EDITORIAL
Contra los insultos y los bulos, más políticas progresistas
29/05/2020
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La portavoz del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, ha llamado “terrorista” al padre del vicepresidente Pablo Iglesias, un militante antifascista que fue encarcelado por repartir panfletos en el ocaso de la dictadura franquista. En sus discursos, cada vez más agresivos, Pablo Casado habla más de Venezuela que de España; más de Fidel Castro, ya fallecido, o de ETA, que no existe, que de los problemas reales del país. Estamos en medio de una pandemia y necesitamos responsabilidad de los líderes políticos, pero esta oposición se opone a todo, inclusive a salvar vidas. Transforman cada medida del gobierno –aún aquellas que en otros países serían objeto de negociación o de amplios consensos– en una “batalla final” por España.
Las derechas han resucitado la retórica macarthista de la Guerra Fría intentando equiparar fascismo y antifascismo, resistencia y terrorismo
En esa escalada, cada día es más difícil distinguir a la derecha de la extrema derecha, porque los medios al servicio del poder económico se han sumado felizmente a la algarada. Muchos se refieren a la administración de Pedro Sánchez como “social comunista”, lo que debe causar risa a politólogos e historiadores. Al mismo tiempo, se normalizan los discursos de odio, las incitaciones al golpismo, la hipérbole permanente, la retórica violenta de una ultraderecha cada vez más ultra y la vuelta a la escena de símbolos, consignas y gritos de guerra del fascismo y el franquismo.
Las derechas han resucitado la retórica macarthista de la Guerra Fría, en versión vintage y caricaturesca, intentando equiparar fascismo y antifascismo, resistencia y terrorismo. Diputados de Vox denuncian fantasiosos planes para “imponer el modelo chavista”; cargan contra la inexistente “ideología de género”; promueven pines parentales, odio contra LGBTs, mentiras sobre los inmigrantes pobres, xenofobia, racismo, repulsión al feminismo, negación de la violencia de género. Además, estigmatizan los pactos y el pluralismo parlamentario, sobre todo si estos incluyen a los nacionalismos periféricos.
En las redes sociales, proliferan los bulos de la ultraderecha, cada vez más bizarros. Es una tendencia global, pero en España adquiere tintes especialmente cutres y autolesivos. Algunos claman sin pudor por un golpe de Estado y, en las calles, desafían las medidas sanitarias con manifestaciones llenas de banderas de España, como si boicotear la cuarentena y promover el contagio de un virus que ha matado a miles de personas fuese patriótico. Tampoco faltan las bravatas de las fuerzas de seguridad y los ataques torticeros del Poder Judicial, politizando la aplicación de la ley y judicializando la política.
Esta escalada, que se ha profundizado desde la foto en la plaza madrileña de Colón, cuando la extrema derecha comenzó a conducir la agenda, el tono y los métodos de la oposición y Pablo Casado aceptó el papel de imitador de Santiago Abascal, ya no parece ser, apenas, crispación. Es más grave, más peligroso.
Desde las últimas elecciones, la oposición de ultraderecha –quienes no tenían ese prefijo se han diluido o lo han adoptado– trata al gobierno de coalición PSOE/Unidas Podemos como si no tuviese derecho a ejercer el mandato conquistado en las urnas y en el Parlamento. En particular, en el caso de la formación morada, los grandes grupos de comunicación lideran una campaña feroz para expulsarla como sea del gobierno, como si sus electores y sus votos valieran menos que los otros.
El programa de Gobierno debe ser aprobado sin concesiones: eso es lo que apoyaron y votaron los españoles
Todo esto no es normal, aunque haya medios pretendidamente moderados que finjan que lo es e incluso participen en el delirio. Tampoco es original: sucedió en otros lugares del mundo, por ejemplo en Brasil, hoy un ejemplo de todo lo que está mal. Pablo Casado debería averiguar qué fue de la carrera política de Aécio Neves, que ocupó su lugar en la política brasileña y se creía predestinado a ser presidente. Después de perder las elecciones de 2014, hizo lo mismo que él, como si siguiera al pie de la letra el mismo guión. Hoy ya nadie lo recuerda. La extrema derecha lo devoró. La gente suele preferir el original a la copia.
Por su parte, las dos almas que conforman el Gobierno deberían evitar a toda costa caer en las provocaciones y las trampas, y dedicarse a hacer lo que realmente duele a los autores y cómplices de esta estrategia de la tensión y del odio: aprobar, como hicieron el 29 de mayo con el Ingreso Mínimo Vital, todas las medidas posibles que ayuden a paliar la desigualdad y la pobreza y a redistribuir mejor la riqueza, consiguiendo que quienes más tienen colaboren más en la salida de la crisis. El programa de Gobierno debe ser aprobado sin concesiones: eso es lo que apoyaron y votaron los españoles.
En cuanto a los medios, locutores de radio y televisión, tertulianos y determinadas asociaciones de periodistas, que tanto han contribuido y contribuyen a blanquear a la extrema derecha, un solo consejo: escuchen el discurso de la canciller Merkel sobre la libertad de expresión, la equidistancia y la expansión del odio. Y aplíquense el cuento.
La portavoz del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, ha llamado “terrorista” al padre del vicepresidente Pablo Iglesias, un militante antifascista que fue encarcelado por repartir panfletos en el ocaso de la dictadura franquista. En sus discursos, cada vez más agresivos, Pablo Casado habla más de...
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