CARRERA POR LA PRESIDENCIA
La democracia en juego
Los sondeos dan la victoria a Biden, no sólo a nivel nacional, sino también en los estados cruciales. Pero más allá de estadísticas y de la movilización social inaudita, Trump cuenta con mecanismos burocráticos para su reelección
Azahara Palomeque 31/10/2020
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Philadelphia. Tres de la madrugada. Lluvia fina. Frío. Tras tres días de protestas por la muerte de Walter Wallace Jr. a manos de la policía por fin se respira algo de paz, mínimamente, aunque ésta viene acompañada de un temor inexorable, de una angustia provocada por el clima electoral, tan polarizado como incierto. Recuerdo bien los comicios de 2016, cuando, a pocos días de conocerse los resultados, la ciudad era una fiesta. Por ser el centro fundacional del país, lugar donde se firmó la Declaración de Independencia, así como núcleo duro progresista, los demócratas tienen preferencia por Philly. Horas antes de saberse quién nos gobernaría en los cuatro años siguientes, Hillary Clinton celebraba un mitin multitudinario con los Obama, dando por válidos los vaticinios de las encuestas. Yo, relativamente escéptica, observaba la cola para asistir al evento desde mi ventana, a más de un kilómetro de distancia. Ha cambiado todo desde entonces: los ánimos se han amilanado, el miedo permea cada rincón como la llovizna que no da tregua esta noche; las calles, ésas que antaño irradiaban jolgorio y brindis anticipados, hoy se encuentran en estado casi marcial: muchos comercios han tapiado sus cristaleras para evitar saqueos, hay barricadas en algunos puntos y, aunque el ayuntamiento ha levantado el toque de queda, recomienda encarecidamente no salir de casa. Sólo quedan en la vía pública, como burlándose de nosotros, los monstruos de Halloween.
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Un pronóstico impredecible
Por mucho que se recurra a las herramientas consideradas fiables, es imposible pronosticar qué va a ocurrir en estas elecciones. A pesar de las estimaciones, y en parte por los antecedentes históricos, muchos discurrimos con cautela. Quien se presente como el gurú que posee todas las respuestas probablemente esté pecando de ingenuo o compitiendo al máximo por el clickbait, porque lo cierto es que la receta mágica para adivinar el futuro todavía no se ha inventado. Los sondeos le dan una victoria mayoritaria a Biden, no sólo a nivel nacional –nueve puntos de ventaja–, sino también en estados cruciales del llamado ‘rust belt’, el corazón manufacturero de América, como Pennsylvania, Michigan, y Wisconsin. Algunos, como el efectuado por The Guardian, incluso le conceden Florida, Carolina del Norte y Arizona. Todos ellos los ganó Trump en 2016, y los dos últimos los perdió Obama en los comicios anteriores. Las razones para este optimismo estadístico pueden trazarse fácilmente: prevalece una preocupación generalizada por la deriva autoritaria de Estados Unidos, que Trump ha exacerbado; la nefasta gestión de la pandemia, que ahora se ceba especialmente con los estados bisagra y otros tradicionalmente republicanos, puede pasarle factura; la economía, ese factor preponderante a la hora de depositar la papeleta, se ha recuperado sólo a medias y ocho millones de pobres se han sumado a los que ya existían. A esto se le añade el bloqueo presidencial en el Congreso de la ampliación del paquete de ayudas –entre ellas, nuevos cheques y el subsidio federal por desempleo–. Se puede afirmar sin lugar a dudas que una gran mayoría de estadounidenses es consciente del calado de la crisis y cómo Trump ha contribuido a ella en lugar de paliarla. Y, sin embargo, los monstruos de Halloween me sonríen impertérritos desde la acera: este año son más literales que nunca.
Una gran mayoría de estadounidenses es consciente del calado de la crisis y cómo Trump ha contribuido a ella en lugar de paliarla
‘Desconfiad de las encuestas” –advierte seguro Michael Moore, el aclamado y polémico director de cine. Oriundo de Michigan, ya predijo en 2016 la victoria de Trump en mitad de las críticas más fervorosas. Su argumento, que comparte orgulloso, consiste en un mantra que algunos analistas repiten basándose en datos sólidos: el votante de Trump suele estar infrarrepresentado. Ya sea debido a la renuencia a la hora de informar sobre sus preferencias –por miedo a ser juzgado–, o porque la muestra no es lo suficientemente amplia, varios expertos han señalado el margen de error de las estadísticas, que han tendido a favorecer a los candidatos demócratas. En 2016, la revista Harvard Business Review alertaba sobre la cada vez mayor tendencia a no responder a las entrevistas utilizadas para predecir la intención de voto, lo cual deja a los encuestadores con un vacío difícil de corregir si se desconoce el grupo demográfico que está faltando. Por otra parte, nadie está libre de sesgo ideológico, y esto lo demostró hace cuatro años el New York Times, que parece estar cayendo en la misma dinámica, como ya conté en alguna ocasión.
