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Gasto y Covid-19

Cómo se paga la pandemia

Eliminar paraísos fiscales, instaurar una tasa ‘coronavirus’ o prestar directamente a los Estados son soluciones que ayudarían a la reconstrucción pero, de momento, persiste la ceguera y la resistencia a cambiar las cosas

Emilio de la Peña 21/04/2020

<p>Una limpiadora trabaja en el Hospital Clínic de Barcelona durante la crisis de la Covid-19</p>

Una limpiadora trabaja en el Hospital Clínic de Barcelona durante la crisis de la Covid-19

Francisco Àvia / Hospital Clínic de Barcelona

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Está visto que la realidad es una manera eficaz de forzar a los inmovilistas a cambiar. Si se enrocan en la misma posición corren el riesgo de ser arrastrados por el lodo de la tragedia. La Covid-19 está siendo un ejemplo de esto. El Fondo Monetario Internacional, símbolo del neoliberalismo económico, acaba de dar la vuelta como un calcetín a su discurso. Obligó a países a despeñarse e impuso recetas de austeridad en beneficio de los poderosos. En su informe de primavera, publicado el 15 de abril, las recomendaciones económicas para afrontar la crisis del coronavirus son exactamente lo contrario: parecen un texto de Keynes: “Las políticas fiscales están a la vanguardia de la respuesta a la pandemia de Covid-19. Las medidas fiscales pueden salvar vidas, proteger a las personas y las empresas más afectadas del impacto económico de la pandemia y evitar que la crisis de salud se convierta en una depresión profunda y duradera”. 

El FMI, símbolo del neoliberalismo económico, acaba de dar la vuelta a su discurso. Dice ahora que los Estados deben hacer grandes gastos (medidas fiscales amplias, en el argot económico)

El FMI dice ahora que los Estados deben hacer grandes gastos (medidas fiscales amplias, en el argot económico). Y explica:  hay que gastar primero para los servicios de salud y para hacer frente a la emergencia, para proteger a las personas más afectadas y las empresas, incluso a los sectores informales. Eso de sectores informales (también en argot) quiere decir que hay que proteger a todos aquellos que se buscan la vida como pueden para salir adelante y que ahora no tienen cómo. Los Estados deben gastar también para asegurar que las empresas pervivan con sus trabajadores para volver a la normalidad tras la pandemia. Es decir, asegurarse de que no despidan. Además, deben garantizar que se pueda hacer frente a las deudas y avalar préstamos para soportar el tiempo que dura la pandemia. Una vez que se pueda regresar al trabajo, el Estado deberá gastar más para asegurar la recuperación. 

¿No suena todo eso a las medidas que está tomando el Gobierno “social-comunista”, como le llaman la derecha y la extrema derecha, en España? Sus colegas del FMI, esos que impulsaron los destrozos de Rajoy, se han enterado de que o se actúa así o ellos mismos y los privilegiados pueden verse arrastrados por el alud de una crisis de proporciones desconocidas. Aquí, toda la turba que abarca desde el PP de Casado y Aznar hasta los neofascistas de Vox, pasando por la vieja casta socialista y opinadores multiusos, no se han enterado. Recordemos que Casado y los suyos votaron en el Congreso contra las medidas de protección a los trabajadores mientras dure la pandemia, rechazan y ridiculizan el Ingreso Mínimo vital, y se han opuesto en el Parlamento Europeo a que se emitan eurobonos. 

En el propio Gobierno hay quienes tardan en enterarse de que las cosas no son como pensaban. La vicepresidenta económica, Nadia Calviño, batalló desde el primer momento para impedir un aumento amplio del déficit, lo que era imposible. De ahí las largas deliberaciones en las reuniones del Consejo de Ministros. El ministro de Inclusión y Seguridad Social, José Luis Escrivá, pretendía tomarse con calma la puesta en marcha del ingreso mínimo vital. La maniobra del vicepresidente, Pablo Iglesias, con el apoyo del presidente Pedro Sánchez, le obligó a salir a reconocer la urgencia de esa ayuda económica a los más vulnerables, y a comprometerse a tenerla en mayo. Una maniobra que, desde la estrechez del periodismo de cotilleo político, se entendió sólo como un problema de descoordinación. 

