Ni posmos ni rojipardos (IV)
Clase obrera, unidad y diversidad
No hay por qué elegir entre el “nuestros obreros primero” o la impotencia del particularismo. Podemos recuperar los debates marxistas sobre cómo forjar alianzas de todos los oprimidos contra el capital
Josefina L. Martínez 14/08/2021
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Cuarto artículo de la serie “Ni posmos ni rojipardos. Marxismo, feminismo y diversidad”. ¿Qué tipo de articulaciones son deseables entre la clase obrera y los movimientos sociales? ¿Cómo superar tanto los límites de un universalismo abstracto como el peligro de la escisión en múltiples particularismos? En este texto sugerimos que, más allá de algunas derivas del debate, muchas veces distorsionado por el microclima propio en redes sociales, urge plantearnos este tipo de cuestiones. El retorno de un nuevo ciclo de lucha de clases en varios países –que incluye importantes movilizaciones y revueltas– lo hace más necesario todavía.
Mientras algunos tuiteros rojipardos acusan al feminismo, al antirracismo y a los grupos LGTBI de ser causantes de la fragmentación de la clase trabajadora, en el redil contrario se argumenta que estas fracturas están inscritas en lo que sería un cambio de época. Ahora, nos dicen, ya no existe ese pegamento que permita unir a la clase trabajadora de sectores tradicionales con los nuevos destacamentos de jóvenes precarios o de migrantes sin derechos. Y si unos proponen una salida reaccionaria y corporativa, los segundos se resignan a un tiempo de resistencias efímeras, que aparecen y desaparecen sin acumular fuerzas.
Indicios de algo nuevo
El 29 de junio de 2020, en plena ola de la pandemia de covid, en Estados Unidos, los estibadores de la costa Oeste paralizaron 29 puertos en una huelga en solidaridad con el movimiento Black Lives Matter. “Los trabajadores tienen más poder del que mucha gente en este país entiende. Por eso vamos a poner en juego ese poder: para alzar las voces de los trabajadores y para alzar las voces de las personas negras de este país. Para exigir y hacer justicia por George Floyd”. Esas eran las palabras de Keith Shanklin, presidente del sindicato portuario (International Longshore and Warehouse Union - ILWU). La acción, que paralizó las terminales de grandes ciudades desde San Diego a Seattle, contó con el apoyo de 58.000 trabajadores. En Oakland, los portuarios marcharon hasta el centro de la ciudad, donde participaron en un acto junto a la militante antirracista Angela Davis. En el pasado, la ILWU ha protagonizado huelgas contra las guerras de Irak y Afganistán y los estibadores se han negado varias veces a cargar barcos con destino a Israel, en apoyo al pueblo palestino.
El 4 de enero de 2021, los trabajadores de la refinería Total en Grandpuits, Francia, comenzaron una huelga contra 700 despidos. La empresa intentó justificar el cierre de la planta con un supuesto plan de “reconversión ecológica”. Los trabajadores salieron, sin embargo, al cruce, denunciando que no era más que greenwashing. Total es una multinacional francesa que tiene numerosas plantas en países de África y América Latina, con instalaciones altamente contaminantes, donde se aprovecha de las peores condiciones laborales. Los trabajadores de Total lograron sumar el apoyo de grupos ecologistas para su huelga, debatiendo en común cómo dar forma a un verdadero plan de reconversión ecológica en manos de los trabajadores y vecinos. De este modo, abrieron un camino para soldar la unidad interna de toda la plantilla, al mismo tiempo que generaron importantes apoyos entre otros trabajadores y movimientos sociales.
¿Fragmentación o unidad?
Las relaciones salariales se han extendido a nivel mundial como nunca, duplicándose en las últimas décadas. Aun así, la fragmentación de la clase trabajadora es una realidad en todo el mundo. A nivel geográfico, mediante la expulsión a las periferias urbanas de sectores migrantes y precarios. A nivel social, por la división entre fijos o temporales, externalizados, desempleados, nativos o inmigrantes, regularizados o sin papeles, racializados, varones y mujeres, etcétera. Es decir, fracturas entre trabajadores de ‘primera’, ‘segunda’ y ‘tercera’.
Las divisiones en la clase obrera no son una fatalidad insuperable ni el producto inevitable de un cambio de época
En estas condiciones, sin embargo, y tal como se demostró durante la pandemia, los trabajadores y las trabajadoras siguen ocupando posiciones estratégicas en la producción, el transporte, los servicios esenciales y la reproducción, sin las cuales nada se mueve. Y esa, justamente, es la base para que la clase siga teniendo un papel central en las luchas contra el capitalismo, en alianza con el resto de oprimidos.
Como muestran los ejemplos anteriores, las divisiones en la clase obrera no son una fatalidad insuperable ni el producto inevitable de un cambio de época. Los capitalistas las promueven a través de las reformas laborales o leyes migratorias, que defienden tanto los gobiernos conservadores como los ‘progres’. Pero no podrían mantener esta situación sin la inestimable colaboración de las burocracias sindicales, que han dejado pasar grandes ataques y se niegan a organizar a los migrantes o más precarios.
Las burocracias sindicales se niegan a organizar a los migrantes o más precarios
En 1975, el ensayista John Berger publicó Un séptimo hombre junto al fotógrafo Jean Mohr (Capitán Swing, 2014). En ese libro analizaba la situación de los trabajadores migrantes “invitados” en países como Alemania o Suecia, un régimen temporal de empleo marcado por una precariedad extrema. Los inmigrantes realizan los peores trabajos, son los primeros en ser despedidos, se encuentran aislados de otros trabajadores por la barrera del idioma y realizan los trabajos más peligrosos sin protección social. Berger señalaba que, en estas condiciones, “el emigrante carece de vida propia, solo tiene su trabajo: no tiene condiciones de vida, solo condiciones de trabajo”. A modo de conclusión, planteaba que “la única manera de superar todas estas contradicciones sería que los sindicatos rechazaran la situación de inferioridad de los inmigrantes, exigiendo su derecho a ascender, a participar en actividades políticas, a residir en el país tanto tiempo como deseen y el derecho a traer junto a sí a su familia”. Pero los sindicatos no defendían de forma activa tales exigencias, como no lo hacen tampoco ahora.
Retomando la polémica entre posmos y rojipardos no tenemos por qué elegir entre el corporativismo de “nuestros obreros primero”, ni caer en la impotencia del particularismo que solo ahonda en la escisión. Podemos apostar, en cambio, por recrear formas de autoorganización de la clase trabajadora, democráticas y para la acción. Estas son las únicas que pueden permitir articular una unidad sólida a partir de la diversidad, desde la clase obrera y con los movimientos. Recuperar, en ese sentido, los ricos debates del marxismo acerca de cómo conquistar una hegemonía de la clase trabajadora y forjar alianzas de todos los oprimidos contra el capital.
Cuarto artículo de la serie “Ni posmos ni rojipardos. Marxismo, feminismo y diversidad”. ¿Qué tipo de articulaciones son deseables entre la clase obrera y los movimientos sociales? ¿Cómo superar tanto los límites de un universalismo abstracto como el peligro de la escisión en múltiples particularismos? En...
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Josefina L. Martínez
Periodista. Autora de 'No somos esclavas' (2021)
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