La supresión del voto
Pero hay más razones para pensar que la victoria de Biden no está asegurada más allá del cuestionamiento de la estadística. A pesar de que estamos asistiendo a una movilización social inaudita y, a día de hoy, más de 75 millones de estadounidenses han votado, el electorado está viendo impedida su agencia política por causa de las habituales barreras institucionales, además de otras nuevas levantadas por Trump. Las primeras tienen que ver con el funcionamiento del Colegio Electoral, que automáticamente concede todos los electores de un estado a quien obtenga la mayoría de votos en ese territorio. Negándole la representación a un gran número de ciudadanos, a veces por un margen mínimo –Trump ganó Wisconsin y Pensilvania por varias decenas de miles de papeletas–, se podría dar el caso de que el voto popular fuese para Biden y el candidato republicano saliese vencedor, exactamente como ocurrió en 2016. Por otra parte, la supresión del voto ha seguido calando el tejido cada vez menos democrático de Estados Unidos: casi 21.000 colegios electorales han desaparecido desde los anteriores comicios, y muchos estados continúan minando el sufragio –sobre todo de las minorías– con farragosos impedimentos burocráticos. Además, Trump ha conseguido controlar el servicio postal poniéndolo en manos de su aliado Louis DeJoy, y hasta el Tribunal Supremo está interviniendo en la maquinaria electoral, no casualmente, en estados clave. Si en Wisconsin ha acortado el plazo para la recepción de papeletas, en Pensilvania ha mantenido la prórroga de tres días, pero reservándose el derecho a modificarla más tarde. Ese mismo Tribunal, ahora de tendencia claramente conservadora, no dudaría en juzgar a favor de los republicanos en caso de disputa, y, a menos que Biden arrase en las urnas (o incluso si no lo hace), se espera que Trump rechace los resultados si pierde. Finalmente, un estudio de USA Today junto a la Universidad de Columbia estima que hasta un millón de papeletas enviadas por correo pueden ser descartadas en estos comicios. Dado que los demócratas son más proclives a votar a distancia, esto supondría un golpe más, entre tantos, a su participación política.
¿Y si Trump ganara por méritos propios? –podríamos preguntar siendo abogados del diablo. En este punto cabe destacar que, frente a la pobreza y el hambre, frente a los récords diarios de contagios y fallecimientos, el paro ha bajado hasta el 7,9% desde su máximo histórico en abril, cuando llegó a estar en un 14,7%, la bolsa se ha recuperado parcialmente y los desahucios –por orden ejecutiva– han quedado suspendidos hasta el año próximo. Y, aún así, su mayor ventaja frente al oponente reside en una personalidad arrolladora, un carisma capaz de atraer a un electorado crucial como son los blancos no universitarios, y una aparente fuerza –ahora también física, tras su rápida recuperación de la covid– que persuade a quien busca en tiempos aciagos la heroicidad que dé sentido a sus vidas, aunque ésta pase por el darwinismo social, aunque conlleve la propia muerte. Estos rasgos se expresan por medio de un lenguaje tan directo como cargado de odio que, no obstante, en un país cuyos habitantes apenas practican el diálogo político, engendra adeptos.
La democracia en juego
No me cabe la menor duda de que la voluntad popular está a favor de Biden, pero tampoco de que su contrincante cuenta con los mecanismos legalistas y burocráticos como para impulsar su derrota de manera más o menos cuestionable. Entre lo que la ciudadanía reclama por mayoría y el nombramiento final de sus representantes existe un entramado institucional en el que se juega el concepto democracia, tan minado hoy en día. De estos comicios depende que salga fortalecido o aún más esquilmado, que se afiance la decadencia sostenida que el país ha ido experimentando desde, al menos, el 11-S, o que se inicie una etapa de mejoras sociales templadas que sirvan para devolverle la legitimidad perdida. Por ahora, los monstruos de Halloween continúan atentos su mirada, insistentes, como la lluvia que no cesa.
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Philadelphia. Tres de la madrugada. Lluvia fina. Frío. Tras tres días de protestas por la muerte de Walter Wallace Jr. a manos de la policía por fin se respira algo de paz, mínimamente, aunque ésta viene acompañada...
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Azahara Palomeque
Es escritora, periodista y poeta. Exiliada de la crisis, ha vivido en Lisboa, São Paulo, y Austin, TX. Es doctora en Estudios Culturales por la Universidad de Princeton. Para Ctxt, disecciona la actualidad yanqui desde Philadelphia. Su voz es la del desarraigo y la protesta.
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