1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Alienación y miseria

El trabajo no cualificado no existe

Esta conceptualización permite a los empleadores monopolizar los beneficios de la explotación intensa y traspasa el coste emocional, físico y espiritual hacia los propios trabajadores

Lizzie O’Shea (The Baffler) 29/06/2020

<p>Una trabajadora del McDonald's de Spokane (Washington, EE.UU.) a principios de los 80.</p>

Una trabajadora del McDonald's de Spokane (Washington, EE.UU.) a principios de los 80.

Ethan / Flickr (CC BY 2.0)

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Un sorprendente número de personas comienza su andadura laboral en el McDonald’s. Paul Ryan ha dicho que cocinar hamburguesas fue fundamental para su comprensión del sueño americano. A Pharrell Williams le despidieron tres veces de la cadena de comida. James Franco escribió una ligeramente desagradable carta de amor hacia los arcos amarillos en el Washington Post; un afecto que se forjó al calor de un amorío al rojo vivo con la profesión interpretativa que, por aquel entonces, no era correspondido: “Todo lo que sé es que cuando necesité a McDonald’s, McDonald’s siempre estuvo ahí”, escribió. La opinión que tiene la cantante Pink de uno de sus primeros empleadores contiene su propia dosis de drama, aunque quizá merezca compasión: “A veces sueño que estoy de vuelta allí, sin blanca y trabajando en el McDonald’s”, comentó, “es mi peor pesadilla, porque no quiero volver nunca más”.

“Una de las cosas más divertidas de trabajar en el McDonald’s es que puedes llegar muy rápido a todas las cosas”, relató el mismísimo Jeff Bezos, que pasó una temporada en el gigante de la comida rápida cuando era joven. “Me ponía a averiguar cuántos huevos se podían romper en un determinado período de tiempo sin que cayera ninguna cáscara”. Resultó ser un comienzo perfecto para la carrera de un futuro multimillonario que ha convertido un salario de miseria y esclavismo, disfrazado de optimización de recursos, en la estrategia de negocio marca de la casa. Hay más de 750.000 personas trabajando para Amazon, y la mayoría realizan trabajos igual de repetitivos que el primer trabajo de Bezos, recibiendo y empaquetando pedidos en centros de distribución para enviárselos a los clientes. McDonald’s solía ser el lugar que siempre quedaba como último recurso, pero los centros de distribución de Amazon ahora compiten por ese título. Sin embargo, un trabajador de Amazon se mostraba algo menos prudente a la hora de comentar la realidad de trabajar en uno de esos centros, que describía como una “puta mierda existencial”, según Emily Guendelsberger.

Los trabajadores de comercios, de cajas registradoras, de cadenas de comida rápida y del sector servicios son algunos de los puestos más comunes de Estados Unidos. Estos trabajos pagan poco, son por lo general repetitivos y casi siempre se considera que no tienen futuro. El otro elemento fundamental que comparten todos ellos es que se les considera “no cualificados”. Sin embargo, existen razones de peso para reflexionar sobre lo que queremos decir con ese término y el significado que se deriva de él. Aunque esos trabajos reciban la etiqueta de no cualificados, el trabajo que realizan las personas que ocupan esos puestos es de todo menos eso.

En 2018 el porcentaje de trabajos que no requería una educación mínima en Estados Unidos ascendía a un 31%, mientras que otro 40% solo requería una educación media

Lógicamente, los trabajos se clasifican como no cualificados por motivos analíticos. Esa etiqueta se le pone habitualmente a trabajos que no necesitan mucha formación y para los que no es obligatorio contar con una educación media o superior. La Oficina de Estadísticas Laborales (BLS, por sus siglas en inglés) publicó en 2018 que el porcentaje de trabajos que no requería una educación mínima en Estados Unidos ascendía a un 31%, mientras que otro 40% solo requería una educación media. Como es lógico, para que se considere a un trabajo como no cualificado hace falta algo más que eso, pero los requisitos educativos son un buen indicador. En definitiva, hay un porcentaje muy significativo de estadounidenses que ocupa puestos considerados como no o poco cualificados.

