desbloqueado recientemente (esperamos que por un tiempo largo). Han hecho falta cuatro elecciones; una infame guerra sucia contra los líderes de Podemos; juzgar y encarcelar a los líderes catalanes, una moción de censura exitosa y muchos meses de gobierno en funciones, pero finalmente se ha desbloqueado. Con la votación de investidura del 7 de enero, España vuelve a tener un gobierno emanado de las urnas, con una coalición de apoyo amplio, formada por las izquierdas y los nacionalismos no españolistas. Cuanto antes empiece a funcionar el gobierno y a recuperar el tiempo perdido, mejor. Y cuanto más dure y más temple muestre ante las vociferantes presiones de las derechas y las ultraderechas, mejor también.
Hay tareas urgentes e imprescindibles: derogar la ley mordaza y la reforma laboral; aprobar unos presupuestos más sociales, iniciar las negociaciones con las instituciones catalanas, promulgar una ley de eutanasia, regular el alquiler, mejorar la protección a las víctimas de violencia machista, etc. Esperamos que todo esto se ponga en marcha cuanto antes. Pero, más allá de las decisiones que tome el Gobierno, desde CTXT queremos aprovechar el momento de esperanza que vive mucha gente en España para lanzar un gran debate sobre muchos otros cambios y transformaciones que harían de este país un lugar más igualitario, más inclusivo, más justo y menos áspero.
Durante los próximos meses, empezando esta misma semana –el día 15, fecha de nuestro quinto aniversario–, en CTXT vamos a debatir sobre fiscalidad, sobre medio ambiente, sobre igualdad de género, sobre inmigración, sobre el sistema electoral, sobre la democratización de la justicia, sobre laicismo, sobre los excluidos y las excluidas, sobre política exterior, sobre consumo, sobre federalismo, sobre medios de comunicación, sobre educación, sobre trabajo, sobre cultura y sobre otros muchos asuntos que irán surgiendo. Intentaremos aportar ideas novedosas y propuestas concretas para contribuir a un debate libre, abierto y sin tabúes que ayude a reformar un país que a veces parece irreformable. Sin ingenuidades ni adanismos, por supuesto, pero también sabiendo que ese tópico de la España irreformable no es una verdad absoluta, que no hay nada inmutable, nada que no pueda mejorarse y transformarse. De hecho, si algo ha quedado claro después de estos cinco años de constitucionalismo, de patriotismos falsarios, de oportunidades perdidas y de cloacas, es que el sistema bipartidista español está, por fin, difunto y enterrado, y que el escenario político y social es completamente distinto al de las últimas décadas. Y también sabemos una cosa menos prosaica: con salud, libertad e imaginación, nada es imposible. ¡Adelante, pues!
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