El FMI ha hecho ya su pronóstico de cuál va a ser del hundimiento económico en cifras y el coste de la recuperación sanitaria, social y productiva.  Predice que la zona euro registrará una caída del 7,5% de su PIB, de su actividad económica. España, del 8 por ciento. Nunca en tiempos de paz se había visto una caída semejante en nuestro país. En un solo año, la actividad económica, caería prácticamente lo mismo que en seis años de la crisis anterior. La recesión sería general en casi todo el mundo. La verdad es que entre las escasas virtudes del FMI no figura la de pitonisa. Lo habitual es que no acierte en sus previsiones. Pero puede ser tal el hundimiento que su posible error no da esperanza de que las cosas vayan a ser mejores. De hecho, acaba de conocerse que China, la fábrica del mundo, registró una caída de su economía en el primer trimestre de casi el 7 por ciento. ¡Y el FMI esperaba que subiera ligeramente este año! Luego los cálculos de organismo pueden ser optimistas.

En ese panorama, el FMI espera que el déficit público de España, esto es, lo que se gasta por encima de los que se ingresa, equivalga al 9,5% del Producto Interior Bruto. En dinero eso supone 109.000 millones de euros (el déficit previsto antes de la pandemia era de 23.000 millones). No es una excepción. Todos los países van a tener abultados déficit, según espera el Fondo. E insiste en que hay que gastar mucho para superar la catástrofe. El FMI no es la Biblia. Es el instrumento económico global al servicio de los poderosos, pero el cambio radical de su discurso, como no lo había hecho en ninguna de las anteriores crisis, indica que las cosas ya no van a ser como antes. El cambio es inevitable. Y no acabará con estas recetas del Fondo.

En España el tipo máximo del IRPF, el que pagaban los más ricos, fijado en los Pactos de la Moncloa, en 1977 era del 65%. Ahora es del 43%, es decir, 22 puntos menos

En primer lugar, ¿quién va a pagar ese fortísimo gasto aquí y en todas partes? ¿Emitiendo deuda del Estado, es decir, pidiendo dinero prestado a espuertas? Puede que sí en parte, pero esa deuda habría luego que pagarla. La historia deja muy claro cómo. En primer lugar, con impuestos. La gente común ya tributa lo más que puede en el IRPF y el IVA, pero no los ricos. El neoliberalismo ha impuesto desde hace 40 años una rebaja de impuestos para ellos y para las empresas, y una política de privatizaciones y limitación de los servicios públicos. Ahora lo estamos pagando.

En España el tipo máximo del IRPF, el que pagaban los más ricos, fijado en los Pactos de la Moncloa, en 1977 era del 65 por ciento. Ahora es del 43%, es decir, 22 puntos menos.

En otros países ha ocurrido algo parecido. El caso más claro es el de Estados Unidos.  Entre 1951 y 1963, el periodo de más prosperidad del país, las rentas más altas tributaban un 91 por ciento. Ahora pagan el 37%,  es decir, 54 puntos menos.

Se pueden comparar periodos más cercanos. Entre 1975 y 2019, el tipo impositivo que pagan los ricos en los países más grandes de Europa y en Estados Unidos ha caído entre 8 y 38 puntos. 

En cuanto a las empresas, sucede algo parecido. En España hace tan sólo 20 años su tipo impositivo era el 35 por ciento. Ahora es el 25%. Esto es lo teórico. Los grandes grupos españoles pagan de media tan sólo el 6 por ciento, aplicando deducciones.