Sin embargo, casi todo el que haya trabajado en uno de esos puestos podrá decirte que, al contrario de lo que indica el apelativo, esos trabajos requieren de un grado de cualificación considerable. Servir mesas, hablar por teléfono, clasificar mercancías, preparar comida y servir a los clientes son tareas que requieren destreza, fuerza, memoria, energía, además de una importante reserva de trabajo emocional en los puestos de cara al cliente. Los trabajos no cualificados adoptan una multiplicidad de formas y lo mismo se puede decir de las habilidades que hacen falta para desempeñarlos. Aunque puede no hacer falta tener una educación formal, no cabe duda de que se aprende sobre la marcha. Como explicó Brittany Bronson en el New York Times: “Un asistente de camarero cualificado puede limpiar una mesa de un viaje en lugar de dos, con solo colocar los platos de forma precisa en su antebrazo o en sus manos”. Bronson trabaja a la vez de instructor auxiliar y de camarero, y el lugar que ocupa como miembro de la clase cualificada y como miembro de la no cualificada hace que su punto de vista sea único. “El término ‘no cualificado’ o ‘poco cualificado’ contradice el cuidado y precisión con el que mis compañeros de trabajo, que tienen gran variedad de pasados educativos y competencias idiomáticas, ejecutan sus tareas”.

Puede que realizar un trabajo no cualificado exija ciertas habilidades, pero es algo totalmente diferente supervisar a estos trabajadores. Esa retórica que se escucha a menudo sobre los robots que se apropian de nuestros trabajos está por lo general relacionada con el extremo poco remunerado del mercado de trabajo; los debates sobre la automatización de los supervisores son menos habituales. La automatización puede incluir cosas como la planificación just-in-time de los empleados [un sistema de organización de la producción en el que los suministros llegan a la fábrica, o los productos al cliente, “justo a tiempo”, es decir, poco antes de que se usen y solo en las cantidades necesarias], que se optimiza cada vez más mediante herramientas tecnológicas, y que afecta de manera desproporcionada a los trabajos no cualificados. Un informe del BLS que cubría el período 2017-2018 concluyó que entre los trabajadores de más de 25 años, un 31% de los que ocupaban puestos no cualificados recibían su horario con menos de una semana de anticipación, en comparación con solo un 14% de los que tenían estudios universitarios o superiores. Esa precariedad obliga a la gente en puestos no cualificados a ser más organizada y a tener más recursos para administrar sus vidas personales en torno al trabajo que las personas que ocupan puestos que se consideran cualificados.

Sobre el trabajo en sí, la supervisión de trabajos no cualificados combina por lo general normas arbitrarias con estrictas consecuencias, lo que de nuevo obliga a los trabajadores a ser hábiles para poder sobrevivir. En los call centers, por poner un ejemplo, los trabajadores están cada vez más sujetos a cajas negras que utilizan análisis algorítmicos de reconocimiento de voz para monitorizar y realizar un seguimiento de su rendimiento. Encontrar formas de parecer dinámico o empático, sobre todo al tratar con clientes complicados, y en situaciones en las que te enfrentas a plazos y normas de comportamiento estrictos, requiere múltiples competencias.

Mediante la optimización y la reducción de los puestos de supervisión, los empleadores terminan transfiriendo las responsabilidades hacia el personal menos remunerado

Todas estas tendencias gerenciales se han acelerado con el desarrollo de la tecnología. James Spring, que trabajó en un supermercado durante nueve años, me comentó cómo la nueva tecnología ha cambiado la experiencia de trabajar en puestos poco remunerados: “Esos trabajos cultivan de forma deliberada una sensación de estar siendo observado”, ya sea mediante auriculares, cámaras o recordatorios casi constantes por parte de los encargados de que la conducta de los trabajadores está siendo sometida a un intenso escrutinio. No es que todos los trabajos no cualificados sean particularmente duros, pero las tareas repetitivas, en contextos que las someten a un intenso escrutinio, y en los cuales los trabajadores tienen poco control sobre cómo trabajar pueden ser muy estresantes. Sobrellevar ese estrés requiere resiliencia y tiene unos costes emocionales que los trabajadores arrastran consigo en sus vidas personales.

