NI POSMOS NI ROJIPARDOS (I)
¡Leed a Engels! Acerca de la familia, la monogamia y el capitalismo
La lucha por relaciones personales más libres no puede escindirse de la lucha por terminar con toda forma de explotación y opresión
Josefina L. Martínez 24/07/2021
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Este artículo es parte de la serie “Ni posmos ni rojipardos. Marxismo, feminismo y diversidad”. Abordamos en un artículo anterior algunos de los disparates reaccionarios que aseguran que “el feminismo divide a la clase obrera”. En esta ocasión nos centraremos en los discursos que plantean una defensa de los valores de la familia tradicional desde un pretendido paraguas de izquierdas. Para esta polémica, recuperamos la rica tradición del feminismo marxista.
El discurso rojipardo sostiene que hay una oposición absoluta entre feminismo y marxismo. De este modo repiten, en una imagen invertida, algo similar a lo que afirmaron muchos intelectuales posmodernos. Cuando los rojipardos atacan de forma reaccionaria al feminismo, dan vida a esa caricatura que el posmodernismo construyó acerca del marxismo: un vulgar economicismo, determinista y mecanicista, heredero del estalinismo. Por eso, quizás no haya nada más funcional al posmodernismo que este revival del rojipardismo.
La tradición del marxismo revolucionario es muy diferente. Ya a mediados del siglo XIX, una socialista pionera como Flora Tristán defendía la unión obrera, y como parte de esta, destacaba la organización de las mujeres trabajadoras en la lucha por su emancipación. Poco después, Marx y Engels retomaban las ideas de los socialistas utópicos como Fourier en La Sagrada Familia para señalar que “los progresos sociales, los cambios de períodos se operan en razón directa del progreso de las mujeres hacia la libertad; y las decadencias de orden social se operan en razón del decrecimiento de la libertad de las mujeres...”.
Las elaboraciones de Marx y Engels sobre el asunto, sistematizadas por este último en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, fueron retomadas por numerosas feministas socialistas como Eleanor Marx, Clara Zetkin, Aleksandra Kollontai, Inessa Armand, Sylvia Pankhurst y muchas otras. Mujeres socialistas, revolucionarias y feministas que suelen ser “borradas” de los relatos rojipardos. Esto sin mencionar la experiencia de la Revolución rusa y, más tarde, ya en los años 70 del siglo XX, los ricos debates acerca de la cuestión del trabajo doméstico, la teoría de la reproducción social, el amor libre y las numerosas polémicas del feminismo marxista con el feminismo liberal y el feminismo radical.
Pensamiento de cura: ¿cuestionar la monogamia es neoliberal?
La lógica rojiparda es clara; para competir con la extrema derecha y su influencia en la clase obrera, se trataría de adoptar sus valores. Para ellos, toda crítica a la familia patriarcal no es más que una nueva trampa neoliberal. Les espanta, tanto como a la extrema derecha, escuchar que la diversidad sexual y el amor libre son una parte necesaria de la lucha por la emancipación de toda la sociedad. Sus valores se pueden resumir en patria, familia y autoridad. –Haced como queráis, señores, pero no pretendáis hacerlo en nombre del marxismo. Y una sugerencia, ¡leed a Engels!–.
Retomando los estudios etnológicos de Marx, Engels publica en 1884 El Origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Allí desarrolla un análisis materialista sobre los cambios en las formas de parentesco, la familia patriarcal, la institución del matrimonio y la monogamia. Se trata de una obra que, a pesar de aquellos aspectos superados por estudios posteriores, sigue siendo una referencia fundamental para el feminismo socialista. En primer lugar, porque sitúa históricamente la opresión de las mujeres, confrontando su justificación en un orden “natural” o “biológico”. Además, porque establece una relación entre el objetivo de abolir la propiedad privada, terminar con la división clasista de la sociedad y superar los estrechos marcos de la familia patriarcal. Sus críticas a la institución del matrimonio y a la monogamia también son muy agudas. Engels destaca, por ejemplo, que la monogamia solo es obligatoria en esta sociedad para las mujeres, porque siempre se ha aceptado otro baremo para los hombres.
Ante el crecimiento de posiciones conservadoras que, frente a la crisis social provocada por el capitalismo, revalorizan acríticamente el papel de la familia patriarcal, Engels nos recuerda que esa institución no es un “oasis”, sino que está basada en la dependencia económica y atravesada por relaciones jerárquicas y de poder. La violencia de género no se puede entender por fuera de los contornos de esta institución patriarcal y ese sentido de “propiedad” sobre las mujeres. Si bien el capitalismo degrada las condiciones de existencia de la familia trabajadora –negándoles a millones de personas el derecho a tener una vivienda o un trabajo– mantiene la institución familiar como una de las bases de esta sociedad. Esto genera desgarradoras contradicciones.
