Crisis permanente
Normal y excepcional
No podemos volver a una pretendida normalidad pensando que así recuperaremos una seguridad que, de hecho, no teníamos
Joan Subirats 30/03/2020
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En el reciente movimiento de protestas en Chile se afirmaba, frente a quienes hablaban de la excepcionalidad del momento, que la normalidad era el verdadero problema. Nos damos cuenta ahora, en plena excepcionalidad Covid-19, de que nuestras ciudades son mucho más vivibles cuando están vacías de agentes contaminantes. Algunos se dan cuenta ahora de que la labor de cuidar y proteger a los más débiles y frágiles es algo esencial y para nada irrelevante. Otros constatan que nuestras casas deberían estar más pensadas para vivir, y no solo para pasar unas horas en ellas. Y son ya mayoría los que entienden que el tiempo tiene otras significaciones que el ir deprisa o llegar tarde. Lo excepcional del momento contrasta a veces favorablemente con la normalidad perdida. También podemos darnos cuenta ahora, desde nuestra actual excepcionalidad, de que la normalidad era más bien una crisis permanente, como la califica Boaventura de Sousa Santos. Lo excepcional ayuda a desvelar los aspectos críticos de una normalidad que para nada era satisfactoria.
La “distancia social” nos permite conectarnos de otra manera, imaginar y explorar formas de colaboración, generando proyectos conjuntos, proyectando ideas y experiencias hacia un futuro imprevisible
Por tanto, ¿es normal o excepcional en lo que ahora estamos metidos? Es normal, ya que los efectos de esa crisis permanente (reducción de recursos en los servicios básicos, sobreexplotación de recursos naturales, crecimiento de las desigualdades) los seguimos padeciendo y, en algunos casos, con más rigor. Pero también es excepcional ya que no podemos utilizar una de las mejores armas que la humanidad ha tenido siempre en situaciones como la actual, que es la movilización social, la capacidad de lucha colectiva frente a situaciones de emergencia. Lo que toca ahora es estar cada uno en su casa. Pero, al mismo tiempo, esa “distancia social” nos permite conectarnos de otra manera, imaginar y explorar formas de colaboración, generando proyectos conjuntos, proyectando ideas y experiencias hacia un futuro imprevisible.
Empezamos a vislumbrar quizás, que en esta nueva no-normalidad y superada la pandemia, podríamos llegar a vivir mejor si lográramos resolver problemas básicos como la supervivencia, la relación trabajo-vida, nuestra interrelación con el planeta. Y que, en este contexto, la idea que solo hay una economía posible y una única forma de relación entre individuos y comunidades, que es el mercado, no acaba de ser verosímil. No podemos conformarnos con que el precio de no tener contaminación, de tener más tiempo, de poder comunicarnos y colaborar (aunque sea a distancia), de compartir más intensamente labores básicas de cuidado pase por vivir en medio de una pandemia que nos amenaza de muerte.
Deberíamos empezar a agitar nuestras neuronas, las neuronas colectivas, para ver si logramos modificar nuestros marcos epistémicos, nuestra manera de configurar los problemas y buscar soluciones, repensando, para empezar, la relación básica que encierra el triángulo trabajo-vida-subsistencia. En este sentido, el Covid-19 puede ser entendido como algo que nos fuerza a acelerar la necesidad de cambio sistémico. Se repite mucho estos días. Pandemia, viene del griego, y significa “lo que afecta a todos”. Pero la parte clave es el “demos”. Es cómo, más allá de la excepcionalidad del momento, logramos como colectivo, como demos, salir del envite, y buscar otra normalidad. Distinta de la que venimos.
Nos debería preocupar que se aproveche la excepcionalidad para convertir en virtud y en normalidad deseable lo que solo es justificable desde la urgencia y el peligro vital. Me refiero a la justificación de la vigilancia de masas, el uso jerárquico y patriarcal del big data y la supremacía de la seguridad por encima de cualquier otra consideración. Pero, todos sabemos que las bases de todo ello se forjaron en la normalidad y ahora constatamos las consecuencias. Lo que eran tendencias preocupantes pueden acabar siendo cotidianidades toleradas. Las desigualdades en los impactos y en la acomodación de la pandemia se van poniendo más y más de manifiesto. Y ello es más evidente cuando ves cómo argumentan en ciertos países con lógicas darwinianas, asumiendo como inevitables la concentración de costes en ciertos colectivos.
El escenario de la pandemia no es necesariamente el de la crisis del neoliberalismo o del capitalismo, como algunos aseguran. Pero si es un escenario en el que aumentan las contradicciones que genera y conlleva el capitalismo en su versión actual. Entre aquellos que anuncian el fin del mundo y los que pontifican que todo seguirá como antes, nos conviene buscar puntos de equilibrio que permitan reimaginar la normalidad. Podríamos incluso asumir que esta crisis es una especie de ensayo general de lo que se avecina, tanto en el campo de la salud, como, más generalmente, en el campo de la vida y su relación con el planeta. Es en ese contexto en el que hemos de pensar si las fronteras, las bases de nuestro sistema económico, los métodos de vigilancia electrónica y tantos otros instrumentos, que ahora vemos cómo algunos tratan de reforzar y considerar inmutables, nos pueden servir de algo. ¿Lo que es excepcional ahora es solo un preludio de la nueva normalidad? Lo que es seguro es que no deberíamos dejar pasar la advertencia sin atenderla con el cuidado que merece la defensa de la vida. No podemos volver a una pretendida normalidad pensando que así recuperaremos una seguridad que, de hecho, no teníamos.
En el reciente movimiento de protestas en Chile se afirmaba, frente a quienes hablaban de la excepcionalidad del momento, que la normalidad era el verdadero problema. Nos damos cuenta ahora, en plena excepcionalidad Covid-19, de que nuestras ciudades son mucho más vivibles cuando están vacías de agentes...
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Joan Subirats
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