Mediante la optimización y la reducción de los puestos de supervisión, los empleadores terminan en la práctica transfiriendo las responsabilidades hacia el personal menos remunerado. Me reuní con Josh Cullinan, el secretario de un sindicato de trabajadores de comida rápida y comercios de Australia, que me explicó cómo a los trabajadores que están de cara al público a menudo se les dice que ellos son los responsables del mal trato que sufren, porque fueron incapaces de rebajar la tensión. En lugar de proporcionar un entorno de trabajo seguro en el que un personal de seguridad debidamente formado pueda lidiar con el mal trato, comenta Cullinan, “la gerencia pregunta ‘¿por qué ha sucedido? y luego forman a los trabajadores para que aprendan a rebajar la tensión”. La consecuencia es que los trabajadores internalizan la idea que la naturaleza poco segura del puesto de trabajo no es responsabilidad de la empresa. A pesar de que su trabajo es recibir pedidos de comida, cada vez se espera más que los trabajadores del sector servicios cuenten con habilidades perfeccionadas para saber gestionar clientes difíciles, una cosa que puede suceder cada día o cada hora. A causa de esto, una de las campañas del sindicato de Cullinan se basa en la seguridad de los trabajadores del sector servicios.

Una de las razones del error categórico de los “trabajos no cualificados” es un apego histórico a ciertas formas de clasificar el trabajo. Cullinan señala que el moderno trabajador de los restaurantes de comida rápida emplea habilidades que resultarían muy extrañas para la mayoría de los trabajadores de generaciones previas. El trabajador de una cadena de comida rápida en la típica ventanilla que atiende al cliente desde el coche realiza varias tareas de forma simultánea: toma pedidos con un auricular, los introduce en un programa que pasa los pedidos a la cocina, recoge las bolsas y se las entrega al cliente y le cobra con un sistema electrónico; y todo eso cumpliendo unos estrictos plazos de tiempo. Además, se espera que sea amable, a pesar de los largos turnos de trabajo que pueden ser física y emocionalmente agotadores.

A los trabajadores de comercios también se les pide con frecuencia que trabajen con un auricular que sirve para monitorizar el flujo de trabajo. “Estos jóvenes utilizan los sistemas de formas que sus abuelos no podrían entender”, explica Cullinan. Los trabajadores tienen que desarrollar habilidades para poder gestionar la carga emocional y física del trabajo, que según él “implica conocimiento y astucia”. Pero estos trabajos también necesitan nuevos tipos de habilidades, como por ejemplo actuar de enlace entre “diversos sistemas técnicos que hace 30 o 40 años no utilizaba ningún trabajo”.

Como históricamente la sindicalización ha recibido su fortaleza de determinadas profesiones, esas son las que suelen estar sujetas a unas formas de clasificación más sofisticadas. Uno de los legados de la tradición gremial y sindical es que los trabajos nuevos que se consideran no cualificados reciben en ocasiones menos atención por parte de los sindicatos. Esto refleja un conflicto histórico en la sindicalización de la clase trabajadora. En 1904, el reformista laboral William English Walling tuvo que hacer frente precisamente a ese mismo problema: “La inteligencia, un conocimiento general de la maquinaria y una habilidad para cooperar con el hombre de al lado, hacen quizá más falta que nunca”, escribió, “pero la vieja ‘habilidad’ del artesano y las antiguas líneas exclusivas del oficio se están convirtiendo en cosas del pasado”. Los trabajadores cualificados eran a menudo los que más rápidamente se sindicaban y utilizaban su conocimiento del oficio como fuente de energía a la hora de negociar. Los sindicatos a menudo consideraban a los trabajadores no cualificados como una amenaza para la prosperidad de los trabajadores cualificados y, por lo tanto, frustraban su acceso o sencillamente los ignoraban. No obstante, esta situación se puede evitar sindicalizando por un lado a los trabajadores no cualificados y, por otro, encontrando maneras de formalizar y reconocer las habilidades que requiere ese trabajo (mediante aprendices, por ejemplo). El objetivo: puede que los trabajos no cualificados sean una categoría estadística, pero también son una categoría históricamente fabricada que refleja en parte una determinada visión de la sindicalización industrial.

