En primera persona
Una escuela en la que crecer libre y feliz siendo LGTBI
Recuerdos y enseñanzas de una experiencia dando talleres sobre educación sexual en centros educativos de Madrid
Álvaro Zamarreño 5/02/2020
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Camino por el pasillo del instituto y lo noto. Noto cómo se clavan en mí las miradas. Avanzas entre chicos y chicas que se apoyan en las paredes con sus carpetas en la mano y la mochila a la espalda. Que se apartan cuando ven que te acercas. Seguramente no será por ti. Notas el susurro de una chica a su amiga y cómo se vuelven a mirarte y ríen disimuladamente. El grupo de chicos que no se molesta en disimular. Y a esa persona solitaria que hoy, precisamente hoy, no sabe ni dónde meterse porque querría no estar aquí y pasar por esto. Y tú avanzas en medio de todos ellos. Hoy caminas erguido; ya no tienes miedo.
Sigues al profesor cuando entra a la clase. Todo el mundo se sienta. Silencio. Risitas. Algún comentario de mal gusto.
–Ya sabéis que hoy vamos a tener una actividad distinta. Hoy vamos a tener una charla sobre sexualidad. Os presento a Álvaro, que viene de una asociación de la Universidad para hablar con vosotros. Álvaro, bienvenido. Todo tuyo.
–Gracias. Buenos días. Mi nombre es Álvaro y soy gay.
¡Así, sin más! Has estado tantos años evitando que nadie asociara esas dos palabras (tu nombre y ese maldito insulto siempre en la boca de tus compañeros) que la primera vez te sorprende ser tú mismo el que lo dice abiertamente en un aula de instituto llena de adolescentes. Y hoy estás feliz por hacerlo. Has recorrido un camino muy largo para quererte y respetarte a ti mismo. Te sientes orgulloso, porque sabes que, para muchas de las personas que te escuchan, que te miran, es la primera vez en que ven a alguien como tú que se presenta abiertamente como lo que es y que se quiere y se respeta. Y piensas que si eso sirve un poquito a una sola de las personas que te escuche hoy, habrá merecido la pena. Te relajas y sigues con tu charla.
Esto que acabo de contar es algo que pasó hace veinte años[1]. Muchas cosas han cambiado y puede que aquello que fue importante hace dos décadas ahora ya no lo sea tanto. O eso pensabas, cuando hace unos meses compartiste en público cómo habías crecido como adolescente gay; y pensaste que sería una melancolía para cuarentones; y te sorprendiste mucho cuando chicos y chicas jóvenes, muy jóvenes, empezaron a reaccionar: “Cuántas cosas siguen siendo así”.
Las leyes en España han hecho mucho más decente, libre y feliz la vida de las personas LGTBI. Pero crecer formando parte de alguna de las realidades que resumen esas siglas sigue siendo una experiencia dura. O muy dura. El miedo sigue siendo una parte central de esas vidas. Y eso no es justo. No creo que ninguna persona decente pueda decirme que cree que eso es justo.
Muchas buenas personas en este país creen que este no es el mayor de nuestros problemas y que gran parte de nuestra lucha se ha logrado ya. Creen que acaparamos demasiada atención y recursos frente a otras cosas importantes. No me corresponde a mí decir qué problema es más importante, y probablemente sea cierto que hay muchas necesidades desatendidas en este país. Pero no veo de qué manera eso me obliga a darle menos importancia a los problemas de esas chicas y chicos que luchan por crecer. Y que, por cierto, pueden ser perfectamente adolescentes LGTBI y además sufrir la precariedad laboral en sus familias, la falta de becas, o cualquier otro problema. Porque los gais no somos tipos con problemas ‘gais’. Somos ciudadanos y ciudadanas de este país con el mismo abanico de miserias que las demás personas.
Y con una realidad que muchas veces sigue siendo algo muy difícil de gestionar en un momento especialmente chungo de la vida. Hace unos meses conocí el caso de una chica que salió del armario con sus padres. Familia moderna, abierta, tolerante. No me atreví a decirle que, a pesar de todo, se protegiera. Yo mismo había caído en la trampa de creer que las cosas ahora son distintas. Y descubrió con amargura que la cosa fue más problemática de lo que esperaba. Nada de lo que me contó me sorprendió, porque ví a unos padres que, como los míos hace veinte años, luchan por asimilar en unos minutos lo que tú llevas rumiando años. Que ven romperse muchas certidumbres y que, incluso aunque en el fondo no tengan problema, sienten temor por aquello que podría causar daño a la persona a la que quieren y protegen, porque saben que en un momento u otro le va a tocar sufrir inmerecidamente.
Los gais no somos tipos con problemas ‘gais’. Somos ciudadanos y ciudadanas de este país con el mismo abanico de miserias que las demás personas
No para todo el mundo es así. Pero sigue siendo así para muchas personas. Para demasiadas personas.
Hace unos meses, una dirigente política de este país, al frente de un gobierno autonómico, pensó que las celebraciones del Orgullo no podían hacerse en un lugar en el que hubiera muchas familias con niños. No comparto casi nada políticamente con esa dirigente, pero en lo que respecta a este tema creo que ella no tendría ningún problema con una persona por su orientación o identidad sexual. Lo creo sinceramente. Pero en esta sociedad muchas personas decentes siguen aceptando ese velo que se pretende levantar entre niños y niñas y lo que tenga que ver con gais, lesbianas, transexuales... como si fuéramos minis de cerveza o cajetillas de tabaco.
Las personas tenemos derechos. Y las personas LGTBI tenemos el mismo derecho que los demás a recibir información sobre quiénes somos cuando vamos a la institución en la que esta sociedad ha decidido forjar a sus ciudadanos: la escuela. Privar a alguien de ese derecho es violar su derecho. La inmensa mayoría de esta sociedad –a la que no me cansaré de alabar– comparte esta idea. Sólo necesita creérselo de verdad. Y luchar por ello. Luchar por que nuestros niños y niñas crezcan libres. Y eso incluye el derecho de niños y niñas LGTBI a crecer libres y felices. Siendo lo que son; viviendo lo que son; disfrutando lo que son.
–––––––––
Álvaro Zamarreño es periodista en Cadena SER Radio.
Notas:
[1] Cuando tenía 20 años, participé junto a otros muchos compañeros y compañeras en los talleres sobre sexualidad que la Asociación de estudiantes LGTBI de la Complutense RQTR dió en varias docenas de institutos de la Comunidad de Madrid. Nunca cobramos nada por ello, y nunca nadie nos resarció ni siquiera de lo que nos costaba ir a diferentes puntos de la comunidad de Madrid. Fue una experiencia maravillosa por la que doy las gracias a quienes nos precedieron en esa increíble organización, y a todo el personal educativo que confió en nosotros para una tarea tan necesaria. Quiero dar las gracias a quienes hoy en día siguen luchando por una educación libre –libre para todos– desde cualquier ámbito de la sociedad civil.
Camino por el pasillo del instituto y lo noto. Noto cómo se clavan en mí las miradas. Avanzas entre chicos y chicas que se apoyan en las paredes con sus carpetas en la mano y la mochila a la espalda. Que se apartan cuando ven que te acercas. Seguramente no será por ti. Notas el susurro de una chica a su amiga...
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