Si bien el capitalismo degrada las condiciones de existencia de la familia trabajadora, mantiene la institución familiar como una de las bases de esta sociedad
En 1918 los revolucionarios rusos aprobaron un código de familia muy avanzado para la época, que separaba las relaciones personales de la tutela de la Iglesia, reconocía a los hijos nacidos fuera del matrimonio y establecía la igualdad legal para las mujeres. Lo hicieron no como fin en sí mismo, sino como parte de una serie de medidas transitorias que apuntarían a la abolición del Estado, y también de la propia institución familiar. Como explica la historiadora norteamericana Wendy Goldman, los cuatro componentes de la visión marxista sobre la emancipación de las mujeres eran la unión libre, la liberación femenina a través de su acceso al trabajo asalariado, la socialización de las tareas domésticas y la extinción de la familia. Ese proceso de revolución permanente de todas las costumbres y la cultura, sin embargo, fue bloqueado por el surgimiento de la burocracia estalinista.
La mirada “nostálgica” sobre la familia patriarcal como un paraíso perdido significa, nada menos, que naturalizar el hecho de que la mayor parte del trabajo doméstico sigue recayendo en las mujeres, en pleno siglo XXI. Salvo que se piense que las féminas tenemos una natural predisposición para el fregado, habrá que reflexionar sobre la relación que el capitalismo ha establecido con el trabajo gratuito de las mujeres en el seno del hogar. Un trabajo no remunerado, ni reconocido como tal, pero necesario para la reproducción diaria y generacional de la fuerza laboral y de todas las personas.
Diversas autoras feministas anticapitalistas han realizado múltiples aportes sobre el tema, en especial desde los años 70 en adelante. Feministas autonomistas, como Silvia Federici o Selma James y feministas marxistas como Lise Vogel o Martha Giménez, por ejemplo, desplegaron un debate lleno de matices teóricos. Una rica polémica sobre el carácter del trabajo doméstico, la relación entre opresión y explotación, así como la cuestión de si estos trabajos no remunerados generan o no plusvalía para el capital, entre otras reflexiones, que parecen desconocer los referentes del rojipardismo local. Más recientemente, con la renovada presencia del movimiento de mujeres en varios países, estos debates fueron recuperados desde la economía feminista, con la atención puesta en los cuidados, o por parte de autoras que se referencian en la Teoría de la Reproducción Social, entre otras.
Volviendo a Engels, su crítica de la monogamia como forma histórica no deja lugar a dudas: “La forma de familia que corresponde a la civilización y vence definitivamente con ella es la monogamia, la supremacía del hombre sobre la mujer, y la familia individual como unidad económica de la sociedad. La fuerza cohesiva de la sociedad civilizada la constituye el Estado, que, en todos los períodos típicos, es exclusivamente el Estado de la clase dominante y, en todos los casos, una máquina esencialmente destinada a reprimir a la clase oprimida y explotada”.
Por ese motivo, la “abolición de la familia” también es un objetivo para una sociedad emancipada: “En cuanto los medios de producción pasen a ser propiedad común, la familia individual dejará de ser la unidad económica de la sociedad. La economía doméstica se convertirá en un asunto social; el cuidado y la educación de los hijos, también. La sociedad cuidará con el mismo esmero de todos los hijos, sean legítimos o naturales. […] ¿No bastará eso para que se desarrollen progresivamente unas relaciones sexuales más libres y también para hacer a la opinión pública menos rigorista acerca de la honra de las vírgenes y la deshonra de las mujeres?”
Desde que aquellas palabras fueron escritas han pasado más de 140 años, en los cuales las luchas por la emancipación de las explotadas y oprimidas, de la clase trabajadora, el movimiento de mujeres y LGTBI han dejado un legado muy importante para recuperar un punto de apoyo para las luchas actuales. Ni la ilusión (conformista) de que por el solo hecho de afirmar la identidad sexual o las relaciones poliamorosas ya se estaría subvirtiendo al capitalismo, ni ese pensamiento de cura vestido de rojo. La lucha por relaciones personales más libres no puede escindirse de la lucha por terminar con toda forma de explotación y opresión.
Este artículo es parte de la serie “Ni posmos ni rojipardos. Marxismo, feminismo y diversidad”. Abordamos en un artículo anterior algunos de los disparates reaccionarios que aseguran que...
Autora >
Josefina L. Martínez
Periodista. Autora de 'No somos esclavas' (2021)
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