El escalofrío de la falta de dignidad

No obstante, hablar de las habilidades que hacen falta para realizar un trabajo no cualificado contradice una realidad innegable: muchos de esos trabajos han sido deliberadamente “descualificados”, en el sentido industrial y tradicional de la palabra. Al dividir las tareas y pedir a los trabajadores que las repitan hasta el infinito, los trabajos no cualificados consiguen arrebatar el poder de negociación que acompaña al trabajo cualificado y, al mismo tiempo, convierten ese trabajo en un esfuerzo emocional. Y esa es la esencia del taylorismo, el sistema científico de gestión que ideó el ingeniero Frederick W. Taylor con la llegada del siglo XX. Este sistema fomenta la creación de trabajos diferenciados y descualificados para mejorar la eficacia y la productividad. La consecuencia para la industria fue generar una serie de trabajos que cualquier trabajador podía realizar y que, por tanto, podría ser reemplazado con facilidad. En ese sentido, muchos de los trabajos no cualificados han sido diseñados de esa manera y, como resultado, la experiencia diaria de esos trabajos es un panorama de tedio desolador.

Dicho de otra manera, las habilidades que necesitan los trabajos en puestos no cualificados no siempre están relacionadas con el trabajo en sí, sino más bien con la experiencia de realizar ese trabajo de forma continuada. Además de haber trabajado en el turno de noche de un supermercado durante años, Spring es delegada sindical. Cuando le pregunté si pensaba que su trabajo era miserable, se mostró empática: “La principal habilidad que necesitas es la fortaleza psicológica para aguantar la monotonía y trabajar en un entorno tan depresivo”, me explicó. El aburrimiento del trabajo no cualificado es inflexible. Como un frío de invierno, hiela la impresión que tienes de las posibilidades que ofrece la vida.

Ese es uno de los temas que Guendelsberger revisita en su último libro On the Clock [En horas de trabajo]. Para escribirlo, Guendelsberger realizó una serie de trabajos mal remunerados (incluido Amazon, un call center y McDonald’s), que se consideran no cualificados. El tiempo que pasó en un centro de distribución de Amazon como preparadora de pedidos es un claro ejemplo de trabajo no cualificado y de la descualificación del trabajo. Cada tarea del preparador la asigna una pistola escáner que proporciona instrucciones precisas y asigna un determinado período de tiempo para completarla, con una cuenta atrás en segundos. El trabajo no era difícil, pero era estresante y doloroso, hasta el extremo de que Guendelsberger tuvo que tomar analgésicos. No obstante, para ella, el aburrimiento del trabajo suponía un mayor desafío que superar la exigencia física de las largas distancias que caminaba cada día: “Es difícil transmitir la magnitud del aburrimiento, es mucho más fácil escribir sobre el dolor”, escribe Guendelsberger. “Los largos días de monotonía solitaria me llevaron en más de una ocasión casi al extremo de dejarlo”.

