GRAMÁTICA ROJIPARDA
Contra la política de autor
Juan Carlos Monedero y Carmen Calvo fueron, en su día, autores de programas electorales. El desprecio hacia el votante equivocado se parece mucho al exabrupto del creador contra un público que no comprende su obra
Xandru Fernández 9/05/2021
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“Los que ganan novecientos euros y votan a la derecha no me parecen Einstein”, dijo Juan Carlos Monedero al día siguiente de las elecciones madrileñas. Si yo a continuación dijera que tampoco Monedero me parece el tipo más avispado del mundo, seguramente ustedes pensarían que no espero que a él le siente bien. Es más, se diría que estoy buscando que le siente mal. Que se sienta insultado. Que le duela. Que se enfade. No esperarán que, inmediatamente, le llame por teléfono y le pida un favor. Eso mismo cabe inferir de sus palabras: que Monedero no quiere ganarse la confianza de los que ganan novecientos euros al mes. Es evidente que está exteriorizando un desprecio con la única intención de expresar su malestar y zaherir a quienes le han decepcionado. A no ser que sea verdaderamente un tipo muy estúpido (y no creo que Monedero lo sea), uno no insulta a aquel a quien quiere agradar. Uno insulta al que imagina detestable, repugnante, odioso. Le insulta para hacerle saber que piensa todo eso de él, para humillarle, no como parte de una estrambótica maniobra aduladora. Insultas a quien das por perdido, no recurres al insulto mientras conservas la esperanza. El insulto llega cuando todos los argumentos han fallado y asumes que, en efecto, se acabó. ¿Qué tienes que perder? Insultar es levantar acta de una mutilación social.
No hace falta ser Einstein para sacar de todo eso una conclusión inquietante: que mucha gente de izquierdas ha perdido la paciencia con las clases populares. Que ha empezado a divorciarse de estas, con el recelo de quien ve a alguien transformarse en un ser pavoroso, aterrador. La orilla izquierda de internet era esta semana un clamor contra el obrero de derechas, contra el inmigrante insolidario, contra el explotado masoquista. Carmen Calvo comprimió toneladas de displicencia en un aforismo sobre la imposibilidad de que coincidan socialistas y berberechos en un mismo universo: si te ensucias la boca hablando de cañas y tapas y cosas por el estilo, no puedes ser socialista. Menos mal, para ella, que la mayoría de los socialistas no lo sabe, porque con esos criterios de admisión el PSOE podría sorpasar a Ciudadanos pero por abajo.
¿Quiero decir, entonces, que la izquierda tiene que cambiar de estrategia e incorporar a su discurso todo aquello que, a juzgar por los más recientes resultados electorales, moviliza a las clases populares? ¿Debe la izquierda adular a sus potenciales votantes, aplaudirles, decirles que tienen razón en cualquier circunstancia? Me temo que no. Y que no hace falta caer en la caricatura: entre el insulto y la adulación, el abanico de reacciones y relaciones es bastante amplio, afortunadamente. No es que la izquierda tenga que hacerse de derechas. Yo diría, de hecho, que es justo al revés: que el voto masivo a la derecha emerge siempre que la izquierda (o los partidos que dicen serlo) se comporta como una fuerza conservadora, generadora de desigualdad y alejada del mundo del trabajo. Así, si la gente no ha recibido con los brazos abiertos la instalación de peajes en las autovías no es porque se haya vuelto tacaña, egoísta, hostil al medio ambiente y negacionista del cambio climático, sino porque en buena parte del territorio español las autovías son necesarias para moverse, trabajar, comunicarse. Vivir. Si quieres que la gente deje de usar el coche, deberías poner trenes, no convertir las autovías en un bien suntuario y la movilidad en un privilegio.
La orilla izquierda de internet era esta semana un clamor contra el obrero de derechas, contra el inmigrante insolidario, contra el explotado masoquista
Con todo, lo más preocupante no es ni siquiera la desconexión de las izquierdas españolas (no todas, ni todo el tiempo: me refiero al entorno militante de los dos partidos que están ahora mismo en el gobierno) con los problemas y las necesidades de su presunta base social. Lo más preocupante es que no parece que haya manera de remediarlo a corto plazo: la izquierda se aferra a la hipótesis del conocimiento experto como guía de la acción política, no parece concebir la posibilidad de que las decisiones puedan tomarse a partir de la deliberación y la construcción colectiva de cursos de acción. Funciona justo al revés de lo que propuso y practicó el 15-M: aquello de la generación de consensos y acuerdos desde la discusión entre iguales.
Durante los últimos y muy frecuentes procesos electorales, una de mis aficiones ha sido observar cómo construía cada partido su programa. En muchos casos no había ni programa, o este se reducía a un folleto repleto de generalidades, colorines y lemas con pretensiones de canutazo informativo. La marca de agua del programa electoral suele ser la que genera una asepsia conventual, como si el programa fuera, o bien un enojoso trámite que hay que cubrir para abandonarlo enseguida e internarse en los lisérgicos parajes de la improvisación y la ocurrencia, o bien la emanación de un espíritu que dice hablar en nombre de la razón y la ciencia, citando muchos informes de la Unión Europea, cuatro o cinco frases de premios Nobel de algo y con un estilo que hace del lenguaje hipotecario una explosión de ingenio chispeante. En ocasiones, los programas tienen autor. Y se aplaude al experto que los ha concebido y ultimado como si fueran tecnología punta. Ya veremos luego cómo se lo explicamos al vulgo que tiene que votarnos. Es evidente que lo explicaremos mal.
Juan Carlos Monedero y Carmen Calvo fueron, en su día, autores de programas electorales. Podemos y PSOE les confiaron respectivamente la confección de ese documento que en política viene a ser la cédula de habitabilidad de un partido. Creo que entre esa condición autoral suya y las reacciones arriba comentadas hay una relación muy estrecha, y en efecto ese desprecio hacia el votante equivocado se parece mucho, en el fondo y en las formas, al exabrupto del creador contra un público que no comprende su obra. No es el caso ahora si la obra lo merece o si Monedero o Calvo son más o menos representativos de esa política de autor que ha hecho de la izquierda un varadero de egos desmesurados y altivos. Lo que viene al caso es plantearse, como lo hicieron hace diez años miles de personas en docenas de plazas españolas, si es posible otra forma de hacer política desde la gente y para la gente. Y no empecemos otra vez con lo de quién es la gente, que nos conocemos.
“Los que ganan novecientos euros y votan a la derecha no me parecen Einstein”, dijo Juan Carlos Monedero al día siguiente de las elecciones madrileñas. Si yo a continuación dijera que tampoco Monedero me parece el tipo más avispado del mundo, seguramente ustedes pensarían que no espero que a él le siente bien. Es...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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