GRAMÁTICA ROJIPARDA
Cómo han crecido
Aquellos personajes racistas que tanta gracia nos hacían hasta no hace mucho, porque contribuían, con su gracejo, a restar dramatismo a la política española, de golpe y porrazo se han hecho mayores, tienen la voz más grave, pegan más fuerte, llevan la voz
Xandru Fernández 23/05/2021

Discurso de odio / La boca del Logo
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No parece que haya muchas dudas: ponemos rumbo a una situación de normalidad post-pandémica. En la España que camina hacia 2050 con optimismo y conciencia verde, veremos germinar semillas de luto, resentimiento, alivio, temor y frenesí consumista. Brotes verdes también de incertidumbre: como en las películas de submarinos, no sabemos cuánto ha sufrido el casco de la democracia después de una inmersión de más de un año en las frías aguas de la excepción constitucional. Por no saber, ni siquiera sabemos si la Unión Europea seguirá ahí arriba cuando volvamos a la superficie. Por el periscopio no se ve más que el logo de Deloitte.
Tanto se ha encabronado la derecha aspiracional, y tanto se ha encasquillado la izquierda gubernamental, que hablar de normalidad es, por ahora, hablar de terrazas. Dicho sea de paso, no sé qué se esperaba que ocurriera en los compases inmediatos al levantamiento del estado de alarma, pero la opción gente emborrachándose en la calle lleva siendo la más socorrida desde la batalla de Zama, así que no sé por qué esta vez la celebración habría de consistir en un sudoku y a dormir. Cierto que dan bastante vergüenza los despliegues callejeros de testosterona y patriotismo de garrafón (como si hubiera otro), pero no nos engañemos: ni más ni menos que después de una final de la copa de algo. Torsos desnudos, vasos de plástico, yo soy español y a por ellos, oé.
La doctrina de la traición-o-tara es consistente con la idea de que ver conductas racistas en la sociedad española es un problema oftalmológico: el defecto está en el que mira, no en la sociedad observada
No hacía falta decir (aunque se dijo) que la normalidad a la que nos dirigimos será una normalidad nueva: todas las normalidades lo son, una vez solventadas las excepcionalidades y convulsiones que aniquilaron la normalidad anterior. De la normalidad en ciernes nos separa un abismo de desconfianza, pero no porque sea nueva, sino porque no sabemos de dónde llegarán los sustos, si el inminente chorro de novedades nos llegará de un futuro atravesado por nuestra incompetencia frente a la Naturaleza y sus cambios de humor o, por el contrario, brotará de un pasado que vuelve una y otra vez con la constancia de las maldiciones familiares y las obstinaciones inútiles. Seguro que el próximo virus lo domamos mejor, con menos suspicacias, menos militarotes en televisión y menos toques de queda. Aplaudiremos con más ganas, ya verán. Saldremos mejores otra vez.
¿O acaso hemos salido peores? ¿No es posible, e incluso probable, que la España racista de 2021, que abomina de los africanos y hace chistes sobre los pechos de las voluntarias de la Cruz Roja, ya viniera incubándose desde mucho antes, desde el “mami qué será lo que quiere el negro” con que amenizábamos bodas y comuniones? Esta explosión de odio racial, de desprecio de la vida humana, esa crueldad con que miles de personas han acogido las últimas noticias de la frontera, ¿no puede ser que ya estuviera presente en una sociedad que continúa leyendo a las personas racializadas como inferiores?
Hay un estilo de pensamiento que encaja esa pregunta y la resuelve con un gesto de desdén ad hominem, como si el simple hecho de hacerla implicara una traición o una tara. Una traición: si te preocupan las personas racializadas, eso es porque desprecias a los tuyos, no los amas lo suficiente, no te identificas con los que te rodean, tus iguales. Una tara: si te preocupan tanto los demás, tanto que no eres consciente del daño que haces a los tuyos, es porque eres incapaz de pensar por ti mismo, te han inoculado ideología progre, pensamiento cuír, estás enfermo de buenismo. La doctrina de la traición-o-tara es consistente con la idea de que ver conductas racistas en la sociedad española es un problema oftalmológico: el defecto está en el que mira, no en la sociedad observada.
La sociedad observada no ha tenido nunca demasiados problemas para creerse cosmopolita e integradora, como si el racismo fuera un problema de otros. No es solo ceguera histórica: ni la expulsión de los judíos ni la Gran Redada contra los gitanos constituyen ningún trauma nacional, por no hablar de la exaltación reiterada de una Reconquista idealizada, deliberadamente concebida como un parque temático islamófobo, o de la conquista de América, esa masacre elevada a santo y seña de la Hispanidad. Resignifícame todo eso, si crees que merece la pena. Mientras tanto, dime dónde ponemos todos esos libros de texto, todos esos vídeos de YouTube, todas esas fiestas de moros y cristianos, toda esa moralina disfrazada de universalismo ético que, con tal de no cuestionar la hegemonía vertebral del racismo en la cultura española, prefirió acogerse a sagrado inventándose la “aporofobia”.
Denunciar el odio a los pobres es justo y necesario. Convertir el odio al Otro por su condición de Otro en un error de apreciación del Otro al que se odia es, sencillamente, un insulto más, por más que lo disfracemos de campanada semántica e innovación filosófica. Pero pocas hipótesis tan superficialmente contrastadas han entrado con tanto empuje en los libros de texto de un país entero como la aporofobia de Adela Cortina, pieza imprescindible en toda discusión sobre el racismo que queramos reconducir sin aspavientos hacia la utopía del igualitarismo: cuando no haya pobres, ya no habrá racismo. Algo que sin duda servirá de consuelo a los miles de personas racializadas cuya experiencia les induce a pensar justo lo contrario: que son pobres porque no son blancas.
Ni la expulsión de los judíos ni la Gran Redada contra los gitanos constituyen ningún trauma nacional, por no hablar de la exaltación reiterada de una Reconquista idealizada
Las instituciones del Estado español que durante décadas han visto en las denuncias de racismo un error de percepción, una exageración histérica o un prejuicio ideológico, las mismas que han preferido abordar el problema desde la ocultación cómplice, el maquillaje bienintencionado o la negación patológica, son ahora impotentes para enfrentarse a un estallido de odio al diferente que el aislamiento pandémico, el desgaste de la izquierda y el aumento de las desigualdades económicas no han hecho más que exacerbar.
No, no es que salgamos peores de la pandemia de lo que entramos en ella, ya éramos así de sinvergüenzas. Es solo que aquellos personajes racistas que tanta gracia nos hacían hasta no hace mucho, porque contribuían, con su gracejo, a restar dramatismo a la política española, de golpe y porrazo se han hecho mayores, tienen la voz más grave, pegan más fuerte, llevan la voz cantante. Llevábamos demasiado tiempo sin ver a los chiquillos y míralos ahora, cómo han crecido. A nada que te descuides, los tienes de pie, encima de un jeep, oteando el horizonte cual vigías de Occidente. Son creación nuestra. Es como para estar orgullosos.
No parece que haya muchas dudas: ponemos rumbo a una situación de normalidad post-pandémica. En la España que camina hacia 2050 con optimismo y conciencia verde, veremos germinar semillas de luto, resentimiento, alivio, temor y frenesí consumista. Brotes verdes también de incertidumbre: como en las películas de...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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