Los trabajos no cualificados están atomizados por diseño y, como resultado, el trabajo puede resultar profundamente alienante. “Todos nuestros inventos y progresos parecen dotar de vida intelectual a las fuerzas materiales, mientras que reducen a la vida humana al nivel de una fuerza material bruta”, escribió Marx en 1856, pero esa frase podría perfectamente haber sido escrita hoy. Durante el tiempo que pasó en el centro de distribución, la observación de Guendelsberger no anduvo muy descaminada: “Toda la métrica, los cronómetros y las penalizaciones automáticas de Amazon tienen como objetivo reducir las ineficiencias de los trabajadores humanos para que se comporten más como robots”. La tendencia de la revolución digital, al igual que la revolución industrial, es tratar a las personas como si no fueran nada más que contribuciones productivas, desprovistas de humanidad.

Para Marx eso no era un simple asunto industrial, puesto que la alienación es una vejación profundamente filosófica que saquea la esencia espiritual del ser humano. Guendelsberger cita los comentarios de trabajadores de Amazon, incluidos dos de centros de distribución de Kentucky diferentes:

“La manera que tienen de hacerte sentir totalmente pisoteado es algo que no se puede explicar a las personas que no hayan trabajado aquí… La gente dice, ‘bueno, yo he trabajado en tal o cual depósito, seguro que no es tan distinto’. Pues sí, es distinto. Este es total y absolutamente deshumanizador”.

“La primera vez que trabajé allí me succionó tanto el alma que me descubrí casi llorando en mi coche justo antes de tener que empezar”.

Los trabajos no cualificados son no trabajos para no personas; el taylorismo es la práctica capitalista de los que tienen el derecho político de tratar a los seres humanos como si fueran materias primas del proceso productivo. La “regla nº 1 de la supervivencia” tal y como lo relató Gabriel Mac cuando empezó a trabajar en lo que denomina “Envío internacional de una amalgama de productos S.A.” (seguramente Amazon), era “dejar tu orgullo y tu vida personal en la puerta”. Mac describe cómo no llegó a cumplir varios de los objetivos inalcanzables que había establecido la empresa y, como consecuencia, recibió una amonestación. Cuando se lo contó a un amigo se le saltaron las lágrimas: “Aunque mientras me resigne a escuchar constantemente lo incapaz que soy, podré conservar el trabajo”, escribió.

La tendencia generalizada sigue siendo arrebatar a los trabajadores el poder de negociación y también el sentimiento de autoestima 

A medida que los trabajadores se van volviendo autómatas, también se vuelven desechables en términos económicos. “Como la habilidad se disocia cada vez más del trabajo, el coste de rotación disminuye”, escribe Guendelsberger. “Con el tiempo, formar a un flujo incesante de nuevos trabajadores no cualificados resulta menos caro que incentivar a la gente a que se quede, ya sea mediante la mejora de la experiencia de trabajo o pagando más”. No obstante, ese modelo tiene límites y hace poco Jeff Bezos tuvo que subir el salario mínimo de Amazon a 15 dólares; aunque menos por benevolencia y más como consecuencia de la escasez del mercado de trabajo, diría yo. Sin embargo, la tendencia generalizada sigue estando vigente: arrebatar a los trabajadores el poder de negociación y también un sentimiento de autoestima que anula su capacidad para resistir la explotación.

Cabe señalar que aunque los trabajos repetitivos y monótonos no son inusuales, no tienen por qué estar directamente relacionados con salarios bajos o trabajos pesados. Los deportistas de élite, por ejemplo, a menudo se pasan la vida entrenando de forma repetitiva el mismo conjunto de habilidades específicas, aunque ese esfuerzo atrae un nivel de reconocimiento y un estatus social que supera la parte negativa. El repique de tambor del Bolero de Maurice Ravel (que exige tocar dos compases casi idénticos durante 15 minutos) es terriblemente estresante se mire por donde se mire, aunque la gloria que recae a menudo sobre sus interpretadores hace que merezca la pena. Incluso los trabajos que se consideran cualificados, como algunos trabajos de ingeniería, contabilidad y banca, e incluso algunas formas de medicina, dependen cada vez más de sistemas tecnológicos que cambian o reducen la habilidad y el conocimiento que necesitan los trabajadores para realizarlo. Ese tipo de trabajos siguen estando relativamente bien pagados y respetados, aunque la naturaleza repetitiva de los no cualificados sigue utilizándose para justificar que los trabajadores reciban el salario más bajo del mercado. Además, sirve para cultivar una indiferencia generalizada hacia las consecuencias emocionales de esa implacable falta de dignidad.