 

El margen disponible por tanto es muy claro. Debería implantarse un impuesto especial a las grandes fortunas para hacer frente al fuerte gasto público necesario para superar la crisis, una tasa coronavirus. El efecto recaudatorio sería parecido al de subir el tipo máximo del IRPF. 

Se puede alegar que los grandes potentados trasladarían su dinero a paraísos fiscales. La verdad es que con impuestos bajos ya lo hacen. Esa es precisamente otra vía para pagar la crisis. Si esta es mundial y todos tendrán que aumentar en grado extremo sus gastos, es perfectamente factible el acuerdo de todos los países para acabar con esa lacra y repatriar los capitales escondidos. Hay que recordar que los paraísos fiscales son pequeños Estados sin poder alguno o territorios enclavados en los grandes países ricos. Basta con quererlo.

Hay otra vía para enjugar parte del enorme gasto que va a suponer el coronavirus y la recuperación. Que los bancos centrales presten directamente a los Estados. No es otra cosa que fabricar dinero y transferirlo a cada país. Así se ahorran tener que emitir bonos con los que se endeudan y pagan un interés. Hay un problema: el Banco Central Europeo lo tiene prohibido. Solo puede dar dinero a los bancos privados a cambio de bonos del Estado. De hecho, ya lo hace. ¿Por qué ese intermediario? Cosas del pensamiento neoliberal. En Gran Bretaña, el Banco de Inglaterra financiará en esta ocasión al Gobierno, por lo que se viene encima. Esto, naturalmente hay que hacerlo con precaución, porque se puede correr el riesgo de inundar el mundo de dinero, lo que conlleva fuertes subidas de precios y, por tanto, caída del valor del dinero. Ahora no hay inflación ni se la espera. Además, eso ya se hace, pero a través de los bancos, y a los Estados les cuesta endeudarse.Estados Unidos ya calcula que destinará billón y medio de euros para hacer frente a la catástrofe. Supone el 10 por ciento de su PIB. Mientras, su presidente, Donald Trump, alienta a la población a rebelarse contra el confinamiento. ¿Es un descerebrado, o un malvado calculador populista, que espera culpar de la crisis económica a los estados que han impuesto el encierro para protegerse de la pandemia? En la Unión Europea casi todo está por hacer. Los jefes de Estado o Gobierno tienen que decidir el 23 de abril si dotan, con grandes cantidades de dinero, un fondo europeo para la recuperación. Todavía persisten las trabas de Holanda y Alemania. De momento los Estados podrán pedir dinero al MEDE, el organismo creado para rescatar países en la anterior crisis. Pero la norma dice que esto obliga a realizar ajustes, algo ahora inaceptable. Persiste la ceguera y las resistencias a cambiar las cosas.  

Está visto que la realidad es una manera eficaz de forzar a los inmovilistas a cambiar. Si se enrocan en la misma posición corren el riesgo de ser arrastrados por el lodo de la tragedia. La Covid-19 está siendo un ejemplo de esto. El Fondo Monetario Internacional, símbolo del neoliberalismo económico, acaba de...

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Autor >

Emilio de la Peña

Es periodista especializado en economía.

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1 comentario(s)

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  1. El Man Legal

    Cae el autor en un error de bulto al confundir las cifras de caida del PIB trimestral de China con la previsión a final de 2020, que es la proyeccion que hace el FMI. Ese error, evidente para cualquiera que sepa algo de la materia, desacredita las opiniones del autor en el resto del artículo, que se podrían suponer basadas en una interpretación igualmente incorrecta de otros datos económicos. Desde luego es el caso de su interpretación del Keynesianismo, pues Keynes nunca abogó por un mantenimiento del défict público a largo plazo, sino por déficits puntuales que deberían de ser seguidos de superavits para compensarlos. Obvia también que la reducción de los tipos marginales no supuso una reducción significativa de los ingresos fiscales y que el periodo 1990 - 2008 fue un periodo de gran crecimiento económico. En general, cae en una excesiva simplificación en todo el artículo

    Hace 4 años

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