En esa concepción también está presente una delimitación cultural que reveló, queriendo o sin querer, el padre de la cadena de montaje, Henry Ford, en su autobiografía de 1922:

“El trabajo repetitivo (hacer una cosa una y otra vez y siempre de la misma manera) es una perspectiva aterradora para un cierto tipo de mente. A mí me parece aterradora. Yo sería incapaz de hacer lo mismo un día sí y otro también, pero para otras mentes, quizá me atrevería a decir para la mayoría de las mentes, las actividades repetitivas no provocan ningún terror”.

Puede que ese tipo de trabajo no sea apto para los ricos industriales o para los innovadores exitosos, pero está bien para la mayoría de la gente que tiene muchas menos aptitudes que Ford. Las fábricas de Ford eran famosas por lo terrible que era trabajar en ellas, hasta el punto de que tuvo que subir los sueldos para atraer de nuevo a los trabajadores; suena en cierto modo como si la historia se estuviera repitiendo. De cualquier modo, para ser justos con Ford y a pesar de sus numerosos defectos, al menos él combinó su obsesión por la productividad industrial con un interés declarado por la salud y la seguridad de sus trabajadores: “La industria no tiene por qué exigir vidas humanas”, escribió. Sin embargo, parece que su visión fue demasiado optimista porque siempre mantuvo que la producción en cadena no era algo a lo que sus empleados se opusieran en principio, a pesar de las numerosas pruebas de lo contrario.

Hoy en día existe una creencia muy difundida en que las personas que ocupan puestos no cualificados reciben el sueldo que merecen. En lugar de reconocer las exigencias que impone ese tipo de trabajo, la opinión predominante es que si esos trabajadores tuvieran las aptitudes para hacer algo más elevado serían incapaces de tolerar esa miserable monotonía. “Es extraño”, comenta Spring sobre las connotaciones adscritas a un período prolongado de trabajo en comercios, “es como un estigma de beneficencia”. Spring lo compara con un aspecto de la reacción que a menudo demuestra la gente frente a las trabajadoras sexuales: las perciben como personas que no pudieron elegir esa vida, como personas sin autonomía que necesitan ser rescatadas. Ese estigma tiene consecuencias políticas. La diputada Alexandria Ocasio-Cortez habló hace poco sobre la temporada que pasó trabajando doce horas al día en el sector de la hostelería. Ganaba menos del salario mínimo y carecía de seguro médico. “No creía merecer ninguna de esas cosas”, afirmó. Cuando el pensamiento cultural dominante es que los trabajos no cualificados aportan poco valor (si aportan alguno), ¿sorprende acaso que muchas de las personas que los realizan piensen lo mismo de sí mismas?

Hoy en día existe una creencia muy difundida en que las personas que ocupan puestos no cualificados reciben el sueldo que merecen

Los trabajos no cualificados son la insignia ideológica de una sociedad que se fundamenta sobre una alienación industrial y una falta de dignidad filosófica. Otra forma de percibir esos trabajos es considerarlos sencillamente como trabajos que están infravalorados y mal pagados. Son trabajos en los que la presión a la baja que se aplica sobre todos los costes (mano de obra, seguridad, gerencia) ha tenido en gran medida éxito. De igual modo que los asistentes sociales están mal pagados porque emplean habilidades que el mercado no ha considerado por lo general valiosas, las habilidades que necesitan los trabajadores para desempeñar trabajos no cualificados se consideran poco importantes. Esta conceptualización permite a los empleadores monopolizar los beneficios de la explotación intensa y traspasa el coste emocional, físico y espiritual hacia los propios trabajadores. “Al capitalismo no le interesa mejorar las vidas de los trabajadores”, me recuerda Cullinan. Y esa es la lógica de un sistema que considera el dinero más valioso que las personas.

Dignidad recuperada

Hay un hecho que es innegable, pero que merece ser repetido: sin la labor que realizan las personas en trabajos no cualificados, la sociedad dejaría de funcionar. Los sindicatos de la construcción llevan tiempo utilizando el eslogan “Nosotros construimos esta ciudad”. Barbara Ehrenreich habló hace poco de su amigo camionero “al que le gusta señalar que todas y cada una de las cosas que compro en el supermercado llegaron en un camión. Nadie funciona sin gente como él”. Lo mismo se puede decir de los trabajos de elaboración de comidas, reparto al consumidor y muchos otros tipos de trabajos no cualificados. La gente que repone los estantes de nuestro supermercado, que nos ayuda a conseguir acceso a la comida y a la ropa es esencial para nuestra supervivencia. El eslogan de un sindicato de agricultores de Australia es “Nosotros te alimentamos”. Puede que muchos de los trabajos no cualificados sean aburridos, penosos y desagradables, pero no es en absoluto verdad que todos sean “trabajos estúpidos”.

Como es lógico, eso no sucede con todos los trabajos no cualificados, muchas personas están en trabajos mayormente sin sentido y superfluos, en los que no hay consuelo posible en un contexto más amplio. Pero eso no significa que la experiencia del trabajo sea necesariamente terrible. Loukas Kakogiannis, que trabajó en comercios durante 8 años, me contó su experiencia en tiendas y en restaurantes de comida rápida: “La gente trabaja sumamente duro”. No adoran el trabajo, me explica, pero no son vagos o dejados. “Aunque no necesariamente se sientan orgullosos del producto que fabrican”, me cuenta, en relación con la elaboración de comida rápida poco saludable, “pueden sentirse orgullosos de la eficacia o destreza de su trabajo”. Trabajar de forma cooperativa en un equipo y realizar múltiples tareas para que un supermercado siga funcionando le dio a Kakogiannis una sensación de satisfacción, aunque no disfrutara precisamente del trabajo. “Nos volvimos expertos en completar las tareas en el menor tiempo posible porque eso hacía que el tiempo que pasábamos en el trabajo fuera menos penoso”, me comentó; además, él y sus compañeros utilizaban el tiempo extra que sacaban para relacionarse y relajarse. Ese conocimiento les sirvió para fomentar la solidaridad. Como el lugar de trabajo estaba organizado, Kakogiannis y sus compañeros decidieron colectivamente compartir la responsabilidad de las peores tareas para evitar que esos trabajos se asignaran siempre a la misma persona de forma injusta. “Nos saltamos los procedimientos ‘oficiales’ para trabajar de esa manera porque fue lo que consideramos justo”, me explicó. Este tipo de camaradería entre trabajadores en entornos poco remunerados aparece repetidamente en los relatos de personas que realizan trabajos no cualificados.

Es posible imaginar un mundo en el que la automatización derive en una reducción del trabajo y que, al mismo tiempo, redistribuya los beneficios de esos avances productivos

Eso hace pensar en que tenemos algo que aprender de esas experiencias, que hay múltiples razones para que escuchemos más a menudo a esos trabajadores. Se nos dice que esos trabajos son no cualificados, pero el trabajo es en realidad cualificado; se nos dice a menudo que no tiene sentido y que es superfluo, y aun así hay muchos trabajadores que lo consideran significativo. Puede que los trabajos no cualificados sean miserable y alienantes, pero la tarea de los pensadores críticos es preguntarse: ¿Hasta qué punto esta es una realidad lamentable e inevitable, y no un fenómeno artificial creado por la sociedad? ¿Hasta qué punto esa categoría de trabajo no cualificado refuerza la idea de que vivimos en una meritocracia y, por lo tanto, justificamos una explotación escandalosa? Si la meritocracia es algo ilusorio, también lo es la idea de trabajo no cualificado.

Karl Marx escribió en una época en la que el trabajo también estaba experimentando una revolución, en el interior de las mugrientas fábricas de esas metrópolis llenas de humo. Más que ver esa revolución industrial como el descenso inexorable hacia un mundo en el que la dignidad humana se degradaba de manera irrevocable, Marx comprendió que la automatización del trabajo podía propiciar un futuro de liberación. El desarrollo industrial tenía el potencial para crear un mundo en el que se minimizara el trabajo humano, de tal manera que el trabajo productivo se convirtiera sencillamente en un “miembro consciente” entre los “órganos mecánicos e intelectuales” de una maquinaria automatizada. Para Marx, ese trabajo permitiría:

Desarrollo libre de las individualidades, y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos.

Es posible imaginar un mundo en el que la automatización derive en una reducción del trabajo y que, al mismo tiempo, redistribuya los beneficios de esos avances productivos. Eso significaría subir el salario mínimo, financiar programas universales de bienestar social y reducir al mínimo el trabajo necesario en la sociedad, bajo la forma de una semana más corta de trabajo. Para conquistar un mundo así haría falta organizarse como trabajadores, sobre la base de que todo trabajo es digno y su contribución a la sociedad merece un respeto.

Para proporcionar una visión de cómo podría hacerse todo esto, merece la pena observar el relato de un trabajador de call center que formó parte de un esfuerzo colectivo por sindicalizar su centro de trabajo. Los delegados sindicales hablaron con los miembros sobre una serie de temas, aunque uno de los catalizadores de cambio afectaba a una exigencia particularmente fascinante: el derecho a leer. Al tratarse de un call center de llamadas salientes que realizaba encuestas políticas y privadas, en el que los teléfonos marcan de forma automática, los trabajadores pueden llegar a tener bastante tiempo entre llamadas y acostumbran a utilizarlo para leer. Cuando el supervisor le dijo a uno de los trabajadores que guardara el libro, eso se convirtió en un catalizador para organizar la resistencia. Los trabajadores se declararon en huelga, obtuvieron el derecho a leer y consiguieron que su compañero recuperara el trabajo. “La sensación de unirse de forma colectiva, de desafiar el statu quo, de alzar la voz para defender a nuestro compañero y a nosotros mismos, es la sensación más alegre y energética que se pueda imaginar”, escribió Michael Roberts.

Ese tipo de sindicalización es sin duda difícil, pero no imposible. Las personas en trabajos no cualificados merecen solidaridad y dignidad, y deberíamos apoyarles como sea cuando se organicen para luchar por su reconocimiento y respeto. Jeff Bezos utilizó su experiencia en un trabajo no cualificado para crear un imperio de miseria y para explotar a los que ahora realizan trabajos no cualificados para él. Quizá haya llegado la hora de que se le obligue a escuchar a sus trabajadores y de que comience a demostrarles un poco de respeto.

 

Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Baffer.

Traducción de Álvaro San José

Lizzie O'Shea es abogada en ejercicio, escritora y locutora. Es la autora Historias futuras [Future Histories], que ofrece una guía sobre cómo los movimientos sociales y los pensadores históricos siguen siendo relevantes en los debates actuales sobre tecnología. Sus observaciones aparecen con frecuencia en radio y televisión, y sus artículos han aparecido en el New York Times, el Guardian y en el Sydney Morning Herald, entre otros medios.

Un sorprendente número de personas comienza su andadura laboral en el McDonald’s. Paul Ryan ha dicho que cocinar hamburguesas fue fundamental para su comprensión del sueño americano. A Pharrell Williams le despidieron tres veces de la cadena de comida. James Franco escribió una ligeramente desagradable carta de...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autora >

Lizzie O’Shea (The Baffler)

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí